La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
A las y los políticos en México les gusta la democracia.
O, mejor dicho, les gustan las elecciones.
No debe haber persona más feliz en el mundo que alguien que aspira a un cargo de elección popular y que está en campaña: viajan, se toman fotos, la gente los saluda. No importa que los viajes sean completamente inútiles; las fotos, posadas y la gente, acarreada: lo importante es ver las redes sociales, las notas en la televisión, las páginas de los periódicos del día siguiente con los rostros sonrientes de la candidata, del candidato, y al lado al séquito de seguidores que los acompañan a sol y sombra con un objetivo claro: hacerse de un cargo, un puesto, un huesito aunque sea pequeño cuando su candidato, su candidata, gane la elección.
A las y los políticos mexicanos les gustan tanto las elecciones que ni siquiera necesitan que termine el proceso electoral en curso. Una vez que se han perfilado los ganadores de la elección, comienzan a pensar en la siguiente. México vive todo el tiempo en campaña. En este asunto los medios juegan un papel determinante: si el candidato ganó la presidencia municipal, inmediatamente le preguntan si quiere ser gobernador; si ganó la gubernatura, le preguntan si buscará ser presidente. No importa que haya seis o tres años de distancia o los que sean: las y los políticos mexicanos están en una campaña permanente para ser alcaldes, gobernadores, diputados, regidores. Ya lo dijo César El Tlacuache Garizurieta: «Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error».
Las y los políticos mexicanos se la pasan en campaña aunque sea contra las reglas.
Desde hace unas semanas he podido ver cómo han aparecido cientos de espectaculares con las caras de Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán López, los precandidatos de Morena para competir por la presidencia de México el año entrante. Ya he dicho acá que las cosas hay que llamarlas por su nombre y en este caso son eso: precandidatos en campaña fuera de tiempo aunque para ocultar la ilegalidad, todos, incluido el presidente, insistan en decir que no son precandidatos, sino “coordinador o coordinadora de la transformación”.
¿Cómo hacer para llenar las calles de espectaculares con las caras de los precandidatos que no deberían estar en campaña todavía? Fácil: disfrazando los anuncios electorales de anuncios editoriales: en tiempos en los que se habla de la precarización de los medios de comunicación, de la crisis de las revistas, de la falta de confianza en las noticias, resulta que de la nada han surgido N cantidad de ¿publicaciones? que presentan en sus ¿páginas, sitios web? materiales relacionados con la y los candidatos de Morena y que tienen recursos suficientes para pagar anuncios espectaculares y ponerlos por todas partes. Ninguno de esos espectaculares, o al menos ninguno de los que yo he visto, pone un sitio web o algún sitio dónde consultarla. (Una de ellas tiene como eslogan “Una revista para militar con las ideas”. Si a nadie en su equipo le hizo ruido eso de “una revista para militar”, ya nos vamos dando una idea.)
Por otra parte, en Jalisco vimos a Enrique Alfaro ganar la alcaldía de Tlajomulco y desde ahí hacer campaña para construir su candidatura para ganar la de Guadalajara; luego, lo vimos andar en campaña desde la alcaldía de Guadalajara para construir su candidatura y ganar la gubernatura; finalmente, desde que ganó la elección lo hemos visto construir una candidatura imaginaria con miras a competir por la presidencia de la república.
Escribo imaginaria porque esa candidatura vive nomás en su cabeza: no ha figurado en ninguna de las encuestas cuando se habla de candidatos de la “oposición”, en Movimiento Ciudadano se perfilan otros nombres y a lo largo de toda su administración sólo lo hemos visto bajar de posición en las mediciones que evalúan el desempeño de los gobernadores. Pero él sigue, con esa convicción del que se sabe elegido para un destino superior que está delante y para quien el presente es insuficiente, aunque el estado se encuentre sumido en una crisis de desapariciones, por citar apenas una de las tantas urgencias jaliscienses.
Y mientras las y los políticos viven la fiesta de la democracia, las y los ciudadanos somos apenas unos espectadores que no estamos invitados al festejo, a menos que sea en calidad de rellenos para un mitin o como forzados espectadores. La panda de demagogos se apropió de la democracia y la convirtió en una fiesta privada en la cual se han reservado el derecho de admisión y sólo puede entrar quienes ellos dispongan. Y siempre son los mismos.
Así transcurren los años y ellas y ellos siguen en campaña, no importa cuándo lean esto. Porque una vez transcurrida la jornada electoral, no importa el resultado: ellas y ellos ya estarán pensando en la siguiente elección para poder saltar de puesto. ¿Gobernar, resolver, solucionar? No, no, no hay tiempo para eso.