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Por Anashely Elizondo / @Anashely_Elizondo
Sylvia Plath se suicidó a los 30 años de edad luego de haber padecido depresión crónica durante buena parte de su vida adulta.
Un antes de su muerte, su única novela “La Campana de Cristal” vio la luz; en ella, reflejaba los salvajes procedimientos clínicos por los que había tenido que pasar para frenar su aflicción mental. Además de todo el proceso de insatisfacción, indecisión y tormento por los que tuvo que pasar luego de atentar contra su vida cuando tenía casi 20 años.
Esta obra semibiográfica, en conjunto con sus poemas y otros textos, la hizo ser la primera mujer acreedora de un premio Pulitzer postmortem.
Tener veinte años y estar pérdida
A través de “La Campana de Cristal”, seguimos la historia de Esther Greenwood, una veinteañera que recibió una beca para trabajar en una prestigiosa revista en la ciudad de Nueva York, por lo que Esther se siente cada vez más cerca de cumplir su sueño: ser escritora.
Sin embargo, mientras Esther va conociendo más y más de esta sociedad anestesiada, repetitiva y asfixiante, se envuelve en una profunda depresión que la mantiene encerrada en sí misma, como en una campana de cristal.
Dentro de la historia, Esther (y Sylvia) mencionan la metáfora del árbol de higos, misma que ha sido utilizada como referencia para muchos escritores:
“Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento.
De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesionales poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente.
Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.”
¿Cuántas veces no hemos cuestionado nuestros sueños y aspiraciones? ¿Las decisiones que tomamos nos acercan más a lo que percibimos como “la felicidad”? y ¿En dónde quedan todas esas posibilidades que dejamos pasar? ¿Se pudren como higos frente a nuestros ojos? ¿Por qué es tan complicado fijar un rumbo, marcar distancia, no dejar influenciar por la sociedad o la gente que nos rodea?
La indecisión y la presión llevaron a Esther (y a Sylvia) a ser presas de un sistema hospitalario psiquiátrico, duro y cruel con las pacientes, sobre todo con las mujeres, sobre todo en los 60s, que fue cuando Sylvia vivió. Aunque ahora no ha cambiado mucho y los sistemas siguen empujando a la productividad antes que a plenitud.
Esas presiones, indecisiones y cuestionamientos, ese árbol de higos sigue presente en cada mujer joven, que ve diversas opciones para su futuro desvanecerse entre sus manos, pudrirse mientras se muere de hambre al no saber escoger.