Manos Libres
Por Francisco Macías Medina / @pacommedina
Las explosiones en el Sector Reforma de Guadalajara ocurridas hace 30 años cambiaron la dinámica de la historia de la ciudad. A toda una generación nos marcó de múltiples formas que reviven año con año con su conmemoración.
En mi caso, cimbró la forma en que aprendía derecho muy apegada a la institucionalidad y al fomento de sus valores abstractos que no explicaban con suficiencia la responsabilidad del Gobierno de Jalisco. Era un aprendizaje militante transferido por la bibliografía y docentes provenientes o creados en el mismo sistema político que dejaban muy pocos espacios para cuestionar la realidad que ya se asomaba en el país.
Haber sentido la pesadumbre del dolor de una comunidad por la pérdida injusta y negligente de sus integrantes, así como mirar sus graves consecuencias humanas en la improvisada morgue instalada en el entonces CODE, abrió para mí como estudiante una grieta que hasta la fecha persiste.
Las preguntas básicas nunca fueron respondidas: ¿qué ocurrió?, ¿cómo ocurrió?, ¿por qué ocurrió?, ¿quién resultó dañado?, ¿quiénes fueron los responsables?, las cuales con el paso del tiempo tomaron mayor fuerza ante las obligaciones que implican el derecho a la verdad y a la memoria.
El movimiento de las y los damnificados, así como la sociedad solidaria envió varios mensajes de futuro que fueron obstaculizados por gobiernos cuya misión fue reducir y administrar la tragedia. Todavía hasta la fecha causa indignación el que se compare lo ocurrido simplemente con la asistencia a un ritual religioso o con la administración de un fondo de atenciones médicas, muy distante de una reparación integral tan proclamada en sus mismos pasillos en foros sobre temas de paz o de igualdad de género.
A 30 años es importante hacer una recuperación de los mensajes enviados, ya que en ello se pone en juego nuestro futuro, algunos de ellos son:
Los intereses político partidistas tan prioritarios en las y los actores, propician el descuido, negligencia y muerte cuando se incumplen funciones básicas de Estado que tienen relación con la vida. El mayor impacto es en personas que para ellos no tienen una vinculación con sus intereses: personas en situaciones de distintas pobrezas o con demasiadas demandas no atendidas, sólo mediante promesas vacías en los periodos electorales.
La pasividad social, el silencio y la apatía, proporciona ventajas a quienes viven de las constantes omisiones. Gracias a las y los damnificados nunca más hubo silencio en Jalisco ante ningún actor político o religioso a ellas y ellos les debemos su ruptura.
También lucharon contra su estigmatización y discriminación por parte de las autoridades, todavía recuerdo cuando llegaban a las oficinas de procuración de justicia, en la que ante cualquier desatención, subían la voz, exigían e incluso organizaban acciones rápidas, lo cual confundía y obligaba a los servidores públicos a priorizar los trámites.
Mostraron un camino desde sus necesidades para que la sociedad se volcara en solidaridad con lo que requerían: parroquias se convirtieron en albergues, se instalaron mesas de asesoría jurídica, grupos de estudiantes apoyando en salud, alimentación y necesidades básicas, se construyeron instituciones en salida que a la postre revitalizaron los temas sociales, ya que se volvió vital hablar de los derechos humanos no desde un sentido institucional o gubernamental, sino desde la dignidad como personas.
Su movimiento mostró que los gobiernos en crisis son los más propicios a la represión. Su desalojo violento de la Plaza de Armas orquestado por una corporación policial permanentemente en crisis, nos habla de los graves cimientos en los que se instalan algunas de las instituciones en la entidad, que no han sido modificadas por las incipientes transiciones partidistas, incluyendo la actual por las ganancias que les generan.
Los ataques a defensores y defensoras de sus derechos, sobre todo de aquellos que en primera persona defienden su dignidad, se harían una constante ante los efectos de las crisis partidistas y del poder.
La reducción de las tragedias al judicializarlas, organizar mesas o generar mecanismos que en realidad no reparan por no reunir las condiciones de justicia y verdad, sólo provocan el control de la rabia, silencio y la priorización de una solución técnica para administrar el conflicto, en vez de originar nuevas instituciones, procesos o palabras que den contenido y superen la indignidad.
La tragedia también originó nuevas dinámicas en el mundo académico, de la sociedad civil y religioso con nuevos liderazgos que con posterioridad sembraron cambios o movimientos importantes. Al mismo tiempo se inauguró la cooptación partidista de integrantes de movimientos para remitirlos al silencio.
Como se aprecia con claridad, el 22 de Abril en Guadalajara, es en realidad la conmemoración de una tragedia pero al mismo tiempo la apertura de una era para recordarnos que la impunidad nunca más debe de pasear con plenitud en nuestra ciudad.
¿Quiénes son las y los nuevos damnificados/as?: Debanhi, quién no debió morir; las madres y padres de las y los desaparecidos/as, las familias que sufren por la impunidad de los feminicidios o de las ejecuciones extrajudiciales. En cada una de ellas, que surja otra luz contra el olvido.