Maroma
Por Lisa RoBarr / Maroma Observatorio de Niñeces, Adolescencias y Juventudes
Hace unos días emprendí un proyecto para realizar incidencias con niñeces y adolescencias en diferentes colonias de Zamora y Jacona con la intención de crear espacios de participación ciudadana. Cuando llegó la semana en la que se “celebra” el día de muertos sondé a un grupo de niños y niñas sobre qué podríamos hacer para celebrar el día de muertos. Inicié preguntándoles ¿qué les parecería que armemos un cuento para contar las historias de miedo de nuestra colonia? Fui bastante ingenua creyendo que las historias que compartirían serían leyendas como la llorona, el jinete sin cabeza, la mula errante u otras que reconocía de las memorias orales de los abuelos.
O quizás tenía la expectativa de que podrían contar cómo celebran en su casa el regreso de los muertos en una noche, la intención de colocar un altar con los alimentos, bebidas u objetos de los seres que ya no están, un momento de celebración por sus recuerdos, las visitas al panteón, sus actividades religiosas en estos días o su negación por profesar otra región. Juan de nueve años detuvo mis expectativas cuando me dijo:
“Eso no da miedo maestra, aquí las historias de miedo son de los muertos que hay en la colonia y este parque está lleno de fantasmas por todas las personas que han matado aquí”.
Mi expectativa de incidencia no había considerado su escenario cotidiano de violencia y relación con la muerte.
Después de ese día, me dispuse a realizar una búsqueda hemerográfica y en redes sociales sobre las diferentes muertes e intentos de muerte en el Valle de Zamora; quedé impactada de que estamos en un sitio sin querer saber lo que pasa por nuestra salud mental, de ser ingenuos que el espacio en el que vivimos es “seguro. En la madrugada, escucho disparos, no hay ninguna nota. Mi mente no me deja en paz de querer saber todo lo que sucede para tomar medidas, para cuidarme al salir de casa. Sólo me genera más paranoia, ansiedad y miedo que también transmito en mi maternidad.
Entonces, ¿cómo aprendo, cómo me acostumbro a normalizar la muerte? ¿Qué implica crecer en una atmósfera de recurrentes asesinatos? ¿Qué estrategias debo seguir para mitigar lo que se siente al leer que cada día se incrementan los números? ¿Qué hacer con lo que me cuentan las niñeces y adolescencias? ¿Lo normalizo y sigo con mis incidencias? O también, ¿cómo la propuesta en torno al juego y la promoción de otras realidades y fantasías en donde el centro no sea la promoción de la muerte puede amortiguar el contexto en el que incido? ¿Cómo trabajar con la búsqueda de otras rutas de vida cuando las aspiraciones son convertirse en policías, soldados o personas que portan armas?
No obviemos que hay escenarios de muerte más recurrentes que otros. Zamora fue reconocida en 2021 con el título de “La ciudad más violenta del mundo”. Esto se debe a que lidera con 196.63 homicidios por cada 100 mil habitantes. Y cada día, cada semana, cada mes, son más las notas de bebés, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores, campesinos, trabajadores, danzantes, jornaleros que sufren de un ataque armado y/o pierden la vida. Casos y casos que se archivan y no tienen resolución.
Como en la novela “Salvajes” de Antonio Ramos Revillas, en las ciudades agrícolas “lo más usual es que todos, al terminar la secundaria, se metan a trabajar de tiempo completo o en lo que sea para sacar dinero”. La escuela ya no es un proyecto de vida para todos, se buscan salidas, se busca ganar dinero y continuar en el camino, ¿cuáles son las salidas más rápidas, mejor pagadas y con menor expectativa de vida que ofrece nuestra zona? ¿Qué pasará con las niñeces y adolescencias que crecen normalizando la muerte en sus terruños, en sus colonias, en sus parques, en sus nichos de juego? Hay quienes nos resistimos a que la promoción de la muerte sea el único destino posible, hay quienes buscamos incidir al jugar: al crear otros mundos posibles entre las tragedias que existen.