La Hilandera
Por Rosario Ramírez / @la_hilandera
Históricamente las dolencias ocurridas en el cuerpo de las mujeres han sido borradas o echadas a menos por la medicina, que como bien lo dijo Olivia López (2008), no es una ciencia exacta, pero sí una serie de saberes en constante construcción.
Al hablar, mirar, analizar y sanar el cuerpo de las mujeres, la medicina ha dibujado una representación técnica y estandarizada de este cuerpo bajo criterios que no siempre vienen de reflexiones científicas, sino que han sido estructuradas a partir de juicios, prejuicios e ideas que encierran una profunda misoginia lista para ser revelada. Y ejemplo de ello son las opiniones de algunos profesionales de la salud en torno a los cambios ocurridos en la menstruación a partir de las vacunas contra el SARS CoV 2 y que miles de mujeres han reportado en muchas partes del mundo.
Desde que comenzaron las grandes campañas de vacunación el año pasado, muchas mujeres notamos que nuestros ciclos menstruales se estaban transformando, -y no es que la edad esté haciendo lo suyo, como en un momento pensé en mi caso y corporealidad muy personal- sino que comenzaron a circular relatos de más y más personas narrando cómo sus ciclos se hacían más largos, más cortos, los sangrados más intensos, o el -ya tan satanizado- síndrome premenstrual todavía más insoportable. Y no es fortuito que hayamos notado estos cambios:
De unos años a la fecha hablar de menstruación se ha convertido poco a poco en un tema que, aún envuelto en tabú, ya ha alcanzado mención incluso en las políticas públicas y tributarias -gracias, Menstruación digna México-, pero más importante aún, muchas activistas menstruales desde hace más años todavía han hecho una labor valiosísima al difundir casi en operación hormiga saberes básicos sobre el ciclo menstrual desde las infancias hasta en personas adultas, incluyendo elementos emocionales, fisiológicos y hasta espirituales. Así que mirar nuestros ciclos y notar diferencias no sólo nos dice en qué están cambiando nuestras menstruaciones -que ya de por sí tenían nuestra propia marca-, sino que estamos observando y viviendo nuestras realidades corporales desde la atención y cada vez más desde la información y la salud.
Desde mi perspectiva, gracias a las dinámicas sociales relacionadas con el confinamiento de las primeras olas de la pandemia, muchas mujeres y personas que menstrúan pudimos observar y experimentar distinto nuestras menstruaciones y ciclos enteros. Mudamos de productos de gestión menstrual, le hicimos al free bleeding, exploramos alternativas ecológicas o simplemente menstruamos tan cíclicamente como nuestros cuerpos y salud lo marcaban. Pero hoy, ante los relatos de miles de mujeres en el mundo, no podemos decir que estas modificaciones post vacuna son sólo un invento o “ideas tuyas”, como presumió un conocido médico en su cuenta de twitter; es el reclamo que busca que se considere a la diversidad de cuerpos y sus funciones sistémicas también en los avances de la ciencia que se han visto impulsados por la pandemia.
Pero no nos confundamos, muchas de las que hemos defendido que el ciclo menstrual sea un observable más y que las mujeres seamos parte de los estudios médicos asociados con el Covid, no quiere decir que estemos en contra de las vacunas, al contrario, estamos a favor de que se nos considere a nosotras y a nuestros cuerpos como legítimos constructores y receptores de saberes y no sólo como una extrapolación de los saberes médicos generados en y desde cuerpos masculinos.
Y todo esto me hizo pensar también en cuántas mujeres hemos tenido que pasar por incontables estudios, malos diagnósticos y tratamientos inútiles antes de un diagnóstico certero de salud sólo por las construcciones sociales que se hacen sobre nosotras -sí, en femenino, y si se quiere, también en neutro-. Ejemplo de ello es el diagnóstico de los trastornos del espectro autista, cuyo sesgo de género está ya documentado precisamente teniendo como uno de sus ejes las construcciones socioculturales de cómo es o debe ser y comportarse una niña o una mujer, impidiendo así tratamientos que mejorarían la calidad de vida e incluso las habilidades varias de una persona neurodivergente desde edades tempranas.
Así que no es que sea la primera vez que se desestima un padecimiento o un síntoma, como tampoco lo es utilizar un diagnóstico para construir una significación social y cultural de los cuerpos y personas -ahí tenemos la histeria-. Lo que es cierto es que ya es momento de que la ciencia, en todas y cada una de sus ramas, nos tome tantito en serio. No que nos dé voz, porque afortunadamente gritamos bastante fuerte, pero sí que nos ponga en el foco con todas las complejidades corporales y sociales que nos constituyen. Es un llamado a que se siga investigando la menstruación como un tema relevante y más allá de los fines reproductivos, no desde los prejuicios, sino desde un enfoque de género y poniendo en el centro la salud de las mujeres y personas que menstrúan.
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López, Olivia (2008). La centralidad del útero y sus anexos en las representaciones técnicas del cuerpo femenino en la medicina del siglo XIX, en Tuñón, Julia (comp.) Enjaular los cuerpos. Normativas decimonónicas y feminidad en México. México: El Colegio de México.
Buen Rosario. Excelente tema y buenos argumentos en relación.