La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
El laberinto en llamas sólo porque Jorge, el bibliotecario ciego inspirado en Borges, no quería que los monjes rieran.
El agujero en el suelo donde vivía un hobbit.
El anillo para gobernarlos a todos. Para encontrarlos. Para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la tierra de Mordor, donde se extienden las sombras.
El calor de Comala, a donde fuimos porque allá vivía un tal Pedro Páramo y donde todos se desmoronaron como un montón de piedras.
Las Poquianchis, la Revolución, la Independencia, la vida cotidiana en Cuévano, la vida cotidiana en México.
El monólogo de Carlota, prisionera de su pasado y de la loca de la casa.
Voland poniendo de cabeza a Moscú mientras Margarita y el maestro hacen lo que imposible por vivir su amor.
El nenúfar en el pulmón de Chloé, los libros de Jean Sol Partre, una bebida del pianococtel.
Rabia y desenfreno al volante: los perros, el deseo y la muerte.
El Mago del Siam que muerde en el codillo a Denis y lo condena a ser humano según el ciclo lunar.
Los mosquitos que quieren acabar con la humanidad.
¡Pinche Mongolia Exterior!
La cruda realidad de México que tiene nombre —Ciudad Juárez— y apellido —los decapitados por el crimen organizado.
El caníbal, el detective, el caníbal, la detective, el caníbal, el superviviente.
El péndulo y los 720 nombres de dios.
Ente sin nombre busca mujer para amarse entre iguales.
El amor más allá de los océanos de tiempo.
La inmortalidad de todos los seres, menos el hombre.
El galán de cine y el hombre de las mil voces cayendo desde el cielo con la fuerza implacable de una fatwa. Esconderse bajo la sombra de Conrad y Chéjov.
¿Y ahora qué pasa, eh, drugos?
No quisiera morir.
Tú y yo / coincidimos / en la noche terrible.
El cobrador, Ella, Mandrake: el matón conocido como Turco Viejo en un mundo prostituto de pequeñas criaturas.
Pésimas personas jugando al fútbol en Vietnam.
Nunca es otoño en Pekín.
El niño que vivió y sobrevivió siete veces para contarlo.
Migrantes masacrados en la frontera sur en el papel, notas de metal y rabia oficinista: se buscan cabezas.
El coronel que conoció el hielo pero no a su pariente con cola de puerco.
Reflexionar sobre el oficio; el oficio de la reflexión.
Ismael, llámame Ismael.
* * *
Si cada cabeza es un mundo, las marcas que deja cada libro en la mente de cada lector son universos enteros. No importa que se trate del mismo libro; muchas veces ni siquiera importa que se trate del mismo lector: cada vez que alguien abre la tapa y comienza leer, el mundo desaparece y cada quien comienza a recorrer su propio mapa, dibujado con letras, líneas y párrafos.
Jorge Luis Borges escribió:
«De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo: el microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación».
El próximo 23 de abril se celebra, como cada año, el Día Mundial del Libro y la ocasión es perfecta para echar un vistazo en el librero y recordar, rápidamente, apenas algunas de las marcas, unos cuantos de los universos, que pueblan la mente. También es ocasión para recordar que acaso el mayor poder de la literatura radica, precisamente, en permitirnos vivir lo que de otra cosa no podríamos porque, como dijo Umberto Eco:
«Quien no lee, a los 70 años habrá vivido una sola vida, ¡la propia! Quien lee habrá vivido cinco mil años: estaba cuando Caín mató a Abel, cuando Renzo se casó con Lucía, cuando Leopardi admiraba el infinito… Porque la lectura es la inmortalidad hacia atrás».
¿Cuántas marcas tenemos en común? ¿Cuáles son las tuyas? ¿Por dónde transita tu inmortalidad?