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Por Carlos Underwood / @carloselunder
Estas palabras las escribo como periodista parte de la resistencia.
El Ejido de Playa del Carmen. Hay un camino de tierra. A los lados, selva. Se escuchan nuestros pasos sobre la maleza y un silbido seco cuando el viento roza las hojas de los árboles. Es 2015 y sigo a Raúl Padilla, un detective y a la vez guardián de las especies que habitan en el Caribe mexicano.
Raúl atraviesa esa selva maya donde vive el jaguar, el mono saraguato negro, la salamandra yucateca y otros animales, como el tigrillo, el puma, el jaguarundi, el venado cola blanca, el zorrillo manchado, el búho cornudo, y debajo de la tierra, en el umbral del inframundo, en las cuevas y ríos subterráneos, la anguila ciega y la dama blanca. Fauna inmortalizada por sus cámaras trampa repartidas en la espesura y cavidades, extensiones de sus ojos y también vigilantes del yóok’ol kaab, del cosmos maya.
Esa selva ancestral parece respirar mientras a la distancia filmo a Raúl con mi Canon 60D. Por momentos, ese detective salvaje es parte del entorno, del ecosistema. No es un intruso, es un elemento más, coexiste en ese complejo rompecabezas que entendemos por naturaleza. Raúl encuentra en la selva equilibrio, armonía, balance, toj óolal.
Raúl se detiene y se lleva las manos a la cabeza y me dice “aquí es”. Delante de nosotros la selva maya y virgen termina y comienza un acantilado artificial. Ya no vemos selva, únicamente muerte y polvo. A lo lejos, en el interior de ese cráter, maquinaria hace trizas el suelo y de grietas que podrían ser heridas profundas en un cadáver brota agua para formar lagunas límpidas en la superficie.
“Es el manto freático”, me dice Raúl con la zozobra del curtido explorador que pierde el rumbo a mitad de la expedición de su vida.
Incluyo a Raúl y el paisaje erosionado en un mismo plano y Raúl me dice que el daño se debe a la actividad extractiva.
“El material pétreo extraído por la minera se convierte en autopistas en Estados Unidos”. Raúl se refiere al sascab que la empresa estadounidense Vulcan Material Company tritura en molinos de acero a través de su filial mexicana Calizas Industriales del Carmen S.A de C.V, hoy conocida como Sac-Tun y centro de la propaganda de Estado como estrategia mediática para desviar la atención de los mexicanos de la devastación causada por el mal llamado Tren Maya.
Las denuncias
Entre 2015 y 2016 acompañé a Raúl Padilla a recolectar imágenes de sus cámaras trampas en el municipio de Solidaridad (Playa del Carmen) para mantener su registro de especies, un trabajo invaluable para mapear avistamientos de felinos como jaguares y otros animales. Recorrimos las zonas erosionadas por la actividad minera de CALICA. Registré las voces de los pescadores y prestadores de servicio que acusaban al gobierno de dañar el arrecife como consecuencia del proyecto de recuperación de arenales en 2010. Seguí los pasos de activistas que denunciaban sin miedo a los hoteleros de cadenas españolas por diferentes ecocidios, como remover manglar durante la noche o tras una tormenta para evitar sanciones o clausuras, o construir muelles y espigones sin autorizaciones o enterrar costales en los arenales pese a la advertencia de las autoridades locales y federales.
Grabé zonas empobrecidas de Playa del Carmen y Puerto Aventuras, a la deriva por el eterno desdén gubernamental y su incapacidad por ofrecer servicios dignos y seguridad. Seguí la lucha de organizaciones como Moce Yax Cuxtal, cuyas integrantes ventilaron —y aún lo hace — la contaminación de cenotes en las zonas urbanas de Playa del Carmen por un drenaje deficiente, sin conectividad y cómo las constructoras arrasaban con selva y cuerpos de agua.
Seguí a espeleólogos y buzos quienes defendían —nunca han bajado los brazos— los recursos naturales de la península, aunque existieran presiones económicas de desarrolladores, cómplices de políticos cuya falta de creatividad y preparación impedían una visión distinta al desarrollo turístico e inmobiliario. Junto con otros colegas, documenté las denuncias de ex trabajadores de la empresa Promotora Ambiental (PASA), cuyo gerente provocó el derrame de lixiviados en los alrededores del relleno sanitario, y terminó en contaminación de agua y selva.
La lista de denuncias es larga, casi infinita. Los activistas en Quintana Roo han logrado evitar catástrofes como el que vaticinaba la construcción del Dragon Mart, un centro de exhibición para la venta de productos chinos. El gobierno estatal, de la mano de empresarios mexicanos y asiáticos, buscaba edificar un megacomplejo en 127 mil metros cuadrados, en tierras cercanas al Área Natural Protegida Arrecife de Puerto Morelos y de la costa. Pese a las amenazas de muerte, los activistas lograron frenar un plan que pretendía centros comerciales, turísticos y viviendas.
Y no sólo eso, los activistas también vencieron la batalla contra los inversionistas que impulsaban la edificación de la Terminal de Almacenamiento y Reparto de Combustible del Caribe (TAR), cuya infraestructura ponía en riesgo el ecosistema de toda la Península de Yucatán. Buzos, espeleólogos, ambientalistas, organizaciones, ciudadanos, todos unidos y apegados a la ley, sortearon el megaproyecto.
También han existido derrotas, historias terribles, como la construcción de hotel Hyatt, en Playa del Carmen, o el complejo Meliá (Hotels International S.A). Ambas cadenas removieron manglar y edificaron sobre la duna. O los desarrollos inmobiliarios como Villas del Sol y otros que han destruido la selva. Aunque no se frenaron esas obras, los activistas estuvieron ahí: fracasaron, pero denunciaron en papel y salieron a las calles con el puño en dirección al cielo.
Y hay otros males, como las construcciones ilegales de particulares en Sian Ka’an, o el mal manejo de los residuos en Holbox. Playacar y la privatización de playas y vestigios arqueológicos. Y los hoteles RIU, cadena española que viola recurrentemente las leyes de construcción y ecológicas.
La lista es interminable: la explosión en el hotel Princess Riviera Maya por negligencia de los hoteleros y falta de inspecciones del gobierno. La exhibición de especies protegidas en la Quinta Avenida como entretenimiento turístico, tolerada por las autoridades por temor a las mafias o complicidad. Etcétera. Etcétera. Etcétera.
Hoy la muerte ronda nuevamente en el Caribe mexicano, como en los anteriores sexenios. Los megaproyectos en el sureste mexicano sólo buscan el beneficio de grupos empresariales, élites, políticos.
Esta muerte tiene la invitación del gobierno federal, de otro régimen, pero igual de neoliberal que su antecesor, principalmente en cuanto a proyectos de desarrollo emprendidos en el Caribe mexicano y el Istmo de Tehuantepec —el gobierno comenzó la militarización en el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT) y la Asamblea de los Pueblos por la Defensa de la Tierra y el Territorio alertó de prácticas coercitivas, como en gobiernos pasados—.
Hoy, el Tren Maya es lo que en su momento fue CALICA, el Dragón Mart, la TAR, todos los hoteles franquicia, los desarrollos inmobiliarios.
Hoy el Tren Maya es la mayor amenaza en el sureste de México, pero ahí están esos mismos activistas que vencieron proyectos depredadores, esos activistas calumniados por el presidente Andrés Manuel López Obrador y opacados por la prensa amiga del régimen alzan la voz diariamente y documentan un ecocidio que se ha normalizado en el país, minimizado por la opinión pública que repite las palabras de Youtubers —y supuestos periodistas presentes en la “Mañanera”— que desconocen el pasado del Caribe mexicano u otros que, cegados por su lealtad al presidente López Obrador, no perciben que los daños de los megaproyectos neoliberales tendrán consecuencias socioambientales inmediatas y seguirán por muchos años.
Resistencia
En un lejano 2015 estuve con Raúl Padilla en la selva para documentar las consecuencias de la extracción de material pétreo por parte de CALICA —las evidencias se pueden ver en el documental Erosión, estrenado en 2016—.
Hoy, muy cerca de ese lugar, en agosto de 2022, las maquinarias rompen árboles, quiebran la tierra y perforan con sus motores el silencio, cortan el viento. Esas maquinarias son enviadas por el gobierno federal, coordinadas por el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) y vigiladas por el Ejército. Son maquinarias que llevan muerte, son máquinas de muerte.
Diariamente la resistencia playense —activistas de toda la vida— sube videos en Twitter y Facebook para denunciar el crimen, el daño socioambiental ejecutado por el gobierno federal.
El megaproyecto de “seguridad nacional” viola leyes, hace pedazos la Constitución mexicana —“Toda persona tiene derecho a un medio ambiente sano para su desarrollo y bienestar. El Estado garantizará el respeto a este derecho. El daño y deterioro ambiental generará responsabilidad para quien lo provoque en términos de lo dispuesto por la ley”, se lee en el artículo 4—. La respuesta oficial: una feroz oposición mediática —orquestada por presidencia y repetida por voceros sin escrúpulos— por ir en contra de los caprichos del presidente Andrés Manuel López Obrador, del crimen de un servidor público que debe rendir cuentas.
El ecocidio en el Caribe mexicano no tiene nada qué ver con una ideología de izquierda o derecha, es simplemente un ecocidio impulsado por un gobierno que se percibe progresista, pero en sus actos es conservador, inquisidor: acusa, pone en peligro a activistas, a periodistas que investigan, denuncian. La derecha es un mal en todo el mundo, como la izquierda representada por una persona ignorante en temas ambientales, como López Obrador, su equipo, y evidentemente Fonatur.
“Estamos viendo, los que conocemos los ecosistemas peninsulares, cómo se contamina el manto freático con cualquier cosa, eso lo sabemos gracias a los estudios científicos de Patricia Beddows y Fernanda Lases, entre otros”, refiere Raúl, quien sigue:
“Es muy triste ver que en las ‘mañaneras’ no se hable de este ecocidio. En verdad es una tristeza estar en Quintana Roo y ver lo que pasa a sus ecosistemas más importantes, que son las selvas, cenotes y cuevas. Es ridículo, es una bomba de tiempo y por la misma seguridad del proyecto se debería cancelar el Tramo 5, norte y sur, de Cancún a Tulum”, explica Raúl Padilla, investigador de campo especializado en monitoreo de jaguar (y otras especies), espeleología y herpetología, en entrevista para Zonadocs.
Raúl me explica, siete años después de estar en esa selva maya, que “en la zona del del Tramo 5 hay corredores biológicos importantísimos, y sabemos” —me recalca—, “los que hacemos monitoreo de fauna silvestre, que hay presencia de especies importantes”.
“Dentro de las normatividades, categoría de riesgo importante, incluso dentro de la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), no solamente la NOM-059”, me explica Raúl, quien es uno de los investigadores de campo con más experiencia en la Riviera Maya —más de 20—, cuyos monitoreos son pruebas fehacientes de que la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA), hecha por el gobierno federal para el Tren Maya, no cumple con mínimos estándares científicos.
“Todo mundo habla del jaguar, pero sólo es una especie en peligro de extinción de tantas más que hay de esa cadena trófica que hace que la selva funcione bien. La selva maya es la última en el sur del país conservada en buen estado”, me dice Raúl.
Devastación a gran escala
Raúl Padilla es conocido en Playa del Carmen por su trabajo de fototrampeo, también por capturar en instantáneas a jaguares en la zona afectada por desarrollos y megaproyectos, como el mal llamado Tren Maya. Pero también Raúl es un conocedor de la zona, un estudioso con respaldo de científicos.
Raúl es claro. Más allá del trazo devastador del Tren Maya, principalmente en el Tramo 5 —donde todo México y la prensa extranjera tiene centrada su atención—, habrá afectaciones por el ordenamiento territorial.
“El mismo trazo del Tren Maya, desde Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, ese circuito encierra, fragmenta el hábitat del jaguar. El Tren causa un impacto lineal, una barrera: un efecto barrera conocido por biólogos que trabajan en infraestructura lineal, como las carreteras y los trenes”, y resalta:
“La parte más triste es que lo asocien con un ordenamiento territorial y con polos de desarrollo, nuevos asentamientos, nuevas ciudades. Este tren está asociado al crecimiento urbano, desarrollos, a una devastación masiva. Olvídate las líneas del tren, es una devastación a grandes escales, la devastación a una de las últimas selvas del sur de México”.
Lo que explica Raúl es fundamental, no se dice en la prensa, y el gobierno no lo explica a detalle.
En todos los tramos, lejos del trazo número 5, ocurren ecocidios, otras situaciones como “atropellamiento de fauna silvestre por unos muros de contención altos, y ahí se quedan atrapados los animales en la carretera. Están atropellando mucha fauna”.
Pepe Urbina: la lucha sigue
En entrevista con Zonadocs, Pepe Urbina, buzo y la cara más visible del movimiento de resistencia contra la devastación del Tren Maya, es claro al decir que la “defensa civil y legal sigue”.
Lo anterior tiene qué ver con que el juez levantó suspensiones definitivas en el trazo del Tren Maya, situación, dice Pepe, “injusta”, porque nunca se debió aceptar la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) que se hizo del Tramo 5. Un MIA hecha al vapor, con errores y evidenciada en una consulta pública amañada, realizada en el Ejido Jacinto Pat.
“Nunca se debió aceptar la MIA, se debió rechazar. Desde ese momento en que se aceptó la MIA sabíamos qué iba a pasar: pero la defensa no se tiene, se tiene que redoblar”, explica Urbina a Zonadocs, quien agrega:
“La defensa sigue, tanto en el aspecto civil como legal: los abogados siguen trabajando. Lo que se está defendiendo no es cualquier cosa. No se defiende un asunto comercial. Es el karst, que no es un partido político. Se defiende la vida”.
Colofón
Por mi experiencia, en el Caribe mexicano la devastación seguirá. El Tren Maya seguirá. Pero la resistencia, también.