La Hilandera
Por Rosario Ramírez / @La hilandera
Ahora que lo pienso, creo que nunca me costó trabajo escribir. No es que lo hiciera bien, no es que fuera la mejor, pero lo hacía. Desde el clásico “querido diario” hasta las tres tesis que dicen mi nombre con todo y sus derivados, la escritura se fue convirtiendo no solo en parte de mi trabajo, sino en parte de mi. Soy aun sin las letras, soy aun (y mucho) en el silencio, pero así como otras personas tienen el don y la facilidad de crear con sus manos, yo pisco palabras y con ellas trato de compartir, pero sobre todo de entender ese pequeño punto del mundo al que le dedico días, atención, emoción y mis dudas habituales.
Pero dejé de escribir.
Tomé un curso maravilloso de escritura para explorar las emociones que no estaban encontrando salida. Aprendí muchísimo, sin duda, pero hubo varios momentos y reflexiones que me hicieron pensar y replantearme varias certezas: ¿Para qué o para quién escribo?
Cuando la facilitadora de aquel taller hizo esa pregunta, colapsé. Y no es que me hubiera puesto en un dilema nuevo, más bien su voz planteó una pregunta que yo tenía atorada en algún lado del estómago. Escucharla me hizo entrar en un agujero, o en uno de esos juegos donde hay muchos espejos y donde en cada intento por descifrar la salida terminas dándote un golpazo en la nariz haciendo reir a quien te mira (aunque si eres tú mismx, a veces no parece tan gracioso).
¿Para quién escribo? ¿Para quién escribía entonces? las respuestas que me dí no me gustaron del todo. ¿Para un gremio? ¿para los pares que no me ven como una? ¿para personas anónimas? ¿para mí misma? ¿para todas? ¿para ninguna? y ahí, por primer vez en años, se me presentó el silencio traducido en la imposibilidad de escribir, un silencio cómodo, un silencio que me dio paz, un silencio tenso también, una respuesta automática de resolver al paso, de salir del pendiente, de cero creatividad (o al menos eso me hizo pensar mi archienemiga la síndrome de la impostora).
Aunado a la situación de precariedad, desigualdad e injusticias que se viven en el campo en el que ¿habito?, ese silencio fue adquiriendo un sitio, era motivo y respuesta a mi desánimo, era uno de esos eventos que se quieren dejar al final por lo incómodo que resultan. La hoja en blanco que nunca se llenaba, el “tener que publicar”, el narrarse todo el tiempo (¡qué casado es, paremos por favor!) se hicieron tareas imposibles, indeseables, complicadas. Había demasiados nudos.
Pero luego, como que no quiere la cosa (porque de verdad ya no estaba queriendo), y como me pasa desde hace años, las mujeres me sacaron del silencio sin saberlo y sin que yo misma lograra entender cómo o por qué:
Hace unos días estuve en el meet up de @GeekGirlsMx donde, por unas horas, emprendedoras y creativas compartían sus proyectos, platicaban sobre sus estrategias, contaban sus vivencias y sus historias de éxito o de intento. Me entregué a la experiencia y, además de conocerlas y escucharlas, me di cuenta de que muchos de los proyectos, si no es que la mayoría de los que escuché, surgieron de una crisis, de un no saber qué sigue, de una necesaria reestructuración de la vida, de un ejercicio creativo y de introspección que encontraba una salida en un producto, en una idea, de manera gráfica, en contenido.
Desde hace años creo fervientemente que no solo aprendemos de las crisis, que no tenemos que pasar por cosas terribles, por duelos, por separaciones, por soledad para renacer y crear, y que tendríamos que ejercitar ese músculo que nos hace aprender también de los momentos luminosos. Lo cierto es que ni yo lo logro, pero lo mantengo como una esperanza que guardo para los momentos adecuados. El punto es que una de las ponentes espontáneas de este evento dio en 15 minutos una plática simple, pero que llegó a donde me tenía que llegar, y terminó su intervención diciendo más-menos que no todas las historias son de éxito y que está bien, que sabemos poquito de todo y que eso también está bien, porque eso nos levanta del tropiezo y nos hace avanzar.
Entonces recordé a mis alumnas, su rabia, su creatividad, su crítica afilada y el amor y el cuidado que se procuran y que también he recibido de ellas. También pensé en mi casa, en esa casa aguerrida que ha salido de todo bache haciendo equipo al grado de tener un grito de batalla para decir “venga! Claro que podemos y vamos juntas!”.
De mi pensar ese sábado por la mañana caí en cuenta de que habitar ese silencio fue mi espacio seguro, un sitio que necesitaba, uno en el que me metieron sin preguntar, pero también un lugar del que necesitaba salir. Y este escrito es precisamente un intento. Porque no es que se tenga que opinar de todo, y tampoco es que a alguien le importe, pero no puedo ser indiferente a lo que ocurre en el contexto social en el que vivo y que me toca, y tengo que aceptar que, más allá de la (maldita) productividad, mi trabajo también es este, y tengo el enorme privilegio de haberlo elegido y el derecho de habitarlo plenamente aunque tantas y tantas voces en este tiempo de silencio me hayan dicho de muchas formas que este no es mi lugar.
En fin, aquí estoy, sigamos.
Me gusta el texto, estoy aprendiendo de el me quedo con 2 cosas, renazco frente a la crisis sino muero, la segunda no soy perfecta y eso esta bien.
Gracias te seguiré leyendo Rosario cada vez que pueda.
Gracias zonadocs.mx por comunicar.