Los avances en la paridad política en México no han eliminado las barreras que enfrentan las mujeres para acceder al poder. La violencia de género y los estereotipos mediáticos invisibilizan sus propuestas; además, las estructuras de poder continúan controladas por hombres, dificultando su acceso al ámbito político.
Por: Adair Ortega, Mauricio Plácido, Valeria Vega y Ximena Zavala
“Parece que las mujeres solo somos usadas como comodines para cumplir con las cuotas de género”, afirma Daniela Garduño, ex candidata a la alcaldía de Magdalena Contreras, en la CDMX. Sus palabras denuncian la frustración de muchas mujeres que, pese a los avances en la paridad política en México, siguen topándose con un techo de cristal difícil de romper.
A pesar de que en el proceso electoral 2023-2024, por primera vez el nombre de dos mujeres apareció en las boletas para la contienda presidencial y de que una de ellas se convirtió en la presidenta, la verdadera representación aún parece distante. Las mujeres siguen topándose con un techo de cristal, un concepto que, de acuerdo con el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES), se refiere a las barreras invisibles, difíciles de traspasar, que representan los límites a los que se enfrentan las mujeres en su carrera profesional, no por una carencia de preparación y capacidades, sino por la misma estructura institucional.
Y uno de los principales obstáculos para romper ese techo es la violencia política en razón de género, que son todas aquellas acciones u omisiones de personas, servidoras o servidores públicos que se dirigen a una mujer por ser mujer (en razón de género), tienen un impacto diferenciado en ellas o les afectan desproporcionadamente, con el objeto o resultado de menoscabar o anular sus derechos político-electorales, incluyendo el ejercicio del cargo. La violencia política contra las mujeres puede incluir, entre otras, violencia física, psicológica, simbólica, sexual, patrimonial, económica o feminicida.
De modo que en México, las mujeres en la política deben lidiar con un ambiente hostil en un contexto de campaña que suele ser invisibilizado o minimizado. Por ejemplo, Daniela Garduño recuerda que desde el inicio de su contienda, enfrentó múltiples intentos de control por parte del equipo de su contrincante.
“El hermano de mi adversario intentó controlar todo, desde los recursos económicos hasta la agenda y la casa de campaña”, narra Garduño, quien se negó a ceder ante las presiones. Sin embargo, su negativa solo provocó que las agresiones aumentaran.
Uno de los episodios más graves durante su campaña ocurrió cuando su oponente la llevó a alta velocidad por el Periférico mientras la presionaba para aceptar sus condiciones. “Iba manejando y me gritaba para que aceptara sus condiciones, pero nunca perdí la fortaleza”, cuenta Garduño, en entrevista.
La candidata comparó este episodio con la violencia que ejercen las parejas abusivas, destacando la diferencia de percepción entre un acto de violencia en el ámbito privado y uno en el ámbito político: “Si esto sucediera con una pareja violenta, que ya te ha hecho violencia verbal, psicológica, que te sube a un coche a gran velocidad gritándote, sería tentativa de feminicidio”.
Garduño presentó una denuncia por Violencia Política Contra las Mujeres en Razón de Género ante el Instituto Nacional Electoral (INE), pero su caso fue ignorado durante meses. “Estuvieron a punto de no recibírmela. Era como si quisieran hacerme creer que ya estaba resuelto sin siquiera escucharlo”.
Los medios, otro obstáculo
El framing o encuadre mediático es otra forma de violencia de género que enfrentan las candidatas, y afecta la percepción pública sobre la capacidad de las mujeres para liderar, debido a que muchos medios de comunicación siguen representando a las candidatas bajo estereotipos, en lugar de centrarse en sus propuestas.
Uno de los ejemplos más evidentes de este tipo de violencia es la cobertura mediática de la campaña de Josefina Vázquez Mota, una de las primeras mujeres en competir por la presidencia de México, en 2012, que estuvo marcada por un tono sexista y priorizó aspectos personales.
Camila Martínez, una joven ex candidata a diputada local por Morena en la CDMX, describe cómo los medios de comunicación reducen la imagen de las candidatas a tres estereotipos: la “ama de casa”, la “mujer deseo” o la “supermujer”. Mencionó que aún persisten trabas, especialmente en ciertos medios y en redes sociales, donde las agresiones por cuestiones físicas son comunes. “Siempre me ha tocado como a muchas mujeres que si estás muy flaca, que si estás muy gorda, que si sonríes de tal o cual manera”.
Además, considera que las candidatas están sujetas a una especie de vigilancia moral. Al tocar puertas en las brigadas, mencionó que debía mantener cierta “distancia con los vecinos” debido a comentarios o ademanes machistas.
Este intento de adaptar su comportamiento para cumplir con expectativas de “seriedad” también es una forma de violencia simbólica, que impone un desgaste mental y emocional en las candidatas al no poder mostrarse de manera genuina.
Otro obstáculo clave es la falta de cobertura mediática, Daniela Garduño asegura que, a diferencia de sus contrincantes hombres, recibió una cobertura mínima y que el foco se concentró en aspectos poco relevantes para su campaña. “No te ponen a ti como persona de relevancia, sino como ‘la denunciante’”, comenta en referencia a la denuncia de violencia política que presentó, más que en sus propuestas y capacidades.
Para Adriana Dávila, ex candidata a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, la batalla no es solo en los medios, sino también al interior de los partidos. A pesar de que la paridad numérica en candidaturas es una realidad, Dávila observa que la cultura de poder en los partidos sigue siendo controlada por los hombres.
“Las mujeres tardamos mucho en visibilizarnos. A pesar de nuestros esfuerzos, siempre tenemos que estar comprobando que podemos hacerlo”, asegura.
Dávila también resalta la dificultad de obtener apoyo público.
“A las mujeres nos cuesta todo, desde conseguir recursos hasta recibir apoyos públicos. Muchos te dicen en privado que te respaldan, pero el apoyo visible es raro”.
Bajo su experiencia, la falta de visibilidad no es una cuestión de habilidad, sino de percepción y sesgo cultural, que hacen ver a las mujeres como menos confiables, preparadas o capaces de asumir puestos de liderazgo.
Adriana Dávila, ex candidata a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PAN. Fotografía realizada por Mauricio Plácido.
Si bien los avances en paridad de género en México han permitido la inclusión de más mujeres en la política, este progreso aún tiene múltiples obstáculos y maneras de burlar al sistema, como lo recuerda la académica Marcela Quintanilla, cuando en el proceso electoral de 2015, los partidos recurrieron a la estrategia de las “Juanitas”: mujeres postuladas solo para cumplir con las cuotas de género y que, tras ser electas, cedían su lugar a sus suplentes varones. Esto provocó cambios en la legislación que fortalecieron las políticas de paridad, las cuales, aunque todavía imperfectas, han marcado un paso importante hacia una mayor igualdad en la política.
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Este trabajo fue primer lugar en la Segunda Edición del Concurso Universitario con Perspectiva de Género, convocado por Red Nacional de Periodistas, Comunicación e Información de la Mujer A.C (CIMAC) y CIMAC Radio.