“De mi Wuili ya no más me falta recuperar un pie, una pierna y su mano derecha, ya vamos avanzando, pero hasta que me entreguen el último pedacito que me falta de él, hasta ese día voy a recoger su cuerpo”, así explica Cecilia -madre de Wiliams Omar Salinas Flores-, la decisión que tomó hace más de 19 meses cuando le notificaron que su hijo, desaparecido el 21 de octubre de 2019, había sido localizado en una fosa clandestina en enero de 2020.
Dejar a su hijo en las instalaciones del Servicio Médico Forense ha sido terrible, pero la violencia y la falta de capacidad de las autoridades jaliscienses la orilló a resolver así la disyuntiva que le plantearon, pues por política -le aseguraron- no podían entregarle incompleto el cuerpo de Wuili. Ella, por supuesto, no quería enterrar sólo una parte, así que decidió esperar por el todo.
El problema es que aquello que no tiene de su hijo debe ser buscado entre 789 bolsas con más 2 mil 176 restos humanos sin identificar, esto hasta el 30 de junio de 2021.
Cada una de estas manos, piernas, torsos y cabezas localizadas en fosas clandestinas les son presentadas diariamente, a través de cientos de fotografías forenses, a madres que como Cecilia, acuden al Servicio Médico Forense (Semefo) con la esperanza de identificar entre lo que fueron seres humanos, aquello que les hace falta de sus seres queridos. Obligar a hacer esto como único medio de búsqueda e identificación, señalan especialistas en acompañamento psicoemocional, es revictimizante porque con cada visita “se activa nuevamente el dolor y prolonga su duelo”.
Al respecto, Cecilia es clara: “Cada parte encontrada de mi Wuili, me hace recordar no sólo su muerte, sino también la manera cruel en que me lo mataron. Mi hijo no se merecía morir así”.
Informes periciales indican que la mayoría de los cuerpos localizados en fosas clandestinas en Jalisco, en los últimos cuatro años, están siendo segmentados hasta en 13 partes anatómicas que se colocan en bolsas plásticas para facilitar su traslado hasta los llamados sitios de exterminio. Lugares donde grupos criminales vinculados con el Cártel Jalisco Nueva Generación trasladan a sus víctimas para someterlas a tortura, muerte y exterminio.
Con ello, no sólo buscan borrar su identidad, sino también impedir que sus familias los encuentren, pues después de que una fosa es localizada, los trabajos de identificación del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF) pueden tardar entre 12 y 18 meses, ya que no hay personal ni recursos para responder a esta barbarie.
Esta segmentación de los cuerpos localizados en fosas clandestinas ha agudizado la crisis forense de Jalisco; estado que, desde el 2011, ha visto desbordado, en más de una ocasión, sus instalaciones, las cuales hoy en día albergan a más de 6 mil cuerpos de personas fallecidas sin identificar. Así que si de por sí era complicado para las autoridades jaliscienses lograr una identificación teniendo cuerpos completos, ahora que tiene miles de fragmentos, las esperanzas disminuyen drásticamente para las familias buscadoras.
Actualmente, los principales problemas que experimenta tanto la Fiscalía del Estado de Jalisco como el IJCF en materia forense son: 1) Falta de coordinación entre ambas instancias, 2) Carencia de personal calificado, 3) Existencia de registros incompletos y poco confiables sobre los cuerpos o partes de cuerpos que tienen bajo resguardo, y 4) Insuficiente presupuesto que se ha otorgado para combatir la crisis.
Es este contexto de violencia e ineficiencia institucional, lo que ha dado origen a la cruel decisión que deben de tomar quienes localizan a sus desaparecidos en forma segmentada dentro de bolsas que han sido halladas en, por lo menos, 118 fosas clandestinas.
Disyuntiva que implica aceptar la espera que proponen las autoridades para llevarse a su familiar completo, o pelear para exigir que les entreguen todo aquello que ya se haya logrado identificar, esto ante el temor de que extravíen a su ser querido dentro del Semefo.
Esa fue la lucha que dio Erika, madre de José de Jesús Mejía Ramos, “Pepe”, desaparecido el 11 de diciembre del 2019 en Tonalá, y localizado sin vida el 7 de enero de 2020 en una fosa en la población de Matatlán del mismo municipio. Ella supo que su hijo estaba en el IJCF, el 12 agosto de 2020; es decir, nueve meses después de la desaparición del joven y ocho desde que la autoridad mantuvo los fragmentos de su cuerpo en resguardo sin habérselo informado.
“Al principio fue bien difícil porque yo quería que no fuera así, yo quería tener a mi hijo completo, pero realmente cuando te lo entregan ni siquiera es lo que miraste en las fotografías, no sé cómo explicarlo, pero te entregan cualquier cosa que tienen ahí guardada por meses o quién sabe cuánto tiempo, un pedazo de carne que no le ves forma”.
Lo narrado por Erika forma parte del tortuoso proceso que decidió afrontar porque no quería esperar meses o años sabiendo que lo poco que logró identificar de su hijo estaba ahí solo en el Semefo con cientos de cadáveres más:
“Yo también quería a mi hijo completo, pero pasaban los meses y no encontraban lo que de él me faltaba. Fue ahí cuando pensé que la mejor decisión que podía tomar era pelear porque me entregaran a mi hijo así como estaba”.
Así fue como decidió enfrentar a todos los funcionarios que le decían que no podían entregarle incompleto a su hijo y que, además, justificaban esa negativa señalando que “así decía la ley”, pero ella investigó y supo que, en realidad, no había ley o reglamento que le impidiera pelear por lo que 20 pruebas genéticas asignaban eran su “Pepe”.
El resultado de su insistencia llegó el 27 de febrero de 2021, pues ese día logró recuperar una buena parte de su hijo. El resto, no sabe si algún día lo encontrará porque ya nadie trabaja en la fosa en la que fue localizado su cuerpo.
Esa misma situación enfrenta Cecilia, pues la fosa en la que se encontró a “Wuili” tampoco continúa en análisis, pero ella no piensa dejar de presionar para que se retomen los trabajos y, entonces sí, valgan la pena los 19 meses que ha prolongado su duelo.
“Para mí la justicia sería que me dieran completo el cuerpo de mi hijo, pues así podría tenerlo conmigo tal y como se fue. Sé que otras compañeras sí han aceptado lo que ya tienen de sus hijos, pero a mí me lo van a entregar completo”, explica Cecilia quien ha ido coloreando en una imagen del cuerpo humano que le dieron en el IJCF, las partes de su hijo que ya dieron positivo a las pruebas genéticas.
La fosa clandestina en la que fue localizado Wiliams Omar Salinas Flores se ubicó en una finca conocida como El Mirador II, en Tlajomulco de Zúñiga. De ese lugar, las autoridades extrajeron 70 bolsas en las que había 826 restos humanos que pertenecían a 106 personas fallecidas: 4 mujeres, 71 hombres y 31 desconocidos, según datos de la Fiscalía.
De estos restos segmentados, peritos aseguran que han logrado la identificación o pre identificación de 75 personas; una de ellas es Wuilli; sin embargo, sus cuerpos no han sido entregados a sus familiares porque la única opción que les dieron fue la de esperar hasta que pudieran identificarlos por completo.