El gobierno federal pretende recuperar más de 600 mil casas de interés social que tras su venta quedaron abandonadas casi inmediatamente durante los últimos 20 años. Lugares donde algunas personas se organizan para vivir ante la falta de luz, agua y drenaje
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
ZUMPANGO, ESTADO DE MÉXICO.- En un mapa, estas colonias se ven de maravilla. Fraccionamientos simétricos, con trazas radiales y calles residenciales cerradas. Sin embargo, cuando se recorren, uno encuentra callejones fantasma, con filas de casas idénticas, abandonadas y saqueadas; también viviendas con las ventanas tapiadas con bolsas de plástico y sábanas por puertas, como si su descuido fuera una invitación abierta; y a veces, casas a las que sus dueños se aferran, por haberles dedicado más que dinero, tiempo y vida.
Hasta hace unos años, la versión oficial era que habían quedado deshabitadas porque sus dueños ya no habían podido pagar los créditos hipotecarios, sin embargo la pobreza en la planeación urbana, la mala construcción de los espacios públicos de muchas y la falta de servicios esenciales jugaron un papel muy importante. Al cierre de 2018, el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores, el Infonavit, contabilizaba cerca de 661 mil 942 casas abandonadas bajo estas condiciones en México, pero según un dato del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, la cifra podría llegar a 5 millones.
Las casas del fraccionamiento de Santa Isabel, en Zumpango, Estado de México, son un ejemplo de este tipo de lotes inmensos de casas que parecen hechas con el mismo molde, como cortadas de una caja de cartón para una maqueta. Su lejanía parecería ser su primer problema. Las construyeron en medio de la nada, tan lejos que la gente que aquí vive tendría que dedicar la mayor parte de su salario diario al transporte.
“Por eso hay mucha gente que no se viene a vivir aquí, porque el Distrito (Ciudad de México) está muy lejos”
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La que habla es la señora Ana, que vive en este fraccionamiento residencial desde hace más de 20 años. “El problema no es solo la distancia o el tiempo –en un buen día, este se puede reducir hasta 50 minutos de viaje– sino el gasto del pasaje, porque sí es muy caro. Casi diario son como unos 120 pesos para ir y venir”. Junto a la casas de la señora Ana, hay otras dos idénticas, pero abandonadas, en su calle esa parece ser la norma. “Cuando llegué, aquí no había nada de nada, ni agua ni luz había, pero el problema de los transportes sí fue muy grande. Al principio salíamos a llorar a ver si salía un camión”.
Cuando Ana compró su casa jamás pensó que la empresa que le prometió una vivienda con todos los servicios, Homex, la dejaría viviendo en un fraccionamiento sin terminar y sin los servicios necesarios. Eso provocó que mucha gente dejara sus casas, dando lugar a una invasión desmedida.
Ante el olvido, se oganizan
A unas cuadras de donde vive Ana hay una calle repleta de casas habitadas, pero no por sus dueños legítimos, sino por gente que necesita una vivienda y no tiene los medios para conseguirla. Algunos de los vecinos de Santa Isabel desarrollaron un método para detener esas invasiones, que a veces son aprovechadas por delincuentes.
Si alguno de los vecinos nota el menor indicio de que alguna persona ajena al fraccionamiento está viendo las casas vacías o merodeando, inmediatamente avisa a los demás, a veces por un grupo de Whatsapp, pero si el caso lo amerita, con un silbato. En silencio, desde sus casas evalúan y determinan cómo acercarse.
Así aborda un grupo de vecinos a este par de periodistas que recién dejan una casa abandonada y salen a la calle. “¡Buenos días! ¿Ustedes quiénes son o qué buscan? ¿Es suya la casa?”, dicen desde lejos. Después de un par de presentaciones, los vecinos empiezan a contar los retos que implica vivir en un fraccionamiento olvidado por los que lo construyeron, por el gobierno, y por muchos de sus habitantes.
“Jamás en la vida han venidos los dueños y ni se preocupan, mejor nosotros nos preocupamos por algo que no es de nosotros”, dice un señor de con una camiseta del equipo de futbol Cruz Azul, shorts deportivos y chanclas, que tiempo después se presenta como Raúl. De inmediato, es interrumpido por otra señora, en pijama de shorts y camisola sin mangas, toda de rosa, Iris Zita, se llama: “Ahorita por ejemplo que se viene la temporada de lluvias, el mosco, el gusano, la viborilla, y ahí estamos nosotros, limpiando, barriendo todo, escombrando”.
“Entre comillas, nos organizamos”, retoma Raúl, “porque no hay una estructura clásica, es más como un trabajo comunitario”, y como si hablaran al unísono, Iris Zita replica. “Es que es muy fácil, yo no voy a querer que crezca la maleza y se me pasen las arañas a mi casa. Así con la gente, si ven limpio, no corremos el riesgo de que vengan y se nos metan, ya si miran así desmontado, dicen, no pues aquí sí vive alguien.
“¡Si los árboles están podados por nosotros mismos!, porque había gente que se quería meter a las casas y se escondían en los árboles hasta la noche”, agrega Raúl.
Este grupo de vecinos cuida lo correspondiente a su “U”, como ellos le dicen a la forma de la calle en la que viven, que es solo una pequeña porción de unas 30 casas en un fraccionamiento de más de mil 500; ellos estiman que el 60 por ciento está deshabitado.
Homex: la constructora que huyó sin terminar la obra
Después de un rato de plática, los vecinos empiezan a hablar más sinceramente. “No somos de nadie, somos los abandonados”, dice enojada Iris Zita, que no se deja fotografiar por la vergüenza de estar en pijama. “El predio, dicen que ya se pasó al municipio. Pero parece que no es de nadie. Las boletas del predial no dicen que sean de Santa Isabel, dice que el fraccionamiento es otro”.
Es cierto, el fraccionamiento en el que vive no existe legalmente. A pesar de que paga predial, este viene con el nombre de alguno de los fraccionamientos de junto, así como el del resto de sus vecinos. Estos son los rezagos que la empresa constructora Homex dejó.
Otras empresas que no cumplieron
Este fraccionamiento, como muchos otros, fue construido por Homex, una empresa que junto Casas Geo o Urbi tuvieron un auge durante la primera década del siglo. Con la llegada de gobiernos del PAN empezaron a construir cientos de miles de desarrollos inmobiliarios por todo el país, pero con el regreso del PRI a la presidencia, quebraron. Muchos de los fraccionamientos, como el de Santa Isabel, quedaron abandonados, a medio terminar y con una carencia apabullante de servicios
En el fraccionamiento, hasta hace unos años no había tendido eléctrico, y fue después de que algunos vecinos desarrollaron uno propio, que llegaron los medidores, pero muchas de las casas no tienen. La red hídrica es deficiente y la de desagüe es inexistente. A veces, el canal de aguas negras que corre por el borde del fraccionamiento se desborda y deja una capa de suciedad líquida en los hogares de hasta 30 centímetros. Tampoco se tendieron líneas telefónicas, por lo que el único internet que llega es el satelital, o el de los celulares, aunque la señal es muy mala.
A pesar de que en el fraccionamiento iba a haber más de un plantel educativo, la constructora solo entregó la primaria. Tampoco el centro recreativo, cuya obra gris sin terminar se cierne sobre los restos del casco de la exhacienda.
“Aquí iban a hacer una alberca, ahí donde dice alto –la señora Iris Zita señala hacia el final de la calle –ahí en donde ya no se puede pasar. Ese terreno es de Homex, ahí siempre hay gente cuidando. Hay unos que cuidan donde debía estar la alberca y todo, pero no hay nada”. Esa, cuenta la señora, fue una de las razones por las que compró una casa aquí. “Mi hija estaba muy emocionada, decía que comprara cerca de la alberca, que ahí comprara la casa, que ahí, en el centro creativo le iban a enseñar a nadar”.
Iris Zita, habitante de Santa Isabel, Zumpango.
La perversión del Infonavit
Lo que pasó con el Infonavit es una desgracia, asegura con toda contundencia el arquitecto Luis Antonio Urias. “Es que no fue solo la corrupción, sino todo el esquema de un tipo de política neoliberal, que ahora está muy de moda el concepto. Se crearon una serie de medidas que beneficiaban más a la oferta de vivienda que a la demanda. Sutilmente, porque no lo dijeron, se convirtió en un organismo financiero, para mí ese fue el punto crucial”.
Luis Antonio Urias actualmente es profesor de la Universidad de Sonora y enseña las materias de Construcción e Historia de la vivienda en México, y desde que cursó en la UNAM dedicó gran parte de sus estudios a la construcción de vivienda social; incluso obtuvo un premio del Banco Mundial en 1989 por desarrollar un sistema de autoconstrucción remunerada.
“Si tú lees cómo se creó el infonavit, era una de las mejores instituciones del gobierno en México”, dice el también doctor en Arquitectura. “Pero, ¿qué pasó del tiempo de (Carlos) Salinas para acá? Lo convirtieron en una empresa financiera, que pensaba más en el dinero que en las personas. Antes del 92 en la ley de Infonavit no existía la posibilidad de que le quitaran a uno la casa por falta de pago, no se podía. Tenían que esperar a que volviera a tener ingresos, pero ellos, como crearon un organismo financiero, sí se autorizaba ese cambio”.
“Así empezó el Infonavit a quitar vivienda –continúa el profesor Urias–, pagó abogados, demandaron, sacó a las familias de su casa, pero resulta que no tenía la infraestructura para estarlas cuidando, para mantenerlas, y como el trámite de reasignación no era tan rápido, qué pasó con la vivienda, que Infonavit también las acabó abandonando”.
Al inicio de su operación, el Instituto de Fomento a la Vivienda, que opera con cinco líneas de crédito, privilegió una en la que el Instituto desarrollaba sus propias unidades habitacionales, pero a partir del cambio de 1992 esa desapareció y se abrió una nueva.
Se abrió la línea 2, en la que los desarrolladores construyen la vivienda y se la ofrecen al Infonavit, pasa por un proceso de autorización y el Instituto lo autoriza, que es el compromiso de pagársela al desarrollador, y el desarrollador es el que se encarga de llevarle la demanda al Infonavit (la gente que va a comprar las casas).
Sobre cómo solucionar un galimatías de dimensiones residenciales como este, el profesor Urias señala un punto que ha escapado a la visión de rescate que propone el gobierno federal: Saber qué pasó con las familias que vivían ahí y que fueron despojadas y después crear mecanismos de reasignación de vivienda para quien más las necesite.
El motor del aeropuerto
El 3 de marzo de este 2021 todas las patrullas que no habían pasado por el Fraccionamiento Santa Isabel aparecieron en un día.
“Hubo un operativo muy fuerte, vino el (director) de Infonavit y el (secretario) de Sedatu (la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano). Entraron como con 10 patrullas, y quién sabe si sea verdad o no, pero entraron, comieron, dieron vueltas y aquí se reunieron los de Sedatu, a puerta cerrada, con Gamboa (el presidente municipal). A nosotros no nos dijeron nada, pero lo que supimos fue que se había cerrado el contrato, que iban a levantar el fraccionamiento, lo iban a alumbrar, e Infonavit se iba a hacer cargo. Con los habitantes no hubo nada de reunión. A nosotros casi casi nos dijeron que no saliéramos de las casas. Había policías, estatales, municipales, Guardia Nacional y toda la primaria estaba custodiada”.
De acuerdo con lo anunciado por el titular de la Sedatu, Román Meyer Falcón, en los siete municipios que rodean el terreno de lo que será el nuevo aeropuerto Felipe Ángeles hay unas 250 mil viviendas abandonadas; tan solo en Tecámac y en Zumpango, debe haber unas 50 mil, de las cuales se planea rescatar un 40 por ciento. Además, desde la Sedatu se proyectó una parte del Programa de Mejoramiento Urbano especial a estos municipios, con la finalidad de generar empleos locales.
Sin embargo, a la par del anuncio del gobierno, parece desarrollarse una fuerza de mercado paralela, que podría acrecentar la especulación habitacional de la zona como consecuencia de la construcción del nuevo aeropuerto. Muy cerca del Fraccionamiento Santa Isabel está otro llamado Las Plazas, en el que sí se terminó el alumbrado público y la construcción de los espacios recreativos. Entre sus casitas abundan los negocios de autoempleo como reparación de computadoras, recauderías, pollerías y tiendas de abarrotes. En la entrada de Las Plazas hay un pequeño centro comercial en el que están las oficinas de una agencia inmobiliaria.
“Nosotros, en nuestro rubro, estamos viendo que mucha gente está buscando casas por acá”, dice Juan Mía, asesor inmobiliario. “Debe de haber un cambio. Todos lo esperamos, pero todavía les falta. Están trabajando día y noche, pero todavía les falta, de lo que estamos seguros es que el aeropuerto sí va a tener una resonancia económica en toda la zona”.
“Mucha gente está buscando quedar cerca y pues están buscando casas. Los empresarios, terrenos, eso buscan. Para construir hoteles, restaurantes, centros comerciales, todo eso. Esto tiene que subir. Va a subir a de menos que venga otro presidente y se lleve el aeropuerto a Toluca”.
Esta oficina se dedica a reubicar algunas de las casas que están desocupadas, pero de las que sus dueños siguen pendientes. “Yo busco a alguien que la quiera pagar. Si tú tienes un crédito infonavit, yo busco a alguien que también tenga uno y que quiera cubrir tu deuda y si llegas a, por decir algo, tener alguna ganancia, se te devuelve”, explica Ivonne Ramírez, otra de las asesoras del lugar. “Yo hago el trámite ante la dependencia y te digo: hay que sacar esto, esto y esto, hacemos el trámite. Tardo de 45 a 60 días. Ya después le digo a Notaría y se le asigna a otra persona que sí la quiera habitar, esa es mi labor aquí, dice con amabilidad, con tono de vendedora.
Viviendas abandonadas, opción para los sin techo
Zumpango es el tercer municipio después de Ciudad Juárez y Reynosa con mayor cantidad de casas del Infonavit abandonadas. Entre sus más de 13 mil viviendas en el olvido son comunes los letreros de Se renta, Se vende con colores carcomidos por el sol. Santa Isabel, con poco más de la mitad de casas abandonadas es un fraccionamiento habitable, sin embargo, hay otros como Santa Cecilia, donde la soledad parece solapar crímenes inaudibles.
Estos fraccionamientos están unidos por una carretera que no termina de desarrollarse, a las que en paralelo corre un sistema de avenidas laterales que se amplía. En medio de las avenidas, en los camellones de polvo, se levantan puestos de lámina como en un mercado improvisado. Entre el ruidero de los motores de la avenida, Guillermo Alcántara y un compañero suyo, esperan una reparación en una vulcanizadora que de lo enclenque, parece puesto de periodicos.
“¡Ah sí, todas estas casas están desocupadas y las dejan desvalijadas porque los dueños nunca vienen! Las roban, las vandalizan, se llevan las ventanas y les quitan toditito y venden las cosas y entonces ya nadie quiere habitarlas, porque sí está peligroso también”.
Guillermo Alcántara, habitante de Zumpango.
“¡Imagínate! Está tan fea la inseguridad que, ¡híjole! Yo que vendo licuadorcitas, cuando vivía de la torre para allá, ponía así una mesita y ponía mis licuadorcitas. Entonces que llega un cuate y me dice –Guillermo infla el pecho mete la barbilla y como si aguantara la respiración, con voz más grave, continúa– ‘No, que soy del Cartel Jalisco Nueva Generación y ¿qué crees?, que te voy a rentear’ –desinfla el pecho y prosigue–. ¡No pues, imagínate cómo está la inseguridad! Le dije que la casa no era mía, que me acababa de meter, que vendía poquito. Le dije que se podía llevar las licuadoras, que era lo único que se podía llevar. No las quiso y después se fue.
Guillermo habla animadamente, mientras cuenta cómo son los fraccionamientos circundantes. “¡Santa Cecilia!” dice sorprendido y su compañero exhala un tttssssss, como de pelota reventada. “No, ah sí está rete… yo vivo por ahí para que veas. La casa que estoy ocupando es una de las casas que están abandonadas, y le entra el aire polaco, por todos lados, pues. Porque no hay puertas, no tiene ventanas, no tiene tazas de baño, dejan el puro cascarón y ya pues tú le tienes que ir adaptando lo que puedas”.
Guillermo llevo dos años viviendo en Zumpango, y llegó aquí después de ser estafado por un político viviendero de Ciudad de México, pero explica la historia tan rápido que es imposible seguir los detalles. Como él, hay gente que ya tiene seis o siete años ocupando una casa.
“A esas casas la gente ya les puso puerta, ya la arregló, ya les puso barandal. Y digo, que esté abandonada, que la esté vandalizando la gente a que la habiten, pues”, después de un silencio, como si se acordara que la casa en la que vive no es legalmente suya, pregunta: “Y si vienen y sí arreglan, ¿qué va a pasar conmigo?”.
Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.