¿Por qué les creo a las madres buscadoras? Sus lecciones sobre ternura radical

#ZonaDeOpinión

Por Tonantzin Mota / @tonantzin_moya (IG) / @huitlacochi (X)  

Vivimos en una guerra difusa, aunque nadie la nombre. Mientras el Estado y el crimen organizado reparten territorios y deciden quién vive o muere, hay un territorio que no logran tomar: el cuerpo de las madres buscadoras, donde la memoria está encarnada. A través de su ternura radical, nos dan lecciones cruciales para resistir.

Aquí no necesitamos que alguien nos aclare si estamos o no en guerra. No hace falta un decreto ni un parte oficial: En México, en Jalisco, el conflicto armado atraviesa la piel. Se mide en cuerpos desaparecidos, en madres que cavan la tierra, en territorios secuestrados por el horror.

Esta guerra —que llaman de muchas maneras para no nombrarla— disputa todo: poder, caminos, armas, territorios, pero también cuerpos, vidas y el sentido de la realidad. Para secuestrarlos, sus armas principales son la pedagogía del horror y el borramiento. Necesitan desmoralizarnos, confundirnos, para que una violencia tan cruda sea posible. Que se desborden los límites de nuestra razón para que bajemos la cabeza. Para que dejemos de resistir.

Y sí, todos estamos aferrándonos a las pocas razones lógicas que encontramos para no aceptar que habitamos un conflicto armado. Nos enloquece asomarnos al dolor tan profundo de las familias buscadoras, porque empatizar con ellas nos confronta con la posibilidad de que ese dolor podría ser el nuestro. Pero le hemos dedicado demasiado tiempo a hablar del gigante que nos amenaza, y poco a hablar de quienes llevan décadas haciéndole frente. Las madres buscadoras que, con picos, palas, y dolor en mano, hacen la labor que debería hacer el Estado: enfrentan la violencia, buscan en las escenas del crimen, y  con esto, redignifican nuestra moral. Nos dan lecciones sobre amar, nombrar, cuidar, permanecer y llorar juntos. Su ternura radical nos enseña a resistir.

Este texto es un muy humilde intento de observar esas lecciones. No pretendo hablar por ellas, sino acercarme, desde la escucha atenta, a lo que las madres buscadoras nos enseñan todos los días con sus pasos.

Foto:Darwin Franco

Lección 1: #AmarEsResistir

Lorena Cabnal, feminista comunitaria de Guatemala, nos recuerda que el cuerpo es el primer territorio. Por eso, es lo primero que cuidamos y lo primero que defendemos. Esta idea me ha hecho pensar en la importancia de que nuestro cuerpo sea el primer territorio que habitan nuestros hijos. No es metáfora: es el espacio vital, concreto, encarnado, donde comenzó su vida. En esa carne se tejió la memoria, antes que la identidad legal; es un territorio pre-político, pre-contractual. El vínculo que se establece, aun con todos sus matices y variantes, es irrompible.

Mientras el Estado y el crimen organizado buscan borrar e invisibilizar a las víctimas de este conflicto armado, sus madres se levantan, y su cuerpo es la memoria encarnada de su existencia y de su dignidad. No hay grupo armado, ni autoridad, ni mercado capaz de secuestrar esa memoria y ese vínculo porque no es sólo biológico, es memoria viva, tejida en la piel, en la voz.

Con ellas en pie, nadie puede negar que la persona que yace violentada, degradada, deshumanizada una y otra vez por las noticias, las autoridades y los perpetradores, fue una vez un hijo amado. Alguien con la misma dignidad y ganas de salir adelante que cualquier ser humano. Por eso, el cuerpo materno no solo guarda memoria: guarda la dignidad que nos están arrancando. Su memoria encarnada es refugio, es trinchera y es resistencia viva.

Foto: Mario Marlo.

Lección 2: #NombrarEsResistir

Entiendo que declarar que habitamos un conflicto armado es un asunto delicado para el país. Estamos entre un megalómano en el norte que ha buscado un pretexto para declararnos terroristas, y nuestra mediocre forma de hacer política basada en la denostación, donde todo lo utilizan para alimentar el pleito entre partidos en vez de trabajar en política pública para las personas. Reconocer el conflicto armado implicaría aceptar las normas del Derecho Internacional Humanitario, que obligan al Estado a garantizar la protección de la población civil, reconocer actores armados y abrir canales de rendición de cuentas. Todavía no hemos llegado a ese punto urgente en nuestras reflexiones colectivas.

Pero de la política pragmática a la sinvergüenzada de sembrar la duda y la discordia hacia los colectivos, hay una distancia ética enorme. Es indolente. Es inhumano. Es deshumanizar la tragedia.

El Estado y el crimen organizado se reparten las geografías, deciden quién vive, quién muere (y cómo), y quién es (o fue) lo suficientemente humano para ser nombrado. Aun cuando el reconocimiento de las personas es la piedra angular de cualquier postura política que quiera parecer democrática, las derechas y las izquierdas lo han olvidado por igual. Optan por discursos que niegan, invisibilizan, la tragedia. Eluden la magnitud de los hechos al reducirlos a casos aislados, culpan a las víctimas, inventan enemigos. Construye ficciones donde todo parece bajo control. Razones frágiles, sin sustento, que sólo imponen un sentido cojo. El sentido impuesto es un espejismo que no alcanza para explicar la descomposición que nos rodea, y mucho menos para construir salidas colectivas.

¿A quién le conviene no nombrarlo? A todos, ese es el problema: al Estado, que necesita simular normalidad para fingir estabilidad política en una coyuntura delicada; al crimen organizado, que lucra a manos llenas con esta guerra; y también a la sociedad, que hace todo por alejarse del horror y construirse como un archipiélago de burbujas aisladas. Todos con la esperanza ilusoria de que si cierro los ojos no existe, o al menos no existe para “los míos”.

Como dice Achille Mbembe, el poder no solo gobierna administrando la vida, sino también administrando la muerte. Decide quién vive, quién muere y quién merece ser nombrado. Las madres buscadoras interrumpen el silenciamiento al gritar el nombre. Mantienen viva la esperanza de encontrarles. Devuelven el rostro y la dignidad a quienes intentan borrar.

Foto: Darwin Franco.

Lección 3: #CuidarEsResistir

Las escuelas del narco, las filas del ejército, las instituciones negacionistas comparten un objetivo: deshumanizar. Cortar vínculos. Destruir a la persona para que sus cuerpos sean solo armas, herramientas desechables. La última perversión del ejército de reserva de Marx. Rita Segato llama a esto la pedagogía de la crueldad. No basta con matar: hay que romper los lazos que sostienen la vida.

El vínculo entre madre e hijo no necesita papeles ni permisos. No se entrena. No se negocia. Cuando las madres buscan, sostienen ese hilo. No permiten que la desaparición sea total. Su cuerpo es memoria viva, archivo rebelde, resistencia encarnada. Por eso, las madres buscadoras desafían la pedagogía del horror. Ellas vuelven a humanizar a sus hijos desaparecidos, y se resisten a que sus cuerpos sean tratados como desechables. Les devuelven la dignidad.

Pero ni siquiera la fuerza e indestructibilidad del lazo materno compartido puede sostener por sí mismo el resto de los lazos sociales: no ha impedido que los colectivos se fragmenten con las intrigas orquestadas que les rondan. Tampoco ha obligado al Estado a nombrarlas, ni ha logrado que la sociedad abandone el miedo y acepte que habitamos un conflicto armado. Necesitamos fortalecer estos lazos para que entonces sí, dolor en mano, la digna rabia nos movilice.

Teuchitlán nos debe enseñar eso, lo que nos decía la pancarta en el suelo de Palacio de Gobierno: Nos necesitamos, aunque no nos conozcamos. Porque si ellas, solas, han sostenido el hilo, ¿cuánto podríamos sostener si tejemos juntos? Es momento de romper el aislamiento. De dejar las divisiones entre colectivos, entre partidos, entre estados y Estados. La pedagogía del horror se combate en colectivo, cuidándonos mutuamente.

Foto: Dalia Souza

Lección 4: #PermanecerEsResistir

El tiempo, en la lógica de la necromáquina y la necropolítica, se acelera para borrar rápidamente los rastros, las pruebas, los nombres. La maquinaria de la muerte necesita del olvido para operar con eficiencia: que la desaparición sea total, que la memoria no encuentre dónde encarnarse, que los vínculos se rompan y no haya testigos. Así, generando confusión sobre cuántos son, quién dice la verdad, cómo pasó, impera la incertidumbre y el olvido, y puede imponer su propio sentido sobre el horror y seguir operando. Seguir engañando. Seguir engullendo.

Las madres buscadoras, al permanecer, ralentizan ese tiempo. Interrumpen el ciclo del olvido y la negación, y obligan a la sociedad a detenerse, mirar, recordar. Su permanencia disputa el tiempo no sólo como cronología, sino como memoria activa y presente dignificado. Disputan el sentido de la realidad de la necromáquina.

Elizabeth Jelin señala que la memoria no es un simple registro de hechos pasados, sino una construcción social disputada en el presente, atravesada por conflictos y silencios. Las madres, al sostener la búsqueda, sostienen también esa disputa por la memoria pública: se niegan a que la versión oficial, la verdad impuesta de la necromáquina que borra y niega, sea la única.

Permanecer no es sólo resistir al olvido; es también habitar el espacio, y con ello, negarse al despojo simbólico. Como hicieron las Madres de Plaza de Mayo, que durante décadas ocuparon la plaza cada jueves, las madres buscadoras en México hacen de la calle, de la tierra y de cada fosa clandestina un espacio de resistencia. Su cuerpo se congrega en cada búsqueda, en cada crematorio abandonado, rastreando kilómetro a kilómetro con picos y palas. Al permanecer, hacen visible lo que otros intentan borrar.

La permanencia es entonces una praxis política sostenida en el tiempo, que disputa la memoria, el espacio y la dignidad contra las lógicas del horror, el despojo y la deshumanización. Frente a la necropolítica que administra la muerte, y la necromáquina que espectaculariza el horror, las madres encarnan otro ritmo, otra pedagogía: la de la dignidad terca que permanece pese al horror y disputa el sentido del presente.

Foto: Dalia Souza

Lección 5: #LlorarJuntosEsResistir

Victoria Sendón nos explica que el amor puede ser una fuerza política. Judith Butler nos recuerda que llorar públicamente es también un acto subversivo. La ternura radical de las madres buscadoras encarna ambas lecciones: es una práctica política concreta que desafía la lógica de la necromáquina —ese engranaje de muerte donde los poderes elegidos y de facto administran la violencia y distinguen las vidas que importan de las desechables—, del despojo y de la fragmentación social.

Llorar en la calle, hacer del duelo un acto visible y colectivo, es también una forma de disputar el orden social impuesto por la violencia. Su dolor no es privado: lo hacen público, y al hacerlo, resisten la deshumanización y sostienen la memoria colectiva. Ellas lloran, nombran y buscan donde otros prefieren olvidar, y en ese acto sostienen la posibilidad de recuperar nuestra dignidad colectiva.

Más en sus marchas, ellas no lloran solas. Descubrimos, quizá sin darnos cuenta, que todos queremos llorar ante este horror. Que necesitamos hacerlo juntos. Que, aunque el dolor que cargamos no sea el mismo, no podemos ni queremos dejarlas solas. En cada grito, en cada pancarta, en cada abrazo espontáneo, nos encontramos vulnerables, desbordados. Y sin embargo, sostenidos. Porque el llanto colectivo es un refugio, un acto político que nos rescata de la indiferencia. Llorar juntos es romper el aislamiento, es reconocer que el dolor compartido también es una forma de resistencia y se abre una posibilidad real de recuperar nuestra moral.

Foto: Aletse Torres.

#TernuraRadicalParaResistir

En otras palabras, las madres responden al horror con ternura. No una ternura dócil, sino con ternura radical. Ternura que cava la tierra, grita nombres, llora en la calle y no se rinde. Cada búsqueda es una afirmación: mi hijo no será olvidado. Cada marcha es un desafío: ustedes gobiernan la muerte, pero aquí seguimos cuidando la vida.

La ternura radical es resistir activamente: amar, nombrar, cuidar, permanecer y llorar juntas. Su ternura no es solo suya. Nos convoca. Nos muestra que también el dolor puede ser tejido en común, no como consuelo, sino como fuerza política. Si nos atrevemos a transitar este luto colectivamente, le devolveremos valor político a las vidas perdidas.

Pero quiero ser clara, no hay manera de suavizar ni romantizar el dolor que atraviesan. No hay colores posibles para las familias destrozadas por la ausencia. Su lucha parte de la necesidad de excavar con las propias manos ante la omisión del Estado. Que asuman este mandato, devuelve humanidad a la tragedia e interrumpe el silencio. Nos acostumbramos a imaginar a los grandes guerreros bajo el modelo de las epopeyas de la pantalla grande: héroes fuertes, de espaldas rectas y frentes en alto. Pero la resistencia verdadera rara vez se parece a esas ficciones. Las madres buscadoras encarnan un heroísmo que camina con el corazón roto y el cuerpo agotado, pero en su mirada hay una fortaleza inquebrantable, mezcla de digna rabia y ternura radical, y no se rinden.

Por eso, cuando las miramos, tenemos que dejarnos interpelar, dejarnos enseñar. Porque si bien enfrentan a la necromáquina y la necropolítica, hacen algo más importante: encarnan la esperanza de una contra-máquina, como dice Rossana Reguillo. Su contra-máquina sostiene la vida desde la ternura radical, desde el amor que insiste aunque el mundo parezca deshecho. Y si las acompañamos, si tejemos junto a ellas, podemos transformar el luto en refugio, en resistencia, en comunidad. Acompañarlas no nos va a infectar del horror. Nos va a sostener en la muy difícil reconstrucción social que nos aguarda. Por eso, voltearlas a ver, responder a su llamado, es urgente.

¿Nos quieren venir a contar que los colectivos exageran? ¿Que los familiares que están llegando de otros estados a Teuchitlán también mienten? ¿Que tanto el crimen organizado como el Estado “están con el pueblo”? No. Yo estoy con las madres buscadoras, en plural. Por dignidad, por resistencia y porque sé que necesito su sostén para reconstruir la esperanza.

Estas son sus enseñanzas, convertidas en versos y en llamado solidario:

Lecciones que nos dejan las familias buscadoras

(Para ellas, y para nosotros

que aún tenemos tanto que aprender)

Nos enseñan sin discursos,
con sus manos llenas de tierra:
que amar es resistencia radical,
que nombrar a un hijo es sembrar dignidad,
que cuidar es tejer lazos entre escombros.

Nos enseñan que quedarse,
cuando todo empuja al olvido,
es recuperar el tiempo que se acelera para borrar.

Y que llorar juntas no nos quiebra,
nos hace pueblo, nos sostiene para andar.

Ahora que lo sabemos,
¿nos vamos a quedar viendo?
¿Vamos a dejar que sostengan solas el hilo?

No.
Nos necesitamos. Hoy y siempre.

Aquí. De pie. Juntxs.

Comparte

ZonaDocs
ZonaDocs
Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

2 COMENTARIOS

  1. Terminé leyendo tu palabra compañera llena de lágrimas. Gracias. Esta pieza la podría en un barquito y la echaría al mar y en una casilla la enviaría al espacio. Gracias a ti. A quienes abrazan a las madres y a las madres buscadoras

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer