#AlianzaDeMedios
Debemos dejar tanto de satanizar como glorificar el suicidio; quienes se quitan la vida no son cobardes, pero tampoco son los valientes guerreros que a veces se llega a romantizar; son seres que pasan cosas y toman decisiones al respecto, decisiones que pueden doler al grado de cambiarnos la vida
Texto Andi Sarmiento / Pie de Página
Foto Especial
Taste of cherry (El sabor de las cerezas) es una obra del director iraní Abbás Kiarostamí, donde nos presenta la historia del Señor Badii, un hombre que ha tomado la decisión de terminar con su vida y para ello, necesita la ayuda de alguien más. Lo que hace es ir por la ciudad manejando su auto en busca de alguna persona que acepte su trato: requiere que a la madrugada siguiente, la persona se dirija al hoyo donde estará su cuerpo y grite su nombre tres veces, en caso de este no responder, que lo entierre rellenando el agujero y en caso de que sí, que le de la mano para sacarlo, todo por una generosa remuneración económica.
Es una cinta que nos permite cuestionarnos hasta dónde tenemos control sobre la vida de los otros y nos detiene a reflexionar nuestras respuestas a veces automáticas cuando se habla de suicidio. Presenta un conflicto moral que da para extensos debates, pues por un lado, está el respeto a las decisiones ajenas sobre sus cuerpos y por otro, está la tendencia natural que tenemos a evitar la muerte. En este caso, los personajes saben que ayudar a Badii implica de cierta manera ser cómplices de su muerte, que aunque haya sido su voluntad los deja con una gran responsabilidad moral sobre la decisión; además, son personas que necesitan el dinero por lo cual es un trabajo para ellos, uno que requiere que replanteen sus principios para realizarlo.
En total recibe a tres personas individualmente en su vehículo, lo cual puede ser visto como una metáfora a las distintas etapas de la vida reaccionando ante la muerte.
El primero es un joven de la escuela militar. Este se sube al carro luego de que Badii le ofreciera un aventón; comienzan a platicar y mientras lo lleva por la carretera va conociendo un poco más de su vida, comprendiendo que le vendría bien el dinero por lo que concluye por contarle su plan. Entonces, el chico reacciona como probablemente lo haría cualquiera de su edad, con miedo y desde la ignorancia sobre el tema, pues la inexperiencia en estas complejidades hacen que el muchacho no sepa cómo reaccionar.
Badii sigue su camino y se encuentra con un seminarista, su segundo pasajero. Él ya es un hombre adulto por lo que la diferencia entre su madurez y la del chico es evidente a la hora de responder ante la situación.
Aquí, el discurso tiene otro enfoque. Ya no responde con el temor del anterior, más bien, lo ve desde su perspectiva religiosa. Hablando del tema plantean otro dilema, ambos desde el respeto siempre; uno propone que es un pecado atentar contra la vida y el cuerpo que Dios nos ha otorgado mientras que el otro exclama que también es pecado no disfrutar dicha vida. En ambas lógicas se plantea una existencia que gira en torno al mandato de una misma deidad, pero el mensaje de cada uno es completamente opuesto al del otro; entonces ¿cuál tiene más peso? ¿Existe algún entendimiento correcto sobre la vida y la muerte?
Posteriormente, llega el tercer pasajero, el Señor Bagheri. Un hombre mayor que el anterior y que el mismo protagonista; siendo sobreviviente de un intento de suicidio, procede a dialogar, o más bien, monologar su experiencia.
Le cuenta que en su momento, él estaba igual de decidido de partir, puesto que la situación estaba complicada principalmente con su matrimonio. Sin embargo, estando ya en la cima de un árbol, tuvo contacto con las cerezas de este y decidió probarlas. En ese momento, sintiendo ese sabor tan delicioso en su boca y analizando el paisaje, decidió bajar del árbol.
No cambiaron sus problemas, pero sí su recepción hacia ellos, debido a que esas cerezas se convirtieron en una razón para seguir. Aferrándose a eso, poco a poco fue logrando rehacer su vida hasta llegar al punto de formar una familia y después terminar en el coche de un desconocido narrando su historia años después.
Son pocas las cosas que todos tenemos aseguradas independientemente de cuál sea nuestro contexto, entre ellas, quisiera recalcar dos afirmaciones: siempre habrán problemas y también, siempre habrá aunque sea una cereza.
El tema es que estas no siempre serán tan visibles. Las adversidades pueden ser tantas que nos impiden vislumbrar algún fruto, pero en este mundo tan extenso y tan diverso, siempre hay uno. Igualmente, las emociones pueden cegarnos al punto de no notar el enorme árbol que podemos tener enfrente o incluso, como Bagheri, es posible que las hallemos hasta que vamos a tirarnos del árbol.
Hay que buscar nuestra cereza por nuestra cuenta, ya sea un objeto, una creencia o una persona; de alguna manera, parte del sentido de la vida es la continua búsqueda de un significado para esta. Tal vez no exista una meta definida, pero que al menos nos mantenga con vida la esperanza de encontrarla.
Entender que existen batallas que solo uno mismo puede transitar, mas eso no quiere decir que se deba estar completamente solo en el proceso sino todo lo contrario. Es fundamental que quien lo está viviendo tenga en donde recargarse, un refugio que le de la fuerza para seguir adelante y a su vez, es de suma importancia que quienes le rodean empaticen con su sentir y le hagan ver que verdaderamente no está solo. Nadie va a leer la mente de nadie y nunca sabremos con exactitud lo que siente el de al lado, pero sí podemos esforzarnos en que se sienta visible. Sin ponernos toda su carga emocional, siempre hay que estar al pendiente de quienes queremos antes de que sea demasiado tarde.
Parte de esta empatía está en asimilar que la otra persona tiene el derecho a querer terminar. Queda en cada persona lo que hace respecto a la situación, podemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para ayudar pero al final del día es una situación meramente personal. Para abordar el tema, debemos dejar tanto de satanizar como glorificar el suicidio; quienes se quitan la vida no son cobardes, pero tampoco son los valientes guerreros que a veces se llega a romantizar; son seres que pasan cosas y toman decisiones al respecto, decisiones que pueden doler al grado de cambiarnos la vida, que son difíciles para quienes las toman y para los que les rodeamos, complejas, pero decisiones sobre sus cuerpos al fin y al cabo, por lo que no se puede juzgar ni para bien ni para mal.
Podemos cuestionar los hechos que le llevaron a ello, a la sociedad que sistemáticamente no se hace cargo de la salud mental o incluso a nuestras mismas acciones, pero nunca a la persona.
Lo dicho es algo que propone el director con el final de la cinta, la cual comentó que fue su cereza. No importa el resultado de la decisión, sino todo lo anterior, el papel de cada personaje al estar al tanto de la situación. Tampoco es relevante el por qué de esta. Lo central es que es algo sobre lo que hay que intervenir, con escucha, acompañamiento y apoyo, pero asimilando que aunque nos pese, no podemos obligar a nadie a vivir.
El sabor de las cerezas está disponible en Youtube.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.