Es imposible gozar la calle cuando llevas una hora esperando el camión bajo el sol, con tu hijo en brazos; cuando el olor que sale de la alcantarilla es tan penetrante que tienes que huir de tu área de trabajo; cuando cada diez pasos te sientes en la necesidad de voltear atrás para comprobar que no te están siguiendo. El miedo, la inseguridad, la suciedad, la ausencia de banquetas continuas, de bancas y sombras, son características comunes del espacio público que nos impiden pasar un buen rato cuando nos movemos caminando.
“Para mí es terrible caminar en la calle. Estoy muy cansado, muy harto de chocar con postes, con casetas, con sillas, con pendejada y media que la gente pone sobre la banqueta. O de caerme a alcantarillas. Te lo juro, que lo que yo más quisiera es evitar salir a la calle”. Esta es la experiencia de Bernardo Sánchez, un hombre de 35 años con discapacidad visual que, si puede zafarse de salir, lo hace. Si no, va a la calle de mal humor, con un sentimiento profundo de indignación y rechazo.
“Yo sudo mucho, es un problema que me causa mucha inseguridad. Entonces los días muy soleados moverme en la calle es algo horrendo, muy cansado, algo que trato de evitar” cuenta Ana Lozano, una joven trans de 24 años que quiere ser científica social e investigadora sobre temas de género.
También cuenta que salir de su casa es enfrentar miradas ajenas. “Casi siempre voy viendo el suelo, voy evitando a la gente, me siento muy incómoda cuando se me quedan viendo. Sí pienso en eso y sé que es algo feo. Siento que se me nubla algo. El espacio público no le pertenece a nadie, pero al mismo tiempo le pertenece a todes y siento que la sociedad me ha quitado eso”.
A muchas personas y por muy diferentes razones les pasa igual. Les han arrebatado su derecho al espacio público y a disfrutar de él. Y aunque parezca secundario porque nadie se muere de incomodidad, la Carta Mexicana de los Derechos del Peatón nombra como primera garantía el derecho a “vivir en un ambiente sano y a disfrutar libremente del espacio público en condiciones de seguridad adecuadas para su salud física, emocional y mental”.
La conexión con el bienestar también la pone sobre la mesa Inés Sánchez de Madariaga, urbanista española y directora de la Cátedra UNESCO de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Politécnica de Madrid. “No disfrutar tiene consecuencias para la salud, para el desgaste personal implica una sobrecarga de esfuerzo y trabajo, sobre todo para aquellas con dobles o triples jornadas” dijo ella en entrevista.
La Liga Peatonal explica que a partir del dominio del automóvil frente a las personas en las calles se han construido las barreras físicas y culturales. Ahora los y las niñas no pueden salir a jugar a la calle, ni a convivir en las plazas y se ha expandido la defensa del “derecho” al estacionamiento. Así se impone la idea de que la ciudad es para trasladarse y trabajar, no para vivir y disfrutar.
Además urbanistas expertos en la planeación de la ciudad como Jeff Speck nombran la comodidad y el interés como principios de un entorno caminable. La comodidad como sinónimo de una “sala de estar al aire libre” y el interés como “ signos abundantes de humanidad y caras amables”.
Reimaginar el espacio que nos han quitado
En un intento por visualizar una ciudad disfrutable cuatro personas hicieron una descripción del espacio público en el que les gustaría salir a pasear, estar y jugar. “Yo me imagino que literalmente llegue todo al nivel de los pies”, dijo Ana Lozano para resumir sus necesidades como peatona.
Complementó la imagen explicando: “que haya muchos camiones, o sea que pasen a cada ratito. Que haya mucha gente moviéndose. Me lo imaginé cerca del mercado, que haya comercio, gente vendiendo, cosas ricas. Me lo imaginé de día, con muchos árboles, sombras y lugares en donde sentarse”.
Lo primero que se le vino a la mente a Oscar José –el “Tuca” para sus amigos– al pedirle que imaginara un espacio disfrutable fue el Parque Alcalde en la forma en la que él lo vivió durante su juventud. Un espacio lleno de árboles y hasta con lago para remar. Con 68 años, jubilado y habitante de la Zona Centro de Guadalajara, el señor opina que espacios como ese se han perdido, que la ciudad ha cambiado y no para bien.
Sentado en una banca de la nueva Plaza Luis Barragán, en su barrio, dice “a mí no me gustó nada este espacio. Si empieza a llover no va a haber ni donde cubrirme, ni hay sombras para el calor. Además en la noche aquí está solo y bien peligroso. Las únicas personas que hay son personas en situación de calle que luego se ponen agresivas”.
El comentario da muestra de que en el espacio no se ha diversificado el uso de suelos, como lo recomienda la cooperativa Col·lectiu Punt 6 en su “Auditoría de Seguridad Urbana con Perspectiva de Género en la Vivienda y el Entorno”. La mayor parte de la zona está ocupada por comercios que cuando cierran dejan la plaza abandonada.
“Yo prefiero que en las calles pongan juegos para que la gente se quede, como las mesas de ajedrez, que los niños jueguen bebeleche como lo hacíamos antes. Siempre encontrábamos un espacio”, agrega el señor Oscar José.
Libni, una mujer de 33 años, mamá de cuatro niñas y que también estaba en la Plaza Luis Barragán coincidió con que hacen falta árboles y puestos de comerciantes. Lo que quisiera son entornos más visibles, porque siempre que sale con sus hijas tiene que estar muy al pendiente de no perderlas. Si los lugares por donde anda con ellas tienen esquinas o mobiliario que tapa la vista es más difícil cuidarlas.
Por último, lo que haría falta para que a Bernardo Sánchez le gustara salir a la calle son espacios sin obstáculos. “Donde no hay postes próximos, ni hoyos en el suelo. La gente no deja cosas en la banqueta, las guías podotáctiles no terminan frente a un bolardo, los árboles son suficientemente altos y reciben mantenimiento para no chocar con sus ramas y los carriles de las ciclovías tienen límites físicos para no caminar sobre ellos sin darme cuenta”.
A las personas les gustaría que hubiera más árboles grandes en las calles para que dieran sombra.
Bernardo, como una persona con discapacidad visual, necesita que las ciclovías siempre tengan límites físicos para saber dónde empiezan y terminan, y no caminar sobre ellas.
Oscar José piensa que estaría bien poner juegos para los y las niñas.
Fotografías intervenidas por Virutas
La coincidencia en el deseo de árboles se origina de los poquísimos parques y jardines que hay en la ciudad. Mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda un promedio de 9 metros de área verde por persona, el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG) tenía 1.4 metros por habitante hasta 2019, de acuerdo con la doctora en ciencias ambientales, María Guadalupe Garibay Chávez.
En las experiencias cotidianas lo imaginado significaría una mejora importante para las personas, pero también tendría implicaciones para lo que desean en el futuro.
Una de las aspiraciones de Ana es pagar una cirugía de vaginoplastía. Conscientemente se ha preguntado si es mejor ahorrar dinero desde ahora para eso, o juntar para comprarse un carro, que le permitirá acceder a la dinámica cochecentrista de la ciudad y por lo tanto, a mejores oportunidades laborales. Si el transporte público mejorara para conectar más espacios de la ciudad, Ana no tendría ese debate.
Libni quiere que sus hijas vivan más seguras y por eso se ha planteado llevarlas vivir a Estados Unidos, porque Guadalajara le parece muy peligroso. Si se construyeran entornos más visibles, vigilados y vitales en la ciudad, al menos podría disfrutar más cuando sale al parque con ellas.
Querer una ciudad a tus pies no es muestra de egocentrismo. Es un requisito indispensable para el disfrute, que en la movilidad cotidiana se vuelve la característica básica de la dignidad. Como enuncia la Carta Mexicana de los Derechos del Peatón, la ciudad debe construirse y adaptarse a las necesidades de las personas, más que ellas a la ciudad.