Maroma
Por Liliana Sarahí Robledo / Integrante de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
Me gusta rodearme de compañías que no son físicas desde que permanezco más en casa por la pandemia. Para distraerme, decidí viajar para visitar la librería más amplia en contenidos en la región donde vivo y navegar por los estantes. Encontré diversos tesoros escritos y fotográficos que hablan de animales, cuerpos, paisajes, historias, conductas, sentires, locuras y materiales de expresión humana (música, cine, arquitectura…).
Como no tenía prisa, y los encargados me conocen, me senté a “dar un vistazo” a varios tomos de una revista de periodismo. Encontré una sección dedicada a los pueblos del Norte del país que se quedaron casi solitarios por las situaciones que se crearon cuando grupos armados irrumpieron en 2011. Mi piel se erizó al contemplar tejidos en una banqueta, un auto, una carretera: capturados para transmitir sensaciones. No acepto la idea de que las fotografías expongan algunos aspectos deshumanizantes; que ocupen ese espacio en la hoja, en la revista, en el stand de la librería y en otros sitios donde se expresan normalizaciones de las expresiones de violencias como imágenes homogéneas de la vida en algunas regiones de México. Para mí, ahora, aquí, en esta banca, no es aceptable.
En el pueblo donde radica temporalmente mi creación humana, hay presencias que incomodan en su ideal de tranquilidad para ir a misa con su abuelita, salir con sus amigos en bici a pasear, hacer los mandados que se le solicitan para la preparación de alimentos en la casa, creando mundos de ficción en sus juegos, conquistando escenarios del pueblo al jugar. En los escenarios de niñas y niños donde crean sus mundos de ficción en la acción lúdica. No quiero profundizar en los detalles de las presencias porque, creo, que podemos imaginar las expresiones de violencias que se manifiestan en nuestro país.
Una llamada telefónica irrumpió mi tarde diciéndome ¡Mamá, quiero que ya vengas por mí no me gusta vivir así! Mi hija se dejó llevar por la serie de emociones que genera una situación de incertidumbre que experimenta como niña cuando empieza a escuchar detonaciones. A través de la llamada traté de contener su angustia de hacerle saber que las cosas estarían “bien”. Los rumores entre los vecinos sobre un enfrentamiento, como ya ha ocurrido antes, se incrementaron y la angustia también. ¿Cómo “preparar” a una niña para una situación a la que ni siquiera yo sé cómo resolver? ¿Cuáles métodos son los “ideales” para el cuidado físico, el resguardo, y la interferencia de emociones que desbordan en una situación armada? Aún no encuentro las respuestas, pero espero que, para ustedes, lectores, les sirva el cuestionamiento. Que descubran cómo aceptar la deshumanización de la vida con tantas expresiones de violencias: el desborde de impulsos que sacuden al mundo en un sistema desigual de accesos y cada vez con menor sensación de libertad para la movilidad.
Usted, ¿qué recuerda de los trayectos de juegos durante su niñez? ¿Andaba por las calles jugando después de la chamba escolar? ¿Qué era lo que más disfrutaba de su “época? ¿Siente la misma energía por conquistar los espacios? Y si no es así, ¿qué le hizo perder el camino de descubrimiento? O, ¿qué lo limita a conquistar terrenos o crear trayectos?
Reconozco que mi vida lúdica durante la niñez fue privilegiada porque mis cuidadores se encargaban de que no faltara alimento en el hogar, un libro y un toque de locura. Tenía muchas libertades respecto a los terrenos de juego: podía andar en la plaza, en la tienda, en el cerro y en los márgenes del pueblo. Así, los límites de mi mundo eran los límites del pueblo.
Teníamos varias opciones para apropiarnos de los lugares, crear ficciones o ensoñaciones al momento de jugar. Son sensaciones que quedan marcadas en el cuerpo y en la memoria pero que poco volvemos a ellas. ¿Qué pasa ahora con tus hijas(os), alumnas(os) o la chaviza de tu cuadra, de tu edificio, colonia o pueblo? ¿A qué juegan ahora y cómo conquistan los espacios en estos actos? ¿Qué normas de violencia se expresan?
Creo que todos padecemos sensaciones de (in)seguridad, pero la experimentamos de manera diferencial. Por eso, como colectivo de niñeces manifestamos espacios de juego con cuidadores diversos para niñas y niños. Que se amplíen las posibilidades de imaginar y crear con la movilidad lúdica: conquistar espacios para transformar aspiraciones y métodos para la vida de las niñeces. Que el juego tenga cabida en los derechos que se estipulan para las niñeces. Que sea posible coproducir con niñas y niños aforismos para humanizar: crear espacios de paz destinados para jugar.