#AlianzaDeMedios
Familiares de personas desaparecidas ingresan a las cárceles y piden a los internos que les proporcionen cualquier información sobre sus seres queridos. Es una jornada de búsqueda en vida de tres días que Pie de Página acompañó
Texto y fotos: Isabel Briseño / Pie de Página
VERACRUZ, MÉXICO.- Esta es una jornada de búsqueda en vida de personas desaparecidas realizada por el colectivo Justicia y Dignidad Veracruz.
Madres, hermanas, esposas, y un papá se reúnen en el Puerto de Veracruz. Todas son originarios de ese estado, excepto tres que llegan a buscar a sus familiares desde la Ciudad de México. A quienes buscan, desaparecieron en Veracruz.
“Por favor, tómense su tiempo para ver las fotos. Si en algún momento estuvieron presos aquí con ustedes o que los hayan visto en algún lugar afuera. Si el amigo del amigo, los llegó a ver. Es muy importante para nosotras. De la manera más humilde, con el corazón, les venimos a pedir que cualquier dato que tengan, nos lo hagan saber. Cualquier información es muy importante. Venimos de lejos, de varias partes de Veracruz y hasta de la Ciudad de México. Si reconocen algún tatuaje, alguna seña, acérquense. No buscamos culpables, solo queremos encontrar a nuestros familiares. Su información es anónima”.
Fueron algunas de las peticiones realizadas a los presos que visitaron familiares de personas desaparecidas esperando encontrar alguna pista que los lleve al paradero de sus seres amados.
De acuerdo con cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda, Veracruz está entre los 10 estados de México con más personas desaparecidas. El problema es tal, que los casi 40 colectivos que existen a lo largo del estado, no son suficientes. Cuatro de ellos trabajan en el puerto.
Lidia, Cheli, Rocío, Alicia, Florecita, Mónica, Almareli, Gisela, Aylin, Margarita, Susy, Rosa, Martis, Sonia y Jorge, dejaron la otra parte de su familia, dejaron sus trabajos y casas para seguir buscando a quien aún les falta. Durante tres días visitaron los Centros de Reclusión Social (Cereso) de Tuxpan, Papantla, Poza Rica, Misantla y Jalacingo, observando detenidamente los rostros y expresiones de las personas privadas de su libertad.
El itinerario de búsqueda se asemejó más a un difícil reto a desafiar, que a un programa pensado en ayudar a cumplirlo en tiempo y forma.
Las paradas necesarias para ir al sanitario, la carga de combustible, los relevos de seguridad y los “incidentes” ocurridos, no fueron contemplados en el ajustado plan coordinado por la Comisión Estatal de Búsqueda de Veracruz (CEBV).
Lo anterior, no detuvo a los familiares que en su búsqueda, ingresaron a los penales a pedir a quienes están privados de su libertad, alguna pista, por mínima que sea. Cualquier información que les ayude a dar con el paradero de sus seres amados.
Los buscadores vieron desfilar a por lo menos mil personas privadas de su libertad que vestidos de naranja y beige pasaron frente a las imágenes de sus seres queridos.
En caravana, dos camionetas tipo Van que transportaron a las buscadoras se dispusieron a cumplir con la misión de la búsqueda. Acompañadas por un vehículo con 2 funcionarios de la CEBV y custodiadas por la policía estatal dispuesta por cordilleras, es decir, aunque no es lo más idóneo por cuestiones de seguridad, la vigilancia se fue cambiando de acuerdo a los municipios visitados.
La atención en los Ceresos fue diversa, siempre en presencia del director del penal visitado. Algunos ofrecieron agua y colocaron mesas para poner las fichas de los desaparecidos. Otros ni siquiera solicitaron registro de quienes ingresamos ni la identificación oficial.
Buscar no es fácil. Buscar duele. Buscar desgasta, pero buscar también une. Lo siguiente es el relato de la unión entre 14 mujeres y un hombre que a su manera hicieron equipo para compartir 3 días intensos buscando la parte del alma que les fue arrebatada.
Tuxpan, zona caliente
Encontré al colectivo el lunes en Tuxpan. Ellas llegaron el domingo, un día antes. Pasaron la noche en un modesto hotel en donde les recomendaron meterse a su habitación y no salir por la noche. “La zona está muy caliente”, les dijo el encargado del lugar. Ellas hicieron caso.
Por mi seguridad, me recomendaron viajar y llegar el lunes por la mañana, aunque eso significó no acompañarlas en el primer Cereso que visitaron. También les hice caso.
Al salir de la terminal crucé la calle para pedir orientación en un puesto de jugos; al otro lado de la acera, un hombre intentó llamar mi atención con ruidos extraños. Lo ignoré pero el ambiente en realidad estaba tenso.
O eso se siente cuando estás en un lugar donde constantemente pasan vehículos con militares que vigilan la zona.
Me encuentro con los familiares afuera del penal de Tuxpan. Reunirme con ellas me tranquiliza. Subo de inmediato a una de las dos camionetas tipo Van. Soy la última en llegar y la extraña del grupo, así que me toca irme al fondo del vehículo.
Martha Alicia me presenta a las mamás del colectivo con las que viajamos e intento memorizar desde ya los nombres.
Para romper el hielo, sale a conversación el tema de una película que recién se estrenó y aborda el tema de la desaparición.
Lidia, fundadora del colectivo Justicia y Dignidad Veracruz en el año 2019, se voltea desde su lugar y dice:
“Perdón por meter mi cuchara, pero a mí no me gustó esa película. Creo que no tenía que haber mezclado dos temas que son diferentes, el feminismo y la desaparición. Yo respeto a las feministas, pero cuando han invitado al colectivo a marchar junto a ellas, les digo que no. Son distintas causas, distintas luchas. Nosotras buscamos a puros hombres, aquí en Veracruz, desaparecen muchos hombres”.
En la página de la CNB aparece una tabla que muestra que efectivamente, hay más hombres que mujeres desaparecidos en el estado veracruzano.
El tema de conversación funcionó. Las demás integrantes también comenzaron a dar su punto de vista respecto a la cinta.
“Esto que hacemos es riesgoso. Me dan ganas de traer a mi hija porque gracias a esa película, ella cree que me vengo a cotorrear, me dan ganas de traerla para que vea que no es así”, comenta Susy.
“Creo que esa película desinforma, de por sí la sociedad es poco empática con nuestro dolor. Al ver eso, pensarán que nos la pasamos muy bien en las labores de búsqueda y vas a ver que no es así, buscarles es muy complicado”, señala Lidia.
Camino al segundo penal, me cuentan que en Tuxpan no obtuvieron pistas pero se perciben animadas, aún quedan 4 ceresos más donde buscar.
En el camino me entregan una playera que dice: «Prohibido olvidar». Debajo está el rostro de un joven con barba llamado Javier González Miranda. Tiene dos años que desapareció. Hace dos años conocí a su mamá Martha Alicia un 10 de Mayo en una marcha en Ciudad de México. Ella comenzaba a buscar a su hijo desaparecido.
Avanzamos hacia el sur para dirigirnos a Papantla. En el trayecto, la mayoría lamenta que en Tuxpan no alcanzó el tiempo para pegar las fichas de sus desaparecidos, mucho menos para comer. El ajustado itinerario no alcanzó para decirles a los tuxpeños que nos faltan más de 112 mil 138 personas según las cifras de la CNB, incluidos los que fueron vistos por última vez en el estado jarocho.
El hambre es fuerte pero lo es más la esperanza de averiguar algo. De prisa toman sus fotos, lonas, identificación y un billetito. Bajan a toda prisa y se forman para ingresar al penal de Papantla.
Papantla, el billetito y las artesanías
Antes de bajar de la camioneta me recuerdan no olvidar la identificación, cubrebocas, y un billetito; yo sigo la instrucción sin preguntar.
Al fondo, unas escaleras conducen a la puerta elevada del penal. Nos formamos y los encargados de la seguridad del lugar cotejan nuestros datos con el registro que tienen de los visitantes. Luego de recoger las identificaciones se nos pide anotarnos en una libreta de esas grandes de contador.
Ya dentro del penal, la custodia nos pide registrar la hora de entrada y la firma en otra libreta. Nos sanitiza y pasamos por una segunda reja en donde corroboran nuestro nombre con la identificación. Avanzamos y pasamos por un bello mural con los voladores de Papantla. Sobre esa barda algunos presos sentados observan nuestro paso.
De lado izquierdo hay un cuarto que funciona como capilla; unos pasos más adelante lo que parece ser un patio con techo de lámina donde ya están presentes los internos.
Los familiares que van con la esperanza en las manos, se apresuran a poner sobre el suelo las fichas de desaparición y fotos de sus desaparecidos.
Frente a los familiares, en primera fila, algunas mujeres que forman parte del Cereso. Detrás de ellas los hombres que también están presos.
Dos madres hacen uso de la palabra para saludarles y explicarles el desafortunado motivo de su visita.
Pese a las que parecen ser súplicas por alguna pista que pudieran brindarles, algunos pasan sin pena ni gloria. Indolentes, indiferentes, arrastrando las sandalias que llevan sus pasos. Nadie dice nada, nadie que reconozca algo.
Pese a la apatía que muestran las y los presos, las buscadoras no guardan rencor; piden les muestren sus artesanías que elaboran para ver si pueden apoyarlos comprándoles algo.
Para eso no hay que insistir. Apenas echamos un vistazo a las verdes pendientes amuralladas por el concreto y el alambre de púas, nos piden esperar para mostrarnos su trabajo.
Nuestra presencia es incómoda, así que las autoridades del lugar nos piden esperar por las artesanías en la entrada.
La estancia donde duermen las mujeres da al pasillo en donde esperamos. Ellas aprovechan y asoman la nariz y las manos tras la reja que nos divide. Nos muestran sus pulseras, bolsas y lapiceras que piden les compremos.
Las custodias sacan una una caja con unas cuantas cosas, “es lo que hay, mucho se vendió en la cumbre Tajín”. Yo entiendo al fin, para qué era el billetito.
Tras la visita, el hambre arrecia. No hay tiempo para buscar un lugar, lo que urge es comer. Mientras devoramos la sopa y el guisado un señor con guitarra en mano interpreta:
“Te extraño mas que nunca y no sé qué hacer.
Despierto y te recuerdo al amanecer.
Espera otro día por vivir sin ti.
El espejo no miente, me veo tan diferente.
Me haces falta tú.
La gente pasa y pasa siempre tan igual.
El ritmo de la vida me parece mal.
Era tan diferente cuando estabas tú.
No hay nada más difícil que vivir sin ti.
Sufriendo en la espera de verte llegar.
El frío de mi cuerpo pregunta por ti.
Y no sé dónde estás.
Si no te hubieras ido, sería tan feliz”.
Se miran entre ellas con profundo pesar, apenas pueden pasar el bocado y el nudo que se les hizo en la garganta a todas.
Ya con la panza llena y el corazón apachurrado toman fuerzas no me explico de dónde. Toman sus herramientas y comienzan a pegar las fichas de búsqueda en el centro de Papantla.
En dos equipos, ayudados por los funcionarios de la CEVB y custodiadas por elementos de la policía estatal, tapizan los postes de las calles empinadas de Papantla.
Algunos curiosos observan asombrados. Otros se acercan y hasta preguntan de qué se trata la cosa. Una señora sentada frente a unos pescados que vende pregunta:
–¿Aquí también desaparecen?
–En todos lados doñita–, le respondo.
Poza Rica, el más aterrador
De acuerdo con la CNDH, el penal de Poza Rica es la cárcel más aterradora del estado de Veracruz y uno de los diez peores del territorio nacional.
Es martes y toca ingresar a ese penal que reprobó el organismo, del cual advirtió sobre múltiples anomalías en el interior. Hace tan solo un mes anterior a nuestra visita, un preso asesinó a su esposa durante la visita. Las anomalías que reportó la CNDH están relacionadas con el cobro de piso, falta de servicios, nulos programas educativos, autogobierno y con la gran facilidad con que operan grupos de reos dedicados a la extorsión.
Esta vez no pidieron billetito pero sí identificación. Afuera del penal con aspecto de casa grande, algunas señoras se animaron a preguntar:
–¿Van a entrar?
–Sí, respondimos
–Ay dios, exclamaron mientras apuramos el paso para entrar en fila.
Unos uniformados de azul nos formaron en un pequeño patio.
–Nadie trae celulares ¿verdad?–, preguntan.
–No–, respondemos en coro.
–Cadenas y pulseras, no pasan–, dijo otro uniformado.
Nos quitamos las alhajas de plata y bisutería y se las encargamos a la licenciada de la CEBV.
Entregamos las identificaciones para ingresar de 5 en 5. Algo de gel antibacterial en las manos, registro de puño y letra y una revisión a palabra en un diminuto cuarto, sin nada de tocamiento.
–¿Trae algún celular?- Me pregunta una custodia.
–No–, respondo. Ella confía en mi palabra.
–Desdoble su pantalón–, me solicita para con su vista verificar que no lleve algo oculto.
Ya amontonados en un reducido espacio y frente a la última reja, un hombre moreno muy erguido, con las manos atrás, se planta frente a nosotras y se anuncia como el director del lugar.
“Buendía, soy el director del penal de Poza Rica. Aquí tenemos 6 estancias, la sexta está en el último piso. Si ustedes gustan, alguna de ustedes puede acompañar al custodio para que verifiquen estancia por estancia que todos los presos van a pasar y nadie se quedará”, ofrece el hombre.
Lidia la representante del colectivo, pide a uno de los licenciados de derechos humanos, realice esa tarea a lo que el funcionario acepta, después fue relevado por no cumplirla.
Ya organizado el plan, pasamos la reja. Estamos en su territorio; como puñales, sentimos algunas miradas clavadas, no vemos sus ojos pero sí sus manos que se asoman.
Un par de los uniformados naranjas caminan libres por nuestro costado llevando papeles o siguiendo las instrucciones que les son murmuradas al oído. Subimos las escaleras hasta la estancia número 6 y en un pequeñísimo patio el director nos pide poner las imágenes en la mesa que está pegada a una pared.
Las buscadoras comienzan a poner peros y se preguntan a voces ¿Y nosotras? ¿Dónde? ¿En medio de ellos? No.
Su incomodidad es evidente, algo las asusta. Mientras los presos van formándose amontonados en un rincón, ellas apresuran el paso y se repliegan a un costado de la mesa y de espaldas a la pared, lo que parece darles un poco más de seguridad aunque no dejan de tener expresión de angustia.
El director con formación, pareciera militar, les instruye: “Firmes ya. Flanco derecho, ya. Flanco izquierdo ya. Todo el que no tenga algún problema de rodillas, pónganse en cuclillas”. Los hombres de la estancia 1 con playera naranja y pantalones beige, obedecen.
“Las señoras son del Colectivo Justicia y Dignidad Veracruz. Ellas están buscando a sus familiares desaparecidos, por eso están aquí”. Les explica a los hincados en sandalias o en sus tenis Nike.
–¿Alguna va a pasar a decirles algunas palabras?–, pregunta el hombre de camisa blanca impoluta.
Todas se miran entre sí. Nadie se atreve a dar un paso al frente. Lidia asigna a dos buscadoras a la misión que a regañadientes y con el miedo en los ojos pasan frente a los reclusos que permanecen agachados.
“Se les pide que se hinquen para que ustedes vean mejor el rostro de ellos”, explica el directivo.
Estancia por estancia se les pide a los poco más de 300 hombres observen detenidamente las fotos. Pocos hacen caso. Otros hasta apresuran el paso y pasan de largo.
Margarita, una de las buscadoras se esconde tras de mí. Nos conocemos hace apenas unas cuantas horas, pero estar frente a tanto hombre preso en un espacio tan reducido le basta para tomar confianza y como niña rodear mi cintura y sujetar mi mano.
De uno de los grupos que han desfilado frente a nosotras, un hombre de edad se acerca a Margarita y le extiende la mano. Ella dudosa, corresponde el saludo. El señor le dice: me llamo Guillermo Gervasio García y se marcha.
De inmediato, las buscadoras toman nota del nombre en una de las libretas en donde registran los detalles de la visita como el número de presos, entre otros. Ellas intuyen que el señor quería asegurarse de que ellas hicieran público su nombre. El custodio se acerca a indagar qué fue lo que dijo el señor. “Nada, solo saludó”, respondieron.
“El no obtener una respuesta me agota física y emocionalmente”, dice Martha Alicia. Las demás comparten el sentimiento.
Misantla, «No olvido su sonrisa»
Las buscadoras han recorrido 3 Ceresos y no han obtenido ningún hallazgo. Ellas se mantienen firmes y con la esperanza acumulada.
De Poza Rica a Misantla la caravana es custodiada por motorratones, así les dicen las buscadoras a los policías en moto y es que pasamos de ser resguardadas por elementos con armas largas a dos policías en moto.
En el camino, pese a lo que pudiera pensarse, conversan entre ellas sobre sus desgarradoras historias.
Hablan de ropa sí, pero su debate es sobre de qué color será la próxima playera que manden a elaborar con el rostro de su familiar desaparecido o sobre el costo del pantalón tipo cargo que les es más cómodo para las búsquedas que también realizan en fosas.
Sus celulares suenan y es para preguntarles cómo se encuentran, si se encuentran bien; su familia no olvida que están realizando una tarea que a otros les incomoda: la búsqueda.
Una de las buscadoras que prefiere guardar su identidad comparte en el camino que dejó de buscar durante 4 años a su familiar desaparecido luego de ser advertida por un tercero. “Deja de buscar o terminarás muerta, a esos güeyes no les parece que estés moviéndole”, le amenazaron.
Ella nunca pensó estar en esa situación, me lo confiesa luego de preguntarme si yo también busco a alguien o sólo voy a trabajar. “Cuando me pasó a mí, yo no quería ni poner la denuncia». Antes de estar en los zapatos de la búsqueda, ella tenía conocidos en la fiscalía que le decían: «¿Sabes a dónde van las carpetas que llegan de desaparecidos? A la basura», le dijo su conocido.
Con esos antecedentes, su fe en las autoridades era prácticamente nula por lo que se negaba a poner la denuncia pero el primer colectivo al que se unió, la obligó a ponerla explicándole la importancia de ésta.
“Si pudiera, si fuera rica o me sacara la lotería me iba de este país. Me llevaba a los hijos que me quedan y me iba lejos. Dejaría en manos de Lidia, que es quien confío, la búsqueda. Esta no es vida, vivo aterrada, pensando que le puede pasar lo mismo a alguno de mis otros hijos. No los dejo salir, están en la edad de ir al antro pero no se los permito. Me piden que los suelte pero no puedo”. Dice enfurecida y agobiada la mujer que a diferencia de las demás, se une pocas veces a las fotos en colectivo.
De pronto el chofer anuncia: “Se va a apagar la camioneta”, ¿Qué?, le responde Lidia.
El conductor explica sobre una falla mecánica por lo que se orilla para detenerse. Luego de revisar, avisa que la pieza debe cambiarse y tardará, pero no hay tiempo; debemos llegar al Cereso de Misantla.
Los funcionarios de la Comisión Estatal de Búsqueda de Veracruz hacen unas llamadas y con autorización de sus mandos nos indican que debemos acomodarnos entre su vehículo que solo tiene espacio para tres personas más y en la otra camioneta.
Son las 2 de la tarde, teníamos que estar hace media hora en Misantla. Dejamos nuestra camioneta y al chofer solos, las buscadoras se preocuparon pero no hubo de otra. Acomodadas como pudimos en un solo vehículo, continuamos el camino.
El otro chofer intenta tranquilizar la situación y dice:
“No se preocupen, no le pasa nada, refiriéndose a su compañero, lo que va a pasar, a nosotros tampoco, lo que va a pasar, va a pasar así venga el ejército con nosotros o se lo dejemos a él”, no es muy consolador su discurso pero tiene algo de razón.
Son las 3 de la tarde, por el peso, el andar se hace más lento. El retraso ya es de casi dos horas; los pensamientos de que ya no aceptaran la visita se hacen presentes, y con ellos la oportunidad de obtener como ellas dicen, algún rayo de luz que les dé pistas.
Solicitar, coordinar, organizar y lograr una búsqueda de éste o de cualquier tipo es un proceso largo y burocrático para las autoridades. Para los familiares es una oportunidad única que deben aprovechar al máximo una vez que la obtienen.
Por eso se trabaja con lo que hay. Así sea con seguridad por relevos, en camionetas viejas o con itinerarios apretados en los que no hay espacio para comer o para volantear y pegar fichas de los desaparecidos en cada lugar visitado, las búsquedas se hacen y se aceptan con lo que las autoridades disponen, aunque ello no garantice la seguridad de los familiares.
Frente a lo que pudiera parecer una casa más, de la angosta calle, descendemos de la camioneta con el protocolo ya conocido: no llevar absolutamente nada más que la identificación, las fotos y lonas que se mostraran.
Los uniformados quitan el candado de una gruesa cadena que resguarda la reja de la prisión de Misantla.
Se acercan unos funcionarios de derechos humanos de Veracruz. Saludan rápidamente y con mucha familiaridad a Lidia mientras le dicen: “Que se les descompuso la camioneta, nosotros llegamos desde las 11 de la mañana”. No hay tiempo para explicaciones así que ingresamos de poco en poco pero a prisa.
El brillo a los ojos de las buscadoras vuelve. Podrán buscar un poco más. Hombres y unas cuantas mujeres nos esperan en el patio. Unos frente a las otras. Separados por mesas largas de madera en forma de herradura donde a toda prisa se colocan las fotos y lonas.
Detrás de nosotras, en la pared nos observa la imagen del activista Nelson Mandela. Como en casi todos los penales visitados, su frase se lee: “La mayor gloria no es no caer nunca, sino levantarse siempre”. El rostro del que también fue abogado presencia las peticiones de las madres, hermanas y esposas.
Con tenis nuevos y de marca, pasan frente a las mesas las y los presos que conforme observan las fichas se retiran a sus estancias correspondientes.
Un hombre repentinamente se detiene frente a una de las fotos.
–¿Reconoces a alguien?, le cuestionan las familiares.
El hombre moreno de al menos 35 años de edad no responde pero sigue observando. Apunta a la foto de un joven con gorra camuflajeada y sonrisa grande.
–Él–, responde mientras señala con el dedo la foto. –¿Usted es su mamá?, pregunta a la mujer que tiene el mismo rostro estampado en la playera.
–¿Lo reconoces? Le insisten otras mujeres del grupo sin responder su cuestionamiento sobre si la mujer es o no la mamá del joven que dice reconocer.
–Yo lo conozco. No se me olvida su sonrisa, ni su gorra, asegura el hombre que dice ser originario de Tabasco.
–¿Dónde lo viste por última vez? ¿Hace cuánto?, ¿Recuerdas si tenía tatuajes?
–No recuerdo bien pero ese chavo está aquí en Misantla, búsquenlo, está aquí. Continúa asegurando.
Para entonces Florecita tiene el rostro desencajado y respira con mayor frecuencia. Sus compañeras la sostienen de las manos e intentan tranquilizarla. Su reacción es lógica. Han pasado 2 años sin tener noticias de su hijo y de pronto un hombre preso le asegura haberlo conocido hace como un año afuera de un Oxxo.
El hombre no brinda más datos contundentes que permitan confirmar su “amistad” o relación con el joven desaparecido. Insiste en que al joven con el que hasta convivió, le gusta usar gorras de camuflaje, bermudas y que no olvida su sonrisa.
Una bella luz dorada aguarda nuestra salida del penal. Florecita ya está más contenida. Otra vez no hemos comido pero el hambre esta vez ya no se aguanta. Tenemos unos minutos para comer algo y salir a Xalapa aunque sea de noche.
Nos volvemos a dividir en dos grupos y abordamos una camioneta que huele a nuevo. La pregunta que se hacen todas es: ¿Por qué no mandaron esa camioneta desde un inicio?
Llegamos ya muy de noche a Xalapa solo a descansar.
Jalacingo, pista falsa
Es el último día de búsqueda. Las esperanzas de obtener alguna respuesta son pocas pero no inexistentes.
A un costado del palacio municipal de Jalacingo está el Cereso. Acá no solicitan ni INE, confían en que somos las personas anotadas en la lista.
La fila, las rejas, el espacio reducido, el patio techado, las fotos, las peticiones de algún informe se repiten.
De pronto alguien frente a Rosita y a la imagen de su hijo le dice que recuerda haberlo visto hace como un año en Querétaro. La mujer aunque es recién llegada al colectivo y participa por primera vez en una búsqueda parece no sorprenderse. Permanece ecuánime, no cree en la pista dada.
Al otro extremo otro hombre señala la foto de un joven radicado en la Ciudad de México pero desaparecido en Veracruz. El interrogatorio de su madre comienza desde lejos. Envía preguntas a quienes están cerca del preso que dice reconocer a Daniel.
–Pregúntale si tiene brackets– exclama la madre que guarda la calma.
–No– Responde el hombre.
–Se los pudieron quitar–, dice otra mamá.
–Pregúntale si tiene tatuajes–, vuelve a pedir la madre desde lejos.
El joven duda y sin responder dice que lo que llamó su atención cuando supuestamente lo conoció, fue una sombra que el hombre preso señala en la foto del rostro de Daniel. “Nunca le pregunté si era un lunar o una quemada”, finaliza mientras avanza hacia su dormitorio.
Al fin veo a una mujer que se acerca a sostener con sus manos a una de las madres. Las buscadoras se referían a ella como Lic, pero apenas realiza un acto de contención. Le da palmaditas en los hombros a una de las mamás y le pregunta si se siente bien. Más tenía aspecto de turista que de psicóloga. Jamás vi a la joven acercarse a los familiares para conversar sobre sus emociones a lo largo de tres días. Eso sí, no hay foto del colectivo en la que no aparezca la joven psicóloga.
La búsqueda en los penales concluye y con ella las esperanzas de 14 mujeres y un hombre.
“Vamos a pegar fichas antes de irnos, organícense”, solicita Lidia, mientras se cubren del inclemente rayo del sol.
Las fichas de algunas personas desaparecidas quedan como fiel testigo de que sus familiares les fueron a buscar hasta ese pintoresco municipio.
En la camioneta se escucha un perturbador silencio. Cada una atrapada en sus pensamientos.
Otra canción dice lo que no podemos las presentes:
«Gracias de verdad.
Por hacer algo tan grande.
Por mirar siempre adelante.
Gracias otra vez.
Por haber amado tanto.
Por favor un minuto de silencio…»
Martha Alicia no puede contener más su tristeza. De sus ojos claros se desbordan las lágrimas y con ellas, la impotencia de no haber obtenido una respuesta. Entre el llanto suspira que se siente muy triste por tener que regresar a la Ciudad de México sin su hijo Javier.
De inmediato su equipo la arropa y la consuela.
«Tranquila Martha, no te desanimes. Aquí estamos todas. Un día vas a venir y te lo vas a llevar. Todo lo que haces es un trabajo para encontrarlo. Aunque no vives acá, no te preocupes, nosotras seguiremos buscando; si es necesario tapizar todo Veracruz con las fichas de búsqueda, lo haremos. Recuerda de sólo unidas los vamos a encontrarlos. Puedes irte tranquila».
Camino a Xalapa le entonamos las mañanitas a Margarita por su cumpleaños. Para ella no hubo pastel ni festejo, pero sí la muestra de afecto de sus hermanas de búsqueda. Nos despedimos antes de llegar a Xalapa, donde nos quedamos quienes volvemos a la Ciudad de México, el resto del colectivo viajará cinco, tal vez seis horas más hasta el puerto de Veracruz para llegar a sus casas como llegaron: con el corazón roto.
Espero, un día poder conocer a Javier, Daniel, José David, Gustavo, Osvaldo, Javier de Jesús, Orlando, Jorge Alberto, Willians David, Felipe de Jesús, Juan Pablo, Juan Daniel, Angel Gabriel, Tomás y Zaira Itzel a quienes buscamos en esta jornada durante 3 días y poderles contarles con cuánto amor, dedicación y fe les buscaron sus madres, hermanas, esposas y padre.
***
Este texto se publicó en Pie de Página, se réplica en virtud de la #AlianzaDeMedios de la que forma parte ZonaDocs:
Buscar entre vivos: familias de desaparecidos recorren ceresos de Veracruz