Histórica / histérica

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

El pasado 1 de octubre fue histórico por diferentes razones.

La primera, terminó el sexenio más breve de la historia reciente del país: la reforma en materia político-electoral de febrero de 2014 estableció que a partir de este año la toma de posesión de la nueva persona titular del Poder Ejecutivo habría de cambiar del 1 de diciembre al 1 de octubre, lo que recortó dos meses la administración de Andrés Manuel López Obrador, que concluyó su mandato de manera oficial al terminar el último minuto del 30 de septiembre.

(Apunte 1: En un documento preparado por el gobierno de la República, encabezado entonces por Enrique Peña Nieto, se explica que el cambio de fecha “permitirá que el presidente entrante tenga tiempo suficiente para formular y presentar su propuesta de Ley de Ingresos y de Presupuesto de Egresos de la Federación. Esto influye no solamente en la calidad de dichas propuestas, sino que permite que los legisladores cuenten con un mayor tiempo para analizarlas y discutirlas, así como garantizar un ejercicio presupuestal sin sobresaltos innecesarios”. El texto, evidentemente, no imaginó que la primera en asumir en esa fecha sería una presidenta y que lo haría con una mayoría aplastante, por lo que la discusión del presupuesto seguramente será más rápida. O quién sabe.) (Apunte 2, meramente anecdótico y personal: debido a este cambio, por primera vez en 18 años el cambio de banda y la toma de posesión no me agarraron en las instalaciones de Expo Guadalajara durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.)

No me acuerdo en la cuenta de quién vi la anécdota, pero también me pareció histórica: la encargada de conducir la ceremonia de transmisión del Poder Ejecutivo fue la legisladora Ifigenia Martínez, con una larga trayectoria en la política nacional. Tan larga, que cuando ella nació, en 1930, las mujeres ni siquiera podían votar, lo que quiere decir que ha sido testiga de cómo las mujeres obtuvieron el derecho a votar, después, a ser votadas; luego cómo fueron ocupando cargos, curules, presidencias municipales, gubernaturas y así sucesivamente hasta llegar al 1 de octubre de 2024, fecha en que una mujer le entregó a otra mujer la titularidad del Ejecutivo Federal.

El día también me parece histórico por lo que no fue: ese día concluyó el que se ha cacareado como el primer gobierno de izquierda en México. Aunque es un discurso que López Obrador posicionó y alimentó, lo cierto es que su administración dista mucho de haber abrazado los ideales de la izquierda: para empezar, no se puede poner esa etiqueta un gobierno que cobijó con su manto protector a las fuerzas armadas y no sólo eso: les dio protección, poder y presupuesto. No se avanzó en temas como la legalización del aborto, las drogas o la eutanasia y el suicidio asistido, por ejemplo; muchas de las conferencias matutinas parecían sermón de púlpito, clases de moral rancia; tampoco se avanzó a un modelo económico diferente, sino que se regresó al modelo del Estado paternalista. En todo caso, más que avanzar a la izquierda, regresamos al populismo demagógico nacionalista impulsado por el PRI durante muchos años.

Y bueno, la imagen histórica del día: una mujer sonriente con la banda presidencial. Se puede estar o no de acuerdo con su persona, con la forma en que logró la candidatura, con su trayectoria; pueden gustar o no los protagonistas de la historia, pero la imagen de Claudia Sheinbaum como primera presidenta de México es histórica por sí misma. (Sí, también lo habría sido si en lugar de ella la protagonista hubiera sido Xóchitl Gálvez, pero ese es otro chiste… digo, otra historia.)

Ahora bien, la verdadera historia necesita más que una imagen simbólica para ser escrita. Y es ahí donde viene el verdadero reto para Sheinbaum Pardo, que ha comenzado su administración con algo que podríamos llamar “La Expectativa de Schrödinger”: quienes se alinean con el oficialismo esperan y confían con fervor que la presidenta dé continuidad al camino trazado por López Obrador; los detractores, es decir la ¿oposición?, temen con paranoia esquizofrénica que la presidenta dé continuidad al camino trazado por López Obrador. Como el gato de Schrödinger, que estaba vivo y muerto al mismo tiempo, la llegada de Sheinbaum a la silla presidencial provoca optimismo y pesimismo a partes iguales.

Me queda claro que el hecho de que una mujer lleve las riendas del país no es transformador por sí mismo. En muchos espacios se ha señalado en estos días la dolorosa omisión de las y los desaparecidos en sus primeros mensajes como mandamás del país. A mí en particular me pareció ofensiva la manera en que se atrevió a decir que no se está militarizando el país, cuando todos los días vemos que en la práctica sí está ocurriendo, con sus consecuencias funestas: apenas ayer supimos de otra matanza por error de los militares disfrazados de Guardia Nacional.

Sería ingenuo esperar un radical giro de timón por parte de Claudia Sheinbaum. Sería, creo, irresponsable. Y eso lo saben, o deberían de saberlo, sus detractores. En todo caso, habrá que seguir con atención el derrotero que vaya trazando y ojalá más pronto que tarde comience a sacudirse la polilla y el tufo a rancia política priísta que le dejó López Obrador en Palacio Nacional.

Al final, sólo el tiempo dirá su llegada a la presidencia logra consolidarse como histórica, o si, por el contrario, sólo queda en anécdota histérica.

Pero mientras eso ocurre, hoy todavía podemos decir que cuando despertamos, la cuatroté todavía está aquí… desde su segundo piso.

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La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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