La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Como el señor de edad que soy, cada vez le entiendo menos a las redes sociales. No sé hacer historias ni estados ni reels ni nada parecido, mucho menos le entiendo ni he sabido qué hacer con la cuenta de TikTok. Sin embargo, paso mucho tiempo —quizá demasiado— baboseando y viendo lo que otras personas sí hacen, y hacen muy bien.
De un tiempo para acá he desarrollado un gusto por guardar algunas de las cosas que veo. Así, tengo un vasto archivo de recetas que nunca voy a preparar, rutinas de ejercicios que nunca voy a hacer, técnicas para correr mejor que nunca voy a llevar a cabo, dietas para perder grasa que nunca voy a seguir. Disfruto mucho ver esos contenidos y guardarlos aun sabiendo que lo más probable es que nunca vaya a verlos otra vez.
Pero más que los videos, tengo que confesar que he desarrollado una afición morbosa por leer los comentarios en los posteos: me sorprende la cantidad de odio y mala leche que puede tener la gente y lo ávida que está por repartirlos a la menor provocación. No es cierto: lo hacen sin provocación alguna: si es una receta, porque ese ingrediente no va en la receta que preparaba su abuelita, o porque ese pan es ultraprocesado, o porque esa carne está demasiado cruda o demasiado cocida; si es una rutina de ejercicio, porque lo mejor es correr, pero correr es lo peor, si porque es buenísimo hacer sentadillas, pero olvídese de las rodillas si quiere hacer sentadillas; que si esa música es una genialidad o es una mierda o es algo que ya había hecho alguien antes.
Entren ahora mismo a la red social que quieran, abran un post que les llame la atención y piérdanse en los comentarios: hasta ganas les van a dar de pelear con desconocidos.
Pienso en estas cosas mientras se acaba el mes y llega el último sábado de noviembre. Y junto con él llega, como cada año, la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la querida FIL.
Es imposible llegar a este viernes y no escribir que ya llegó la FIL, esa fiesta que tiene como pretexto los libros y que se realiza sin interrupción desde 1987. Escribir cada año sobre la llegada de la Feria significa repetir prácticamente lo mismo que ya se ha dicho antes, pero al mismo tiempo es hacerlo como si fuera la primera vez. Para quienes visitamos la FIL recurrentemente, entrar a Expo Guadalajara es como un déjà vu: parece que no ha transcurrido un año ya y ahí están, prácticamente en el mismo lugar, las mismas editoriales, los mismos salones, los mismos pasillos. Pero quienes visitamos la FIL recurrentemente también sabemos que cada año es diferente y hay que estar con los sentidos bien atentos y dispuestos al hallazgo y a la sorpresa.
Como los posteos y contenidos que mencionaba arriba, la FIL también tiene sus odiadores: gente que no está contenta con la Feria, gente que espera —no sólo eso: exige— cosas que ni siquiera están al alcance del encuentro librero, pero que les gusta repetir cada año: que para qué van las personas al recinto ferial si no compran libros, o si los compran no los leen, o si los leen no los entienden, o si los entienden no les hacen mejores personas; que por qué viene este país como invitado de honor y no otro, o mejor aún, que por qué Jalisco nunca ha sido el invitado de honor; que si para qué llevan a los adolescentes a atascar los pasillos. Gente que, en resumen, no está contenta con nada y tampoco quiere que la gente esté contenta con algo.
Yo, como cada año, estoy emocionado porque ya llegó el último fin de semana de noviembre y con él, la FIL y su programa inabarcable. Asomarse a las actividades es enfrentarse a la imposibilidad de estar en dos o más lugares al mismo tiempo; es descubrir que hay actividades para todos los gustos y para todas las personas; es descubrir que, como cada año, la diversidad es el sello que distingue al programa; es saber que buena parte de la magia y el encanto de la Feria ocurren en los pasillos, en medio de los stands, ahí donde la gente camina y bobea y se toma fotos y descubre el libro que, quizá, le va a mostrar una manera diferente de ver el mundo.
Como ya lo he escrito aquí en años anteriores, uno de los aspectos que más me gustan de la Feria es su carácter festivo: uno va al recinto ferial a divertirse, a escuchar a su autor y a su autora favorita, a ver las amistades, a tomarse la foto y subirla a las redes sociales, a grabar un reel o a hacer un video para TikTok (los que saben, yo nomás los veo). En resumen: uno va a la Feria a pasar un buen rato con los libros como pretexto.
Mañana se termina noviembre y empieza la FIL.
Si ahí nos vemos, ahí nos saludamos.
¡Buena Feria!