MAROMA
Por Cony Rodríguez/El Colegio de Michoacán, escritora invitada de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
La tarde-noche del pasado 31 de marzo de este año, caminaba con mi sobrino, de apenas 10 años, entre las calles del centro de Jiquilpan, un municipio del occidente michoacano, cercano al estado de Jalisco. Mientras avanzábamos y conversábamos de no recuerdo qué, miramos pasar a una patrulla de la policía municipal, sus ojitos la siguieron con especial cuidado, mientras yo, con el alma craquelada, me quedé en silencio. Todavía no se perdía de nuestra vista el vehículo con sus uniformados cuando mi chatito aventó las primeras palabras: “¿Tía, todos somos iguales?”
Admiré la valentía que tuvo al ser el primero en retomar la conversación, francamente su pregunta me desconcertó. Entonces le cuestioné de dónde venía esa duda. Agachó su cabecita y haciendo con ella un gesto de negación me respondió “después te digo”. Respeté su silencio, pero me parecía injusto dejarlo sin respuestas, así que, creyendo que era lo que deseaba escuchar, le dije “Sí, todos somos iguales”. Regresamos a casa de mis abuelos maternos, en donde estábamos velando al papá de mi chatito. La mañana de ese mismo día, mi hermano, su papi, fue asesinado a balazos mientras se dirigía a su trabajo como policía municipal de Sahuayo, Michoacán.
El “después” llegó y ya por la media noche, mi sobrino se me acercó para contarme de dónde venía su duda, sólo que esta vez tomó la respuesta que le di para volver a cuestionarme: “Tía, si todos somos iguales, ¿Por qué Diosito se llevó a mi papi?” Todas las palabras se me borraron de la memoria y no pude más que abrazarlo, luego de reponerme le di una explicación, apegada a nuestras creencias religiosas, que en lugar de satisfacción me llenó de rabia. Le dije que estaba en deuda con él, posteriormente podría darle otros elementos para responderle.
Sin ser experta en niñeces o adolescencias, acepté este espacio para compartir algunas reflexiones en torno a los niños, niñas y adolescentes que viven la muerte o desaparición de alguno de sus padres, o de ambos, a causa de las violencias que actualmente padecemos en nuestro país. Sentí que las respuestas a las dudas de mi sobrino podrían encontrar puntos de conexión con el tema que acabo de enunciar. Además, siento una deuda con mi chatito y con todos esos niños y niñas que se quedan sin respuestas y sin un montón de cosas al perder, además violentamente, a una figura tan importante como la de los padres.
Saúl Arellano titula una nota para México Social, revista digital vinculada al Excélsior y canal once, como “Los huérfanos de la guerra en México”, este tipo de orfandad en particular que viven niños, niñas y adolescentes implica sobre ellos diversos tipos de violencias, de las que no eran ajenos, pero que luego de la pérdida se ven mucho más vulnerados. En el reporte periodístico, fechado en agosto de 2021, Arellano enfatiza “En México hay alrededor de 800 mil niñas, niños y adolescentes que han perdido a su padre, madre o a ambos, como producto de la violencia armada que hay en el país, y que ha cobrado cientos de miles de vidas en los últimos diez años. Se trata de niñas y niños huérfanos de la guerra, para quienes hay muy pocas acciones de protección” (Arellano, 2021). A pesar de la existencia del entramado institucional enfocado en la población infantil y adolescente, como el Sistema Nacional del DIF o el Sistema Nacional de Protección Integral a Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), no hay políticas ni medidas dedicadas a esta problemática cada vez más frecuente en nuestro país. Aquí la nota completa: https://www.mexicosocial.org/huerfanos-de-la-guerra/
Ahora bien, además de la desprotección que viven estas niñas, niños y adolescentes, me gustaría colocar el foco en la duda de mi chatito acerca de la igualdad. El fenómeno de la violencia en México está ligado con el problema de la desigualdad. De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) de INEGI en 2020, en este país, los hogares que se ubican en el primer decil registraron un ingreso corriente promedio diario de 110 pesos, mientras que los ubicados en el décimo decil arrojaron un promedio de 1,814 pesos en el mismo rubro. Lo anterior significa, en términos generales, que, en un extremo, existen hogares que tienen un ingreso menor, igual o un poco mayor a los 110 pesos diarios. Mientras que, en el extremo contrario, hay quienes en promedio registran un ingreso 16 veces mayor que el 10% de la población más desfavorecida económicamente.
Los hogares ubicados en los deciles X, IX y VIII, es decir, el 30% de la población, representan poco más del 60% del ingreso corriente total. Del decil I hasta el IV, el 40% de la población más desfavorecida, concentran sólo poco más del 15% de la riqueza del país. Tan sólo los del decil X representan el 32% del ingreso, el primer decil apenas alcanza el 2% del mismo. Sobre estos datos, aquí la fuente: ENCUESTA NACIONAL DE INGRESOS Y GASTOS DE LOS HOGARES 2020 (ENIGH) https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/enigh/nc/2020/doc/enigh2020_ns_presentacion_resultados.pdf
Si nos dedicamos a hacer un registro de las personas asesinadas y desaparecidas en México no sólo en números, sino en historias, en perfiles socioeconómicos y otros rubros, nos encontraríamos, por ejemplo, que, según sus ingresos, están ubicados en los primeros deciles. Aunque para mí, la problemática de violencia y policías merece atención particular, estoy segura de que la mayoría de las personas asesinadas y desaparecidas, sin importar su ocupación, han vivido en hogares económicamente desfavorecidos y esto se ha replicado generación tras generación. Por ello creo, que ese juego de ladrones y policías que comúnmente se nos representa debe cuestionarse, debemos preguntarnos: ¿En dónde está el enemigo realmente?
Ahora bien, ¿Qué futuro les espera a estos niños, niñas y adolescentes, como mi sobrino, quienes ya venían de hogares con bajos ingresos económicos? Lo dejo aquí para la reflexión, porque evidentemente no sólo se trata de un asunto económico, sin embargo, éste ya es sumamente importante para pensar en muchos otros aspectos que se vinculan con su calidad de vida emocional, educativa, laboral… A estos niños en particular las violencias los trastocan y se les seguirá reproduciendo no sólo mediante juegos, redes sociales y entornos cercanos. Ellos viven y entrañan las violencias, entre otras cosas, mediante la ausencia de sus padres y a través de la ausencia de instituciones del Estado que no sólo no cuenta con medidas para atender sus problemáticas, sino que previamente estuvieron “ausentes” desde que la desigualdad se evidenció en sus hogares.
Bueno, toda esta perorata escrita aquí con rabia y dolor es para responderle a mi chatito, y a todos esos niños, niñas y adolescentes que Arellano nombra huérfanos, que desde este ángulo EN ESTA GUERRA DE DOLOR NO TODOS SOMOS IGUALES.