¿Cómo narrar todo lo que ocurrió en el Segundo Encuentro de Mujeres que Luchan (y el primero que organizan las zapatistas en su totalidad). Esta es una crónica por cuatro periodistas de diferentes edades y formas de ver el mundo. Esfuerzo colectivo por dar una visión caleidoscópica. En algo las 4 coinciden: la “tarea” pendiente es la autogestión.
Texto: Ángeles Mariscal, Daliri Oropeza, María Ruiz y Daniela Pastrana
Fotos: Daliri Oropeza y María Ruíz
ÁNGELES
I. Mi hijo tortea maíz, mi hija raja leña también
CARACOL MORELIA, CHIAPAS.- Ser mujer indígena, dicen los especialistas, es una doble desventaja en una sociedad capitalista, clasista y patriarcal.
Pero las integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se han rebelado a la idea de que “origen es destino”: sin estridencias, de manera apenas perceptible, hoy tienen tres generaciones que lo demuestran, aunque saben que el camino por recorrer aún es largo.
Guadalupe recuerda que ella y sus tres hermanas no fueron apreciadas por su padre, un indígena tsotsil que deseaba un hijo varón. Nació en 1979 en las cañadas, entre Altamirano y Ocosingo, una región donde se vivían cacicazgos y la población indígena y campesina estaba en situación de semiesclavitud. Eran los años en los que se empezó a gestar lo que en 1994 se dio a conocer como Ejército Zapatista de Liberación Nacional. El padre de Guadalupe se integró al movimiento y ahí cambió todo.
Cuando ella tenía 15 años participó como miliciana (militar activa) en el alzamiento. Y desde entonces, su lucha para cambiar las estructuras sociales y familiares no se ha detenido.
Miliciana, esposa, madre, hija, integrante de la Junta de Buen Gobierno de la zona, luego base de apoyo. En los 26 años que han pasado desde 1994, Guadalupe ha desempeñado diferentes cargos y roles en el movimiento zapatista. De ser monolingüe, pasó a hablar tres idiomas.
Su voz no ha dejado de ser suave, al igual que su trato. Este fin de año le tocó coordinar uno de los comedores instalados para los festejos del aniversario del alzamiento armado, en el Caracol 4, “Torbellino de nuestras palabras”.
La vida que llevé aún duele
La vida que llevó su mamá, y su propia infancia, aún le duelen. Lo demuestran sus ojos que se humedecen cuando habla de ello. Ya después que entró de zapatista “la situación cambió. Ahora tengo hermanos pequeños y ellos ya crecieron de forma muy diferente que nosotras (…) Yo tengo dos hijos y una niña; y no sólo le hago que trabaje mi niña, sino estoy educando que trabajen los tres. No sólo mi hija lave los platos, mis hijas e hijos tienen que hacer de dos trabajos. Mi hijo tortea maíz, mi hija raja leña también”.
Araceli, su hija, dice que desea viajar por otros países. Aprender. Conocer.
Guadalupe añade: “Es mejor ahora su vida que la mía, que la de mi mamá. Mi mamá sufrió más; de mí, la mitad. Ya mi hija está mejor”.
Reconoce también que dentro del movimiento zapatista aún no se ha logrado la equidad. “Existe de por sí compañeros que no entra en su cabeza los derechos de una mujer. Pero no todos, son algunos”.
La batalla interna
Daniela, otra miliciana del EZLN, coincide en que una de las principales batallas de las mujeres zapatistas, es la interna.
La meta de una mujer zapatista, dice Daniela, es seguir aprendiendo, ocupar todos los lugares que se pueda. En donde ocupan los hombres, ahí tiene que haber una mujer. “Que sea haga una costumbre que la sociedad de nosotros como zapatistas, hombres y mujeres en todo tenemos que ser iguales. Porque todavía nos falta trabajo que sólo lo pueden hacer los hombres, pero soñamos que algún día las mujeres sepamos hacer todo: entender, pensar y hacer”.
¿Cómo lograrlo? Lo primero, responde Daniela, “es convencerse una misma que sí puede hacerlo, “perder ese miedo”.
Qué falta, qué sobra
La omnipresencia de las mujeres zapatistas no es protagónica. En la distribución de cargos y responsabilidades, en las discusiones y tomas de decisiones, hay equidad.
Aún así, públicamente los voceros son hombres, y sólo han destacado mediáticamente las comandantas Ramona, líder moral del movimiento, y Esther, quien el 28 de marzo de 2001 pronunció el discurso del EZLN ante en el Congreso de la Unión.
Otras han dirigido los discursos de aniversario, o los encuentros con diferentes sectores. Quizá falte, como consideran ellas, perder el miedo, atreverse a hablar, ocupar más cargos y espacios públicos. Y quizá también sobren protagonismos masculinos.
Ahora, a ellas les toca la organización del Segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, que se realiza en el mismo caracol 4, unos días antes del aniversario del alzamiento.
Hablan poco, casi nada. De manera pública, apenas las palabras de bienvenida que dio la Comandante Amada, y las conclusiones del encuentro. Pero son omnipresentes. Miran, escuchan, graban, anotan cada una de las palabras que se dicen. Y mantienen la tierra fértil.
DALIRI
La esperanza
Esperanza es una niña zapatista. Está en medio de la cancha de fútbol improvisada. Las milicianas esperan en los márgenes. Luego, toman sus bastones y comienzan un performance con cumbia, tras el cual sólo quedan el silencio y la apreciación de las participantes.
Es la inauguración del segundo Encuentro de Mujeres que Luchan. Desde el templete, la Comandancia femenina y las integrantes del Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI) observan atentas.
Esperanza está sola con su muñeca de tela, en medio de la expectación. Un par de veces se va la luz. Ella se pone en cuclillas, enciende una vela y abraza su muñeca.
Las milicianas marchan a ritmo de cumbia y luego inician la formación de un caracol. Trotan en forma de círculo alrededor de la niña zapatista. La capa miliciana va creciendo mientras las uniformadas de pasamontañas hacen un espiral en torno a ella.
Las que quedan en la orilla portan un arco.
—¡Apunten! —suena la voz de la zapatista a cargo de la formación.
—¡Descansen!
Las milicianas reiteran la posición de ataque tres veces. Nunca disparan.
Son unas 500. La mayoría tiene entre 15 y 18 años. Los ojos y la estatura de las jóvenes revelan que apenas experimentan su papel dentro del EZLN.
Qué quieren las milicianas
“Nosotros los zapatistas no queremos violencia, lo que queremos que luchemos para que quepamos todos, que nos defendemos, nos organizamos. ¡Claro!, porque si nadie quién habla, nadie quién busca el camino que debemos cambiar el mal sistema, por eso nosotros dijimos que jalemos diferentes hermanos de diferentes lugares. Acabar con el mal sistema porque no nos quieren como indígenas”, explica Lucía, una de las coordinadoras del encuentro. Ella viene del caracol de la Realidad.
Todas las milicianas que realizan las formaciones alrededor de Esperanza tienen menos de dos años en el cargo. Todas eligieron ser parte de la milicia del EZLN. Y todas hablan de su voluntad de defender la tierra y defenderse como mujeres.
El mensaje de las zapatistas es que ya no quieren la violencia contra la mujer. Por eso Esperanza está protegida por las milicianas en un caracol.
“No queremos saber ya que siguen maltratadas, desapareciendo, hasta las dejan en pedazos, cosas del narcotraficante… Lo vemos mal nosotros. Si no vamos a organizar, si no vamos a defender, nos va a pasar esto. Pues denunciamos. Es la motivación de hacer el segundo encuentro… Que se organicen… ¿Cómo? haciendo movimiento, reunirnos, nadie va a venir por nosotros, nosotros tenemos que preparar”, dice Lucía.
Por eso, el eje de este segundo encuentro es la violencia contra las mujeres. En la inauguración, la Comandanta Amada dice que la defensa de las mujeres será con el propio cuerpo, si es necesario.
“Hermana y compañera: tenemos que defendernos. Autodefendernos como individuas y como mujeres. Y sobre todo, tenemos que defendernos organizadas. Apoyarnos todas. Protegernos todas. Defendernos todas. Y tenemos que empezar ya”, dice la comandanta en el micrófono.
“Porque nuestro deber como mujeres que somos que luchan es protegernos y defendernos. Y más si la mujer es una niñita apenas. La tenemos que proteger y defender con todo lo que tengamos. Y si ya no tenemos nada, pues con palos y piedras. Y si no hay palo ni piedra, pues con nuestro cuerpo. Con uñas y dientes hay que proteger y defender”.
Las mujeres participantes aplauden, se miran unas a otras, se abrazan (hasta este momento hay registradas 3 mil 259 mujeres y “29 crías”, de 49 países, porque cuentan a Cataluña y al País Vasco aparte de España).
“Más importante es la guerra política porque no queremos más violencia. Por eso aclaro: si nos vienen a exigir aquí el pinche empresario vienen a mandar aquí, con el tren maya que vienen encima de nosotros. Nosotros no queremos violencia, por eso estamos haciendo ese anuncio, nosotros no permitimos nosotros vamos a defender si nos provocan que sí quieren a la violencia, nosotros tenemos que defendernos”, explica Lucía.
Autodefensa
Quizá por eso, los talleres de autodefensa están muy solicitados, tanto en el entrenamiento matutino como en el conversatorio. Las mujeres que guían y comparten estos saberes aseguran que la autodefensa inicia en el modo en que te muestras al mundo, en cómo te paras y cómo lo afrontas.
Hablan de fortalecer el cuerpo, de tener conciencia de la corporalidad. Desde cómo saber gritar, cómo frenar la violencia con la mirada, con el cuerpo, cómo registrar lo que pasa en el entorno para entender cómo defenderte, individual y colectivamente. Sobre la importancia de saber desde dónde podemos actuar, ser conscientes de nuestras capacidades. De cómo defendernos, primero, de los machismos propios, y luego de los que nos rodean.
María de Jesús Patricio, vocera del Concejo Indígena de gobierno, recalca la importancia de la defensa: “Somos mujeres que necesitamos de la tierra, necesitamos comer, medicina. Entonces necesitamos siempre de eso que nos da vida que es la Tierra. El día que nos desprendamos de la tierra ese día quedamos solas y aisladas”.
Claudia Nuñez, instructora del arte marcial coreana Hwa Rang Do, explica que es importante “defenderte para que tu entorno sane”. Luego aclara: “la autodefensa no es ser violenta, es tener la seguridad de que estarás bien. Es ser mejor persona cada día. Saber que entrenar es para no ser una víctima más”.
Las jóvenes milicianas lo dicen en tseltal: scol tayel.
MARÍA FERNANDA
III. No estamos todas, pero no estamos solas
El Segundo Encuentro de Mujeres que Luchan es un abrazo de caracol para las mujeres que asisten. Las zapatistas abren un espacio a denuncias de violencias. Una a una, mujeres de distintas latitudes y edades denuncian las violencias que han vivido. A éstas les siguen gritos colectivos de apoyo y abrazos; algunos de parte de desconocidas, otros de sus amigas. Abrazos que brotan de querer dar cariño a esa mujer que abrió su corazón. Los testimonios, duros, se reproducen sin fin:
Estoy tratando de vivir sin el abuso de mi vida… Por más de que lo digas muchas veces nunca termina de salir… Yo sólo fui a divertirme, pero algún ojete dijo: ¡Ah, me voy a divertir con ella!… Yo no hice las cosas mal… ¡No estás sola!… No fue un suicidio… ¡Yo te creo!… Mientras yo no tenga el cuerpo de mi hija, mi hija vive…. Siempre son las mujeres las que nos levantamos entre todas… Ni una menos es justo mantenernos ni una menos. Entre nosotras apoyémonos… No estamos todas, pero no estamos solas… Llenarme de toda la fuerza de ustedes… Hasta modificar este sistema, hasta cortarlo de raíz…
A diferencia del primer encuentro, realizado en marzo de 2018, en éste las zapatistas no organizan talleres ni ponencias. El primer día, anuncian una mesa de denuncias para dar un espacio a la escucha. El segundo día, está dedicado a compartir ideas y experiencias para terminar con la violencia a la mujer. El tercero, es para actividades lúdicas, como cantar, hacer performance, pintar murales y jugar fútbol. Pero las zapatistas dejan claro que son las asistentes las encargadas de las actividades.
Los encuentros, siempre en transformación
Araceli Osorio, madre de Lesvy Berlín Osorio, dice que le gusta estar atenta a los mensajes que dan las zapatistas. Cada año son distintos. Para ella, el de este encuentro es una invitación a la autogestión y la autonomía: “Es la característica de este encuentro. El año pasado ellas nos dijeron qué espacios, qué actividades, qué horarios, y esta vez nos dejaron así, como: ‘ahí están los espacios, gestiónenlos’”.
El riesgo de reproducir la explotación
Berenice Torres, quien llegó a Chiapas desde Hidalgo y se integró a una comisión de mujeres que recolectaron y separaron la basura, cree que al movimiento de mujeres todavía le hace falta colectividad y sororidad. Las actividades de cuidado (comida, limpieza de baños y recolección de la basura) se dejaron a las zapatistas.
“Ellas nos abrieron las puertas y nosotras estamos respondiendo como la vez pasada (el primer encuentro). La disposición de las compañeras se fue convirtiendo en servidumbre. Se vio esta cuestión de ellas sirviéndonos a nosotras. Creo que las actividades de lavado de trastes y baños deberían de ser organizadas entre nosotras y nos falta mucho en ese proceso”.
Otra diferencia con el primer encuentro fue la convivencia con las mujeres zapatistas:
“El encuentro siempre es un espacio para converger como mujeres pero también para conocer el modo de vida de las zapatistas. Creo que en este encuentro no se alcanzó a ver todo lo que vimos en un primer encuentro y fue más de experiencias a nivel nacional e internacional. Como sea, es bueno tener un espacio para expresarnos”.
Elena, del caracol 11 Tulan Ka’u, explica que a este encuentro acudieron menos compañeras porque muchas están trabajando en los nuevos caracoles. En total, de los viejos caracoles asistieron 70 mujeres y del caracol al que pertenece, el 11, llegaron 26.
El objetivo
Esther, del caracol 7, Jacinto Canek, espera que este encuentro sirva para que la lucha de las mujeres llegue a más lugares.
“Sabemos que muchas mujeres viven violencia, no hay respeto. Nuestro objetivo del zapatismo es unir nuestra lucha, unir nuestra voz, hay que trabajar juntas para lograr la libertad de las mujeres.”
Ella tiene 24 años y una experiencia propia en el tema: “Alguna vez acepté un novio así pero después conocí su actitud y como me trató. Yo digo que es machismo porque cuando me preguntaba que a dónde iba, me decía que no saliera. Pienso que es machismo porque piensa que no tengo derecho a salir, pero después de que vi cómo era su actitud, lo dejé. Estábamos en la organización y decidimos que no queremos que nos traten como nuestros padres. (Las mujeres) no tenían derecho a salir, a estudiar, a ir a encuentros. Una mujer tenía que ser sumisa, quedar con sus hijitos. Ya es otro lo que queremos. Ahora una mujer puede ocupar cargos, de junta de buen gobierno, de choferas, de coordinación”.
Del encuentro, la joven dice: “Lo más importante aquí es que fue una compartición, es que estamos haciendo un intercambio y ustedes también traen otros aprendizajes pero esperemos que les guste lo que compartimos. Aunque fueron solo unas o dos palabras pero espero lo lleven en sus corazones y lo vayan a practicar en sus lugares también. Me quedo emocionada, nos dieron más valor, somos muchas. Pensábamos que para hacer un encuentro así era necesaria la presencia de hombres que trabajan, pero vimos que sí podemos hacerlo nosotras. Las mujeres están aprendiendo, estamos organizándonos”.
En el encuentro convergen diversas luchas. Pero la más visible es la lucha por la vida de las mujeres: un conversatorio sobre el feminicidio y la desaparición, una danza colectiva, una pequeña marcha nocturna y la presentación de dos cortos documentales realizados en Chimalhuacán.
Se escuchan las voces de mujeres que han perdido a sus hijas: Araceli Osorio, madre de Lesvy Berlín; Irinea Buendía, madre de Mariana Lima Buendía; Patricia Becerril, madre de Zyanya Figueroa Becerril (y quien comparte las instrucciones para dar un abrazo de caracol); Lidia Florencio, madre de Diana Velázquez Florencio; Sacrisanta Mosso, madre de Karen y Erick Alvarado Mosso; Gilberta Mendoza, tía de Aideé Mendoza, y Lourdes Arizmendi, madre de Norma Dianey García, desaparecida en Chimalhuacán desde hace casi dos años.
“Es la primera vez que vengo a este lugar. Cuando llegué me trajo muchas emociones encontradas. Yo soy de provincia, del estado de Morelos, de la tierra donde nació el general Zapata, a mucho orgullo y a mucha honra. Mi abuelo fue zapatista y estuvo en las filas del general Zapata. Mi abuelo nos enseñó lo que era la justicia. Por eso exijo justicia y justicia para el caso de mi hija Mariana, y venimos aquí ”, dice Irinea Buendía .
“Vine con la ilusión, considero que ustedes también, de cambiar todo lo que estamos viviendo, porque nuestras hijas, nuestras nietas no merecen seguir viviendo ese tipo de violencias. Yo espero que tomemos conciencia porque no es nada más de una, no es nada más de quienes hemos sufrido esas violencias y que nos han arrebatado a nuestras hijas. Yo sé que es muy difícil ponernos de acuerdo porque hay muchos intereses de por medio, pero finalmente tenemos que hacer algo, ese es el mensaje que puedo decirles”.
En el mismo foro Araceli Osorio pide a las asistentes: “El mayor compromiso que yo pido de ustedes es que vivan, sin miedo, por ellas, así, vivir viviendo y tenerlas en la memoria”.
DANIELA
IV. El (des) encuentro y la tarea
La ruta hacia los otros mundos posibles está flanqueada por botellas de Coca Cola. Son siete kilómetros, de Altamirano al caracol, llenos de basura a los lados de la carretera.
“Hace mucho que dejaron de venir a recogerla (en la municipalidad)”, me dice una mujer que lleva las ollas de los tamales a Altamirano.
Una conocedora de estos pueblos me dice que no son los zapatistas los que dejan la basura. Que lo que pasa “es que hay división en las comunidades”.
Eso queda claro, porque desde San Cristóbal para acá hay también muchos letreros de “Sembrando Vida”, el proyecto estrella del gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador, lo que él llama Cuarta Transformación de la vida pública y que aquí, en el encuentro, es cuestionada todos los días.
Pero esta basura es apenas la primera de varias imágenes que me provocan sentimientos encontrados en el territorio zapatista, al que no había regresado en los últimos 13 años.
Contradicciones
La ecología es un tema. Al segundo día del encuentro, unas mujeres reclaman por el micrófono que se está tirando mucha agua y que no se está separando la basura. La escucho mientras la insurgenta Hortensia nos sirve agua de Jamaica en un vaso de unicel (porque dejamos los vasos en la tienda de campaña), y de que la encargada del comedor en el que desayunamos, cerca de la radio, nos dijo que echáramos los restos de la comida en una ladera del monte. “Ahí viene luego Chucho (un perro) a comerla”, insiste.
Pero en la ladera hay plásticos y bolsas de Tostitos que no creo que se coma Chucho. No puedo evitar pensar que para ocuparnos de separar la basura, primero hay que tener comida en la casa.
Lo segundo que me inquieta es el enfoque de género. Porque si algo queda claro en este encuentro feminista es que hay muchas formas de entender las prioridades de la lucha de las mujeres.
Lo resumen las expresiones de las zapatistas que quedan al final de la jornada: “Es mucho sobre el aborto, pero ojalá que también hablen del Tren Maya”.
— ¿Ustedes no tienen abortos?
— No. Nosotros no los necesitamos.
No, ellas tienen hijos desde los 18 años. Como Jimena, una joven de 24 que anda con su bebé de dos años y cuenta que su hijo de seis es menos latoso.
Por eso, para ellas no es problema que el performance que protagonizan las milicianas, para abrir y cerrar el encuentro, tenga la música de “17 años”, la cumbia que muchas jóvenes de la Ciudad de México quieren que desaparezca del planeta.
La música es otro tema. El primer día despertamos con cumbias machistas, seguimos con canciones feministas (que cantan, sobre todo, las sudamericanas) y cerramos con un improvisado concierto que va de Mon Laferte (presente en el templete) a “seré la gata bajo la lluvia y maullaré por ti”.
El segundo día, la fiesta comienza con un perreo, como se llaman a un baile con fuerte carga sexual, donde canciones de reggaetón que rayan en lo misógino concentra al grupo más grande de jóvenes, mientras un puñado de mujeres ve en el templete documentales de cómo se organizan pueblos.
Mi tercer problema es la poca integración de las invitadas con las anfitrionas. Con excepción de las periodistas, muy pocas asistentes conversan con las indígenas, que observan en silencio las consignas y bailes. Unas pocas se acercan, curiosas, a escuchar, pero se quedan lejos de las actividades. La mayoría está trabajando en las cocinas o en los baños.
El cuarto es el de las propias mujeres que buscamos cuidarnos. El micrófono se abre a los testimonios y, como es previsible, la jornada se convierte en una gran catarsis. ¿Y luego? ¿Quién cierra las cajas de Pandora que quedaron abiertas? ¿Quién acompañará los demonios que deje la vuelta?
“Veo muchas denuncias, lo que no veo es la estrategia”, me dice Laura Carlsen, quien viene con su hija, que nació 14 días después del alzamiento de 1994.
El cambio
Me siento feliz de encontrarla a ella y otros rostros que acompañaron los primeros años del levantamiento. Me doy cuenta que no he visto, ni aquí ni en los festivales de cine y danza de hace unas semanas, a otros colegas que cubrieron la Marcha con 1, mil 111 pueblos a la Ciudad de México en 1997 o la Marcha del color de la Tierra en 2001, o las declaraciones de la sexta Lacandona. Unos murieron, otros están con la 4T, otros hacen telenovelas y documentales. Pero fuera las que vienen ahora son periodistas jóvenes que no tenían más de dos años cuando fue el alzamiento. La mayoría vinieron por su cuenta, usando sus vacaciones, y más atraídas por el movimiento de mujeres.
La quinta cosa que me provoca sentimientos encontrados viene de las propias zapatistas, que hilan un discurso en defensa de las mujeres a partir de una sentencia: “somos anticapitalistas y antipatriarcales”.
Mientras habla, unas chicas compran Coca Cola y Ruffles en una tienda de abarrotes.
No, no es un espacio anticapitalista. Ciertamente es un lugar donde se puede comprar un café a 5 pesos, un pan a 2 pesos, y un elote a 6, pero se paga con dinero, las frutas y los panes los traen de Altamirano, y los comedores tienen ganancias diferenciadas de acuerdo a lo que vendan.
El intercambio de productos parece más una kermes, donde las invitadas pasean con un extraño look de mujer zapatista — botas, playera de la causa, paliacate, cachucha bordada y aretes con pasamontañas — que nada se parece a las faldas enrolladas, sandalias de plástico y blusas con olanes que usan las indígenas encapuchadas..
Jimena me dice que cada grupo se organizó para vender sus productos y que no tienen mucha ganancia porque, al saber que venía tanta gente, en Altamirano triplicaron los precios.
Con todo, es fácil enamorarse de las mujeres zapatistas:
Son pequeñas (no rebasan del metro y medio), tímidas y tienen una voz dulce que alarga las vocales.
Descubren el mundo, como Rebeca, una mujer que ya tiene hijos adolescentes y que, al ver mi interés en la preparación de los tamales de bola, pregunta que si en mi pueblo no hacen tamales y me cuenta que ella no conoce la ciudad, ni siquiera conoce “la ciudad de Ocosingo”.
Es fácil querer a estas chicas de 15 años que portan flechas como Katniss Everdeen (si algo no cambia en los zapatistas es su habilidad simbólica), que pasean entre los puestos instalados en el suelo donde se venden mercancías de Coyoacán preguntando por mascarillas orgánicas, que se mueren de la risa al tocar la cabeza rapada de mi hija, o que marchan ordenadas con sus tuppers y su vaso por su comida, a la misma hora todos los días.
Es fácil sentir empatía por las mujeres que interrumpen un perfomance por las mujeres asesinadas para decir en el micrófono que por, favor dejen de fumar mariguana, porque aquí las mujeres zapatistas no permiten las drogas.
Que nos ayudan a cargar nuestras casas de campaña a la llegada y con su voz suave nos dicen que estamos bienvenidas.
Cada intervención de ellas hace aullar a sus invitadas con ese grito apache que ha convertido la fiesta del movimiento de mujeres. Sus cuatro propuestas al final del encuentro (ir a reflexionar las discusiones, defender a todas las mujeres violentadas y hacer una acción mundial con un moño negro el 8 de marzo) son aceptadas unánimemente por una plaza que no está muy interesada en el debate.
Lo que no está tan claro es que ese mensaje zapatista llegue a todas.
— Compa, ¿ha cambiado algo con este encuentro?, pregunta una reportera a la mujer de la “Mesa de Críticas”.
— Sí, la organización y el zapatismo nos han cambiado.
— ¿Ustedes que han aprendido?
— Las que tienen que aprender son ustedes, por eso está la mesa de críticas, para que si algo ven mal nos digan y también si ven algo bueno lo comuniquen.
El balance, al final, es positivo: este es el primer encuentro organizado totalmente por las mujeres zapatistas. Ellas hacen de choferas, cocineras, organizadoras, eléctricas. Una experiencia importante dentro de las filas zapatistas que este miércoles festejarán sus 26 años.
Aunque, como en todas las fiestas, los anfitriones, no participan de ella.
Lo que hicieron fue facilitar el espacio para que otras mujeres tengamos, por tres días, un espacio seguro para encontrarnos.
Lo que sigue, está en nuestra cancha.
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