El ojo y la nube
Por Adrián González Camargo
Fotografía de portada corresponde a la película La Civil
Breve nota aclaratoria.
Existen varios polos para concebir la producción cinematográfica: el cine de ficción, el documental, animación y experimental. Cada uno, que es más un sistema de producción que un género, ‘reduce’ en cierta medida las posibilidades de forma y temática. Para esta entrega, solamente hablaremos del cine de ficción, pero haciendo un breve señalamiento al cine documental. Estableceremos, pues, que el cine de ficción es aquel concebido como el que (casi siempre) se basa en un guion, que cuenta una historia ficticia (aunque sea inspirada en hechos reales) y que (casi siempre) requiere de actrices o actores para su interpretación.
1.
En México, el cine documental ha gozado de una salud extraordinaria durante los últimos 20 años. Paralelamente se han fortalecido y crecido iniciativas de difusión como Ambulante, DocsMX (antes DocsDF) o Doqumenta. Adicional a esto, las secciones de documental de festivales como el FICG, FICM ó FICUNAM han crecido mucho, incluso en muchas ocasiones siendo más importantes que las secciones de ficción. En los últimos años, hemos visto obras maestras como: Tempestad de Tatiana Huezo, grandes documentales como En el hoyo de Juan Carlos Rulfo, Los ladrones viejos de Everardo González, Tratado de invisibilidad de Luciana Kaplan, entre muchos. Y tal vez por el respeto al tratamiento, por la fortaleza de sus narrativas y, por supuesto, por la validación artística que recibieron, además de la fuerza mediática que contribuye a apoyarlos, el cine documental ha mantenido un alto nivel de calidad y sobretodo, de autorespeto.
2.
Por otro lado, el cine de ficción, ese que originalmente se separó de los primeros filmes a finales del siglo XIX, cuando el francés Georges Méliès buscó, entre otras inspiraciones,adaptar las historias de Jules Verne e inaugurar así el género de ciencia ficción; o cuando el estadounidense Edwin Stanton Porter buscó recuperar la narrativa idílica de las historias de pistoleros asesinando indígenas para conquistar territorios y crear así el western. Méliès y Porter son solo algunos de los primeros cineastas que pensaron en contar historias ficticias en ese nuevo gran medio de fines del siglo XIX. Sin embargo, cuando los emisarios de los hermanos Lumière llegaron a México a presentarle el ‘cinematógrafo’ a Porfirio Díaz, este los recibió con entusiasmo y se convirtió en uno de los primeros mexicanos que fueran filmados en la historia. De modo que, en México, que siempre ha buscado una protección del Estado para oficializarlo todo, incluyendo los nacimientos artísticos, no nació de inmediato el cine de ficción, sino el cine oficialista. Al poco tiempo, el cine de los primeros años se convirtió en una especie de postales en movimiento y una vez que inició la revolución mexicana, el cine se convirtió en el gran vehículo noticioso.
3.
Tal vez por esa imperiosa necesidad de buscar replicar la realidad antes que contar e imaginar historias, es que hemos heredado a nuestra narrativa cinematográfica actual. Si a principios del siglo XX, el nuevo gran invento estaba dedicado a solo replicar la realidad, tuvimos que utilizarlo para que la sociedad supiera qué sucedía en el territorio. Aunque este uso noticioso del cine no fue único de México, fue un período inevitable para nuestro país.
100 años después, ese cine que para algunos suponía estaba hecho para imaginar, en México, ha tenido alinearse a la realidad, en ocasiones triste, en muchas funesta, en pocas alegre. El cine de festivales mexicano, atraviesa por un impasse que probablemente ni el mismo cine ha sido capaz de asumir o de ser consciente de sí mismo.
Si el arte representativo, que durante milenios fue pictórico, buscaba hacer una réplica de lo que se percibía como realidad, el cine logró que esa “realidad” se guardara con movimiento y pudiera ser reproducida una y otra vez, ad infinitum.
En México, esta realidad se ha ido fragmentando, dependiendo del punto de vista y del cristal que se elija para percibirla. Y aunque esto sea una obviedad, no es el mismo México el de Fernanda Valadez en Sin señas particulares que el de Manuela Irene en El monstruo de Xibalbá que el Corina de Urzula Barba ó el de No nos moverán de Pierre Saint Martin Castellanos. Si la primera nos presenta el viaje hacia la terrible constante de la violencia derivada del narcotráfico, la segunda nos acerca a la historia de un niño que no puede conectar con sus padres y tiene miedo de enfrentar la muerte, mientras que la tercera nos presenta un entrañable personaje temeroso de la sociedad tapatía contemporánea; el último nos recuerda que la masacre de 1968 aún no ha sanado. Los ejemplos son solo aleatorios, pero estos filmes, que también fueron filmes de festival y que, se han alejado de una mirada generalizadora que se habría vuelto monotemática y de pulso apaciguado y nos dan esperanzas para una nueva generación de filmes ‘de festivales’ que podrá defender su presencia por sí solos y que, de alguna forma, ganará terreno en el ámbito comercial de las salas cinematográficas.
4.
Contemplemos un cine qué, como conversamos en este mismo espacio anteriormente, no es el cine que busca convertirse en un producto comercial y que su propósito sea obtener ganancias económicas. De ahí desprendemos una selección de temáticas. Cuando un filme mexicano tiene el propósito de ser taquillero, seguramente buscará ser de dos géneros: comedia o terror. Cuando un filme mexicano busca primero tener reconocimiento y validación artística, buscará otros géneros menos convencionales. Y hemos encontrado, en años recinientes, filmes que buscan un punto medio. Tal vez La cocina de Ruizpalacios sea un ejemplo, tal vez no.
Las discusiones pueden durar mucho: llamarle cine de arte, de autor pueden ser alguna forma de acercarse. Yo para fines prácticos le llamaré ‘cine de festivales’. Este tipo de cine se genera, desde la escritura del guion, con ese firme propósito, aunque muchas veces en entrevistas las y los directores lo nieguen. Para existir, estos filmes requieren de subvenciones, en su mayoría estatales.
Y aquí es cuando llegamos a una interesante encrucijada. Si este tipo de filmes, casi siempre puede existir solo bajo la tutela de subvenciones, en su mayoría estatales… ¿qué temáticas están ceñidas a estos cines? El discurso dice que todas, la realidad dice otra cosa. Hemos encontrado que muchos apoyos, estatales o internacionales, llevan ciertas tendencias que predestinan los discursos narrativos cinematográficos. Por ejemplo, el Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), tiene una sección específica de un fondo estatal destino a ‘cine para infancias’. De esta forma, ya se predestina un acercamiento estetético-narrativo, pues es evidente que es fondo no apoyará filmes de terror. Puesto que en México la producción cinematográfica no-estatal se ha reducido a un par de grandes empresas y las nuevas iniciativas de las nuevas ‘majors’ cinematográficas (como Netflix) inyectarán grandes cantidades de dinero para producciones, el panorama en unos años muy probablemente habrá de modificarse.
Uno de los festivales más prestigiosos del mundo es el Festival de Cannes. En este festival, durante el siglo XXI, se han proyectado 10 películas en la sección paralela Un certainregard (Una cierta mirada), que es la segunda sección en importancia del festival. Así es la vida (Arturo Ripstein, 2000), El violín (Francisco Vargas, 2007) Las elegidas (David Pablos, 2015) Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011), Sangre (Amat Escalante, 2005), Los bastardos (Amat Escalante, 2008), Después de Lucía (Michel Franco, 2012), La jaula de oro (Diego Quemada-Díez, 2013), Las hijas de Abril (Michel Franco, 2017 ) y Noche de fuego (Tatiana Huezo, 2021).
En estas películas, hay varias constantes, pero destacamos por ahora solo una: no solo hicieron una réplica de una realidad mexicana, sino la versión cruda y en ocasiones desalmada de la realidad. En estos filmes, no solo se ha negado la felicidad, sino las posibilidades de ser feliz en el futuro. Los temas, en general, apuntan a una negación a la posibilidad de la familia y la persistencia de la misma. Son nihilistas. En unas el estado es opresor, en otras el crimen organizado, en otras los mismos progenitores.
Una revisión a filmes mexicanos en otros festivales renombrados como Berlín, Venecia, Rotterdam o Locarno seguramente nos arrojará otro tipo de temáticas, lo cual revisaremos en entregas posteriores, además de las películas que en Cannes fueron parte de la prestigiosa ‘Sección Oficial’, que es la primera en importancia.
Sin embargo, no debemos dejar de tomar en consideración que hoy, en el 2025, seguramente ya se han ido escrito o se están escribiendo los guiones y desarrollando los proyectos de los filmes que en unos años se convertirán en esas apuestas a ser las películas “representantes” de México en festivales cinematográficos. Siendo así y considerando la o las realidades que estamos viviendo en México, cabe preguntarse para ese próximo futuro: ¿qué realidad deberíamos escoger para las próximas películas mexicanas que “representarán” a México? ¿La más cercana, la más cruenta? ¿La inevitable? ¿La más dolorosa? ¿Alguna esperanzadora? ¿Una realidad alterna? ¿O todas las anteriores.