Por Francisco Macías Medina / @pacommedina
Fotografía de portada por Leslie Zepeda / @lesszep2
En una clase reciente, se habló de la diferencia entre empatía e implicación. Siempre pensé que la actitud genérica de “ponerse en los zapatos de las otras personas” me ayudaría a acercarme e imaginar sus necesidades y realidad.
Una de las facilitadoras del curso con una discapacidad psicosocial y que es defensora de su comunidad, nos remarcaba más bien la necesidad de implicarnos para conectarnos con la historia de vida de las demás y “ponernos en juego nosotras/os mismos/as”.
Me hizo pensar mucho a propósito del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. Recordé el reclamo de las familias a la sociedad por no voltearlas a ver —de esto ya hace más de cinco años—, no escuchar y no acompañar los reclamos fuertes de justicia ante un gobierno insensible e inamovible en sus acciones de guerra y muerte.
Hice memoria de como los pañuelos que denunciaban las consecuencias inhumanas, tejidos amorosamente por grandes mujeres del Colectivo Bordemos Por la Paz, eran una introducción para comenzarnos a adentrar en un proceso que no podía explicarse desde una “normalidad” construida desde nuestros razonamientos o herramientas comunes.
Teníamos que soltar: miedos, explicaciones, supuestos conocimientos, inseguridades, etiquetas y estereotipos construidos por las autoridades y nosotras mismas como sociedad, para abrirnos a la relación con otras mujeres o familias que estaban en búsqueda de sus seres queridos.
La relación con ellas implicaba silenciarse para poder escuchar la profundidad de la injusticia, de la verdad y de su humanidad reflejada en el amor hacia las y los que buscan.
Involucrarse implicaba también compartir las emociones, ¿cómo validarlas en un contexto en donde nos han hecho creer que las personas no importan por sus propias condiciones? Solo a través de un camino de resistencia construido desde ellas
En el trayecto, como ocurre cotidianamente en todo lo que se mueve en nuestro país, aparecieron actores políticos multicolores y multidiversos como sus acciones. La aduana inicial del proceso con las familias hacía que sus lógicas, identidades y prioridades se revelaran o se desdibujaban hasta ocupar sitios que nada tenían de relación con la propia voz de ellas. Sin duda un gran antídoto actual contra la polarización.
Al final, muchas personas entre las que había personas artistas, activistas, académicas, periodistas, feministas, empresarias y hasta políticas, pasaron por un proceso personal, abandonaron sus supuestos y se abrieron a la relación con las familias que buscan a sus desaparecidos, en el cual su etiqueta anterior se transformó en acciones desde ellas y sus necesidades, lo cual significa “mostrarse insatisfecho con lo que pienso, veo y vivo, si no es con relación a las otras”. (Daniela Escallon)
De esa manera es como se puede construir con una esperanza doble: la que mira en los pasos que se tienen que dar, uno a uno y al mismo tiempo saber que se construye el futuro.
Ahora que las leyes y los mecanismos han avanzado en Jalisco, es momento de recordar este trayecto, para evitar confundir ruedas de prensa, estadísticas u otros medios con las acciones necesarias para superar esta realidad.
A las familias que buscan a sus hijos e hijas desaparecidos, les debemos el que sean luz de esperanza en medio del horror para no olvidar, reconectarnos como humanidad y hacer lo que nos toca.
Nos queda como pendiente el Estado y sus instituciones, sea para que sea funcional a esta lucha por la dignidad o evitar que siga profundizando y promoviendo la muerte. Es la siguiente cita.