Columna Polígrafa
Por Alma Varela / @Soulecito
Profesora de Español y Literatura; Lic. En Letras Hispánicas y Mtra. En Estudios de Literatura Mexicana, ambas por la Universidad de Guadalajara.
Ilustración portada: @not.dan
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Era 1928 cuando Virginia Woolf reflexionaba sobre la mujer y la novela; en esos días, la escritora emprendió una profunda reflexión sobre el proceso creativo y los modos de estar en el mundo de las mentes creadoras, particularmente las que se dedicaron a la literatura. Han pasado noventa años desde que Un cuarto propio fue publicado, y vale la pena preguntarse qué tanto han cambiado los escenarios desde los que Woolf diagnosticaba la incursión femenina en el mundo de las letras, no solo porque en días recientes la escena literaria de nuestro país ha sido tema en materia de género, sino porque el ensayo de Woolf, ofrece referentes desde los cuales mirarnos para saber en dónde nos encontramos.
En su libro, Woolf relata que acceder a algunos espacios de diálogo o estudio aún estaban restringidos para las mujeres solas, en el curso de su investigación, señala cómo hubo lugares a los que ella misma no podía ingresar, salvo, que estuviera acompañada de algún varón. Los espacios de estudio fueron reservados para la masculinidad porque desde épocas pasadas, la Edad Media por ejemplo cuando aparecieron las primeras universidades, estas fueron concebidas como espacios para hombres, de hecho, el estudio se inventó como asunto de hombres.
Más adelante, aborda el problema del patrimonio; la mujer no podía acumular riqueza, por lo que tampoco podía poseer nada, entre otras cosas, la libertad. Contar con un ingreso fijo y suficiente, apunta Woolf, es indispensable para el desarrollo de la creatividad pues, el dinero no solo es la garantía del sustento y la salud, es indispensable para dar lugar al ocio, y para financiar un espacio propio al que pueda dirigirse una persona que pretende pensar, estudiar y escribir.
Por otro lado, el libro propone imaginar ¿qué hubiera sucedido si en la familia de Shakespeare hubiera nacido una mujer con el mismo genio creador? La respuesta es, nada; porque en un contexto donde los estímulos intelectuales están ligados a la solvencia económica y la independencia, no hay forma de que una persona desarrolle semejantes habilidades para la creación. En el curso de la historia, las mujeres nacieron, vivieron y murieron sin nada, por lo que, fue consecuencia lógica que también estuvieran desprovistas de ideas; tal mujer no hubiera sido posible. Woolf augura esperanzada, que tal vez, transcurridos cien años, las mujeres lograrían un mayor desarrollo intelectual, porque serían capaces de obtener un ingreso que les permitiera tener un espacio para pensar y ser más libres.
Ilustración de Luz Novillo-Corvalán
Actualmente en nuestro país, los espacios de estudio son más incluyentes, y aunque sigue habiendo algunos donde la presencia masculina es predominante, cada vez más mujeres pueden estudiar, leer o escribir sobre lo que quieran y, aunque el ingreso sigue siendo difícil de asegurar, muchas de nosotras podemos jactarnos de no ser dependientes económicamente, por eso, cabe hacernos las siguientes preguntas ¿Qué sucede con nuestras ideas? ¿En qué pensamos? ¿En qué invertimos el ocio? ¿Tenemos un cuarto propio donde nos entregamos a la lectura, al estudio del mundo y la realidad que nos circundan?
Una de las aseveraciones más poderosas del libro de Woolf es cuando la autora, frente a una audiencia de mujeres universitarias, les recuerda que la libertad intelectual de la mujer estuvo más restringida que la de un hijo de esclavos en tiempos de la Grecia Clásica, y que ellas, ahí donde se encuentran, ya no pueden argumentar el no tener oportunidades para liberar sus mentes. Es por eso que les demanda que lean, estudien y escriban; que incursionen en todos los ámbitos del conocimiento, sobre todo, porque es necesario que emprendan un camino donde lean y analicen el mundo sin la determinación del género. Los hombres que lograron pensar y escribir grandes ideas, pudieron hacerlo porque, además de poseer los medios económicos, nunca enfrentaron la resistencia, el temor o el odio del otro sexo. Tampoco pensaban o escribían teniendo en mente su condición de hombres, simplemente escribían.
¿Qué ha sucedido con nosotras tras noventa años, particularmente en México? Es cierto, el acoso, la violencia y la muerte son términos lamentablemente vigentes y asociados con las mujeres en nuestra sociedad, pero, quisiera pensar particularmente en ese segmento de mujeres que ha podido vivir una vida más digna, libre y privilegiada. Pienso en ellas porque son las que Virginia Woolf creía que podrían escribir; intervenir en la vida pública desde un sitio donde pudieran abrazar el conocimiento sin reparar en su condición de mujeres como un defecto, como condena o un modo especial de ser. Sí, ahora escribimos más, sin duda tenemos obras de mujeres cuyo potencial intelectual está circulando a través de los libros y los medios electrónicos; pero todavía hay quienes consideran a las voces masculinas como los únicos referentes de autoridad intelectual, y pasan de largo las ideas escritas o enunciadas por mujeres ya para coincidir, ya para disentir.
Hace meses, cuando releí el libro de Woolf y me encontré con un grupo de mujeres, que desde las redes sociales nos llamaban a escribir (@EnjambreLitera, @PeriodicoSenora y @alejandraemeuve), a crear comunidades donde dialogar y dar cauce a nuestras ideas para seguir construyendo el espacio de la intelectualidad femenina; reconocí que el camino andado por esas otras mujeres para ejercer la escritura, me había dado la posibilidad de acercarme al estudio de las letras, y al menos, me debía el intento de colaborar con la emancipación y exploración de mis propias ideas. Quizá lo más valioso de ese llamado fue reconocer que nuestra experiencia del mundo, y de las mujeres que nos han formado, es necesaria para entendernos y honrar la encomienda de Woolf a “escribir para nuestro propio bien y el del mundo en general”. Hay que ejercer la escritura como una manera de compartir lo aprendido, de hacernos preguntas y entender lo que nos incomoda o amenaza; necesitamos acercarnos a los libros, sobre todo a los escritos por mujeres, para compartir dudas y sostener un diálogo desde el conocimiento y la apertura a los otros.
Quedan diez años antes de que se cumpla el plazo que Virginia Woolf nos daba para mirar la realidad sin la determinación del género, sin el filtro de la frustración, el odio o la dependencia. Diez años es poco tiempo para llevar a término una empresa de tal complejidad, pero vale la pena tenerla presente. Como dice Woolf, hay que transitar hacia una sociedad donde seamos mujeres que recogen la experiencia de la Humanidad desde una relación directa con la realidad; analizarla, modificarla y comunicarla, a través de nuevos códigos y dinámicas, que en definitiva, nos toca a nosotras concebir y promover.