Columna MAROMA
Por Lourdes Limón / Integrante de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
Cuando se habla de infancia y juventud con adultos, maestros, madres, etcétera, parece siempre estar hablando desde “los viejos buenos tiempos” en donde todo parecía ser mejor y aunque esta idea pareciera válida cuando hacemos un análisis de los escenarios para las infancias y adolescencias actuales es importante también hablar sobre las violencias que experimentaron las niñas y las morras que sólo por su condición de género, y bajo la premisa del cuidado, vivieron también el miedo que atrapa a sus madres y padres.
Por ello, es importante que el adultocentrismo como un elemento más que complejiza los panoramas, los acercamientos y los cuidados tanto de ellas mismas, así como de las personas que las acompañamos.
El adultocentrismo pensado como la articulación de saberes y prácticas consideradas como verdades y siempre justificadas con el cuidado de las infancias y adolescencias, permite pensar en los territorios de niños, niñas y adolescentes como territorios de disputa por la verdad, la formación y la orientación, cuestión siempre mediada desde la mirada del adulto quien de alguna manera creé que las infancias le pertenecen, o también por la mirada del especialista que agrede e invade con sus discursos “científicos”, acallando la apropiación que los niños, niñas y adolescentes deben tener sobre sus propia experiencias.
Desde la Colectiva de Morras Resistiendo, Morras en Tonalá, Colectiva RESPIRA y Caminando Las Calles nos venimos preguntando: ¿cómo hacer para poder brindar herramientas de autocuidado y cuidado comunitario entre las morras, que por alguna razón cohabitan un territorio escolar, familiar, barrial, etcétera?
Esta pregunta nos ha permitido crear redes de apoyo comunitario, trazar caminos seguros, brigadas inmediatas de morras buscando morras, caminatas de apropiación y cuidado de espacios gestión y contención en problemáticas específicas.
Y, aunque muchos pueden pensar que el límite para la inseguridad son las paredes de una casa o el afuera de una institución que promete velar por el bienestar de las mismas (escuelas, centros comunitarios, albergues, instituciones de salud, etc.), la parte más complicada en el acompañamiento ha sido la violencia y las prácticas adultocentristas dentro de sus propios espacios familiares y escolares.
El último año, además, debido a la pandemia y el quédate en casa, sabemos que la violencia hacia las niñas, morras y adolescentes se ha incrementado.
Por ello, nosotras las adultas que acompañamos nos hacemos la pregunta: ¿qué estrategias les podemos brindar a nuestras morras o niñas, cuando las violencias se viven dentro de su hogar con un discurso adultocentrista y con el total pretexto del cuidado y cariño?
ESTAS SON ALGUNAS VOCES DE LA COLECTA:
Hola, soy una morrita de 17 años y tengo una larga experiencia con los tabúes en la sexualidad, el día de hoy me gustaría contarles mi historia con el sexting y ayudarlas con este tema si se sienten identificadas.
Todo comenzó con mi despertar sexual y así mismo el de mi pareja con la que sostengo actualmente una relación de 5 años en la que ambos somos de la misma edad (es importante mencionar esto) al vivir en una familia bastante conservadora milagrosamente si obtuve educación sexual, mi novio y yo teníamos una relación que no le agradaba a mis papás ya que consideraban que yo era muy chica para sostener una relación afectiva, no se nos permitía besarnos, ni abrazarnos por qué eso “despertaría nuestra excitación”, cosa que es totalmente normal y necesaria en la adolescencia, pero para mis padres era algo completamente fuera de lugar.
En fin pasaron los años y a falta de poder tener contacto sexual físico (ya que siempre se nos vigilaba) como las demás parejas(no necesariamente queríamos tener relaciones sexuales) comenzamos a desarrollar nuestra sexualidad en pareja haciendo “sexting” ambos en un ambiente de total confianza y sin comentarle a nadie.
Hasta que un día mi mamá me llamó para hablar conmigo casi llorando diciendo que estaba muy decepcionada porque leyó todas nuestras conversaciones, me dijo que no me daba a respetar y que cómo era posible que pasarán por mi mente cosas tan sucias.
Me dijo cosas muy hirientes que me marcaron como: “a ese paso vas que vuelas a ser una p%t@”,“siempre te dije que la sexualidad sólo se efectuaba con la persona con la que te casabas”, “yo a tu edad ni pensaba en hacer eso con tu papá, apenas y nos besábamos”.
Todo eso me hizo creer que lo que yo había hecho me hacía una mujer que no se estaba dando a respetar y que lo que había hecho era repulsivo y que condenaría mi futuro a acostarme con cualquiera.
Le creí y me sentí lo peor, me enteré que desde siempre revisaba mi teléfono “por mi bien y por qué dios la mandaba para sacarme del mal camino”, así nunca tuve una vida privada en ningún aspecto durante mi adolescencia, todo lo que hablaba lo espiaban y no tenía permitido tener contraseñas, todo esto por mucho tiempo me hizo creer que lo que hacía era sucio, algo pecaminoso, que si todos lo hacían es porque estaba mal, pero el feminismo y mis compas feministas me abrieron los ojos de que no era así.
Todas tenemos derecho de sextear y tener privacidad una vez que entramos en la adolescencia, obviamente, con todas las medidas de seguridad pertinentes, ya que eso nos ayuda a conocernos mejor y también a nuestras parejas.
Así que no se nos tiene que crucificar por eso o no tenemos creer que estamos haciendo algo malo, nuestros padres deben respetar y nuestros espacios, hablar de nosotros acerca de estos temas e informarse para aconsejarnos y brindarnos confianza sin la necesidad de espiarnos, pero sobre todo les hace falta ser más abiertos y entender que las adolescentas también somos seres sexuales, queremos experimentar y eso está bien.
Así que morrita, si te identificas con mi historia, ¡No estás sola! Muchas más de las que tú crees pasamos esto en nuestra adolescencia y quiero que sepas que sextear no está mal ¡Hazlo y conócete!
De manera segura y con alguien a quien le tengas 100% confianza para que sea una experiencia cómoda, no permitas que NADIE ni siquiera tus padres quieran hacerte creer que pierdes valor por sextear o que estás haciendo algo malo, si ellos no le pueden entender entiéndelo tú misma y busca medidas para tu privacidad sexual, vales mucho, recuérdalo.
Lídice Villanueva, Psicóloga y acompañante de adolescentes con perspectiva de género.
Recuerdo que en el 14º Encuentro Feminista de América Latina en Uruguay, las diversidades de mujeres no sólo eran evidentes por el color de piel, tamaño y acento, sino también la edad era un factor evidente que brindaba pluralidad.
En un momento de las jornadas un grupo de mujeres ancianas se quedó callado, después de escuchar los problemas que implicaba para ese entonces la misoginia online, tomaron la palabra diciendo lo siguiente:
“A nosotras nos toca enseñarles el camino que hemos recorrido, con aciertos y errores. Ahora nos toca sentarnos, callarnos y escuchar cómo ha cambiado las formas de ejercer violencia, nos informamos y las apoyamos”.
Pues bien, esas palabras resuenan aún pasados los años. Y ahora que las recuerdo y las coloco en mi contexto, descubro que las niñas y adolescentes necesitan ser escuchadas, sin interrupciones y sin correcciones, sus palabras tienen peso y validez por lo que a las adultas no nos toca juzgarlas.
Nos toca sentarnos, callarnos, escuchar y apoyar para trabajar con ellas desde la horizontalidad.
Fabiola Jiménez, maestra y feminista.
Ha sido una tarea ardua pensar en las diferentes herramientas emocionales, físicas y/o sociales que podemos brindar a las infancias y juventudes ante las violencias que viven en sus hogares, con sus familiares, pues estas personas adultas que les rodean consideran que su voz y deseos están por encima de los de los y las niñas y jóvenes.
¿Qué herramienta posible puede darse a la niña que su papá golpea?
No es responsabilidad de la menor desarrollar estrategias, es responsabilidad de la persona adulta; sin embargo, hemos desarrollado formas de acompañarles: escuchándoles, abrazándoles, ubicando espacios/ personas seguras en su ambiente, ayudándoles a identificar cuando alejarse, etc.
Estamos acá ideando nuevas formas para que se encuentren segures, pero debemos ser insistentes en qué la persona que es violenta debe hacerse cargo de su actuar y las personas que conforman su comunidad (familia, vecines, amigues, etc.) deben hacer frente y posicionarse ante las conductas violentas que observan se ejercen a niñes y juventudes.
Algunas ocasiones al acompañar infancias y adolescencias violentadas por los adultos que les deben garantizar cuidado, nos quedamos con la reflexión de si solo podemos estar con ellas para brindarles sobrevivencia, pero seguimos gestando espacios de RESISTENCIA con ellas.
Desde la Colectiva Escribiendo (nos) Resistimos les invitamos a que nos hagan llegar sus relatos o historias como morras que viven este tipo de violencias adultocentristas para poder acompañarlas; esto lo pueden hacer al correo: escribiendonosresistimos@gmail.com
#NoEstánSolas
#QueSeEscucheSuVoz
#SomosTodas