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Por Nancy Enríquez
Valentín, nombre que por seguridad utilizaremos para referirnos a esta víctima de los Esfuerzos por Corregir la Orientación Sexual y la Identidad de Género (ECOSIG), tenía tan sólo 13 años cuando decidió salir del clóset durante una cena familiar en la que estaban presentes primos, tíos y abuelos de su lado materno. Él, su hermano y su mamá vivían en unos cuartos prestados, por lo que en cuanto reveló su identidad de género y orientación sexual, después de burlas y golpes, lo corrieron, dejándolo en total desamparo.
Una noche de septiembre de 2001, recogió todas sus pertenencias en dos bolsas negras, salió de casa y caminó bajo la lluvia 6 kilómetros desde la comunidad de Santa María Nativitas, en Calimaya, hasta el Puente de Metepec, en este Pueblo Mágico del Estado de México, donde conoció a Violeta, la mujer trans que le dio un hogar.
“Llegué al Puente de Metepec triste y con mucho miedo, sin dinero, sin comer, sin ganas de vivir y me recogió una de las personas que más quiero en la vida, me recogió un transexual. Yo estaba sentadito, yo vi a una mujer guapa, enorme y se acerca y me dice ‘chamaquito, quítate de aquí’, agarró mis cosas y me preguntó ‘¿por qué traes tus cosas o dónde te robaste eso’, y le dije es mi ropa, me corrieron”, narró.
En la Guía de referencia para profesionales de la salud mental en el combate a los ECOSIG “Nada que curar”, señala que no siempre es fácil para las personas LGBTI+ comunicar su condición a la gente de su alrededor, pues si bien muchas personas reciben una respuesta positiva y de aceptación por parte de sus familiares, amistades, colegas y conocidos; otros enfrentan un serio rechazo.
“Me dice, ‘¿eres jotita?’ y le digo sí, ‘pues no te preocupes, chiquita, ahorita comemos’ yo no había comido desde las 3 de la tarde, me dio 50 pesos y me dice, ‘vete y pídete unos tacos ahí, pídete un café y me esperas, yo me he hecho dos tres clientes y ahorita vemos cómo te ayudo’ y le dije gracias”.
Después de algunas horas, Violeta regresó por Valentín y le pidió a un cliente que los llevara hasta su casa, desde ese momento, empezaron a vivir juntos. Mientras la mujer trans salía a la calle a trabajar, el pequeño de 13 años le ayudaba en los quehaceres de la casa, limpiaba, hacía la comida, lavaba la ropa y se mantenía al pendiente de quien se convirtió en su nueva familia.
“Terminó de atender al cliente y me dijo ‘sabes qué, la vida es así, ¿de qué te sirve llorar o para qué vas a llorar?, ya te corrieron de tu casa, ya estás solo, ya tienes que empezar a echarle ganas’, me quedé con ella, ella me recogió. Ese 7 de septiembre murió Valentín y nació Gabriela”.
Un año después, aproximadamente, Violeta sufrió una fuerte agresión en la que resultó gravemente herida, un cliente la apuñaló y perdió un implante mamario; ante la vulnerabilidad de su cuidadora, Valentín decidió integrarse al trabajo sexual para así poder ayudar en los gastos de la casa, pagar los médicos y medicinas que se requerían.
“Yo tenía 14 años, no tenía dinero para comer y tuve que empezar a prostituirme, tuve que empezar a trabajar de sexo servidora y es un trabajo tan feo, porque tienes que aguantar que te toque gente que te da asco, que te maltrata y que te violan, porque te violan. Te viola un briago, te viola un drogadicto, te pegan, te humilla, pero dime ¿tú qué hubieras hecho?, sola sin tener para comer, no te queda de otra”, narró Valentín con lágrimas en los ojos.
Valentín, bautizado por Violeta como Gabriela, narró con rabia que, ante la discriminación y la poca tolerancia que existe hacia las mujeres trans, se vio obligada al trabajo sexual, un trabajo que también las vulnera y las hace blanco fácil de violencia física, sexual e institucional, lo que las lleva a organizarse para cuidar de su seguridad.
“Fui una de las primeras que se pararon en el Bulevar Aeropuerto, al principio, éramos como seis, llegamos a ser hasta 36 y la gente piensa que prostituirse es fácil, pero no saben todo lo que hay detrás. Entonces me visto, me arreglo de niña, chiquilla, bonita, tenía el cabello hasta la cintura, de 14 años no me salía barba, no tenía manzana, pasaba como mujer de verdad, mi primer cliente me pagó 300 pesos”.
Valentín trabajó y viajó por varios estados del país y, después de 3 años, decidió regresar a Toluca. Una noche lo invitaron a un baile donde se encontró a la pareja de su mamá y padre de sus otros hermanos, quien lo llevó a la fuerza hasta su casa, donde recibió sermones sobre su comportamiento, su manera de vestir y por su trabajo.
“Me encuentra en un baile yo bien vestido de mujer, bien todo que ver, así con los mil trucos: la minifalda, la bota larga, el pelazo, el top de estrella. Me lleva con ella y mi mamá me dice que no está bien lo que estaba haciendo, te llenan la cabeza de que Dios te va a castigar, de que tú eres hombre, que no eres niña, de que el ser homosexuales es una grosería, o sea, me llenan la cabeza y me empiezan a llevar un grupo religioso”, comentó.
Un tío católico se involucró para “curar” la conducta de Valentín, convenció a toda su familia para llevarlo a una especie de retiro del grupo religioso “Cristo Vive” donde describe que vivió distintos tipos de torturas, lo obligaron a hacer cosas que lo deshumanizaron y, a 18 años de haberlas vivido, lo marcaron.
“La primera noche, el que daba las pláticas y el que te cuidaba, me violaron ese mismo día, pero no lloré porque siempre dije soy una guerrera, no lloré, me dolió más que me pegaron porque me dejaron hinchada la nariz y así con el ojo. Primero uno y luego el otro y luego el otro y bueno, repitieron tres veces y luego me encerraron en un cuartito.
Eran puros golpes, te pegan, te violan porque ellos pensaban que violándote se te iban a quitar las ganas, de que no fueras así. Una violación es una violación, sea para una mujer o para un hombre, si para una mujer es denigrante, imagínate para un hombre, le destrozas la vida, el orgullo todo yo tuve bastantes amigos que sí los violaron y se suicidaron ahí en el centro donde estuvimos se suicidaron tres, se ahorcaron tres chavillos”, narró tristemente.
La asociación civil “Cristo Vive” cuenta con 74 ministerios distribuidos en 24 estados de la República, así como casas de rescate en varios países de Latinoamérica, dos en Estados Unidos y una en Francia. En su página de internet ofrece el programa “Transformando vidas” de internamiento gratuito y voluntario; el cual consta inicialmente de tres meses.
Valentín no se internó voluntariamente ni gratuitamente, él recuerda que a la semana su familia debía pagar 300 pesos para sus alimentos, además de llevarle productos de limpieza que nunca le permitieron usar; las personas que estaban internadas, que iban desde niños de 12 años hasta jóvenes de no más de 19 años, tenían que trabajar haciendo manualidades o artículos que otras personas salían a vender.
Los tratos inhumanos que sufrió Valentín comenzaban a las 6 de la mañana, en un lapso de 25 minutos tenía que arreglar el pedazo de cartón que le ofrecieron como cama y la cobija con la que se cubría, bañarse a jicarazos con agua helada, vestirse para después desayunar un bolillo y un té.
“Cuando te iban a internar, te metían (a unos dormitorios) y veías, así como camas, una, dos, tres, cuatro, cinco camas, pero en realidad solamente era la pantalla. Te dormías en el piso, te daban dos metros de cartón una cobija y un cacho de esponja, esa era tu cama, y la tenías que recoger y tus cobijas lavarlas cada tercer día si no se secaban era tu pedo.
Nunca se me va a olvidar algo que le hicieron a un niño y a mí. Nos sacaron los vigilantes que cuidaban y el niño acababa de entrar, tenía dos días, me dice ‘¿dónde vamos?’, le dije, mira pase lo que pase tú no digas nada, cállate y mejor haz lo que digan y no llores porque si lloras te pegan”, narró.
Valentín le tomó la mano al otro niño y le siguió pidiendo que no llorara, “es rápido, si te aguantas y no dices nada, pasa rápido”, él recordó que prefería quedarse callado para no ser golpeado y no sufrir otras vejaciones, sin embargo, su compañero de este castigo, no se pudo recuperar del trauma y, unas horas después, terminó con su vida.
En este centro de internamiento se ofrecía a las familias una “terapia” de 20 sesiones después de las cuales garantizaban que serían curados; consistían en que durante los primeros 3 o 4 días de la semana, propinaban golpizas, insultos, violaciones, electroshocks, ofrecerles muy poca comida y condiciones insalubres; Valentín se escapó a los pocos días de haber sido ingresado, “yo no aguanté, yo me escapé”.
“Las terapias te las catalogaban, si tú llegabas al número 20 estabas curado. Duraban de tres a cuatro días y te dejan descansar dos días para que se te borraran golpes o cualquier cosa porque el domingo te tocaba visita de tu familia. De verdad, (otra forma de tortura a la que eran expuestos) de siete de la mañana a siete de la noche te acostaban en una mesa y te amarraban, te ponían unos audífonos con una repetición, diario, diario”, describió.
En esa grabación, comentó el sobreviviente de ECOSIG, repetían frases como “tú no eres homosexual, el ser homosexual está mal”; agregó que también fue expuesto a toques eléctricos, de acuerdo con lo que describió, parte de las agresiones era sentar a las víctimas en una silla, con los ojos pegados para que no pudieran cerrarlos y, por varias horas, los exponían a material fílmico, si se dormían, los electrocutaban.
“Me tocó la de los toques dos veces, en dos ocasiones, te sientan y te dan toques. Te ponen (algo en los ojos) para que no parpadees y te ponen a ver unos como documentales, y te sientan y si te duermes te dan toques. Me tocó otra que sí estuvo muy fea, no quiero hablar de esa porque sí estaba muy, muy fuerte. Entonces, iban por grados para que fueras curado”, dijo.
Quienes se denominaban expertos en estas terapias de la organización “Cristo Vive” manipulaban a las familias con ideas de recuperación, mientras que las víctimas se veían obligadas a aceptar que sí estaban enfermos y que, gracias a las terapias a las que estaban siendo expuestos, habían sido “curados”.
“Tú decías que estabas curado para que no te hicieran nada, yo creo que te engañabas o te mentalizabas tanto por tanto que decías ‘ay sí ya estoy curado, y cuando salga me caso con una mujer porque no quiero regresar aquí’, era más el trauma que la curación por todo lo que te hacían”, continúo narrando.
Él encontró la forma de escaparse de este centro de internamiento en dos ocasiones, la primera, salió huyendo a la casa de su mamá, sin embargo, al ver que no concluyó su tratamiento y siendo adolescente, su familia lo regresó, sin embargo, en cuanto pudo, esa misma noche, golpeó y amarró al vigilante de su grupo y volvió a escaparse, huyendo hacia Monterrey.
“Después de esas experiencias tan horribles aprendes mucho. Te lastiman demasiado y te mueres muchas veces, no le deseo a nadie que lo cierren en un lugar como en el que yo estuve. Es muy feo, si mi vida con la prostitución era fea, porque no es bonito la prostitución, los traumas o las cicatrices que te deja estar en un lugar de esos es peor”, concluyó.
Exorcizar al demonio rosa
Beto siempre ha sentido una especial admiración por la actriz mexicana; Lucia Méndez, desde pequeño quería ser como este ícono de la televisión de los años 80, por su fuerte personalidad, por su elegancia, porte y perfección femenina; además de la voz que posee.
Juan Alberto Pichardo nació en la ciudad de Toluca, es el primogénito de una familia conservadora, con una madre estricta y un padre que siempre lo apoyó; a los 4 años decidió que quería ser artista, que quería cantar y bailar como los integrantes de la agrupación musical Parchís.
“Mi mamá era la que me oprimía, mi mamá era la que me decía: ‘no, no, eso no está bien Beto’ y mi papá, en paz descanse, siempre fue como más ‘déjalo que se desarrolle deja si él quiere ser como Yolanda la ficha amarilla que sea Yolanda la ficha amarilla’, mi papá me dijo, tú sé lo que tienes que ser y nunca te dejes pisotear ni nada, tú eres muy especial”, explicó.
Además, compartió que, hasta la fecha, sigue sintiendo un grave rechazo por parte de su mamá y de su hermano menor, quien incluso, lo ha inculcado a sus hijos, descalificando las capacidades de Beto como actor, médico naturista y locutor.
“Yo siempre he sentido como que mi familia me ha rechazado, me han dicho ‘no recetes, no hables, no pongas, no digas que eres Wicca, no le digas a mis hijos, mejor quédate callado’, educaron a mis sobrinos como que diciendo tu tío no vale, tu tío no tiene validez, entonces sí vives en cierto momento esa situación de rechazo”, señaló con tristeza.
En la escuela, vivía bullying homofóbico; ante sus deseos de convertirse en un artista, compañeros y maestros lo agredían y le exigían abandonar sus sueños de convertirse en un artista, de bailar y de ser un día como Lucía Méndez.
“Yo cometí el error, yo les decía a los maestros, yo quiero ser una estrella. Yo quiero salir en la tele y quiero hacer telenovela. Yo quiero vivir ese mundo que a mí me gusta yo quiero ser como Parchís como Timbiriche y a mí no me importaba la primaria, a mí no me importaban mis compañeros ni jugar fútbol ni nada. Yo lo que quería era hacer teatro quería ser, pues tele mis papás, me apoyaron. Pero en la escuela era un ambiente cruel, incluso los maestros, como te digo, me humillaban”, relató.
En el documento “Bullying homofóbico: Características, consecuencias y recomendaciones”, publicado por la Fundación Iguales, explica que los jóvenes LGBTI son más susceptibles que sus pares heterosexuales a ser amenazados o heridos en las escuelas, alejarse de sus colegios por sentimientos de inseguridad, además de ser atacados física y sexualmente y ser víctimas de otros tipos de violencia.
En México, 27.2 por ciento de las personas encuestadas señalaron que, durante su infancia, hasta los 11 años, alguna vez los hicieron sentirse diferente a la mayoría de las niñas o los niños de su edad por sus gustos o intereses; mientras que 22.9 por ciento fue por suforma de hablar o expresarse y 27 por ciento por sus modos o manera de comportarse.
“Yo les decía a los maestros, yo quiero ser una estrella, yo quiero salir en la tele y yo quiero hacer telenovela, yo quiero ser como Parchís, como Timbiriche, los maestros me humillaban, me decían, no, tú no sirves. Recuerdo que hubo un concurso en sexto año, tenía otros amiguitos y les dije pues nosotros hacemos a Parchís y una maestra no me dejó, me dijo que esas porquerías no entran”, recordó con nostalgia.
Entre insultos, humillaciones, golpes y gritos homofóbicos, Beto logró terminar su educación básica e ingresó a la Preparatoria 3, Plantel “Cuauhtémoc”, de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex), donde se sintió más libre de ser él mismo, vestir de negro como los integrantes de Kiss, otro grupo musical que lo inspiraba y ser libre de mostrar su identidad de género.
Para estudiar la Carrera profesional en arte dramático, ingresó al Instituto Andrés Soler, en la Ciudad de México, donde “salió del clóset”, gracias al apoyo de sus compañeros y maestros y ahí, una obra que tituló “Cada quien su vida”, conoció a un joven 5 años mayor que él, que se convirtió en su crush, ambos originarios de la capital mexiquense, comenzaron una relación.
“Después de sentirme tan rechazado cuando llego a la escuela de teatro todos mis compañeros me amaron, cuando salí de clóset me hicieron un pastel con un arcoíris. Fue una cosa muy bonita que me compensó un poquito el dolor que yo andaba trayendo.
Se vuelve mi pareja en Toluca, se podría decir que sí mi primera pareja, obvio saliendo del clóset abiertamente. Estábamos muy contentos los dos al principio, estábamos haciendo la obra de teatro, nos está yendo muy bien en las temporadas, en fin, pero él tenía un problemita ahí, su mamá y su hermana eran cristianas”, narró.
El novio de Beto era muy devoto de la Iglesia Cristiana, por lo que él comenzó a integrarse a la congregación y, para no llegar solo, invitó a su prima, acudían juntos a cada una de las misas que se celebraban, siempre fiel a su identidad y personalidad, en cada servicio los primos vestían de negro con detalles “góticos”, llamaban la atención de los otros feligreses.
Un año después, narró, el pastor de esa comunidad comenzó a acercarse a Juan Alberto, le preguntaba sobre su familia y su posición económica, para solicitar el pago del diezmo, también para ganarse su confianza y, en otra ocasión, para preguntarle a qué se debía su felicidad, para saber qué era lo que le motivaba esa alegría.
“Yo, pues acababa de salir del clóset con mis compañeros, el pastel y todo. Yo quería que (todo mundo supiera) y yo en mi inocencia, sí le dije pues es que ando con fulano de tal, lo dije abiertamente así natural sin ningún problema pensando en que estaba con gente empática, gente que te ama, gente que tiene un pensamiento de hermandad.
Le dije al pastor, pues sí, es mi pareja y nos queremos y no me van a separar de él; le hablan por teléfono a mi pareja, y eso fue un golpe muy muy bajo porque en ese momento él niega todo, o sea, lo negó. Dice no es que es al revés, es él el que me anda acosando”, explicó.
Con voz nerviosa y un notable cambio en su semblante, Beto recuerda que de la nada, salieron varios hombres que lo metieron a una habitación alterna al templo y, ahí lo tiraron en el piso, sujetándolo con fuerza de pies y manos, casi a punto de fracturarle los huesos, comenzaron a golpearlo, mientras que a su prima, también la golpeaban.
“Todos empiezan a hacer oraciones, me agarraron y me empezaron a preguntar, y empiezan a hablar en lenguas y empiezan a orar y te pegan. Yo me acuerdo de que yo me quería defender, o sea, ya no quería que me pegaran. Quería que me dejaran en paz y sobre todo el dolor que yo tenía en ese momento de que mi pareja me negó y me dejó solo.
“Decían ‘vamos a tratar de sacarle el diablo, vamos a tratar de sacarle al enemigo’, decían mucho que el demonio sodomita, demonio sodomita rosa, y es complejo porque la violencia para ellos se les hizo normal y fue literal o te renovamos o te reinvertimos tu preferencia sexual o te matamos, cualquiera de las dos cosas va a pasar”.
Mientras seis hombres seguían sujetándolo con fuerza y otro más golpeaba a su prima, el pastor continuaba rezando y salpicándolo con agua bendita; Beto intentaba defenderse y cualquier sonido que emitía de dolor, lo justificaban diciendo que el supuesto exorcismo estaba funcionando.
La esposa del pastor participó en esta violenta práctica con preguntas como “¿qué hacías de niño?”, tratando de justificar la golpiza a Beto mientras concluía que su gusto por Parchís, por Kiss o su admiración por Lucía Méndez lo hizo homosexual.
“De ahí se fueron, ‘pues es que Kiss, pues vean esos hombres que salen con el torso desnudo y que son glam’ y que no sé qué y fue cuando dije que yo quería ser como Lucía Méndez y fue cuando el pastor dijo ‘ahí está, demonio rosa de la sodomía de Lucía Méndez’, lo dijo así literal es un demonio esa mujer que es un demonio que está haciendo a los hombres homosexuales”, dijo.
La privación de la libertad y la tortura continuaron por varios minutos más, mientras más emitía sonidos como gruñidos, más golpes recibía en el estómago para que le “sacara el demonio” que se había apoderado de su cuerpo; en todo ese tiempo, Beto estuvo consiente, no se desmayó intentando liberarse de sus captores, hasta que su prima pudo liberarse, lo jaló y, finalmente, pudieron escapar.
“Ya me dejaron libre, de hecho, no sé, yo creo que a lo mejor sí me hubieran matado o no sé, a lo mejor sí, en algún momento dado quisieran matarme, era matarme o curarme”, sentenció.
Al salir corriendo de esa iglesia cristiana, Beto recordó que el pastor le gritó que tenía que regresar a terminar con su proceso de “sanación”, pero nunca regresó, al regresar a su casa, su padre se dio cuenta de los golpes que llevaba en el cuerpo, por lo que inició un proceso de demanda, sin embargo, al cabo de tantos años, ese delito quedó impune y los agresores siguen en libertad.
Derivado de esos hechos tan violentos que vivió el titular del programa que se transmite por YouTube, “Noches con Pichardo”, sufrió el miedo de que las personas que lo agredieron regresaran a buscarlo, tenía miedo de perder la vida y, con el paso de los años, decidió inclinarse a otros cultos como la religión Wicca y especializarse en la medicina natural, en la naturopatía.
Actualmente es conductor de radio, televisión y redes sociales, sigue actuando, tiene un consultorio y sigue trabajando en los traumas que le dejaron ese exorcismo y el constante rechazo que ha vivido desde temprana edad.
Del dolor y la discriminación al activismo
Máximo Abundio Muciño Vázquez nació el 11 de mayo de 1982, en el marco de las erupciones del volcán “El Chichonal” en Chiapas, de ahí viene el sobrenombre con el que familia y amigos lo llaman cariñosamente como “Chincho”; a los 11 meses de su nacimiento, su madre falleció y quedó al cuidado de sus abuelos paternos, creció con una de sus primas, jugando con ella a las muñecas; descubrió su identidad de género.
El activista originario de Calimaya narró que, desde los 3 años, recuerda cuestionar el enojo de los adultos ante sus ganas de jugar con los juguetes hechos “únicamente para niñas”, de esta manera se fue percatando que él y sus gustos se salían de lo ordinario y, al no ser reconocidas dentro de lo “normal” empezó a escuchar palabras que lo denigraban por compañeros y maestros en la escuela.
“En quinto año yo tenía un compañero y él me picaba abajo (de la banca) y yo le decía no, yo me sentía incómodo con lo que él hacía. Una ocasión, cuando íbamos entrando a la escuela, me acuerdo bien de que estaba su mamá en la puerta, le dije señora buenas tardes, me dio una cachetada y me dijo que estaba enfermo”.
Esa fue la primera vez que a Max le llamaron de esa forma, por lo que a los 10 años intentó suicidarse, recordó que llegó a su casa e ingirió una gran cantidad de medicamentos; afortunadamente, su abuela paterna llegó a tiempo y evitó que el niño se intoxicara.
En una segunda ocasión, a los 12 años, lo volvió a intentar ya que el bullying, los malos tratos en la escuela y en su entorno continuaban, además, la pérdida de su madre le seguía pesando. Sin embargo, pese “a la gran losa que cargaba en su espalda”, a esa edad decidió trabajar y hacer algo para que otros niños no sufrieran bullying por su orientación sexual.
Entonces, decidió salir del clóset con su familia y, distinto a lo que esperaba por parte de sus abuelos (padres adoptivos), un ex cadete de Miguel Alemán y una ama de casa conservadora, lo aceptaron, le demostraron apoyo y comprensión para que, si era su deseo, pudiera “curarse”.
“Me llevaron al seminario para ver si había alguna corrección y fue ahí cuando entendí lo que era un ECOSIG. Tenía terapias de corrección, nos levantaban temprano, a las cinco o seis de la mañana, nos bañaban con agua fría y era rezar porque ‘no éramos normales’, nos hacían pedir perdón porque no éramos dignos del amor de Dios, incluso nos llegaron a hacer exorcismos”, relató.
A su llegada al “campamento” en la Ex Hacienda de Tejalpa, al poniente de la ciudad de Toluca, se encontró con otros niños que iban de entre los 12 a los 15 años, “el mayor era como de 18 años”; les brindaron una serie de reglas: desde el aseo de sus dormitorios y el personal, hasta acudir a la capilla a rezar y a realizar algunos ejercicios espirituales donde tenían que pedir perdón a Dios por ser como eran.
“Nos ponían dos piedras en ambos brazos y alguien atrás nos decía ‘tú eres hombre, acepta que tú eres hombre, Dios te hizo como hombre, tú tienes órganos de hombre, o sea, tú eres un hombre físicamente’ entonces, cuando tú decías que no te echaban agua y te pegaban con una vara en las piernas y en los chamorritos, entonces llegó un momento en el cual dije, pues, aunque me duela, pero no, no acepto lo no que no soy”, dijo contundentemente.
Max nunca reconoció lo que los diáconos de la congregación le obligaban, “nunca lo acepté porque no me sentía bien, como que sentía que me estaba yo traicionando”, dijo. Fue hasta que un día que sus padres le descubrieron los golpes en el cuerpo, decidieron sacarlo de esos retiros espirituales.
Después de esta experiencia y tras años de terapia psicológica, así como el ingreso a la preparatoria y la licenciatura, Chincho conoció otras oportunidades para iniciar su vida política y como activista y, ante los numerosos contagios de VIH comenzó a organizar con otros compañeros para crear conciencia sobre los contagios de este virus y las acciones para prevenirlos.
El 5 de noviembre de 2018, al interior de “Chic Salón”, en el Fraccionamiento Rancho San Dimas, fue asesinada Estrella, mujer trans originaria de Calimaya, quien se había asentado en este domicilio; su transfeminicidio se sumó a dos más que fueron cometidos en ese mismo año en el Valle de Toluca.
Esto despertó la inquietud de Max de comenzar a hacer un activismo más radical, para cuidar de los derechos, la seguridad y la dignidad de las personas LGBTI+ en el municipio. Como primera acción, creó el Comité de la Diversidad Sexual.
“Y empezamos a registrar la memoria histórica de los asesinatos de las personas LGBT aquí en Calimaya y nos dimos cuenta de que hace 60 años mataron a personas LGBT aquí en el municipio, pero por crímenes de odio y discriminación. Y son cinco crímenes de odio que se realizan aquí, el primero de estos casos es una que su propio padre la asesina atrás de la puerta de su casa porque la encontró besándose con otra mujer”, dijo.
De acuerdo con la organización civil Fuera del Clóset, el Estado de México ocupa el segundo lugar a nivel nacional en transfeminicidios y agresiones por homofobia.
En lo que va de este 2024, la asociación tiene el registro de 25 casos de agresiones y un transfeminicidio cometido el pasado 24 de abril en Nezahualcóyotl.
En 2021 Max organizó la primera marcha histórica LGBT en Calimaya “porque como es la cuna del mariachi, pues el mariachi simboliza más el machismo”, dijo. Sin embargo, compartió que la entonces administración le prohibió salir a manifestarse, pero se organizó con los que entonces integraban el Comité y salieron a marchar el 26 de junio de ese año.
“Salgo con mi bandera y voy a marchar por los derechos que nos merecemos no tanto por mí, sino por lo que yo he vivido con cada uno de ustedes y que también soy una persona que los entiende, entonces fue cuando me dicen ‘si tú marchas, nosotros marchamos’ y fue cuando marchamos por primera vez aquí en Calima ya 150 personas”, recordó.
Max es sobreviviente de los ECOSIG y su trabajo como activista continúa, actualmente es el titular de la Unidad de Inclusión del Ayuntamiento de Calimaya, la primera en su tipo en todo el Estado de México y la cual ha inspirado la creación de 15 más en otros municipios mexiquenses como Nicolás Romero, Valle de Chalco, Chimalhuacán, entre otros.
Me exiliaron para no incomodar a la familia
En México, 43.4% de las personas LGBT+ encuestadas por ENDISEG, se dio cuenta de su orientación sexual en la primera infancia; mientras que el 62.4% de las personas trans entrevistadas, se dio cuenta que su forma de ser o actuar no correspondía con su sexo de nacimiento antes de los 7 años.
La activista mexiquense y fundadora de las “Famosas de Humboldt”, Tanya Vázquez, se convirtió en la primera mujer trans en el Valle de Toluca en realizar su cambio de identidad de género, luego de que en el Estado de México se aprobara esta ley en julio de 2021.
Tanya nació en una de las zonas marginadas del Toluca y es sobreviviente de los Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual y la Identidad de Género ya que a muy temprana edad su madre la obligaba a ir con psicólogos, “pensando que mi transexualidad era una enfermedad, que era algo anormal”, dijo.
Recuerda que, manifestar su identidad de género, siempre le causó problemas en la escuela, ya que vivió un constante bullying homofóbico. También con su familia, principalmente su abuelo materno, quien los entrenaba para fomentar en ellos la disciplina y el deber, ya que era militar.
“Pues prácticamente nosotros éramos sus soldaditos, la situación con mi abuelo era muy machista, me llegaba a pegar por las conductas afeminadas, la situación más embarazosa que llegue a tener en el núcleo familiar fue este y yo creo que mucha gente homosexual o lesbiana lo vive, donde personas dentro de tu familia perciben que eres diferente y empiezan a tocar.
“Y fue algo, que es la situación más fea que tengo, que pues mi abuelo a pesar de que me reprimía sobre mi forma de ser, sobre mis comportamientos, pues él mismo infringe en algún momento y me empieza a tocar y empieza a este, pues sí, hacía tener ese tipo prácticamente como una violación”, compartió.
Su abuelo, comparte Tanya sentada en la sala de su casa, le dejaba trabajos físicos muy pesados, además de propinarle golpes e insultos constantemente. Su mamá salía a trabajar desde muy temprano y regresaba muy tarde a su casa, por lo que le era difícil enterarse de lo que su hija vivía. Sin embargo, detectó un cambio en su comportamiento, por lo que se acercó a ella.
“Entonces mi mamá empezó a notar algo y fue hasta que un día me dijo sabes que este vamos a hablar no pasa nada, te voy a escuchar, te voy a creer y yo fue que empecé mi mamá le conté lo que había pasado con mi abuelo”, contó.
En ese momento, la activista tenía 11 años, y fue cuando las terapias psicológicas se convirtieron en una constante en su vida, ya que diariamente tenía que acudir con los especialistas de la escuela y del DIF municipal y, de acuerdo con la fundadora de las Famosas de Humboldt, se trataba de una humillación constante porque trataban de cambiar su forma de ser y de sentir.
“Yo lo sentía humillante, era una humillación porque trataban de cambiar mi forma de pensar, mi forma de sentir, porque yo me sentía feliz con lo que yo me sentía pues definida. Incluso llegaron a pensar en meterme a un albergue dentro del DIF, para que ahí se me siguiera llevando a estas terapias de conversión”, compartió.
Al estar internada en esta institución, lloraba y se autocastigaba por toda la presión que ejercían sobre sus maestros y terapeutas, obligándola a sentir y pensar de otra manera, forzándola a sentirse culpable por reconocer su identidad de género y orientación sexual e, incluso, a renegar de ella misma hasta el punto de quererse quitar la vida.
“Yo lloraba y decía, ¿por qué no fui bien hombre?, me hubiera evitado todo ese tipo de situación, exhibirme en todos los entornos. Sí negaba a veces o renegaba de mí, de mi preferencia, de mi orientación sexual y es donde entra esta idea del suicidio, incluso por tanta dolor y humillación”, dijo.
Dijo que los terapeutas que la atendieron le decían que tenían que gustarles las niñas, la obligaban a hacer trabajos para que comprendiera cómo estaba formada una familia tradicional, así como los roles que cada integrante tenía que desempeñar.
“Yo llegué a tener novia para que me dejaran de estar molestando. Como a los 13 años, aproximadamente, yo le decía a una compañerita con la que me juntaba mucho que fingiera que era mi novia para que me dejaran de estar molestando y pues para mi familia fue como un aliciente temporal porque sentían que lo lograron, ya, ya cambió”, recordó.
Sin embargo, ante el constante hostigamiento que vivía por parte de los maestros, su familia, con el personal de salud mental y la sociedad que la rodeaba, tenía miedo de incluso salir de casa con su mamá o con sus hermanos, se sentía temerosa en todos los entornos, por lo que trató de quitarse la vida.
“En algún momento me tomé varias pastillas, porque yo ya no quería sentir ese dolor digamos. Un día en mi casa ya harta, y pues te digo con este dolor y esta discriminación en todos lados, porque pues mi mamá pues ya no me sacaba, no me llevaban a fiestas. Llevaban a todos menos a mí, me dejaban encerrada.
“Me exiliaron de los eventos públicos, de los cumpleaños, de las fiestas, todos mis hermanos iban menos yo, porque yo era el mal visto, yo era la persona que estaba enferma mentalmente y pues para que la gente no hablara o no incomodar a la familia con sus comentarios discriminatorios, donde pues yo estaba enferma, pues preferían mejor no sacarme”, recordó con tristeza.
Al llegar a la edad de 15 años, Tanya inició su transición como mujer trans, porque ya estaba harta de toda la discriminación y violencia y, fue por esa época, cuando conoció a Francis, otra compañera con la que por primera vez se sintió cómoda de ser ella misma, a quien admiraba por tener el cabello largo, su ropa y su maquillaje, y como ella quería ser así, tomó la decisión de salir de su casa.
Como otras mujeres transexuales, la activista se vio obligada a truncar sus estudios, debido al bullying homofóbico que vivía en la escuela, estudió hasta segundo año de secundaria; mientras tanto, una vez que abandonó su hogar, tenía que valerse por sí misma, por lo que, ante una nueva forma de discriminación, tuvo que iniciarse en el trabajo sexual.
“Yo sentía una liberación donde pues yo podía ser quien yo quería ser y me sentía bien a pesar de que me enfrentaba a un mundo de múltiples vulnerabilidades porque como persona homosexual pude trabajar vendiendo pan en panaderías, en fruterías, en cocinas económicas.
“Como persona travesti, como hombres vestidos de mujeres, en esos lugares donde yo había trabajado anteriormente como homosexual, ya no me lo dieron; o sea, sí hay una un abismo de vulnerabilidad entre ser homosexual y ser una persona trans por eso el trabajo sexual siempre ha sido la única opción que se nos permite, es a lo que nos orilla la sociedad”, destacó.
Ante estas desigualdades y ante las constantes violaciones a los derechos humanos de las mujeres trans del Valle de Toluca; Tanya y otro grupo de compañeras, comenzaron a organizarse para que, por lo menos, entre ellas cuidaran de su dignidad y seguridad, ya que, en aquella época, según relata, no había leyes que las protegieran.
ECOSIG, tortura disfrazada
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos calificaron como tortura a los Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual y la Identidad de Género (ECOSIG) por los abusos físicos, psicológicos y sexuales, así como electrocución, medicación forzada, privación de la libertad, injurias, humillación, hasta exorcismos cometidos contra las personas LGBTI.
El Colectivo Examen Periódico Universal (EPU) México 2024 define a los ECOSIG, mal llamados “terapias de conversión” o “terapias reparativas”, como aquellas prácticas que tienen como finalidad reconducir y readaptar la identidad de género y la orientación sexual de las personas que no encajan en la hetero y cisnormatividad y pueden ocurrir en círculos religiosos, campamentos, e incluso en instituciones que supuestamente se basan en criterios médicos y psicológicos.
En su Informe temático sobre población LGBTTTIQ+ para el 4o. examen periódico universal de México, señala que los ECOSIG son la materialización de la discriminación y violencia que sufren las personas con orientaciones sexuales homosexuales e identidades de género distintas a su sexo en este país.
“Estos mecanismos tienen por objeto reprimir la manera en que las personas viven y expresan su sexualidad, configurando un tipo de violencia con claros menoscabos a la dignidad e integridad personal que constituyen tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes. Sus consecuencias tanto físicas como psicológicas son innegables”, señala el documento.
Violencia extrema y discriminación
De acuerdo con la primera Encuesta Nacional de Diversidad Sexual y Género (ENDISEG), hecha por el INEGI en 2021, en México 9.8% de personas de la comunidad sexogenérica y 13.9% de personas trans, fueron obligadas a asistir con un psicólogo, médico, autoridad religiosa u otra persona o institución con el fin de “corregir” su identidad y orientación sexual.
En nuestro país, y a nivel mundial, pese a la lucha que han mantenido activistas y defensores de los derechos humanos, las personas LGBTI+ son víctimas de discriminación y altos niveles de violencia emocional, física y sexual, con frecuencia como resultado de la intensa coerción y de la presión familiar o amenazas y manipulaciones centradas en generar culpa.
YAAJ México señaló que, bajo el argumento de que la homosexualidad y transexualidad son enfermedades que pueden ser curadas, los ECOSIG tienen consecuencias muy graves y permanentes en las personas que son forzadas a acudir a ellas, como lo son baja autoestima, rechazo propio, aislamiento y hasta el suicidio; además de ser un fraude comercial.
“Es alarmante que la mayoría de las víctimas de ECOSIG son menores de edad, ya que quienes ofrecen estas prácticas engañan a las madres y padres con la falsa promesa de que sus hijas e hijos cambiarán su identidad sexual o la identidad de género”, indicó la organización civil mexicana.
El 19 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud, y en junio de 2018 sacó la transexualidad de la clasificación de las enfermedades mentales, por lo que deja de considerarse como un trastorno psicológico.
Las “terapias de conversión” pueden ser practicadas en hospitales públicos, clínicas privadas, centros de rehabilitación de drogas, centros de medicina tradicional, centros religiosos, así como en clínicas clandestinas, así lo explicó la Asociación para la Prevención de la Tortura en su documento “Hacia la efectiva protección de las personas LGBTI privadas de libertad: Guía de monitoreo”.
En marzo de 2016, la Asociación Mundial de Psiquiatría (APM) señaló que “los llamados tratamientos de la homosexualidad pueden crear un escenario en el que la discriminación y el prejuicio florecen, y que pueden ser potencialmente perjudiciales. La realización de cualquier intervención que pretenda “tratar” algo que no es un desorden es totalmente contraria a la ética.
Esta investigación que fue realizada en el marco del proyecto “Periodistas contra la Tortura” con el acompañamiento de la organización Documenta. El contenido de este reportaje es responsabilidad de su autora y no necesariamente refleja el punto de vista de Documenta. Aquí puedes acceder a la pieza original.