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Las enfermedades crónicas no transmisibles (ENT) son la principal causa de muerte en el mundo, su tratamiento es costoso y crónico. Incluye entre otras algunos cánceres, diabetes y enfermedades cardiovasculares. Entre sus principales factores de riesgo están el exceso de azúcar, sal y grasas que aumentan con el consumo de alimentos ultraprocesados
Texto: Delfina Torres Cabreros y Gino Viglianco / Bocado Latam
Fotos: Nacho Yuchark
Las mismas gaseosas, los mismos cereales, las mismas galletas, el mismo pan del desayuno, los mismos yogures: la región come cada día más igual. La homogeneidad arrasa con culturas alimentarias ricas y variadas, con territorios enteros que ahora están vaciados o bien obligados a producir lo mismo, y con la salud de los comensales cuyos cuerpos terminan forzados a adaptarse a un menú de excesivos nutrientes críticos —azúcar, grasas de mala calidad y sal—, repletos de aditivos que maquillan haciéndolos parecer comidas que no son. Yogur de frutilla sin frutilla, pastas de avellanas sin rastros de avellana.
De 2009 a 2014 la venta de ultraprocesados escaló 8,3% en América. Hacia 2019 sumó otro 9,2% de acuerdo con los últimos datos de la Organización Panamericana de Salud (OPS). Este incremento no es una casualidad, sino el resultado de una estrategia activa de las grandes corporaciones alimenticias, que ven a la región como la tierra prometida; el lugar donde puede reverdecer un negocio que en los países desarrollados toca su límite.
“Lo que realmente ha impulsado esta mayor agresividad para penetrar los productos ultraprocesados en Latinoamérica es la saturación de mercados en el hemisferio norte, donde alrededor del 50% o 60% de la alimentación son ultraprocesados. En Latinoamérica esa incidencia es de entre el 10% y el 30% entonces es posible crecer más”, explica Fabio da Silva Gomes, asesor regional en Nutrición de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Según un informe del Center of Science in Public Interest (CSPI), los mercados emergentes son fundamentales para cumplir con las metas de marcas como Coca Cola. En 2013, las operaciones fuera de Estados Unidos representaron el 58% de las operaciones netas de la marca y las ventas crecieron drásticamente en países como Tailandia, India, Rusia, Brasil, Ecuador, Guatemala, Vietnam y Argelia.
Pese a su promesa publicitaria, no es precisamente felicidad lo que nos trae el consumo sostenido de este tipo de productos. Hoy el 80% de las muertes de la región se explica por enfermedades no transmisibles (ENT) (complicaciones cardiovasculares, cáncer, diabetes y enfermedades respiratorias crónicas), que tienen entre sus principales factores de riesgo las dietas con exceso de azúcar, sal y grasas, los nutrientes críticos que aumentan proporcionalmente con el consumo de ultraprocesados. En América Latina las enfermedades no transmisibles crecieron un 26.7% entre 2000 y 2013. Hoy 3.9 millones de personas mueren cada año por estas causas evitables.
Pero la situación es todavía más alarmante en la infancia. Son los niños, niñas y adolescentes quienes más consumen estos productos. Una encuesta realizada en el sur de Brasil reveló que los ultraprocesados representan el 20% de la energía alimentaria en los lactantes de menos de dos años de edad y el 36% de la energía alimentaria en niños de dos a seis años, lo que explica por qué el marketing de las marcas se ensaña con niños y niñas: son ellos quienes engordan las billeteras corporativas, a costa de su propia salud.
La comida infantil aparece con una multiplicidad de opciones desde el inicio de la alimentación complementaria. Hay lácteos, jugos y galletitas destinadas a la primera infancia —en algunos casos con inscripciones como “mi primer Yogurísimo”—; productos revestidos de diseños que provocan ternura, modelan los paladares y generan vínculos afectivos.
Pero en realidad generan males. La obesidad en la niñez y la adolescencia ha alcanzado proporciones epidémicas en la región. Se calcula que 7% de los menores de 5 años de edad tienen sobrepeso u obesidad y en la población escolar (de 6 a 11 años) las tasas varían desde 15% (Perú) hasta 34,4% (México). En la población adolescente, de 12 a 19 años, los números van de 17% (Colombia) a 35% (México).
Las proyecciones de la OPS indican que si se eliminaran los factores de riesgo como el tabaquismo, el consumo de ultraprocesados, el sedentarismo y el consumo excesivo de alcohol se podrían prevenir el 80% de las cardiopatías, los accidentes cerebrovasculares y los casos de diabetes de tipo 2, así como más del 40% de los casos de cáncer.
¿Por qué, hasta ahora, la industria ha podido aumentar su presencia y transformar productos que eran considerados superfluos o de consumo esporádico en parte central de la alimentación cotidiana? ¿Por qué los padres y madres ofrecen sistemáticamente a sus hijos un menú de productos que pueden dañar su salud? El senador chileno Guido Girardi, principal impulsor de la ley de etiquetado en su país, no tiene dudas: “Porque hay una asimetría de información, un ocultamiento. Los sistemas de etiquetado que tiene la industria están hechos para que nadie los entienda y les permite poner basura dentro de un envase que parece saludable y afuera tiene animaciones, colores, formas de animales”.
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Este reportaje fue producido por la red de periodismo latinoamericano Bocado.lat, aquí puedes leer el especial