El Ojo y la Nube
Por Adrián González Camargo / @adriangonzalezcamargo (IG)
Advertencia: contiene spoilers.
Estrenada en 1961 y protagonizada por la actriz mexicana y recientemente fallecida, Silvia Final, Viridiana fue el único filme de nacionalidades española y mexicana que ganó la anhelada Palma de Oro en el Festival de Cannes y que fue tan polémica que el mismo Vittorio de Sica salió malhumorado del cine después de verla, Gustavo Alatriste tuvo que verla cinco veces para comprenderla y el Vaticano la censuró así como Francisco Franco, aunque este no había visto mayor problema en ella.
El relato es así: Viridiana es una joven novicia a punto de hacer los votos para convertirse en monja. Su tío, quien se ha hecho cargo de ella y a quien prácticamente no conoce, pide que la vaya a visitar a su mansión-granja en el campo. Desde el inicio, la voluntad de Viridiana es propiedad de los otros, pues la voluntad que había sido dirigida por la institución, el convento, ahora se traslada a la nueva institución: su tío.
Pero esa voluntad lentamente va regresando al poder de Viridiana. Su tío, al suicidarse, depone el poder y ante una especie de vacío de poderes, Viridiana toma el control. Como una encarnación franciscana, con una directa referencia a la Viridiana italiana (que pertenecía a la orden), Viridiana se lleva a un grupo de personas de escasos recursos, abriendo simbólicamente las puertas de la burguesía. Al inicio, el orden de las cosas parece establecerse. Si bien este orden no ha sido demandado, sino que Viridiana, siguiendo su propio juicio e instinto comunitario lo ha establecido, establece un pacto: tendrán casa y comida, pero trabajarán para ello.
El orden anterior, que le pertenecía a un viejo rico, quien en sus propias palabras había establecido el orden de ambos: “un viejo como yo apartado del mundo y una muchacha como tú dedicada a Dios…” ahora se convierte en un orden que, como cualquier metáfora del renacimiento de una comunidad, de un estado o de un país, necesita de la mano de obra para su renacer. El campo que había sido abandonado, la granja que tenía pocas manos.
Una vez que se han establecido los nuevos ‘trabajadores’ (Dice la misma Viridiana: “y ahora una buena noticia, desde mañana, todos van a trabajar”), los nuevos trabajadores (los pobres), establecen su propia jerarquía: desechar al leproso, ungir al ciego y continuar con la lucha heredada de la calle: sálvese quien pueda.
Jorge vuelve a la hacienda de su padre a heredar el inmueble, pero permite a Viridiana continuar como la ‘administradora’ del prototipo de albergue que quiere fundar. Y si bien Jorge, será el nuevo orden, cuando Viridiana tiene que salir para realizar asuntos legales, confía en que todos mantendrán el orden, diciéndole al más viejo, Don Ezequiel: “a usted que es el más respeto, se los recomiendo mucho, que se porten bien”.
Lo que sigue, que es aproximadamente el último tercio de la película, es la debacle del apenas incipiente nuevo orden que se había establecido. Así, primero organizan una comida, luego exploran los lujos de la casa, se emborrachan y crean, casi extradiegéticamente, una de las imágenes más icónicas y en su momento blasfemas del cine, al replicar el cuadro La última cena de Leonardo Da Vinci.
Cuando regresa Viridiana, quien habría sido la figura santa, pero también la encarnación de la ordenanza, Viridiana es casi violada por uno de los mendigos. De esta forma, Jorge (su primo, no primo) convence a otro mendigo de matar al violador, a cambio de dinero.
Viridiana termina así su ciclo de fe, cuya extinción había iniciado con la mentira, manipulación y suicidio de su tío. El grupo de pobres, como si fuera una suerte de rebaño y ella la pastora, se ha ido en contra suya. Ese intento de creer en la humanidad, la mantendrá primero en estado de shock y luego en una deposición de su voluntad, en búsqueda silente de alguien que la conduzca y dirija su destino.
Así, Viridana no siendo dueña de su voluntad y sin destino posible a la vista, llega a un tipo de final que en Cannes ha sido una predilección: la falta de un atisbo de esperanza al final de los relatos, el triunfo del nihilismo y el encumbramiento de la miseria sobre los cánones católicos. Viridiana habría iniciado una revolución pero los mismos revolucionarios la habrían apagado, pues solamente se permiten saciar sus hambres en vez de controlar la burguesía a la que habían llegado. La última imagen de Viridana en el filme, es ella sentándose a la mesa, aceptando ‘jugar al tute’ con su primo Jorge y Ramona, lo cual sugiere que en adelante vivirán una vida en común y a las expensas de lo que Jorge ordene.
Cuenta Luis Buñuel en su libro Mi último suspiro, a través de los recuerdos de una de sus hermanas, que cuando eran niños en un festival de pueblo, un hermano de Buñuel bailó vestido como gitano y asaltante, con unas tijeras y cantando: “Con estas tijeras y mis ganas de cortar, me voy a España a armar una pequeña revolución”. Por lo visto, dice Luis Buñuel, aquellas tijeras son hoy Viridiana.