Comer-Sé
“…Van de revolucionarios, teorizan en lo ajeno,
son parte del problema, aunque se nieguen a verlo”
-Pascual Cantero (MUERDO)
Por Karina Peña / Twitter: @_Karinail / Instagram: karinail.pm
Todos los días camino por una de las colonias “fresas” de Guadalajara, Providencia, esto porque es el lugar donde trabajo. Y como buena nutrióloga comunitaria no puedo evitar hacer un análisis del espacio.
Una de las cosas que más observo son los tipos de autos que tienen la mayoría de las personas que habitan esos alrededores, marcas y modelos absurdamente caros y también hay un montón de los llamados carros ecológicos. Cuando noté esto no pude evitar pensar que quizá nunca podría tener uno de esos, pero bueno, para asegurarme tuve que investigar los precios y qué porcentaje de personas en México tienen la oportunidad de comprar un vehículo, encontré que alrededor del 70% de lxs mexicanxs no pueden acceder a este bien durable debido a la falta de ingresos, entonces confirmo, si ya es difícil el hecho de tener un auto, mucho menos podría darme el “lujo” de que este fuese amigable con el medio ambiente.
Aunque no es de extrañarse, me sigue pareciendo una locura: las “alternativas sustentables” vendidas como un lujo, la salvación del mundo una vez más en manos de quien pueda pagarlo, y aunque parezca un tanto radical mi postura, he llegado a pensar que este consumo de productos sustentables les sirve más bien a las almas privilegiadas a expiar culpas, o como un identificador social donde moralmente sigo siendo superior. ¿En dónde he visto esto antes?… ah sí, en la alimentación.
Resulta que cada vez es más nombrado el movimiento orgánico, sustentable, agroecológico, si bien nos va, pero el auge de este tema termina siendo inversamente proporcional a la cantidad de personas que podemos acceder a eso, es decir, si bien es un gran avance que estos temas tomen relevancia, la mayoría de los espacios dónde se ofertan este tipo de alimentos en las ciudades son en colonias que pertenecen a los estratos socioeconómicos alto y medio – alto, y claro que los precios están ad hoc con el lugar, no más del 2% de lxs habitantes podrían pagarlo.
Y no me mal interpreten, siempre defenderé hasta la muerte el pago justo a lxs productores, la dignificación del trabajo en el campo, la recuperación de la soberanía alimentaria, la preservación de la biodiversidad, la cultura y nuestro derecho a comer, pero sencillamente todo esto no puede ser posible si ofrecemos alternativas donde tan solo unos cuántos pueden pagar el precio, y es que no estoy hablando solo de dinero.
Analicemos esto, la mayoría de las personas que fundan estos espacios o son consumidores de los mismos, tienen una formación académica importante, gracias a ello logran comprender la complejidad del sistema alimentario, las implicaciones medioambientales y en la salud que este puede tener, visitan comunidades donde las personas les transmiten sus saberes y sentires, para con ello idear alternativas que busquen mejorar las condiciones de la alimentación, es completamente necesario.
Hasta aquí todo bien, sin embargo, para gran parte de la población estos temas son totalmente ajenos, hay que reconocer que el acceso a la información y la educación resulta importante para crear consciencia respecto a esto, entonces, si la manera en que comunico que consumir dentro de estos espacios alternativos, me hace sentir que tengo que disponer de tiempo que no me sobra (porque trabajo jornadas altas) para trasladarme a un lugar donde, por la brecha económica, no me siento cómoda a comprar alimento que para variar no me alcanza (porque gano el salario mínimo), lo más seguro es que termine pensando que esta alimentación definitivamente no es para mi, antes de reconocer los beneficios que podría traerme a mi y al mundo.
He escuchado el discurso de algunos promotores de estos luagres que terminan culpando al consumidor por sus pésimas y absurdas decisiones alimentarias:
“¿cómo es posible que prefieras comprarte un refresco en lugar de un agua de bugambilias y limón recolectados del jardín de Don José, que te alivia de miles de enfermedades y no te las provoca? ¡Que aberración!.
Esto termina siendo una analogía a que el pobre es pobre porque quiere, y por supuesto que no es así. Incluso en el ejemplo de arriba, estoy hablando desde el privilegio de las personas que pueden decidir si les alcanza o no, pero la realidad es que hay personas muriendo de hambre, y es difícil imaginar que estos argumentos sean utilizados para justificar el “por qué” la necesidad de crear este tipo de proyectos, pero que en tantos años no se haya podido modificar las cifras de desnutrición, el avance del ejercicio del derecho a una alimentación adecuada y nuestra máxima victoria sea que el rico siga comiendo rico, nos habla de que algo no está bien.
Sé que así como es de complejo comprender el hecho alimentario, aliviar lo que lo hiere resulta de la misma magnitud. No responsabilizo a estas alternativas de consumo de que las dolientes cifras del hambre en nuestro estado no se acaben, entiendo que han luchado por crear escenarios idóneos y que el gigante contra el que peleamos nos devora constantemente, pero quería poner sobre la mesa la opinión de alguien que, aún conociendo los beneficios y los espacios, no le alcanza para acceder ni pertenecer. Problematizarlo abriría caminos hacia otras soluciones.