Postales mexicanas

#ZonaDeOpinión

Por Anashely Elizondo  / @Anashely_Elizondo 

En México se desayuna tempranito y bien, chilaquiles con huevo y café de olla caliente.

Nos levantamos con el sol y los gallos, cantamos canciones de desamor aunque nunca nos hayamos enamorado. Hablamos fuerte y de frente y no solemos escondernos del sol ni del calor.

Los mexicanos somos conocidos en todo el mundo; somos los chistosos, los intensos, los amables, los que te hacen sentir en casa (o eso dicen los extranjeros), los valientes y sinceros.

Existe una imagen viva y latente de nosotros proyectada en el inconsciente colectivo, una imagen que no se parece mucho a la que como mexicanos vemos en nosotros mismos, de hecho, me atrevería a decir que luce más como una caricatura, una postal de aeropuerto congelada en un aparador. En ella todo reluce y fortalece, en ella Acapulco no tiene una de las redes más grandes de pedófilia a nivel mundial. 

Dentro de esas postales existen miles; un Tlaxcala sin trata de personas, un Michoacán con protección para sus activistas ecológicos, un Baja California que protege a sus mujeres, un Chiapas que atiende a los migrantes, y un Jalisco que, dentro de esa pequeña imagen arrecida sólo tiene mariachi, tequila y mujeres “hermosas”, un lugar alejado completamente de este cementerio. 

Nuestras costumbres también parecen ser conocidas por la gran mayoría, un japonés sabe perfectamente que rompemos piñatas y un ruso podría describir con exactitud un taco, pero, aunque tal vez lo intuyen por todo lo declarado en la prensa internacional, no saben nada sobre nuestras otras costumbres, esas que implican desconfianza y desánimo; saber cómo actuar en una balacera, cuidarte en cada esquina por la que caminas, informarle a todo el mundo en dónde estás, si estás bien, si llegaste con vida a tu destino. 

Se volvió una tradición, nos acostumbramos a la muerte y no con calaveras bailando  y colores, no al estilo Día de Muertos en película gringa, es costumbre vivir con este dolor de estómago que los médicos llamarían miedo, miedo puro e intenso por uno mismo y por los demás.

¿Qué pasaría si no tuviéramos tanto miedo, si no nos hubieran enseñado a estar alerta todo el tiempo? ¿Sería México lo que es ahora o estaríamos igual de fracturados, desunidos por la falta de problemas? 

Quisiera saberlo. Ojalá tuviéramos la oportunidad de vivir diferente, de desacostumbrarnos a lo inhumano, de saborear lo que algunos llamarían “paz”, de vivir dentro de aquella postal costosa dentro de la tienda de souvenirs del aeropuerto. 

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Anashely Elizondo
Anashely Elizondo
Licenciada en Artes Visuales para la Expresión Fotográfica y becada en taller de fotoperiodismo de National Geographic. Colaboradora de la Gaceta y el Área de Prensa de la Universidad de Guadalajara. Enfoca su visión en temas relacionados con derechos humanos, feminismo y arte/cultura.

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