La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Foto: CONADE.
Dentro de un par de días se cumplirá una semana del final de los Juegos Olímpicos de París 2024. La euforia generada y las pasiones despertadas durante el tiempo que duraron las competencias se ha ido diluyendo debido, entre otras cosas, al inexorable paso del tiempo y los chismes de La casa de los famosos. La vida no se detiene.
Desde que tengo memoria, la participación de la delegación mexicana en los juegos provoca sentimientos encontrados que se viven en diferentes etapas: primero, hay una resignada aceptación del fracaso: desde antes de comenzar los Juegos se sabe que lo más probable es que no van a caer medallas; después, viene la emoción: durante la inauguración, la gente se emociona cuando, en el desfile, ve entrar al contingente mexicano y siente cómo le palpita el “Cielito lindo” en el pecho; luego viene la sorpresa: por ahí algunas o algunos atletas comienzan a destacar —por ejemplo, casi siempre en clavados, por ahí en taekwondo, recientemente en tiro con arco o sorpresivamente en judo— y por ahí caen algunas medallas, lo que hace crecer la expectativa; acto seguido vienen las finales perdidas, las descalificaciones en las rondas clasificatorias, etcétera, y entonces se alzan las voces de las y los gordos de sillón para exclamar, a viva voz, que la presencia mexicana en los Olímpicos fue un rotundo fracaso.
El proceso se repite cada cuatro años, y así ha venido siendo desde siempre. Jorge Ibargüengoitia, que lo escribió todo y mejor que nadie acerca de los usos y costumbres de la mexicanidad, lo describe muy bien en su texto “Otra fiesta que se agua. ¿Quién pide la próxima olimpiada?”, que aparece en el libro Instrucciones para vivir en México y en el que describe una foto publicada en un diario donde se ve el regreso a México del equipo de remo que participó en los Juegos Olímpicos de Munich 1972. Escribe Ibargüengoitia: “Apareció la foto de unos individuos sonrientes cargados de maletas. ‘Después de una semana de vacaciones en Munich’, dice el pie, ‘los remeros mexicanos arribaron ayer por la tarde, cargados de recuerdos para sus familiares…’. A continuación se nos explica que el ‘reposo’ de los fotografiados se prolongó debido a que ni siquiera calificaron para las ‘pequeñas finales’. El veneno que destila el texto es expresión de un sentimiento generalizado en toda la República”. Y después, da cuenta de algunas expresiones que bien podrían haber sido tuiteadas apenas hace un par de semana, en la que personas que no tienen coordinación ni condición física ni nada parecido critican a las y los atletas mexicanos y los señalan como fracasados.
Este año, sin embargo, hubo un cambio en la programación habitual para el olimpismo mexicano: debido a su pésima gestión al frente de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), Ana Gabriela Guevara consiguió lo impensable: un apoyo incondicional que convirtió en sendas victorias cada una de las derrotas de las y los atletas en competencia, apoyo que se vio alentado por las cinco medallas, dos de ellas francamente sorprendentes —las platas en judo y box— que logró traerse la delegación mexicana.
El paso de la exvelocista como mandamás del deporte de alto rendimiento en el país será recordado, además de por sus pobres resultados, por la terrible manera en que Guevara enfrentó las críticas de las y los atletas. La sonorense se convirtió en una prueba viviente, una más, de que haber sido una gran atleta no es garantía de saber conducir el deporte, y que posiblemente la Conade, por donde ha pasado gente impresentable como Alfredo Castillo, necesita otro tipo de perfil para mejorar los resultados del deporte de alto rendimiento en el país, no nada más haberse colgado una merecida medalla en su momento.
Los juegos de París también dejaron terabites de discusiones a cual más idiotas en las redes sociales, ¿dónde si no? Por ejemplo, la diatriba sobre los orígenes de Prisca Awiti Alcaraz, que sorprendió al mundo ganando la primera medalla en judo para México y cuyo logro se vio diluido en una muy pendeja discusión sobre su nacionalidad, a pesar de que la atleta es mexicana con todas las de la ley. Pero incluso eso ya lo advertía Ibargüengoitia en el 72, cuando escribió:
“Las Olimpiadas (…) son la fiesta del nacionalismo y la guerra incruenta. (…) El deporte será todo lo saludable que ustedes quieran, pero en los Juegos Olímpicos y dada la manera en que estos se organizan, no sirven más que para fomentar odios entre naciones y para producir complejos de superioridad y de inferioridad”.
¿Y qué se puede decir sobre el deleznable debate en torno a la participación de la boxeadora argelina Imane Khelif que sacó a relucir lo más rancio de ciertas maneras de pensar y concebir el mundo? Si el deporte es uno de los termómetros para medir la salud de una sociedad, se puede decir que tenemos mucho camino por recorrer.
“México nunca ha sido ni famoso productor de atletas, ni se ha distinguido por su habilidad para descubrir el talento de sus habitantes, ni por aprovecharlo”, escribe Ibargüengoitia haciendo un diagnóstico que, medio siglo después, sigue vigente. El país no tiene una política pública firme para detectar, impulsar y financiar a sus deportistas, ni desde el gobierno ni desde las universidades, como ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos. Aquí todas las canicas están puestas en el fútbol, disciplina que, si bien ya consiguió una medalla de oro, en realidad es el deporte que más pobres resultados ha dado, producto de una liga mediocre que poco o nada exige a quienes en ella compiten porque sus dueños están contentos con las muy redituables ganancias que les deja. Todos los demás deportistas han de rascarse con sus uñas y con los apoyos que les dan a cuenta gotas la Conade y los consejos estatales.
Y a propósito de apoyos y dinero, el pasado 26 de julio Alejandra G. Marmolejo publicó un ensayo que vale la pena revisar. En él, pone la mirada sobre un fenómeno que no deja de aumentar: la militarización del deporte en México. En los Juegos Olímpicos de París, escribe Marmolejo, “46 de los 109 atletas representantes clasificados de la delegación mexicana pertenecen a algún sector del ejército; esta proporción se ha hecho cada vez más grande en las últimas décadas”.
La investigadora señala que esto no es casualidad:
“Cada vez se entregan menos recursos al deporte de alto nivel, por lo tanto, las clasificaciones de campeonatos mundiales y olímpicos se limitan por la falta de presupuesto. (…) El entorno militar es un parche que dejó la desaparición de programas para el fomento deportivo de alto rendimiento”. En este enlace pueden leer el texto completo.
En fin, los Juegos Olímpicos de París 2024 pasaron y al final, ya con los ánimos más en su lugar, podemos decir que la de México no fue una participación exitosa, pero tampoco un fracaso: fue simplemente su participación, hubo medallas, emociones y los memes no faltaron.