Por Diego Vargas S.J. IDHUCA El Salvador
Las circunstancias socio políticas y económicas que atravesamos en nuestro país, El Salvador, exigen que distintas voces sean pronunciadas para mostrar la complejidad de una realidad que, de manera intencionada, a modo de estrategia discursiva política, se nos da reducida a fórmulas simplistas y absurdas. Muy cómodas, por cierto, para los oportunistas y muy desajustadas de la realidad. De ahí que los intentos filosóficos ―como el que propongo―también sean útiles para fortalecer un debate que, a veces de manera tácita y otras de forma explícita, se ha venido negando por parte de quienes hoy ostentan el poder desde el Ejecutivo salvadoreño.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador, y su equipo de gobierno ejercen el poder entre el cinismo y la estupidez. Sus acciones, en muchos casos ―y cada vez con mayor frecuencia―, van en contra del Estado de Derecho con total desfachatez, más propio de un autócrata o de un tonto que del gobierno de una República. Peor aún, bajo el amparo de la legalidad, manipula el derecho a su favor haciendo del Estado un Estado perverso. Cuando se construye discursos, o más bien, se lanzan ideas sin hilación que defienden lo anterior y se gobierna sobre ese sustento, la estupidez es una consecuencia inevitable: si atendemos a la etimología de estúpido, lo que atestiguamos es un gobierno construido entre la parálisis y el aturdimiento y una vez ahí, carente de pensamiento. O en todo caso, con un modo de pensar que oculta lo importante y fundamental, que mistifica y engaña.
Está claro que los argumentos ―falaces, las más de la veces―, que de parte del gobierno se esgrimen para justificar lo antes mencionado, son cínicos por antonomasia. No obstante resultaría en un error el detenernos demasiado en lo evidente del contenido, obviando lo obscuro de las relaciones que aquel contenido requiere o establece con la realidad. De ahí que sea importante, por ejemplo, evitar eufemismos de uso tan común, como verdad a medias, cuando lo que queremos decir es que el gobierno salvadoreño corrompe la realidad y miente reiteradamente en lo fundamental de sus propósitos.
¿Qué significa corromper la realidad y mentir en lo fundamental de los propósitos? La pregunta no es ociosa si lo que queremos es salirnos por un momento de los desgastados discursos políticos para volver con una mayor comprensión del problema que representa Bukele y su equipo de gobierno, o incluso, cualquier otro gobierno mientras sigamos entendiendo por política lo que ahora entendemos y actuamos. Aunado a lo hasta aquí dicho, “lo fundamental de los propósitos” no debe confundirse con los “intereses”, sean políticos, económicos, etc., porque valorarlos o especular sobre conspiraciones no le corresponde a la filosofía en su necesidad de saber y de proyectarse por medio de la razón.Diré algunas cosas sabiendo que la pregunta requiere respuestas más pacientes y largas:
El deshilvanado ideario del gobierno de Bukele es una transformación de la conciencia, es decir, un cambio en el modo de interpretar la realidad, un cambio de los conceptos o de los términos con los que se refiere a aquella pero deja intacta la materialidad concreta, la histórica realidad que sostiene el concepto; y más radical aún: olvida que para realizar el sentido del concepto se debe transformar la realidad que lo imposibilita. En otras palabras, si Bukele verdaderamente representa una novedad y un cambio, lo es en tanto que mudó el paradigma con el cual piensa la realidad. Lo que lo evidencia como un idealista y en ese papel, un encubridor y deformador.
Si lo que se hace es ocultar la realidad por su desfiguración, las acciones que se llevan a cabo bajo el presupuesto de aquel ideario, no solo resultan inútiles, sino repetición de un pasado que se quiere obviar y finalmente, pueden llegar a ser violentas. Si antes, v.g. ―parafraseando su discurso ante la ONU― el mundo real de la democracia ocurría en el complejo entramado de relaciones personales, institucionales y digamos, en las “analógicas”, hoy lo real del mundo ocurre en las redes sociales, sobre todo en su favorita.
La verdad real de esto es que, en El Salvador, lo que tenemos es una democracia disfuncional, rota, y una serie de actores (funcionarios, señores feudales, políticos extraviados y victimarios a todo nivel) y condiciones que impiden la participación efectiva de los sectores y clases sociales más bajas en los estratos más altos del poder.
Lo que ocurre en ese “nuevo mundo” no es la prueba de un cambio de era y menos el imperativo de modernización de la democracia (ni de la ONU), sino el síntoma de la incapacidad de entendernos, ponernos de acuerdo, respetar los puntos de vista diversos y opuestos mientras se prioriza y garantiza la protección de los más vulnerables.
La nuevo de la propuesta de Bukele, estrictamente sólo se comprende en el horizonte humano del devenir que Heráclito explicaba con la metáfora del río, pero en nada más. Ahora bien, atenidos a las palabras y acciones de Bukele y de sus funcionarios y defensores, su novedad es tan vieja que, consumidos por el vacío de sus argumentos y la ineficacia, giran inevitablemente hacia el autoritarismo y repiten, sin pena, la estética teatral de la bendición divina y del mesianismo autoproclamado. Como dije antes, el contenido no es lo central ni tiene tanto valor como evidencia de su mal gobierno porque lo que importa no es saber que así sucede, sino evitar que continúe ocurriendo.
Lo central y problemático es tanto la lectura binaria y maniquea de la realidad, como la ingenua representación de los condicionamientos históricos que arrastra El Salvador (la vuelta a la página de la posguerra o la superficial frase “los de siempre”, etc.), porque es a partir de aquí donde podemos explicar y prever que hechos como los del 9 de febrero (la toma de la Asamblea Legislativa), la desobediencia a los mandatos de la Sala Constitucional o su infundada venia para el uso de la fuerza letal por parte de la PNC y las Fuerzas Armadas, seguirán repitiéndose con mayor creatividad y violencia.
El cinismo y la estupidez, cuando están en el poder, requieren posturas serias para hacerle frente y librarlas. La nimia y frágil lectura de la realidad, hacen de Bukele y de su gobierno un peligro porque los cambios radicales, cuando se prometen sin fundamento, terminan siendo radical repetición de lo peor del pasado. Dice Ellacuría que:
“cuando un hombre no se preocupa de ella , o lo que es peor, cree poseer no poseyéndola, cae en el delito de inhumanidad y debe considerársele peligroso, sobre todo si está a cargo de otros o está a cargo del Estado”.