La Hilandera
Por Rosario Ramírez / @la_hilandera
Para nadie es un secreto que 2020 y su sorpresiva virulencia implicó que muchos nos hiciéramos cuasi expertos en la comunicación mediada por plataformas múltiples. Amamos y odiamos las horas en Zoom, Meet, BlueJeans, Teams; algunos revivieron Skype o aumentaron la frecuencia de uso de Facetime, y otros más hicieron de WhatsApp su oficina favorita (cosa que jamás entenderé ¡que alguien me devuelva la memoria de mi obsoleto celular!).
Estas plataformas nos han hecho experimentar de todo: el baby shower de los sobrinos que tanto esperábamos y amamos; el funeral de don Beto con todo y ritual de despedida a través de Facebook Live; el trabajo de campo y las meditaciones y confesiones sin abrazos; las graduaciones de los sobrinos; la caravana de amigas para festejar los quince de Regina; las noches de reunión mientras dábamos una clase involuntaria para hacer gomitas caseras; la posada y navidad con la familia a más de 450 kilómetros de distancia; el novenario de mi abuela y el de mi tía Imelda que se nos fue por Covid; el congreso y el seminario del 1 al 20 000; las noches de risas, chisme y contención en las etapas más graves del Covid de Gilberto; el examen de grado de Arce celebrado online y desde el cuarto de al lado; los viernes de señoras, y más recientemente una de las bodas más esperadas y emotivas en las que he estado. Todo a través de una pantalla.
Y más allá del montón de tesis y artículos que se escriben/an sobre esto, hoy, después de que en los últimos días se ha anunciado una aparente vuelta a ciertos espacios de la “normalidad de antes”, me pregunto: ¿realmente aprendimos algo? ¿realmente estamos listos para dejar de lado las medidas y las mediaciones para volvernos a ver? ¿cómo será eso?
A mi, francamente, la idea todavía me estresa, porque a pesar de que fue muy duro, el encierro voluntario prolongado sí dejó algunas marcas que todavía estoy descubriendo. Porque sí, soy privilegiada por haber podido hacerlo, pero ser freelance en medio de una pandemia te lleva a generar estrategias de sobrevivencia que te cobran muchas noches sin dormir e incontables horas frente a la computadora.
De ahí que me pregunto ¿este tiempo realmente nos ha hecho mejores personas? ¿nos conectamos mejor con otr@s más allá de lo online? quisiera pensar que sí a pesar del señor que se quita el cubrebocas en la tienda, a pesar de que el virus sigue ahí cobrando vidas y acabando con los fondos y la esperanza de montones de personas y familias; a pesar de todo, pues. Porque este tiempo también nos hizo sacar una parte tremendamente egoísta, porque mientras a unos les faltaba playa, a otros nos faltaba la familia, la salud o el oxígeno. No sé si aprendimos genuinamente a preocuparnos por los otros, todavía no sé cómo vamos a medir y a contar todo eso. Seguramente en unos años contaremos este tiempo como se cuentan las historias de la guerra, y diremos cuánto perdimos, cuánto ganamos y lo que aprendimos, pero creo que todavía no.
Ojalá todo fuera como elegir una lista de reproducción que suene a Tiktok. Ojalá todo se arreglara realmente como eso que místicamente se acomoda cuando ponemos el 40 aniversario de Juan Gabriel en Bellas Artes…