Nadie nos preguntó
Por Verónica Ortega * / Edufem / @edufemgdl (IG)
En las últimas semanas hemos visto una cantidad enorme de reseñas, recomendaciones y post sobre Adolescencia (Netflix, 2025), serie británica creada por Stephen Graham. Y como nadie me preguntó, vine a decir lo que casi todo el mundo ha dicho: la historia, las actuaciones, el tema, la técnica, las y los actores, el plano secuencia, todo, todo me voló la cabeza. Sin spoilers, voy a decir que los cuatro capítulos me llevaron a pensar en la crianza que mis padres tuvieron conmigo, la que yo tuve con mis hijos, la que las madres y padres están teniendo hoy con los suyos.
El diccionario de María Moliner dice que crianza es el “efecto de criar” y define criar como “cuidar material o moralmente el crecimiento de un niño”. Con base en eso, podemos armar una definición que diría que crianza son todos los cuidados que se procuran a las infancias para que se alimenten y crezcan, física y mentalmente. Y esa crianza se produce a partir de los parámetros sociales de la comunidad donde ocurre. Durante mucho tiempo se asoció la crianza de manera exclusiva con las madres: mientras ellas criaban y cuidaban, los padres trabajaban, proveían. Sin embargo, los tiempos cambiaron, las madres salieron al campo laboral y los padres —algunos— se involucraron en los cuidados y precisamente en eso: en las crianzas de los y las hijas.
Imagina que un día cualquiera, antes de salir de casa por la mañana, irrumpe en ella de forma violenta un escuadrón de la policía que entra directo a buscar a tu hijo de trece años, lo despierta, lo arranca de su cama, lo encañona, le lee sus derechos y se lo lleva. A partir de ese momento la vida te cambia sí porque sí. Eddie Miller (Stephen Graham) el padre, enfrenta desde ese instante un panorama desconocido, ensordecedor y doloroso: su hijo Jamie (Owen Cooper) es acusado del asesinato de una de sus compañeras de la escuela.
Todas las pruebas acusan al adolescente y mientras el padre tiene que ir lidiando cada instante con un cúmulo de emociones y sentimientos desconocidos, incluso con la desesperación de cuestionarse si conocía bien a su hijo. Hoy en día la historia no nos parece ajena, ya casi todos los días vemos hechos así en las noticias. Pero, ¿qué lleva a un adolescente de trece años a cometer un acto así? ¿Qué se supone que le faltó (o le sobró) a la crianza de Manda y Eddie Miller que orilló a Jamie a ejecutar esa acción?
Redes sociales, influencers, misoginia, códigos de lenguaje, incels, bullying, red pill, violencia, rechazo, autoestima, hipersexualización, manosfera, masculinidades, pornografía, todo esto —que a veces ni sabemos qué es— es lo que hoy encontramos alrededor de las infancias, de las adolescencias, de las juventudes y está en sus manos, como si fuera una extensión de su cuerpo, de su mente, de su voluntad, el móvil y la computadora, son su acceso directo y sin restricciones a la información, al “conocimiento”, todo está en la red y acceden a ello con libertad y con la puerta cerrada.
De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), “la crianza de niños, niñas y adolescentes debe estar basada en la razón, la sensibilidad, el amor, la igualdad, la tolerancia y el respeto”. En este constante intento por hacer crianzas respetuosas y positivas, por evitar repetir los errores del pasado, por no emular acciones de nuestros padres, no restringimos, no revisamos, no ponemos límites, no abrimos la puerta para ver más de cerca lo que hay en videos, conversaciones, videojuegos, chats, lo que se esconde entre la ropa, detrás de los muebles, dentro de las cajas de zapatos y se resguarda celosamente con un face ID y una clave secreta del teléfono celular.
Y saltamos de la casa a la escuela, ese segundo hogar que le llaman, en donde también pasa de todo pero todavía más lejos de la mirada familiar y rebasados por la vorágine de la información, de los estados emocionales y de los diagnósticos médicos y psicológicos que traen en la bolsa del pantalón los y las estudiantes, nos enfrentamos a un panorama desconocido. El Instituto de Seguridad y Servicios Sociales del Estado (ISSSTE) documentó que solamente en 2024, entre el 35 y el 40 por ciento de infantes y adolescentes presentaron síntomas de ansiedad, depresión, apatía o falta de interés en diferentes actividades. Ante esto, los docentes y administrativos de la educación, tenemos que enfrentar día a día que la comunidad estudiantil se encuentra colapsada, indispuesta y de muchas formas incapacitada para relacionarse entre sí. Esto dentro del aula y en el pasillo de la escuela se convierte en una bomba de tiempo en la mano del equipo docente, que muchas de las veces no se encuentra capacitado para responder o contener una situación de riesgo psicosocial que puede poner en peligro la convivencia e interacción dentro de la institución y por ende generar consecuencias fuera de ella.
El uso excesivo de las redes sociales puede generar en los y las adolescentes la pérdida de la individualidad. Es a través de ellas que buscan de forma constante la aceptación, la popularidad, la confianza y la seguridad en sí mismos. Cosa que no siempre se logra. El Instituto Federal de Telecomunicaciones dio a conocer a través del Informe Especial de Audiencias Infantiles 2023, que sólo en México el uso de las redes sociales pasó de 39 por ciento en 2017 a 69 por ciento en 2022. Y entonces nos preguntamos, a qué tipo de información acceden las infancias y adolescencias en el tiempo de exposición en plataformas de streaming, YouTube, Instagram, X, TikTok y WhatsApp? A todo lo que la puerta cerrada de una habitación les permita: violencia de género, discriminación, violaciones, uso de drogas, terrorismo, ataques masivos, machismo, desprestigio de otras personas, pornografía, sexo, alcohol, videojuegos de violencia extrema, discursos de odio, rechazo social, maltrato animal. Todo aquello que de manera natural se evita —o debería— evitarse en casa, desde la crianza.
Los esposos Miller, en la desesperación por tratar de entender las razones que llevaron a Jamie a hacer lo que hizo, internados en la habitación del chico, buscando respuestas entre las paredes, los objetos y las pertenencias de su hijo, se preguntan e intentan responderse uno a otro qué les faltó. ¿Acaso abrir la puerta hubiera sido la solución? ¿Acaso trabajar menos horas habría ayudado a que el chico reaccionara diferente? ¿La libertad en el uso de la tecnología sería la culpable? ¿Acaso avergonzarse del niño por no ser un buen futbolista generó esas actitudes fuera de control?
Reza un proverbio africano que para criar un niño se necesita una aldea entera. Esta aldea que somos hoy, familia, escuelas, sociedad, Estado, entorno y entramado social tenemos mucho trabajo por hacer para no despertarnos una mañana cualquiera con un golpe en la puerta, para no sorprendernos más por noticias de adolescentes atacándose entre sí, para no preguntarnos qué hicimos mal y para no tener más Jamies en nuestras aldeas.
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Verónica Ortega es presidenta de Edufem, A.C. y académica.
Como docente que trabaja día a día con jóvenes, leer el texto “Adolescencia: ¿Qué hicimos mal?” de la Mtra. Verónica Ortega fue una experiencia profundamente reveladora, no solo me conmovió, sino que también me hizo detenerme y pensar en cada uno de los rostros que veo en el aula: sus silencios, sus miradas, sus preguntas y hasta sus ausencias.
La claridad con la que la Mtra. Ortega articula la conexión entre la crianza, la tecnología, la escuela y la responsabilidad compartida es simplemente contundente ya que logra, con sensibilidad y firmeza, poner en palabras lo que muchos sentimos pero no siempre sabemos cómo expresar: el desconcierto, el miedo, la impotencia… pero también el deseo profundo de hacerlo mejor.
Gracias por este texto tan humano, tan necesario y tan valiente.
Gracias por este texto tan humano, tan necesario y tan valiente y ojalá llegue a muchas madres, padres, docentes y cuidadores que, como yo, queremos acompañar de manera más consciente a nuestras adolescencias. Porque, como bien señala, para criar a un niño o una niña, necesitamos una aldea… y urge reconstruirla.