Pesimismo Esperanzador
Por Jorge Rocha, académico del ITESO / @JorgeRochaQ
Finalmente se concretó la reforma al Poder Judicial en México. Luego de una serie de enfrentamientos desde hace un par de años entre el Poder Ejecutivo Federal y algunos miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tanto la Cámara de Diputados como la Cámara de Senadores, aprobaron por mayoría calificada la propuesta de reforma constitucional de este poder, además la mayor parte de los Congresos Locales hicieron lo propio y finalmente se publicó en el Diario Oficial de la Federación el pasado 15 de septiembre.
Cuando este proceso comenzó, uno de los primeros debates era al respecto de la necesidad misma de la reforma. Para algunos opinadores y expertos, el Poder Judicial en México efectivamente era autónomo, funcionaba medianamente bien y si realizaba una labor de contrapeso político a los otros dos poderes. Admitían que habría cosas por mejorar, pero en general este poder funcionaba bien.
Por otro lado, hubo voces, que desde hace décadas expresaron que el Poder Judicial debía reformarse, que era necesario resolver dos temas centrales: la independencia de jueces y la grave impunidad que vive el país, que no es culpa sólo de este poder, pero que sin duda abona a que esto suceda. Además, la experiencia cotidiana de la gran mayoría de las y los mexicanos, es que en México la justicia no es justa, no es expedita, comúnmente favorece a los poderosos y además está llena de privilegios.
En este debate no hubo consenso y tampoco quedaron claros cuáles eran los puntos nodales que una reforma al poder judicial debería atender y resolver. El punto más controvertido de la reforma es la elección popular de jueces y magistrados. Sin duda que el voto directo es una expresión democrática, pero para el caso de la elección de quienes juzgarán casos de acuerdo a las leyes mexicanas, parece que habría un doble riesgo: el primero es que poderes políticos y fácticos influyan en la elección de jueces para imponer personas y por lo tanto favorecer sus intereses, el segundo que este mecanismo impide que las y los juzgadores del país lleguen a estos cargos por sus trayectorias, es decir la carrera judicial queda cancelada de facto. Efectivamente la elección popular puede romper cotos de poder, pero tampoco es un mecanismo que asegure que tengamos jueces autónomos y con capacidades comprobadas. Dicho de otra forma, se corre el riesgo de modificar todo para no cambiar nada.
Si atendemos a la frase de que en política la forma es fondo, en esta aprobación las formas fueron las peores. Las prisas por aprobar la reforma en quince días y que fuera un “logro” de López Obrador, provocó que no se debatiera a fondo un cambio tan importante y mucho menos se construyeron los consensos necesarios. El zafarrancho protagonizado por las y los senadores de la República fue lamentable y definitivamente que México no se merecía que esta reforma fuera aprobada de esta manera. Ahora sigue un largo proceso legislativo para hacer las leyes reglamentarias correspondientes y poner las reglas para el proceso de elección de magistradas, magistrados y jueces.
Una de las ausencias más preocupantes de la discusión y aprobación de esta reforma es la necesaria transformación de las fiscalías y los ministerios públicos. El grave problema de la impunidad también es provocado porque estas entidades, que pertenecen los poderes ejecutivos, no tienen autonomía, no cuentan con métodos científicos de investigación, hay documentados muchos casos donde torturan, revictimizan a las personas que sufrieron un delito, en algunos casos se ha comprobado la colusión con grupos de la delincuencia organizada y su actuación en general deja mucho que desear.
Hacer una reforma al Poder Judicial sin garantizar que los problemas que pretende resolver se atenderán y que no contemple otras reformas necesarias que lo complementen, nos pone en una situación de riesgo y de que se hagan cambios condenados al fracaso. Mucho han esperado mexicanas y mexicanos para contar con un Poder Judicial que si haga justicia, sería muy desafortunado que no lleguemos a buen puerto en esta tarea.
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