José Esaú Ugalde Vega tenía 25 años cuando ya daba pláticas a otros jóvenes mayores que él para hablar sobre cómo cuidar un matrimonio. Era impresionante verlo hablar y reconocer que tenía razón, recuerda su padre. Una de sus enseñanzas, por ejemplo, era la de hablar de cualquier problema y compartir las tareas de cuidado y crianza en la pareja.

Ese muchacho es el mismo que acompañaba a ancianos una vez a la semana, los visitaba para contarles historias, prepararles el café y reír con sus chistes aunque no tuvieran gracia. Lo hacía desinteresadamente, solo por el gusto de acompañar la soledad de sus mayores.

Lo desaparecieron el 14 de septiembre de 2015 en Querétaro. Desde ese día don José, su padre, no trabaja, dejó su oficio de carpintero para buscar junto con la señora María Elena, su esposa. Ambos caminaron entre oficinas, rastrearon entre los montes, la maleza y las calles para tratar de encontrar una pista. Sucedió a los tres meses, cuando lo encontraron sin vida.

“Pero yo estoy aquí porque sigo buscando la verdad y la justicia”, dice don José, quien se mantiene entre colectivos de búsqueda y el Movimiento Nacional por Nuestros Desaparecidos en México (MNDM) porque trata de hacer justicia a la memoria de su hijo.

“Recuerdo que el comandante encargado de su búsqueda se presentó en mi casa diciendo que a los hijos no los conocíamos los padres y que en la calle eran diferentes. Me contuve, quise golpearlo y hacerle notar que mi hijo no era así, pero al final de cuentas tenía razón”, recuerda este hombre que se convirtió en vocero del MNDM.

Don José asegura haber conocido a Esaú hasta que comenzó a buscarlo. Sus amigos le contaron que era un joven activo en grupos religiosos, que acompañaba a personas ancianas y que normalmente se quedaba sin dinero porque lo donaba a organizaciones civiles dedicadas al cuidado del medio ambiente.

Pero las historias que más lo han marcado son aquellas cuando sus amigos le hicieron saber que su hijo trataba de compartir que lo que hacía era meramente porque lo había aprendido en casa.

“Fue una sorpresa enorme saber cómo era, eso nunca se me va a olvidar, hace que pueda caminar en este laberinto de terror, frustración, dolor y enfermedades con la frente en alto”, menciona este hombre que ahora sobrelleva el duelo de perder a un hijo junto con su esposa.

En estos 10 años ha aprendido que estar presente es de suma importancia, le ha ayudado a entender que las mujeres salen a buscar porque tienen una conexión con sus hijos, pero también porque hay hombres que no saben afrontar el dolor de saber a sus hijos desaparecidos, que rechazan dar el salto a sensibilizarse y entender que la crianza, el cuidado y el amor es mutuo.

“Se nos ha enseñado a soportar, a poner cara de idiota para mostrar que todo está bien, que para todo hay fuerzas, incluso donde ya no las hay para poder dar aliento de vida”, menciona, asegurando que aquellos hombres que han decidido dar el  salto cargan con una “doble cruz”.

“Ver a la madre deshecha, no saber cómo actuar, cómo ayudarle y darle la respuesta que necesita es difícil, te deshaces por dentro y eso es un dolor que consume. Ves a tu esposa triste, frustrada, enferma y tienes que soportarlo. Y hay quienes prefieren irse, son cobardes porque no quieren reconocer que les duele. Pero los que estamos cargamos con una doble cruz”.

–¿Entonces por qué seguir buscando justicia?

–Porque quiero entregar cuentas a mi hijo, a mi esposa, a mi familia y a mí.

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Esta historia fue realizada para el proyecto Cambia la Historia de DW Akademie y Alharaca.

Los hombres que buscan a los desaparecidos en México