La Calle del Turco
Por Édgar Velasco / @TurcoViejo
A media semana se soltaron los demonios… otra vez: integrantes del crimen organizado esparcieron terror en diferentes puntos de la zona metropolitana de Guadalajara, así como en Irapuato y en Celaya. La versión oficial dice que los delincuentes reaccionaron a un operativo que tuvo lugar en Ixtlahuacán del Río. Sin embargo, ayer la noticia la dio el gobernador influencer: Enrique Alfaro dio a conocer que en la Nueva Jaliscia se tomó la decisión de no actuar para “evitar un mal mayor”. La omisión elevada al rango de política pública.
Por otra parte, en esta semana López Obrador tuvo otro de esos desplantes que les encantan a sus detractores pero que, sin duda, debería encender algunas alarmas: el presidente insistió en su delirio de que la Guardia Nacional sea puesta bajo control de la Secretaría de la Defensa Nacional así tenga que pasar por encima del Congreso, la Corte o la mismísima Constitución. Además del talante berrinchudo y autoritario de la declaración, sigue siendo preocupante el camino militarizado de la vida pública del país no por lo que pueda o no hacer López Obrador con ese entramado, sino por cómo lo van a aprovechar quienes vengan después de él.
Sin embargo, haciendo honor a mi déficit de atención, mientras estos dos temas ocupan buena parte de las conversaciones y los titulares vine a caer en cuenta de que el próximo 17 de septiembre se cumplen 50 años de la muerte de Rafael Bernal. Y como lo más seguro es que de aquí a un mes se me olvide, prefiero usar de una vez la entrega de esta semana para contarles por qué deberían inmediatamente dejar de hacer lo que estén haciendo —así sea leer este texto— y hacerse ya mismo de un libro de Bernal. Yo les voy a recomendar dos, pero primero lo primero:
Rafael Bernal (Ciudad de México, 1915 – Berna, Suiza, 1972) fue un escritor mexicano que, además de haber sido preso político por su febril sinarquismo, fungió como diplomático, publicista, historiador y guionista, entre otros oficios. Con apenas 57 años de edad al momento de su muerte, Bernal pronto ocupó un lugar de privilegio en las letras mexicanas ya que es considerado como el padre de la novela negra en el país gracias al libro Tres novelas policiacas (1948) pero, sobre todo, debido a su obra más reconocida, misma que es la primera de mis recomendaciones, a saber:
El complot mongol (1969), una de las mejores novelas de la segunda mitad del siglo XX. Rafael Bernal presenta una novela llena de humor negro, ambientada en el México postrevolucionario es el escenario para la siguiente historia: el presidente Kennedy está a punto de visitar México, pero hay rumores de un plan de la China comunista para matarlo durante su estancia en el país. Filiberto García, un exrevolucionario que ahora se desempeña como matón a sueldo para un Coronel y que tiene buenas relaciones con el barrio chino de la capital, es comisionado para confirmar o desmentir el rumor. Con maestría, Rafael Bernal teje una trama ágil, bañada de humor negro y que, al tiempo que ofrece un retrato de la sociedad mexicana de los años sesenta y de la capital del país, también critica las ansias modernistas y todas esas cosas que históricamente han aquejado a México: los negocios debajo de la mesa, las intrigas políticas, el influyentismo o, como dijera El Licenciado (el mejor amigo de García): la cuatificación.
La relevancia de El complot mongol es tal que cuenta con un par de adaptaciones cinematográficas (una de 1977 y otra de 2019), además de una adaptación como novela gráfica a cargo de Luis Humberto Crosthwaite y Ricardo Peláez Goycochea (Fondo de Cultura Económica, 2017).
Menos conocida, pero no por eso menos genial, es la segunda recomendación: Su nombre era muerte (1947) una novela delirante que bien podría considerarse como una pieza de ciencia ficción aun cuando escapa a la mayoría de las convenciones del género.
En este caso, el protagonista es un paria que decide dejar atrás su vida y escapa de la ciudad para refugiarse en la selva Lacandona. “La maldad de los hombres y el asco que me producía su contacto me arrojaron de las grandes ciudades, rumbo a las orillas de la civilización”, dice el narrador. Allá se instala cerca de una comunidad de lacandones y hace amistad con Pajarito Amarillo, un lacandón que lo cura de los demonios que le atormentan, lo nombra Tecolote Sabio y le dedica, dice, “las primeras palabras de alabanza y de esperanza que oía en mi vida”. Además, se hace cargo de su manutención.
Mientras vive en la selva, el protagonista logra, a fuerza de una observación atenta y todavía más minuciosa escucha, comunicarse con los mosquitos. Aprende y domina su lenguaje y entonces descubre la amenaza: hay una toda una conjura de estos seres para acabar con la raza humana. La cosa se complica cuando llega un grupo de investigadores, comisionados por los gobiernos federal y estatal, entre quienes se encuentra la señorita Johnes. Junto con los científicos llega al narrador todo aquello de lo que había huido: eso que llaman civilización, con sus intrigas, celos y deseos carnales.
En Su nombre era muerte Rafael Bernal construye un relato donde tienen cabida por igual la reflexión teológica —ojo, no estamos hablando de religión— y la crisis existencialista, todo esto sin ánimos moralizantes. También hay espacio para una crítica de la “civilización” y de cómo ésta es una amenaza para la vida de los pueblos originarios y la naturaleza. Pero, sobre todas las cosas, lo que destaca es una imaginación desbordada que se expresa en una narración fluida que atrapa al lector y lo lanza en un ritmo frenético que es difícil, por no decir imposible, interrumpir. Advertencia: una vez terminada la novela, es normal desarrollar cierta paranoia al zumbido de los mosquitos y fobia a términos como dengue, malaria, fiebre amarilla, paludismo, etcétera.
Su nombre era muerte y El complot mongol son dos lecturas imperdibles que bien vale la pena conocer —o revisitar— en el marco del aniversario luctuoso de Rafael Bernal. Porque resulta increíble ver que ya han pasado 50 años de su partida y se vuelve imposible no exclamar, a la usanza de Filiberto García: ¡Pinche medio siglo! ¡Pinche Mongolia Exterior!