Todo es lo que parece
Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza
Vaya cosa. Seguramente ustedes también atestiguaron cómo durante buena parte de las semanas pasadas hubo una encarnizada disputa por la hegemonía en torno a la conversación pública; específicamente, ésta giró acerca de la denominada Marcha por la democracia y/o en defensa del INE. La batalla por hacerse con el control de la narrativa alrededor de esta manifestación fue, por decir lo menos, espectacular. Al revisar las crónicas publicadas ayer y hoy en torno a este acontecimiento, esgrimidas tanto por tirios como por troyanos, es posible encontrar cualquier cantidad de epítetos a favor y en contra (con más vísceras que cabeza, eso sí). Pero sobre todo, es más que evidente —y preocupante— la crucial falta de mesura entre ambas partes. Pareciera que, en lugar de argumentos más o menos racionales, los bandos en confrontación se han empeñado en postular la obstinación y la rabieta como posicionamientos políticos. Como si la política fuera un juego de suma cero y no el arte de buscar consensos.
Así, por una parte, está la versión romantizada de algunos comentólogos que aseguran que con la marcha del 13N se puso fin al México de las mañaneras y, al mismo tiempo, se inauguró, por fin, el México del mañana. Nah. Afirmaciones de este tipo ocupan el mismo (y absurdo) lugar ontológico en el que se sitúa aquella otra vertiente que pretende desdeñar y minimizar el reclamo ciudadano (la mini marcha, le dice la propaganda oficialista en redes). Como si fueran poca cosa los contingentes que salieron a las calles a manifestarse en prácticamente todas las ciudades importantes del país. Basta echarle un vistazo a las portadas de los diarios internacionales para darse cuenta del tamaño de la llamada de atención expresada por la ciudadanía. Ojo ahí. El tema que detonó la marcha es, sin duda, uno de los más sensibles entre la población. Quien tenga ojos debería atreverse a verlo en lugar de obstinarse en mantener una estrechez de miras. El costo político del desdén puede ser altísimo. La estigmatización denostativa de la protesta, también.
Ahora bien, hay quien se esfuerza en poner en duda la legitimidad del reclamo ciudadano. Sin embargo, la historia que hemos recorrido para tener un árbitro electoral más o menos autónomo no es un asunto menor. Es imposible obviar este recorrido, aún cuando lo intenten a diestra y siniestra. ¿El árbitro es perfectible? Por supuesto que sí. Hay que modificar lo que sea modificable. Pero lo anterior tiene como requisito el establecimiento de procesos racionales, argumentos pensados, evidencias. No caprichos y obstinaciones. Se precisa un diálogo con menos corazón y con más razón. Insisto: no se puede escatimar la legitimidad del reclamo. No obstante, la presencia en la marcha de personajes como Vicente Fox, Roberto Madrazo, o Alito Moreno —Alito, por favor— causa, por lo menos, cierto escepticismo. Desincentiva. ¿Por qué? Porque ninguna manifestación está exenta de agendas facciosas y/o personales. Ninguna. Pero de ahí a regatear la validez de la protesta hay un abismo.
De cualquier modo, es preciso no perder de vista la importancia de lo sucedido este pasado domingo trece. En principio, ésta radica en que la visibilización de los conflictos que nos atraviesan es una condición necesaria para la ampliación de las posibilidades de lo democrático. La arquitectura de una esfera pública saludable así lo requiere. A esto hay que sumarle que la potencia de las manifestaciones y movilizaciones sociales hoy tiene que medirse en función de su capacidad para colocar los temas que les interesan en la conversación pública (y no en función de la cantidad de personas que convocan). Esto nos da otro indicio del tamaño que tiene esta llamada de atención. El 13N no es, pues, un asunto menor.
Finalmente, y quizá esto sea lo más significativo, hay que precisar que, a estas alturas, resulta miope pretender que lo acaecido el domingo pasado revela de cuerpo entero al conservadurismo. Es igualmente obtuso aseverar que la multitud que salió a las calles representa un triunfo de los partidos de oposición. De ninguna manera. Hay que leer la marcha como lo que es: la articulación de un malestar con la política que, en lo absoluto, implica la intención de retornar a un pasado corrupto que no podemos repetir, sino la exigencia de una ciudadanía crítica para participar en el diseño de su futuro.