Casi el paraíso o cómo negar lo mexicano

El ojo y la nube

Por Adrián González Camargo (IG: adriangonzalezcamargo)

Alonso Rondia, un secretario del estado con aspiraciones a ser gobernador de Oaxaca presume a Ugo Conti, un conde italiano recién llegado a México un juego de copas champañeras que pertenecieron a los Romanov, la familia real rusa que gobernó durante casi 400 años. En la misma escena, Alonso presume a Conti su pasado noble español. Así, exhibiendo los lujos y los prestigios, Rondia se separa de lo mexicano, queriéndose mezclar con lo europeo, frente a un europeo que (después nos enteraremos), de noble no tiene un pelo. No es el inicio del filme, pero es el inicio de una sociedad.

Guillermo Bonfil Batalla, Octavio Paz, Samuel Ramos y José Vasconcelos coincidieron en una misma idea: los mexicanos niegan sus raíces y aprecian de más a los extranjeros, tal vez deseando ser extranjeros y no mexicanos. Por eso es que podemos entender un texto fílmico como Casi el paraíso. 

Entre decir y representar, existe un largo camino. La distancia que hay entre las palabras del director/guionista al promocionar el filme Casi el paraíso (2024) y la historia que hemos visto en pantalla, discrepan. El filme ante todo quiere intentar hacer una trama policial que no es, un drama que reside en personajes con los cuales no podemos ser empáticos y una comedia que solo en momentos tiene latigazos de comicidad. La novela original, escrita por el mexicano de ascendencia italiana, Luis Spota, se preocupó por hacer una constante crítica a la opulencia derivada de la corrupción y del otrora priismo invencible, aquel que permitía (¿permitía?) que personajes con puestos de poder reducido acumularan riquezas inimaginables. La historia, recontextualizada 70 años después, apenas roza esta crítica y asume en su propio universo que el orden de las cosas es la corrupción y el manejo del poder por debajo de los escritorios y “en lo oscurito”, como se toman las decisiones que llevan el destino del país.

Intentando hacer la crítica o burla hacia la clase política, olvida que en ocasiones solo los textos de ficción ayudan a hacer esas venganzas simbólicas que la realidad no nos permite, o si bien no venganza, esas injusticias pendientes desde mucho más que hace 70 años. En cambio, no es punitivo para el universo del filme la muerte de un periodista y la violencia constante de los políticos/mafiosos hacia los periodistas.

Casi el paraíso se vuelve entonces una historia previsible, en donde descubrir la identidad del Conde espurio que desarrollo un “fake it till you make it” (algo así como ‘échale ganas hasta que lo logres’) ya no importa tanto, pues desde la publicidad se había arruinado la sorpresa, si es que era sorpresa. Desafortunadamente, al hacer la adaptación, los guionistas enfocaron sus energías en contar la historia del migrante y del expatriado, cuando era mucho más interesante la construcción del personaje y la historia de un joven que nació gracias a que Dominica, su madre prostituta estaba decidida a tirarlo al mar por temor a que naciera siendo negro y el niño naciendo blanco, es salvado por las amigas prostitutas. Así dice el fragmento del nacimiento de la novela:

“Casi al amanecer, Anselma le preguntó en voz baja:

—¿Por qué no querías a tu hijo?

Dominca respondió en un suspiro:

—No sé quién fue su padre… Temía que fuera… negro.”

El racismo, del cual huye Amedeo desde su nacimiento, acaba revirtiéndose, pero nunca el estigma de nacer con una especie de letra escarlata invisible. Ugo o Amedeo, terminan siendo lo que los políticos necesitan para seguir viviendo: un trofeo europeo en la vitrina y en las primeras planas. El discurso de Casi el paraíso al final, es tan ignominioso y humillante como el del filme Matando Cabos, ese famoso último plano de un hombre rico y poderoso, Oscar Cabos (Armendáriz Jr.) golpeando y a punto de matar con un palo de golf no al que estaba en la cama con su esposa, sino al que se encontró tirado en su jardín, que era un inocente plantado. Así, se pregunta uno si a partir de buscar riquezas, si la inocencia enmascarada o la manta de la praxis política que envuelve el discurso de odiar la pobreza y las raíces (¿cuántas veces dijo ‘pinche indio’ sin que este discurso se contrarrestara?) será equivalente a hacer una alabanza subtextual de las riquezas, las glorias materiales y el ejercicio del poder al que aspiran tantos miembros de los que tienen las decisiones y los recursos en sus manos.

Casi el paraíso es el equivalente a hacer de México un país donde un extranjero que en su propio país no pudo acceder a lujos, pueda hacerlo siempre y cuando le sea conveniente a la clase política. Uno se preguntaría si los guionistas del filme tendrán esa idea del paraíso o qué, en todo caso, significa paraíso. O si habrán leído lo que dijo el escritor Lev Tolstoi (quien por cierto fue un gran crítico de los Romanov):

Haz lo que te pide el cuerpo: busca obtener gloria, honores, riquezas y tu vida será un infierno. Haz lo que te pide el espíritu que vive en ti: busca conquistar la humildad, la clemencia, el amor y no tendrás necesidad de ningún paraíso.

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El ojo y la nube
El ojo y la nube
Adrián González Camargo es cineasta, escritor y académico. Estudió el Doctorado en Arte y Cultura por la UMSNH y una maestría en guionismo con la beca Fulbright-García Robles en CSUN. Se ha dedicado a la gestión cultural, producción radiofónica y al análisis de textos artísticos. Es profesor de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey, Campus Guadalajara.

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