En Mercadito Flor de Luna en Guadalajara se comercializan de manera justa las hortalizas, alimentos no perecederos, artesanías, productos herbolarios de belleza e higiene personal, cultivadas por agricultoras de Jalisco y otros lugares del país. Todo es orgánico, artesanal y libre de los químicos tóxicos que ponen en riesgo la salud de las personas y el campo.
Este es el proyecto agroecológico y de economía feminista de cientos de mujeres rurales, que conscientes de las capacidades que les dan sus saberes tradicionales y sus geografías, luchan para salvarse a sí mismas y a sus tierras.
Texto y fotografías por Ximena Torres / @ximena_tra
En encuentro con sus capacidades, cientos de mujeres rurales han logrado sostener su vida a través de la agroecología y el feminismo. Sus saberes tradicionales, su geografía y el ser mujer, les han permitido desarrollar una economía autónoma para seguir luchando contra los agroquímicos que amenazan la vida de sus tierras, sus familias y de ellas mismas.
Su resistencia se traslada hasta Guadalajara en el Mercadito Alternativo y Solidario Flor de Luna. En este espacio ubicado en la colonia Santa Teresita se comercializa el trabajo orgánico y artesanal, que surge de las “manos y el corazón” de aproximadamente 350 productoras y productores integrantes de la Red de Productoras Jalisco Flor de Luna.
De lunes a sábado en el mercadito hay alimentos frescos, como: espinacas, lechuga, calabacitas y otras hortalizas cultivadas en Ciudad Guzmán, San Martín de las Flores y otras comunidades en donde familias enteras se resisten al uso de agroquímicos y a entregar sus tierras a empresas inmobiliarias.
Los alimentos no perecederos como el pan, la pasta, las tostadas, la miel, el café y las tortillas son producidos en los pueblos jaliscienses de Cuzalapa, Tapalpa, La Piñuela, Temacapulín y hasta en San Luis Pososí y Chiapas.
“Temacapulín es una comunidad hermana en donde tienen un proceso de resistencia muy fuerte debido a la presa “El Zapotillo” y las mujeres se están organizando para resistir la parte económica con las tortillas que comercializan aquí”, dice Eva Nelly Chaire Mendoza, una de las dos mujeres encargadas de la venta en el mercado solidario en Guadalajara.
También se comercializan productos herbolarios presentados en ungüentos, tés, maquillaje, desodorantes y microdósis. Estos provienen de Tapalpa, Ciudad Guzmán, Atoyac y Tuxpan, comunidades en donde la partería y el conocimiento de las plantas medicinales para la promoción de la salud se ha transmitido por generaciones entre las mujeres.
Las artesanías son hechas por pueblos indígenas de Chiapas, Guerrero y Jalisco. En total, quienes participan se encuentran en más de 20 municipios jaliscienses y otros estados del país.
El proyecto del Mercadito Flor de Luna surgió a partir del trabajo de otra iniciativa feminista: la Escuela para Defensoras Benita Galena. Esta asociación civil, que ha sido itinerante por todo México, fomenta procesos de educación y sensibilización entre mujeres rurales para que ellas se apropien de conocimientos y herramientas que les permitan tener una vida digna, con igualdad y sin violencias.
Desde hace más de 30 años el trabajo de la Escuela para Defensoras en Jalisco ha ayudado a mujeres de diferentes municipios a darse cuenta de lo que son capaces de hacer y crear en sus propios territorios y con sus propios saberes históricos. Así surgieron las cooperativas y colectivas de mujeres organizadas que conforman la Red de Productoras Jalisco Flor de Luna.
La tienda en la que se comercializa el trabajo de las mujeres organizadas se abrió el 24 de junio de hace cinco años. El mismo día de la Fiesta de San Juan Bautista, en la que varios pueblos mexicanos celebran el inicio del verano, de la temporada de lluvias y de la siembra. Tomó el nombre Flor de Luna en referencia a la relación de la cosecha y del ciclo menstrual de las mujeres con la luna, además de la planta de floración nocturna que lleva el mismo nombre.
Agroecología y economía feminista: más recursos para resistir
A partir de la apertura del Mercadito Solidario las comunidades que participan en él han obtenido más recursos económicos y políticos para resistir al despojo de sus vidas y sus territorios. Por ejemplo, a través de la agroecología, los y las productoras luchan contra la invasión de sus tierras por químicos fertilizantes y pesticidas que, como señala Eva Nelly, “son igual a enfermedad y muerte” para el medio ambiente, ellas mismas y su historia.
Si bien, los plaguicidas y fertilizantes son productos químicos que se utilizan en la agricultura para proteger los cultivos y “nutrir” la tierra, la Organización Mundial de la Salud (OMS) explica que son altamente tóxicos para los seres humanos y el medio ambiente.
De acuerdo con la investigación “Agrotóxicos. La mancha en tu comida” de Greenpeace México 2015 cuando los agrotóxicos son aplicados en cultivos, los alimentos los absorben y quedan impregnados en ellos hasta su consumo. Las mismas sustancias también pueden quedarse en el suelo, el aire o llegar a ríos, manantiales y acuíferos a través de los escurrimientos y la filtración.
La organización ambientalista también declara que es difícil medir el impacto numérico de los agroquímicos en la salud porque las enfermedades son multicausales, pero la exposición de plaguicidas está relacionada con el aumento de enfermedades neurodegenerativas, como: Parkinson y Alzheimer; cáncer de próstata, pulmón y otros tipos; y de otros efectos perjudiciales para el sistema reproductivo e inmunitario.
Los y las agricultoras y jornaleras, así como sus familias, son la población más afectada por su contacto directo con los químicos y por la precariedad laboral a la que muchas veces se enfrentan. Los químicos pueden estar presentes incluso en la leche materna de mujeres embarazadas, por lo que, los y las recién nacidos pueden padecer bajo peso y otros problemas de salud.
Según la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) para el medio ambiente los agrotóxicos significan la contaminación inmediata del suelo, aire y agua. Una de las consecuencias más comunes es la proliferación excesiva de algas debido a la presencia de fertilizantes. Este proceso conocido como eutrofización disminuye el oxígeno en los cuerpos de agua y provoca zonas muertas poniendo en riesgo a otras especies.
Por su parte, los pesticidas contribuyen a la muerte de diversos organismos sensibles y benéficos a los que no se desea afectar, pero que se encuentran cerca a los cultivos. Sólo en 2018, la Alianza Maya por las Abejas de la Península de Yucatán denunció que más de 326 colonias de abejas murieron en Quintana Roo y Yucatán, el estado con mayor producción de miel, por causas ligadas a fumigaciones aéreas.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) asegura que la agricultura desmedida y voraz “afecta a la base de su propio futuro a través de la degradación de la tierra, la salinización, el exceso de extracción de agua y la reducción de la diversidad genética agropecuaria”.
Por eso, para los y las productoras que abastecen el Mercadito Flor de Luna, la agroecología y el ecofemismo libres de agrotóxicos son una opción de lucha y resistencia para darle la cara a la invasión. Desde su perspectiva, en las manos de muchas mujeres está el cuidado de la tierra.
Además, el comercio circular y directo que mantienen con los consumidores les da ganancias más justas y que les permiten avanzar hacia la autonomía alimentaria, que según la FAO es la “capacidad para generar ingresos suficientes mediante la actividad agropecuaria para satisfacer las necesidades alimentarias”. Eso no se refiere únicamente a la capacidad de cultivar alimentos en una comunidad, sino también a disponer del capital necesario para comprar los que no se pueden cosechar en el ámbito local.
En el mercadito sólo se quedan las ganancias necesarias para los gastos fijos del lugar y para retribuir a las mujeres que trabajan ahí. No hay más intermediarios que busquen enriquecerse y gracias a ello cooperativas que han prosperado como Salud y Nutrición Esperanza de Vida de pastas en Tapalpa y La Flor de Atoyac de miel en Atoyac, Jalisco.
“Esa cooperativa de pastas artesanales tiene funcionando desde hace más 25 años y cada vez han podido invertir más en su proceso, creando nuevas pastas, dándole una presentación cada vez mejor a sus productos. Han crecido tanto que ahora tienen una huerta en donde siembran sus hortalizas y están haciendo todo su ciclo de producción, ya no tienen que comprar a otros proveedores” cuenta Eva Nelly sobre el proyecto de Tapalpa.
Los beneficios también son para los consumidores, pues los alimentos que llevan a sus mesas están libres de los agrotóxicos que debilitan su salud. Además, de que aportan directamente a la vida digna de los y las productoras:
“Como los alimentos están cultivados de forma agroecológica, son muy ricos. Yo preparo ensaladas con algunas hojas verdes y betabeles y casi nunca necesito ponerle aderezo porque el sabor de las hortalizas es suficiente. También creo que es importante apoyar el consumo y la producción local, crear economías circulares en la ciudad y las zonas periféricas para apoyar a los productores de la región” dice Maya Piedra, una de las consumidoras frecuentes del Mercado Flor de Luna desde hace ocho meses.
La canasta solidaria
Hace cinco años, cuando el mercadito abrió sus puertas, todas las mujeres involucradas dejaban sus productos con la incertidumbre de si se venderían o no. En la actualidad, aunque en algunas temporadas sólo se generan ganancias para los gastos fijos, la retribución a las y los productores no tarda más de un mes en llegar hasta sus manos.
La emergencia sanitaria provocada por el COVID-19 ha vuelto la situación más complicada para la Red de Productoras Flor de Luna porque su establecimiento sólo puede abrir medio día y han tenido que contratar empresas de transporte para llevar los alimentos desde los municipios hasta Guadalajara. Antes había una red de apoyo entre conocidos que trasladaba los productos gratis, pero ahora sus viajes están detenidos.
Sin embargo, como una estrategia para darle salida a las hortalizas y asegurar ganancias mensuales para las cooperativas y colectivos, se creó la canasta solidaria. Cada primer o último lunes del mes las dos mujeres que se encargan de la distribución en el mercadito arman un paquete de 13 alimentos de temporada que, hasta ahora, 60 clientes están comprometidos a consumir.
Hasta junio pasado la canasta tenía un costo de 350 pesos, pero a partir junio aumentó a 370 pesos debido a la situación de salud pública y a los nuevos gastos generados por el transporte.
El Mercadito Flor de Luna está ubicado en el número 1572 de la calle Garibaldi en la colonia Santa Tere de Guadalajara. Los productos que ahí se encuentran, además de ser saludables y ecológicos, representan la lucha de las mujeres rurales para salvase a sí mismas y a sus tierras.