Manos Libres
Por Francisco Macías Medina / @pacommedina (X) / @FranciscoMacias (TG)
Los Municipios de Tala, Teuchitlán, Lagos de Moreno, Unión de San Antonio, La Barca, tienen diferencias en su ubicación geográfica, pero tienen aspectos comunes: las violencias los han transformado y representan los más graves impactos de lo que significa estar distantes de un “centro”, político, masificado y conglomerado.
Las violencias aunque parecieran que homogenizan sus consecuencias en cuanto a sus daños a la vida e integridad de miles de personas, adquieren grandes diferencias dependiendo esa distancia territorial.
Pareciera que existe una selección de ellos en los municipios distantes de la llamada Zona Metropolitana de Guadalajara, para transformarlos en espacios donde la logística, el silencio, la connivencia con las autoridades y la tolerancia de las comunidades por el terror impuesto, facilita la incubación y la producción de las violencias.
Los territorios terminan convirtiéndose en copias fieles de autoridades de “estado” – así con minúscula-, ya que se instalan retenes, se alistan uniformes e insignias, grados, se etiquetan vehículos, se exhiben armas, se instalan aduanas y “cuarteles”, se vigila a la población y se instala un sistema de sanciones cuyo medio es el castigo que reafirma la idea punitiva de una sociedad victimizada, se dialoga o violenta a las autoridades formales, se acuerda una “pseudo coordinación de muerte”, muchas de las cuales terminan en desapariciones forzadas.
Este proceso de deshumanización mediados por las violencias consolida la creación de espacios como la transformación de hornos utilizados para una actividad productiva en crematorios o sitio abandonados, en espacios para disolver con químicos los cuerpos de personas previamente torturadas, viviendas en centros de video monitoreo.
La existencia de centros de exterminio como el encontrado en Teuchitlán, refleja con claridad el proceso de transformación que viven los municipios “periféricos” que han sido abandonados a dichas condiciones.
Las autoridades adquieren el carácter de simbólicas y administradoras del horror, por eso en el caso del Rancho Izaguirre, las acciones de las autoridades de procuración de justicia y de ciencia forense, fueron limitadas y selectivas, con el carácter de administradoras del objeto de su trabajo, sea para llenar los informes ministeriales o la estadística, pero no para hacerse preguntas de contexto que fueran útiles para el futuro.
La existencia de más de más de 1,500 prendas y su falta de aseguramiento y descripción, comprueba que la autoridad ha cesado su función principal de buscar verdad y justicia, para transformarlo en un lenguaje nuevo administrativista en donde nuevas palabras como víctimas, familiares de víctimas, trazabilidad o restos forman parte de él pero que no tiene un significado para garantizar derechos, sino para agotar expedientes.
Las madres buscadoras rompieron esa línea continua de normalidad para volver a situar la gravedad del horror y sus consecuencias. Por eso la reacción de relacionar el rancho Izaguirre y de Teuchitlán, aunque a la distancia parecieran hechos con distintos niveles de gravedad nos viene bien integrar ese suceso.
Cuando la gran Intelectual Hannah Arendt acudió a presencial en Jerusalén el juicio al nazi Eichman, se percató de dos aspectos, el primero de que el perpetrador se encontraba alienado de su delito, es decir que se encontraba más allá de su culpa, es decir, no tenía ningún significado el derecho penal o el sistema de justicia (Yoel Schvartz .Arendt en Jerusalén. Un desencuentro apasionado.).
En este caso, cada enganche de posibles víctimas, traslado de ellas, organización de los espacios hasta la eliminación de las personas, sea de la forma inhumana que sea, ya se encuentra más allá del entarimado al que llamamos el estado de derecho, se realizan desde una lógica de inhumanidad y teniendo como fines la explotación de personas para la obtención de ganancias.
Mientras las acciones de las autoridades no reconozcan lo anterior y desarticulen los modelos que los originan, los grupos de delincuencia organizada seguirán funcionando. Se tendrán que emplear otros modelos de justicia, una de tipo transicional en donde pueda entenderse el horror y la generación de medidas que reconstituyan y reparen el dolor generado a miles de personas, que responsabilicen colectivamente.
El otro aspecto del que se percató Arendt, es que las acciones del responsable no eran movidas por un antisemitismo o alguna otra causa, sino por el cumplimiento de la ley, lo cual tiene relación con el Estado burocrático moderno.
Las expresiones como las de Jesús Murillo Karam con el “ya me cansé” en el caso de los 43 Normalistas de Ayotzinapa o las del Fiscal de Jalisco al mencionar que el racho “era bastante extenso” para poderlo procesar, son simplemente un reflejo de la existencia de un derecho y unas instituciones que han aprendido a banalizar el mal, que realizan diligencias pero no buscan la justicia compasiva que se requiere, que hablan con las colectivas y otorgan facilidades pero en realidad tienen a la mano las estrategias de comunicación para salir de la “crisis” y sus mediciones para su futuro partidista.
En Jalisco es urgente otro tipo de herramientas venidas más desde la justicia, la verdad y la colaboración internacional, ante la falta de respuesta local y una nacional que en Jalisco no ha dado resultados concretos.
Mientras tanto la justicia que germina es la que desde hace años construyen las madres, las colectivas y la sociedad movilizada que hoy se encuentra de luto nacional, siempre y cuando se centre en la compasión y no en la polarización motivada por los grupos políticos.


