La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
En un arrebato de repentina sinceridad, Adán Augusto López se encaró con una madre buscadora. Cansada de las mismas respuestas vacías de siempre, la señora exigió más certezas al funcionario que, acostumbrado a la lamedera de suelas de sus subalternos, preguntó: “¿Usted confía en mí?”. Vaya pelmazo. La respuesta de la señora —y casi estoy seguro de que la mayoría habríamos respondido lo mismo, y eso que no padecemos los agravios que ha sufrido ella— fue por demás sincera: “La verdad yo no confío en nadie”. Y entonces Adán, ese remedo de López Obrador —ya saben: tabasqueño, canoso, dicharachero según él— se fue de hocico y se exhibió en su vileza: “Pues yo tampoco confío en usted”, escupió al cielo, y más pronto que tarde le cayó el tiro en la cara.
El dislate del secretario de Gobernación debería ser desde ahora mismo la tumba de su presunta aspiración presidencial. Pero ya se sabe: si la de Marcelo Ebrard está intacta aunque permitió que la línea 12 se hiciera con las patas; y la de Claudia Sheinbaum sigue como si nada a pesar de que dicha línea del metro se le cayó, además de por mal hecha, por descuidada, sobra decir que la aspiración de Adán Augusto López seguirá latiendo.
Y es que vivimos en un país donde los políticos difícilmente pagan los saldos de sus estropicios. Ejemplos abundan: ¿se acuerdan de Hilario Ramírez, Layín, y su “sí robé, pero nomás poquito”? Su carrera política sigue intacta. A pesar de la ya ventilada complicidad de Genaro García Luna con el crimen organizado, Felipe Calderón sigue por ahí con su muy amplia frente por todo lo alto. Y bueno, qué podemos decir del centenario y recientemente fallecido Luis Echeverría Álvarez, que tuvo una vida larga e impune a pesar de que estuvo detrás de los golpes más duros que ha sufrido el país en su historia reciente: el 68, el 71, el golpe a Excélsior y la guerra sucia contra los ciudadanos.
Pero, ¿qué podemos esperar, si hasta el presiente aplaude el cochinero? Cuestionado sobre la jornada dominical en la que Morena sacó a relucir lo más rancio de su ADN priísta, López Obrador, con esa cara de niño travieso y juguetón que pone cuando va a usar el rasho calderonizador, dijo que los críticos eran unos exagerados porque el día que Calderón fue nombrado candidato el cochinero había sido más grande. Se le olvida que la gente lo eligió, entre otras cosas, no porque iba a haber menos cochinero, sino porque prometió que el chochinero iba a desaparecer. Nomás le faltó decir que sí, lo de Morena era un chiquero, pero el PRI robó más.
Resulta frustrante ver al partido en el poder y confirmar que es lo mismo de siempre. Resulta frustrante también voltear a ver a la ¿oposición? y confirmar que también es lo mismo de siempre. Y resulta frustrante darse de cuenta de que estas personas tienen secuestrada la vida pública y que lo único que hacen es bailar las mismas canciones, con las mismas parejas, con los mismos pasos rancios. Siempre, una y otra vez.
Me parece que uno de los principales pasos que debemos dar como sociedad civil es la organización. Vecinal, barrial, de colonia. Ya nos hicieron un llamado hace cuatro años y no quisimos escuchar: esa era, precisamente, la invitación del Concejo General Indígena (CGI), cristalizada en la malograda candidatura independiente de María de Jesús Patricio. El llamado del CNI, del que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional hizo eco, era, antes que para ocupar la presidencia de la República, para la organización, el diálogo, la discusión y los acuerdos.
Porque sólo así, organizados, será posible arropar a los familiares de los desaparecidos y acompañarles en su búsqueda; sólo así, organizados entre nosotros, es que podremos hacerle frente a las diferentes crisis que nos aquejan. Sólo así podremos recuperar, de verdad, el manido tejido social, que ha sido usado como bandera demagógica por todos los partidos que, al final, terminan haciendo lo mismo: nada.
Si no comenzamos a organizarnos, seguiremos a merced de personajes como el infumable de Adán Augusto López y sus altanerías. Porque pueden hacerlas y seguir como si nada, porque si su candidatura presidencial no se logra, podrá ser senador, diputado, gobernador o secretario de lo que sea, porque entre ellos se cobijan.
Es momento de empezar a buscar la esquina desde donde la ciudadanía podrá arrebatarles la cobija, y dejarlos descobijados.