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A 10 días del desalojo que vivieron del campamento que tenían junto al Río Bravo, una gran parte de la comunidad venezolana expulsada por Estados Unidos se encuentra dispersa en las calles de Ciudad Juárez sin saber que será de ellos. Muchos se esconden de la policía porque los retiran de espacios públicos y los somete a revisiones exhaustivas
POR BLANCA CARMONA / FOTOGRAFÍAS: REY R. JAUREGUI / LA VERDAD
Después de desayunar, Freddy Manuel Yépez busca por lo menos un cambio de ropa entre los montículos de prendas acomodados en las mesas del comedor Casa Betania.
Este es uno de los espacios que se ha convertido en un refugio temporal para los migrantes venezolanos en Ciudad Juárez, entre ellos Freddy, quienes tras el desmantelamiento de su campamento, instalado junto al Río Bravo, el pasado 27 de noviembre, quedaron en condición de calle.
El desalojo de migrantes de ese lugar no ha impedido que los venezolanos continúen llegando a Ciudad Juárez o permanezcan en esta frontera a la espera de cruzar a Estados Unidos para solicitar asilo.
Pero sin el campamento, desde hace ocho días una gran parte de la comunidad venezolana se encuentra dispersa en esta comunidad fronteriza. Muchos de ellos duermen en las calles y escondidos de agentes de la policía municipal porque los retiran de los espacios públicos y los somete a revisiones exhaustivas e incluso les ha robado dinero, señalaron los migrantes.
Algunos han encontraron refugio en iglesias, otros se fueron a albergues y salen a trabajar durante el día.
Freddy, que en su natal Venezuela era maestro de Educación Física, se entregó a las autoridades estadounidense unos días después de que el juez de Distrito en Washington, Emmet Sullivan, bloqueó el Título 42 y otorgó cinco semanas al Gobierno de Joe Biden para que deje de aplicar esta regulación.
Freddy Manuel estuvo en el campamento un mes y cinco días.
Después de que cruzó el Río Bravo fue retornado a México, pero por la frontera de Piedras Negras, Coahuila y de ahí fue movilizado por personal del Instituto Nacional de Migración (INM) a Acapulco, donde dice “lo tiraron” sin ropa y sin dinero. Él permaneció ocho días en centros de detención en Estados Unidos.
A pesar de los obstáculos y de que el campamento fue desmantelado, ellos decidieron regresar a Ciudad Juárez.
“Venimos llegando después de ocho días en el tren. Aguantando hambre, frío, sueño, yo tengo aproximadamente dos meses que no me acuesto en una cama” cuenta el hombre.
“Regresamos a Juárez porque es una ciudad donde la gente es más humanista. La gente aquí es diferente a todos los sitios, es prácticamente incondicional con nosotros desde un principio, no hay palabras para decir que tipo de personas son”, afirma.
Otros migrantes fueron retornados y dejados en otros puntos del país como Reynosa, Pachuca, Sonora, Ciudad de México y en la frontera sur.
Sobre el bulevar Bernardo Norzagaray, en el parque que se ubica frente al espacio donde estuvo el campamento, permanecen varios migrantes bolivarianos que también vivieron el desalojo del campamento, donde pernoctaban junto a los venezolanos.
Algunos han recibido ayuda de los vecinos, quienes les permiten usar el baño y les guardan las cobijas que pudieron recuperar el día que el Grupo Antimotines avanzó a punta de empujones y patadas para retirar las casas de campaña o las carpas formadas con cobijas, cartón y retazos de tela.
“Tenemos dos cobijas, un señor nos las guarda para que no nos las quite la policía. Ellos nos amenazan, diciendo que nos van a llevar al refugio o a la cárcel”, menciona.
Por el sector donde duermen en la vía pública, “a las 3, a las 5 de la mañana un policía empieza a pitar que se pare todo el mundo, que no quiere a nadie durmiendo, algunos duermen aquí (en las orillas del parque) escondidos” dice Marcos Rivera quien viaja junto a su hijo de 11 años.
“Fuerte, duro, el frío quema y el trato de las autoridades no ha sido bueno, no nos pueden ver en ningún lado porque nos corren, nos quitan dinero más que todo en las horas de la noche… solo por hecho de no ser mexicanos, de ser venezolanos ese es el motivo”, comenta a su vez Luis Matie.
“Nos afectó el retiro del campamento, primero por la seguridad de todos, tanto de los niños como de los adultos, porque ahí entre todos nos cuidábamos, estábamos al pendiente que no pasara nada, pero en estos momentos es poca la gente que hay y hacen y deshacen. Quedamos dispersos”, agregó Matie.
Los propietarios de algunos negocios ubicados en el bulevar Bernardo Norzagaray, también han dado empleos temporales y techo a algunos migrantes venezolanos.
“Yo aquí tengo a un joven trabajando de planta, a él le doy un sueldo, comida y también duerme aquí. Tengo a otro venezolano que está de chalán, él no tiene un sueldo, recibe las propinas, en las noches le doy 100 pesos y le traigo comida en el día, una pizza, un café, un pan, algo, y también se queda a dormir aquí”, dijo el dueño de un local comercial de la calle Bernardo Norzagaray que pidió reservar su nombre
“Es gente que sabe trabajar, agrega. “Sé que a los alrededores hay más migrantes algunos están consumiendo droga, los que andan atrás eso están haciendo, y bueno también hay familias, se quedó gente aquí de la que estaba en el campamento”.
Otras de las personas migrantes que vivían en el campamento se fueron a iglesias cristianas ubicadas en la zona Centro de Juárez, que se habilitaron como refugio.
“Nos enteramos de que el presidente (de Estados Unidos) sacó un comunicado diciendo que ya no iban a aceptar más venezolanos y nos quedamos atrapados en México, sin oportunidad de nada porque teníamos un pensar, que era llegar, trabajar”, dice Danaris Yanes, de 20 años, quien no pudo terminar de hablar por el llanto. En Venezuela ella era estudiante de marketing y tenía un puesto de comida y una tienda de ropa virtual, pero todo lo regaló o lo vendió para costear el viaje.
Algunos núcleos de familias que se habían ido a albergues el día del desalojo, decidieron dejar esos espacios al considerar que estaban como presos pues no les permiten salir ni a comprar comida ni artículos de primera necesidad para ellos.
“Mi hijo que es de mal comer, esa comida muy poco la come, no me dejaban ni salir a comprarle algo a mi hijo. Uno se sentía preso, es por eso que a nadie le gusta ir a los refugios y la idea esa está bien, si nos querían resguardar, está bien, nos vamos, cedemos. Pero déjame salir por lo menos a buscar un trabajo y no nos dejan, tenemos que esperar 15 días, no podemos comprar una comida”, indica una migrante que venía del albergue Kike Romero.
“Nos fuimos al albergue porque de verdad ya no teníamos otra opción, estábamos en el campamento, nos sacaron, nos colocamos en el parquecito, también llegaron a sacarnos, nos tratan prácticamente como delincuentes, refiriere Jesica Linares quien era cocinera en Venezuela y también dejo el albergue Kike Romero.
“Nosotros no somos ningunos delincuentes, ninguno, somos profesionistas, trabajadores”, comenta la mujer.
Los venezolanos mantienen la esperanza de que podrán cruzar hacia Estados Unidos a partir del 21 de diciembre, fecha en la que vence el amparo con el que la administración de Biden logró suspender temporalmente la anulación del Título 42, política bajo la cual se da la expulsión de migrantes que cruzan de manera irregular por la frontera.
Organizaciones defensoras de migrantes han alertado que los migrantes en condiciones de calles enfrentan mayores riesgos que en el campamento.
SURGEN ESFUERZOS PARA AYUDAR A PERSONAS EN MOVILIDAD
Voluntarios de Casa Betania, preparan y comparten alimentos con personas en movilidad.
Financiada con donativos e impulsada por la comunidad católica de la parroquia Nuestra Señora del Rosario, Casa Betania empezó a funcionar en mayo pasado.
Se trata de un espacio creado con el propósito de atender a personas en situación de movilidad.
Los días lunes, miércoles, viernes y sábados ahí se sirve un platillo de comida recién preparada. Además, se ofrece ropa en buenas condiciones y algo de medicina cuando se detecta a migrantes enfermos.
Desde que empezó a funcionar el campamento venezolano a la orilla del Rio Bravo, en Casa Betania se atendía al día a unas 350 personas y el flujo prácticamente se mantiene a pesar del desmantelamiento de ese espacio, pues siguen acudiendo unas 300 personas cada día de servicio, señaló Lázaro Solís uno de los voluntarios que atiende el lugar.
“Mas que una comida, nosotros decimos que representa un plato de esperanza, para que no se sientan mal aquí está el comedor. Tenemos poquita capacidad es para 15 personas, así que comen, escogen lo que necesiten de ropa y les decimos por favor salgan para que entren otros 15, van de 15 en 15 aproximadamente. Tenemos unas 300 personas al día”, explica Lázaro.
“Nosotros somos las que guisamos, mi grupo es el lunes, pero vengo a apoyar a los otros grupos los miércoles y viernes; hoy hemos tenido unas 270 personas, unos 270 platillos entre migrantes y mexicanos, se les da comida a personas del barrio que no tienen casa, que anda entre las calles, con la ayuda de muchos voluntarios”, dijo el viernes pasado María del Refugio González.
Casa Betania requiere el apoyo de más donativos para seguir funcionando. Principalmente requieren alimentos y desechables, quienes estén interesados en ayudar pueden acudir a su domicilio ubicado en la calle Juan Mata Ortiz número 805, esquina con Begonias en la zona Centro de Juárez
“Pedimos la ayuda de la gente, a los internautas, que nos echen la mano con ropa en buenas condiciones, alimento, todo lo que sea alimento que no esté caducado, nos llega mucho alimento caducado y los desechables son muy necesarios”, agregó Lázaro.
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Este trabajo fue publicado originalmente en La Verdad que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.