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El 30 de marzo se celebró el día internacional de las trabajadoras del hogar. El 95 por ciento de quienes se dedican a este empleo remunerado son mujeres que lo ejercen sin seguridad social ni derechos laborales. Ellas parecieran estar condenadas a envejecer en soledad y precariedad
Texto: Anaiz Zamora Márquez / Tw: @CartDelCuidado
Fotos: Greta Rico
Las manos maltratadas por el cloro, los huesos un poco deformados por la artritis y la espalda encorvada, así recuerdo a mi tía. Después de 47 años como trabajadora del hogar le dijeron que “por su enfermedad ya no servía”. Dejó su empleo y perdió su vivienda: era trabajadora de planta. Así llegó a mi casa, buscando refugio con su familia, las largas horas que invirtió cuidando de otras y otros no le garantizaron ningún tipo de pensión, ni una vejez digna. Sus ahorros se esfumaron entre tratamientos y visitas al médico.
Mi tía murió hace 10 años, cuando recién se había aprobado el Convenio sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos de la Organización Internacional del Trabajo. Desde entonces, muchos discursos se han modificado, pero el ejercicio pleno de los derechos laborales aún no es una realidad, especialmente para quienes son adultas mayores y sus cuerpos ya están desgastados por años de mover muebles pesados, barrer, trapear, lavar ropa, o cocinas; actividades esenciales para la vida.
De acuerdo con las encuestas nacionales de ocupación y empleo, las personas que realizan trabajo doméstico remunerado son en un 95% mujeres. Ese número, sin embargo, no alcanza a reflejar las historias de las miles de mujeres que se emplearon por sueldos mínimos, sin prestaciones laborales o seguro médico y que ahora enfrentan una vejez en situaciones de pobreza.
Envejecer y dejar de “ser útil”
“Nos contratan porque es un trabajo que a nadie le gusta hacer”, dice María de la Paz, quien a sus 70 años sigue siendo trabajadora de limpieza. En su turno de ocho horas en un Centro de Salud debe tomar pequeños descansos sin decirle a su empleadora, si no lo hace, teme que podría desmayarse, cuando se agota, empieza a sudar, se siente muy débil. Se esconde porque teme ser despedida y no encontrar otro empleo.
“Ahora todo es un obstáculo para mí (por mi edad), me dicen que no me van a contratar, pero se me hace más difícil hacer mi trabajo, aunque voy lo más rápido que puedo”.
Antes de ser trabajadora del hogar, María trabajó como mesera en varios restaurantes. Renunció a ese trabajo a los 35 años porque le ofrecieron limpiar una casa en la colonia Santa Fe por un salario mayor, aunque sus tiempos de traslado desde Tepito al poniente de la ciudad eran de casi 4 horas diarias, ella decidió aceptar la oferta porque la paga le permitía sobrellevar los gastos de sus tres hijas y dos hijos.
Las manos de María se parecen a las de mi tía. Sus dedos son un poco curvos y ella cuenta que han perdido flexibilidad y fuerza, “ya me cuesta trabajo exprimir el trapeador y la jerga”. En los 35 años que lleva como trabajadora del hogar, ha tenido al menos 20 empleadores, siempre trabajó para personas extranjeras que, cuando dejaban el país, la recomendaban con alguien más, ninguna de esas personas le dio un contrato, por lo que nunca estuvo asegurada. Con lágrimas en los ojos dice que no sabe cuánto tiempo le falta para jubilarse.
“Ellas ya quieren descansar, pero no pueden porque no tienen pensión, quienes logran dejar de trabajar, sobreviven de sus pocos ahorros, enfrentan un mundo de problemas de no poder sobrevivir por la falta de derechos que debieron haber tenido”, explica en entrevista Marcelina Bautista, directora del Centro Nacional para la Capacitación Profesional y Liderazgo de las Empleadas del Hogar (CACEH). A raíz de la pandemia se han incrementado el número de solicitudes de apoyo de trabajadoras del hogar de más de 60 años que perdieron sus empleos y están luchando para reubicarse porque ya nadie las quiere emplear.
Marcelina también acompaña a trabajadoras del hogar que siguen activas pero que pareciera son castigadas por envejecer, reciben gritos e insultos por no poder desempeñarse de la misma manera, a algunas las quieren contratar para sólo ciertas tareas y así pagarles menos y hay muchas que fueron contratadas hace muchos años y sus empleadores parecen no ver la necesidad de incrementarles el sueldo.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía cuenta con información sobre la situación de las personas ocupadas en trabajo doméstico, el 34.5% de las mujeres tienen ingresos de un salario mínimo o menos, por ello Marcelina asegura que muchas de las trabajadoras adultas mayores cuando dejan de trabajar pasan a la pobreza extrema que no les permite tener una vejez digna y estar tranquilas de recibir algún tipo de prestación.
Recientemente el Senado de la República se aprobó el proyecto de decreto para reformar la Ley del Seguro Social que hace obligatorio un conjunto de cinco seguros para las personas trabajadoras del hogar, pero prevalece la duda de qué sucede con quienes dedicaron su vida al trabajo doméstico, ya no están activas y no pueden acceder a esa prestación.
Sin prestaciones, derechos o posibilidad de quejas
Al igual que el 51 por ciento de las trabajadoras del hogar – según cifras del INEGI – que migraron de sus pueblos de origen a la Ciudad, mi tía lo hizo a los 13 años, empujada por la necesidad económica y por la falta de oportunidades en su comunidad. Llegó a una casa como empleada de planta y de ahí solo salió varios años después, para emplearse con alguien más. Sara tenía un destino similar, a sus 11 años, sus padres la llevaron a la casa de una señora para ser empleada del hogar de planta, pero ella odiaba ese empleo y pudo convencer a sus padres de mejor trabajar en casa y ayudando en el negocio familiar de venta de elotes, así que de todas formas comenzó a trabajar desde muy pequeña.
Con la llegada de la pandemia, a sus 64 años, Sara conoció los días tranquilos, las mañanas de despertar más tarde y “las vacaciones”. Las cuatro empleadoras que tenía en ese momento le pidieron no ir a su casa y le pagaron el salario correspondiente al primer mes del aislamiento. Por primera vez usó sus tardes para sentarse a ver televisión. Antes de eso, ninguna de las personas que la había empleado le había permitido tomar vacaciones pagadas, cuando decidía o se veía obligada a no trabajar, perdía el pago de esa jornada. Afortunadamente, como ella dice, ahora su hija ahora asume los gastos del hogar.
Aunque logró evadir ser empleada de planta en su infancia, a sus 40 años Sara pasó a ser parte de las 2 millones 300 mil personas que se emplean como trabajadoras del hogar. Lo hizo cuando perdió su empleo en una tienda de fotografía, y luego de buscar varios empleos sin éxito, decidió tomar el trabajo que le ofreció una amiga para limpiar un kínder y preparar los alimentos de las y los niños. Aunque perdió la posibilidad de seguir cotizando al IMSS, el no tener un contrato le permitió acomodar sus horarios para también realizar los trabajos de cuidado de su casa y de su hija, de quien era responsable sin otra red de apoyo.
Como siempre motivó a su hija a seguir estudiando, sus gastos eran grandes y por eso trabajaba de lunes a domingo en 2 o 3 casas diferentes todos los días, además, algunos días iba por las noches a limpiar un edificio. Si bien es cierto que ninguna de sus empleadoras la obligó a trabajar más de 8 horas (un derecho laboral en el que CACEH hace hincapié), la realidad es que la suma de todas sus jornadas supera ese tiempo.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo, de manera generalizada son las mujeres las que asumen las tareas de cuidado dentro del hogar, y dedican un mayor número de horas a estas actividades conforme tienen más edad; a partir de los 20 años dedican en promedio más de 20 horas a la semana a estas actividades. Sara considera que su trabajo fue esencial para que cada una de las familias con las que trabajó pudieran seguir con otras actividades cotidianas. Aunque nunca se lo agradecieran, ella se sentía orgullosa cada vez que veía todo limpio. Su carácter fuerte le permitía exigirles a sus empleadores que le pagaran aguinaldo, pero la realidad es que nunca le dieron más de 600 pesos.
Si bien fue en 2019, cuando se ratificó en el Senado de la República el Convenio 189, desde 2012, el trabajo del hogar se reconoció como un trabajo sujeto a prestaciones, en ese año se modificó la Ley Federal del Trabajo en ese sentido. Marcelina explica que como cualquier persona que accede a un trabajo, las trabajadoras del hogar tienen derecho a contar con seguridad social, vacaciones y 15 días de aguinaldo, sin embargo, el 95 por ciento de ellas continúan en la informalidad y siguen “dependiendo de la buena voluntad de la empleadora”.
El trabajo de cuidados olvidado, y la salud también
Como mi tía era trabajadora de planta, su jornada empezaba antes de que el resto de las personas se despertara, tenía que tener listo el desayuno, la ropa y se iba a dormir hasta que terminaba de limpiar los trastes sucios de la cena. Así que comía cuando podría, pasaba largas horas de pie, movía muebles pesados y llegó a trabajar con gripa o enfermedades estomacales. Su cuerpo no resistió por siempre y se enfermó de diabetes, hipertensión y artritis, enfermedades crónicas que necesitan supervisión médica continua, y que por falta de recursos económicos y de tiempo ella no pudo tener.
Marcelina Bautista cuenta que en los más de 20 años de trabajo de CACEH, la organización ha podido documentar que hay enfermedades comunes de las trabajadoras del hogar.
“En su vejez, la mayoría tienen dolores de cabeza, migrañas, muchas tienen varices, o cargan muebles grandes y les duele la cintura, también desarrollan artritis o gastritis crónica por pasar mucho tiempo sin comer, son enfermedades que van surgiendo por el trabajo mismo, aunque no se piense así es un trabajo que genera mucho estrés y es muy pesado”.
Sara y María Paz no son la excepción, ambas coinciden en que en sus empleos era poco común que alguien les preguntara si ya habían comido o ya habían tomado agua, también siempre tenían prisa por terminar, y que las personas tuvieran lo que necesitaban lo más pronto posible, así que comían antes de salir de su casa y hasta que volvían a ella, a veces cargaban con alguna fruta y se la comían de prisa, tenían que apurarse lo más que pudieran para no ser regañadas.
“Las varices son por herencia, pero sí contribuyó (a que se desarrollaran más) estar todo el día parada, en mis trabajos siempre traté de no cargar cosas pesadas porque tengo desgaste de cadera, yo siempre usé guantes porque yo me los compraba y por eso no tengo quemaduras. El primer día que yo empecé a trabajar, yo veía muy poquito dinero y un gran dolor de espalda pero me fui acostumbrando”, cuenta Sara quien desde hace cinco años usa bastón para poder caminar, aunque sus empleadores se sorprendieron cuando empezó a usar el bastón no la despidieron “porque ya me conocían que yo hacía un buen trabajo”.
A María le tocó enfrentar un cáncer de estómago, del que se pudo recuperar gracias a que uno de sus hijos la dio de alta en su seguro médico, ella cuenta que sus empleadoras fueron “buenas personas” y no le quitaron su empleo, “le daban permiso de faltar cuando tenía consultas”, sin embargo, al no tener un contrato formal, los días de incapacidad médica no son oficiales.
Marcelina Bautista explica que muchas trabajadoras del hogar prefieren ir y cumplir con sus horarios incluso cuando están enfermas, pues además de que nada les asegura que no van a perder sus empleos, hay muchas casas en donde nadie asume esas labores cuando la trabajadora no va, entonces “encuentran más sucia la casa, y hacen doble o triple trabajo”. Al mismo tiempo ha acompañado casos en donde las familias “ven como un favor” llevar a la trabajadora del hogar a una cita médica particular, pero nunca absorben los costos de los medicamentos o el tratamiento, “yo pienso que si no las aseguran, es lo mínimo que pueden hacer, los derechos laborales no son un favor”.
Que las experiencias construyan nuevos futuros
Sara y María conocieron a CACEH por casualidad, pero no se conocen entre sí, tampoco lograron crear una red de compañeras de trabajo.
«Este es un trabajo solitario, llegas a una casa y te metes y aunque haya otra trabajadora enfrente, tú no la conoces, no hablas con nadie”, cuenta María, quien piensa que si hubiera una forma de apoyarse unas a otras, el trabajo no sería tan pesado, y no tendrían un desgaste tan fuerte en el cuerpo.
Pese a las condiciones que enfrentaron, a las dos les gusta su trabajo y siempre lo han hecho con amor.
“es lo que me permitió sacar a mi hija adelante y por eso me gusta, siento bonito cuando salgo de una casa y está limpia, es algo que hice yo”, cuenta Sara que ya decidió quedarse solo con uno de sus empleos, porque “es solo limpiar las oficinas de un edificio que está chiquito y no es tanto trabajo como limpiar una casa, además voy dos veces a la semana”.
CACEH acompaña a trabajadoras de la tercera edad que están buscando acceder a su pago retroactivo e indemnización por los años trabajados. Marcelina explica que esto no depende de la ley aprobada en 2019, sino del año desde el cual empezaron a trabajar, y que, aunque es un proceso complicado probar la relación laboral sin que exista un contrato de por medio, vale la pena intentarlo para crear un precedente y seguir caminando a que los derechos laborales de trabajadoras del hogar, sean una realidad.
Mi tía siempre quiso que yo contara su historia, para inspirar a otras a cuidarse y no abandonar su cuerpo, ni su vida por otras personas. María y Sara también piensan dar la batalla por sus derechos laborales, y ambas recuperaron las cotizaciones al IMSS que hicieron en sus empleos previos. Sara ya logró pagar todas las aportaciones que le faltaban y ahora tiene una pensión, María debe seguir en un trabajo en donde la aseguren por un año y medio más. Ambas saben que no todas las trabajadoras del hogar van a tener esa posibilidad, por eso quieren seguir participando de los eventos que organiza CACEH para ayudar a que las más jóvenes puedan jubilarse a tiempo, para vivir y gozar su vejez.
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*Cartografías del cuidado es un proyecto de periodismo multimedia que utilizaherramientas de storytelling para mapear y contar historias sobre el trabajo de cuidados que realizan las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Cada historia deeste proyecto traza la ruta y el camino del trabajo que ahora es invisible, pero quedesde siempre ha sostenido la vida y la economía. Politizamos el trabajo de cuidados y sus intersecciones más allá de las narrativas tradicionales.
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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página: