#CátedraAMIDI
Por Danielle Cruz / @amidi_com
Hay pocas cosas tan frustrantes como sentarse en una junta editorial y escuchar a jefes de información y editores retomar notas de «retos de TikTok» falsos, tendencias que amplifican discursos de odio o la «cancelación» de una piñatería. Y frustra porque si bien es necesario y urgente analizar críticamente cada uno de esos temas, sabes que no se va a tomar en serio el tema: será una nota de relleno al final de un programa o una nota «de clics» en el sitio web.
Las redes sociales han sido formativas para al menos tres generaciones (si nos compramos las etiquetas mercadológicas), pero siguen siendo vistas para el Periodismo —ese con mayúsculas— y los medios como un mundo aparte y poco serio. Hemos visto cómo Facebook ha facilitado tanto revoluciones como genocidios, Twitterpermitió la coordinación de grupos de ultraderecha para el asalto al Capitolio, y TikTok es utilizado como una plataforma de periodismo independiente —y de rampante desinformación. Las redes sociales siguen siendo ese monstruo de caricatura y de terror que puede quedarse dentro de la computadora al apagarla, pero también son el vehículo de una crisis periodística insalvable.
Aunque por mucho tiempo se insistió que había una distancia entre lo que vemos en la pantalla y el «mundo real», lo cierto es que están más cercanos de lo que podría creerse a simple vista. Actualmente todas las plataformas digitales despliegan contenido a partir de recomendaciones algorítmicas. Estas recomendaciones están pensadas para que cada usuarix pase el mayor tiempo posible en ellas, lo que genera cámaras de eco(o de antieco). Cada unx de nosotrxs vemos un Internet diferente que es, al mismo tiempo, exactamente el mismo: las mismas plataformas y las mismas lógicas de consumo.
Sin embargo, es cada vez más difícil separar lo que vemos en nuestras pantallas y lo que ocurre fuera de ellas. Desde las violencias hasta los discursos de odio o la creciente polarización política tienen un diálogo profundo entre estos dos «lados», por lo que es cada vez más urgente tomar en serio lo que ocurre en las redes sociales, cubrirlo de forma responsable y crítica, y no sólo como un dato curioso o un contenido de relleno.
¿Qué ocurre cuando un medio nacional decide convertir una campaña de desinformación en una nota «de Internet»? En Polarización y transfobiaescribí cómo es que la desinformación antigénero se convierte en una nota descontextualizada en medios mexicanos: los modelos de negocio de los medios digitales, empujados por plataformas digitales que requieren contenido constante, empujan a las redacciones a encontrar temas cada vez más polarizantes. Esta urgencia se convierte en estrategias de rage-bait que, conforme dejan de ser efectivas con notas sobre lo que ocurre en el extranjero, se adaptan a temas nacionales.
La «importación» de estas estrategias de rage-bait se convierte en violencia digital masiva contra personas queer y racializadas: el grupo musical Yaritza y su esencia, Andra Escamilla «le compañere» y decenas de personas LGBT+ que viven su vida pero fueron fotografiadas o grabadas sin su consentimiento y se convierten en memes que, luego, son legitimados por los medios que hacen notas al respecto. Incluso si se trata de señalar lo «poco ético» de estas acciones de usuarixs en redes, al mencionarlo se le da oxígeno al tema y amplifica su alcance y, con ello, la violencia.
Amplificación del odio: cómo cubrir temas «polarizantes»
Luego de la victoria electoral de Donald Trump en 2016, Data & Society publicó un amplio informesobre los errores que editores y periodistas detectaron en sus propios medios y que permitieron no sólo una victoria electoral, sino la normalización de discursos de odio y posiciones políticas fascistas que, aún hoy, siguen siendo un problema grave en Estados Unidos y que se han replicado por todo el mundo.
El reporte, titulado The Oxygen of Amplification(TOoA), reúne entrevistas y análisis de más de veinte periodistas de diez medios diferentes, y en él se analiza la cobertura de la carrera presidencial y cómo, desde la misma estructura de los medios digitales y las redes sociales, se armamentó un discurso peligroso.
Los dichos de Trump y lo que ocurría en sitios como 4chan y Reddit se articularon como parte de un movimiento político complejo. En cuanto se convirtió en un tema mainstream, los medios hegemónicos no tuvieron las herramientas para reportar críticamente lo que estaba ocurriendo: ni sus estrategias, ni sus metas, ni objetivos específicos. El informe se publicó en 2018, han pasado seis años y se ha aprendido muy poco de este ejercicio de autocrítica.
Hasta el momento, en México ningún partido político ha abrazado los discursos discriminatorios de Donald Trump y sus fanáticos, aunque eso no significa que no haya habido intentos: Eduardo Verástegui, Carlos Leal, Gabriel Quadri, América Rangel y Teresa Castell han tomado en sus manos la transfobia como agenda política.
Tenemos pocos ejemplos de herramientas para contrarrestar estos discursos: ejercicios de fact-checking, como Verificado MX o El Sabueso, de Animal Político, a veces retoman declaraciones de estos personajes y desmienten punto por punto sus señalamientos. Sin embargo, como lo señala TOoA, el fact-checking nunca tiene el impacto de la desinformación, llega tarde por los propios procesos de rigor periodístico que exige, y no tiene forma de mantenerse al corriente cuando cualquier noticia falaz o descontextualizada, cualquier declaración basada en datos falsos y discurso de odio, puede volverse viral y, luego, ser retomada por medios nacionales.
Incluso cuando el fact-checking puede ser una herramienta útil, es necesario que se tengan parámetros claros para evitar que al desmentir la desinformación se amplifique: especialmente en temas de derechos humanos, las tendencias de memes o las declaraciones de personajes conocidos por su odio funcionan como un distractor —específicamente para los medios y las audiencias que no son conscientes de la doble función que cumplen dentro de estos movimientos.
Al mismo tiempo, los ejercicios de fact-checking (por su propia naturaleza de corroborar o desmentir información) carecen de las capacidades para analizar tendencias y discursos que hacen guiños al odio o forman parte de una tendencia regresiva más amplia, como ocurrió hace unos meses con la viralización de la creadora de contenido española Roro y el movimiento «tradwife».
Cuando se comenzó a viralizar el contenido de Roro, por ejemplo, se disparó una discusión en redes sobre misoginia y discursos conservadores. Para cuando fue retomado por medios mexicanos y latinoamericanos en general, se limitaron a la nota formulaica que posiciona la conversación como un debate: «acusan a tiktoker de machista: qué son las tradwives».
A pesar de que el género de contenido como el de Roro lleva más de tres años de coberturas y reportajes a profundidad en los Estados Unidos, los medios mexicanos lo cubrieron como si una sola creadora española fuera la responsable de todo un fenómeno digital que tiene una profunda relación con los movimientos de supremacismo blanco en Estados Unidos. Esto sin contar que sólo era necesario revisar el historial de publicaciones de Roro para detectar un cambio completo en sus contenidos: de ser una tiktoker que daba consejos sobre ejercicio y nutrición, pasó a hacer ese tipo de contenidos con muchísimo más alcance y reproducciones en parte, también, por la incesante cobertura mediática.
Resultados de búsqueda en Google sobre tradwives en Estados Unidos. La cobertura alrededor del tema ha cambiado drásticamente en los últimos dos años: de un contenido inocente a testimonios de mujeres que salieron de ese estilo de vida por la violencia de género.
La mayoría de los medios no tienen la capacidad para crear coberturas que atiendan a profundidad temas específicos: los sitios más visitados de México repiten las mismas estrategias de creación de contenidos, en las que optan constantemente por notas que simplemente amplifican discursos dañinos sin revisión editorial alguna.
Los mismos modelos de negocio, empujados por las plataformas de distribución, han propiciado dinámicas de publicación constante con personas periodistas mal pagadas que tienen poco tiempo para redactar notas de cuyo éxito en clics o viralidad, en muchas ocasiones, depende su ingreso económico.
Estas limitantes impiden profundidad y empujan a redacciones y a medios a seleccionar temas cada vez más polémicos y polarizantes: explorar las redes y descubrir la última discusión sobre «inclusión forzada», o si los videos de una mujer que cocina para un novio desde cero son misoginia o no, aseguran visitas y una discusión en la publicación en redes sociales.
No hay más incentivo para un mejor periodismo y, al contrario, la fórmula de este tipo de notas se ha ido contagiando a la cobertura cotidiana: editores SEO y estrategas de contenido con nula ética periodística empujan la misma superficialidad y priorización de visibilidad e interacciones por encima de buena cobertura de temas de alta sensibilidad y prioridad para la discusión pública.
¿Qué hacemos, entonces, para construir mejores medios: cómo hacemos coberturas éticas y que de verdad informen a una audiencia que, como indica el reporte anual del Reuters Institute, está necesitada de información pero por muchísimas razones ya no confía en lo que lee en los medios?, ¿cómo contrarrestamos el odio?
Un ojo al discurso, otro al contexto: Las dificultades para cubrir lo digital
Como puede entenderse, cubrir de forma amplia y crítica lo que ocurre en Internet exige reporterxs y periodistas que comprendan no sólo cómo funcionan las plataformas digitales, sino las gramáticas de los grupos que se comunican en ellas y saber usar las herramientas que permitan ver más allá de los algoritmos de recomendación.
Como en el caso de las tradwives, es importante entender la historia y la vinculación ideológica y política de estas creadoras de contenido, pero también es necesario conocer cómo se distribuyen: las primeras publicaciones que importaron el formato, la demografía de las audiencias y cómo se consumen los videos y publicaciones. Esta información es vital si queremos saber cómo está siendo recibido el discurso más allá de lo que vemos en nuestros timelines; lamentablemente, es cada vez más difícil de acceder.
Entre los primeros movimientos de Elon Musk tras comprar Twitter fue cerrar su API, lo que bloqueó cientos de herramientas gratuitas y de código abierto que permitían el monitoreo y análisis de contenidos en la plataforma. Meta, por su parte, cerró definitivamente CrowdTangle el pasado 1 de agosto. La herramienta permitía a periodistas, investigadorxs y académicxs saber lo que ocurría dentro de sus redes. TikTok sigue sin hacer accesible su API y decenas de herramientas que permiten conocer alcance, visibilización dentro de la plataforma o si se trata de contenido republicado se han desarrollado sin éxito ni adopción mayoritaria.
Esta opacidad forma parte de su propio modelo de negocio. Como escribe Tim Hwang en Subprime Attention Crisis, la publicidad digital ha sido parte central del Internet como la conocemos hoy. No sólo es la base de todas las plataformas y redes sociales, también se ha convertido en una industria multimillonaria que, afirma Hwang, «es muy grande para fallar».
La «caja negra» le permite a las compañías distancia para negar que sus algoritmos empujan discurso de odio y coordinación de actos violentos contra minorías raciales y políticas; también les permiten ocultar a sus personas creadoras de contenido las ganancias que reciben de lo que generan para las plataformas. Estas decisiones industriales afectan también la forma como se hace periodismo y cómo se sostienen los medios digitales: la monetización, como señala Hwang, ha sido el gancho para que estas compañías mantengan control casi acrítico del Internet.
Eso no significa que no haya esfuerzos para cubrir el Internet y los discursos que se empujan (y las decisiones corporativas que empeoran la experiencia de usuarixs): medios como 404 Media, The Verge y periodistas independientes en múltiples medios de habla inglesa siguen muy de cerca todo el rango de lo digital: desde las promesas vacías de la Inteligencia Artificial generativa hasta memes de minions crucificados y agregadores de contenido en inglés en la India.
Este «nuevo» periodismo de lo digital requiere conocimiento profundo de herramientas de monitoreo (las más de las veces de código abierto y con una exigencia alta de manejo de lenguajes de código), y de discursos y políticas de ultraderecha, pero tampoco se aleja mucho del periodismo de investigación que equipos de periodistas logran publicar todavía en medios de alcance nacional. Sin embargo, las decisiones empresariales que han tomado estos últimos no sólo limitan sino que hacen imposible que hayan redacciones con capacidad para producir ese tipo de periodismo crítico y de profundidad.
¿Cómo hablar del Internet, entonces, para desmontar el odio?
Pareciera que estamos entre la espada y la pared: no podemos cubrir acríticamente el Internet sin cuestionarnos si estamos dándole plataforma a discursos de odio, pero tampoco tenemos las herramientas ni los incentivos económicos para cubrir críticamente estas olas de desinformación y violencia… ¿qué se puede hacer, entonces?
Primero, reconocer los errores graves que, como periodistas y como medios, hemos cometido. Los ejercicios autocríticos son urgentes y no se deberían de posponer: México es un país peligroso para ejercer el periodismo, es cierto y es una deuda impune por el Estado, pero también los medios, como empresas, tienen una deuda profunda con sus personas trabajadoras.
La precariedad y la violencia laboral corren rampantes e impunes en redacciones que se «optimizaron» para crear contenido para redes sociales y plataformas y han abandonado la responsabilidad para con sus audiencias y personas trabajadoras.
Necesitamos una autocrítica que tome en cuenta las condiciones en las que se ejerce el periodismo en todos sus ámbitos: no podemos exigir mejor periodismo si las redacciones no tienen salarios dignos ni ambientes seguros, libres de violencia de género, hostigamiento y acoso. Necesitamos una autocrítica que profundice en la relación compleja entre medios y plataformas digitales, pero también entre medios y gobiernos.
El problema de los medios agregadores de contenido y cómo dan plataforma a los discursos de odio es sistémico: está en el génesis de los medios 100% digitales, como ha explicado a profundidad Ben Smith en su libro Traffic. La apuesta, quizá radical, que 404 Media, Media Matters, FAIRy otras organizaciones están tomando es por una crítica a ese sistema.
¿Cómo se podría ver un medio disidente y crítico de los medios hegemónicos en México? Quizá habría que voltear a ver los esfuerzos que se están haciendo en otras regiones de Latinoamérica: las apuestas que desde lo regional se hacen en Colombia, como es el caso de Agenda Propia, reportando desde la Amazonia colombiana, o, sin ir lejos, el trabajo de medios locales digitales, como Raíchali, en Chihuahua; Manatí, en Puebla, o Elefante Blanco, en Tamaulipas.
El crecimiento desmedido que trajo la digitalización a medios ya enormes no nos dio las historias que prometieron y, activamente, dañan la discusión pública sobre qué es de lo que tenemos que mantenernos vigilantes en el Internet.
Desde 2016 sabemos qué puede ocurrir si los medios no se mantienen pendientes (y críticos) sobre la armamentación de la digitalidad. Estas eleccionesfederales en México fueron un simulacro apenas de lo que puede pasar si no hacemos cambios ya. El tiempo se nos agota.
Para seguir aprendiendo
Hay mucho trabajo pendiente en la crítica de medios, en coberturas críticas a las industrias tecnológicas y sus promesas vacías y, lamentablemente, mucha de esa literatura se encuentra todavía inaccesible en español.
Esta sensación de pendientes interminables quizá se deba a la colonialidad del periodismo hegemónico, pero no por ello significa que no haya ya periodistas y medios haciendo un trabajo profundo y crítico para construir narrativas en oposición a la «inevitabilidad» de las tecnologías, especialmente de la Inteligencia Artificial Generativa y la minería de datos de las audiencias.
Además de los medios ya mencionados en el cierre de este artículo, quisiera recomendar estos materiales:
- The Age of Surveillance Capitalism the fight for a human future at the new frontier of power (Shoshana Zuboff, 2020) | Libro académico.
- Atlas de la Inteligencia Artificial. Poder, política y costos planetarios (Kate Crawford, 2022) | Libro académico.
- Better Offline (Ed Zitron, s.f.) | Podcast
- Power User (Taylor Lorenz, s.f.) | Podcast
Falta mucho trabajo por hacer en español, pero creo que estamos en un momento de quiebre, donde el interés en estos temas ha ido creciendo y las audiencias están más conscientes de que el trabajo de los medios está quedando a deber. Todavía estamos a tiempo, pero no podemos confiarnos.
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Danielle R. Cruz Villanueva. Editore y periodista digital especializade en crítica cultural y de medios. Se ha dedicado los últimos 15 años a analizar cómo los sistemas construyen narrativas que normalizan la violencia y cuestionan la humanidad de quienes se le oponen. Es autore del boletín De medios y miedos.
Notas
A lo largo del texto utilizo de forma diferenciada redes sociales y plataformas digitales, si bien en muchos artículos estos términos se usan de forma indiscriminada, a lo largo de mi crítica (tanto en este texto como en otras publicaciones), hago la diferencia de que si bien todas las redes sociales son plataformas digitales, no todas las plataformas digitales son redes sociales: las primeras dependen del contenido creado por usuarixs y la interacción entre ellxs (p.ej. Facebook o Instagram), mientras que las segundas son espacios digitales de distribución de contenido (como buscadores o exploradores de video).
Por antieco me refiero a un fenómeno que ocurre frecuentemente a usuarixs que confrontan constantemente cuentas con posturas contrarias a las suyas. Los algoritmos de recomendación alimentan los feeds de estas personas con el contenido al que reaccionan, lo que altera la visibilidad de otras opiniones, incluso con las que coinciden
SEO son las siglas en inglés para Search Engine Optimization (Optimización de Motores de Búsqueda, en español). Se refiere a las estrategias editoriales y técnicas que utiliza cualquier sitio web para aparecer lo más «arriba» posible en las búsquedas de Google o cualquier otro buscador (Bing, DuckDuckgo, etc). En medios digitales, el puesto de «editor SEO» se refiere, en teoría, a una persona dedicada a revisar que se cumplan las buenas prácticas de una estrategia de posicionamiento, sin embargo, en la práctica se trata de una persona que recomienda temas virales y tendencias de búsqueda para que el equipo de redactores cree notas sobre ello.
API son las siglas en inglés para Application Programming Interface (Interfaz de programación de aplicaciones, en español) y, a grandes rasgos, se refiere a los mecanismos por los que dos aplicaciones se comunican entre sí.