#AlianzaDeMedios
Desde el extremo rincón noroeste del extenso dominio de la cultura latinoamericana, por la frontera entre California y Baja California Norte – lo más lejos posible de la Ciudad de México y de Washington D. C. –, los cholos han llevado su icónico e inconfundible estilo al mundo entero.
Texto: Feike de Jong / Pie de Página
Fotos: Gustavo Graf
Como ningún otro objeto, la ranfla avala su creatividad y dominio del arte.
Uno va tumbado en el asiento, como en un sofá, pasando por las calles como un tiburón sobre el asfalto. Los ojos quedan a la altura de las ventanas de los otros coches, a la altura de una persona sentada en un banquito, o de las cajas de naranja que están afuera de una tienda. La música con sus tiempos desacelerados acentúa la sensación de flotar sobre miel, lenta y golosa. El coche se llama Oro Negro. Dados de peluche cuelgan por el espejo retrovisor.
Uno toma la vuelta en un eje, acompañado por ciclistas, sus bicis resplandecientes con asientos largos y bajos, manubrios altos en forma de cadena, llantas con dobles radios, pedales cromados y figuras aztecas cortadas por láser en los platos pulidos de los pedales. El sol brilla sobre la pequeña armada de plata. Los edificios a lo largo de las anchas avenidas forman una laberinto gris, reticular, manchado por rótulos y grafitis, con Palmeras de las Canarias y juegos de niño sobre los camellones. La lenta procesión de cromo y barniz zigzaguea entre los carriles como serpiente.
Al volante va El Corona con el año 1976 tatuado sobre la piel morena de su cabeza rapada, riéndose, emocionado por la oportunidad de sacar su coche nuevo, recién convertido en lowrider en un taller en Chihuahua, pintado y arreglado con grecas y cromo, oscuro como una sombra, el Oro Negro. Platica feliz con su joven hijo que va a su lado. Saluda, y organiza la logística de su marca de ropa estilo cholo Corona Brand, mientras su ranfla, es decir su vehículo avanza por los barrios de Ciudad Nezahualcóyotl.
Se escucha el runrún del sistema neumático y, el Oro Negro sube y baja mecánicamente.
Al llegar, ya están La Mafia Mexicana, La Tercera, La Primera Vírgenes, Los Ocampo, La 41, Los Cacos, La Primera, Los Wonders y Los Cafers – representantes de varias de las pandillas de cholos de Ciudad Nezahualcóyotl reunidos en una plazuelita al lado de un mercado con pequeñas jardineras y puestos con lonas.
Concheros bailan vestidos con plumas, enmascarados y pintados con el acompañamiento de tambores en la pequeña multitud dedicado a la cultura chola– rapados, tatuados, con gafas negras de brazo ancho, vestidos con pantalones Dickies, camisas con el botón más alto cerrado y zapatos Nike Cortés.
Si hace 20 años este tipo de reunión de pandillas habría terminado en una pelea y una nota roja en los medios, hoy en día es un evento familiar de arte, moda, poesía y diseño.
“Entré en la cultura chola cuando era niña, en mi infancia, a los doce años por familiares,” comenta Jamie Solís, 35, de la pandilla Primera Vírgenes. “En aquel tiempo era lo mismo para vatos que para mujeres, igual teníamos que entrar a la pelear, a las batallas campales. Y había hombres que protegían las mujeres, pero había mujeres revoltosas que veían que las vacas estaban revueltas y vámonos le entrabamos. Cuando uno iba como pandillero al barrio contrario, te trataban igual. Nos correteaban y nos quitaron los tenis. Muchas cosas. Pero hoy no es así, hoy es como una primera hermandad, es muy diferente.”
El Corona, dueño de una tienda en Tepito y una marca, antes miembro de la Tercera, afirma que, alrededor de 2005, las pandillas llegaron a una tregua.
“Estuvimos pelando entre nosotros, pero sin razón, no tenía sentido,” dice riéndose y gesticulando como si intentara convencerse a sí mismo. Hace treinta años, el Corona, un joven pandillero de las calles polvorientes de Neza, defendía un puñado de cuadras a capa y espada en una violenta guerra por el control territorial de la colonia Tercera.
Casi dos décadas de paz entre cholos han cambiado profundamente la evolución de esta cultura.
“Ladies en la jerga de nuestra vieja escuela significa veteranas. Hoy hay morras que nada más crean un Ladies’ Club por moda. Nada más porque quieren traer un pantalón guango. Ya no representan al barrio,” agrega Solís. “Antes no se podrían hacer esas cosas. Eran balaceras, eran barrios contrarios. Eran enemigos en la misma colonia. Este cambio si es bueno para las nuevas generaciones, porque no hay tanta violencia entre nosotros. Ya podemos juntarnos con pandillas de otros estados y de la misma colonia sin problemas. Pero se ha perdido el respeto.”
Donde antes hubo sangre, ahora hay cicatrices, estigmas y una creciente influencia en los ámbitos de la moda, literatura y arte.
El presidente del capítulo Montreal del Luxurious Car Club tiene un Impala rojo con un rayo dorado pintado sobre el capó. Las viejas fábricas de ladrillo rojo del norte de la Ciudad de México están reflejadas en la pulida superficie de la ranfla. Cuando empieza a brincar y finalmente llega a ponerse casi vertical parece un corcel de guerra.
Unas 100 personas pasean en sus lowriders beiges, rojos, azules, verdes y blancos, pintados según los gustos y personalidad del dueño, durante una reunión internacional de la organización realizada en febrero entre las naves industriales de la colonia Atlampa de la Alcaldía Cuauhtémoc.
Gorras de beisbol de color azul entre la muchedumbre y camisas de deportes muestran la afiliación a los equipos deportivos de Los Ángeles, California. La cultura chola no es provincial. Hay clubs de ellos y lowriders en Japón e Indonesia. Hoy no solo los cholos compran ranflas por su estética, lo que era una cultura callejera se convierte en algo nuevo.
“Inicialmente los lowriders eran algo chicano, pero también hay mucha influencia mexicana en los nombres de los coches, de los clubs de coches, los diseños, los colores. Todo entonces es un bonito intercambio cultural entre lo mexicano por su proximidad e influencia con la cultura mexicano-estadounidense,” comenta Luke Dorsett fotógrafo y cineasta del documental “Low and Slow Worldwide” sobre el crecimiento de lo lowrider en todo el mundo.
Los migrantes mexicanos alrededor de la Segunda Guerra Mundial ponían bolsas de arena en los maleteros de sus coches para que el peso los bajará. Al mismo tiempo el gobierno estadounidense tenía por regla que los autos deberían tener al menos la altura de una cajetilla de cigarros.
Un ingeniero mítico japonés en los Estados Unidos sugirió subir y bajar el vehículo por medio de un sistema hidráulico inspirado en la ingeniería de los aviones a finales de los años 50. Así nacieron las ranflas según la historia oral.
“El coche es un símbolo de estatus en los Estados Unidos, también de libertad porque siempre puedes ir a donde sea, por eso creo que los estadounidenses están tan enamorados de los autos porque les da la sensación de libertad,” dice Dorsett. “Por eso tenemos el nacimiento de la cultura lowrider, un símbolo de resistencia, de autoexpresión, de la expresión cultural y algo que ha estado presente desde la Segunda Guerra Mundial.”
Lo notable de esta cultura es que ha pegado más en Asia y Latinoamérica que en Europa. Los clubs lowrider de Japón e Indonesia ya son notorios. Tema de documentales y reportajes.
“La estética popular japonesa con colores y trazos muy finos se parece mucho al trabajo manual mexicano,” comenta Dorsett, quien atribuye las altas exigencias de calidad de la cultura chola a la competitividad que rigía entre los cholos sobre sus coches.
“Un japonés también me dijo que era fácil para ellos imaginarse como mexicanos por la apariencia, ellos también son chaparros, tienen pelo negro y se vuelven morenos en el verano por el sol”, agrega Dorsett.
“Donde la cultura del lowrider probablemente es más fuerte ahorita es Japón,” comenta Abel, presidente del Luxurious Car Club de Montreal. “Tengo amigos quienes dicen que ahora es aún más fuerte que en California. Fuimos a un cruise de lowrider en Nagoya y hubo más de 600 coches. Es que tienen tanto dinero, si quieren algo lo adquieren.”
Pero no solo es fenómeno internacional y chicano, una gran red de clubs de autos se ha esparcido, particularmente el norte de México.
“En mi carro tengo pintado lo que es para mí lo primordial, mi familia,” comenta el Spanky Granados, miembro del club de lowriders La Unión Car Club de la Ciudad de México. “Por un lado tengo pintado los rostros de mis hijos y por el otro los de mis papas. Fuera de eso la banda pinta mucho los payasos, las catarinas, las placas de su barrio. Es que luego lo que muchos ponen son los nombres de sus barrios, para que donde quiera que anden con la ramfla vayan representando.”
En un terreno baldío por Rio de los Remedios La Unión Car Club convocó a una reunión. En la Ciudad de México apenas hay unas 50 ranflas, según el Bajito, Alejandro Sandoval, pintor y diseñador de este tipo de autos, y en el lote hay unos 10.
“Lo que más me llamó la atención de las imágenes de la cultura mexicana, lo pre-hispánico, la revolución y la independencia,” comenta Jimmy Cruz fundador de La Unión Car Club e indígena Mixe de familia oaxaqueña. “Este coche se llama Sangre Azteca y si ves, por ejemplo, estas líneas son grecas y lo que tienen las pirámides de adorno también son grecas y lo que tienen las pirámides de Tenochtitlán son grecas. Eso impacta. Es como aquí tenemos una pirámide, pero como ranfla.”
Cruz comenta que La Sangre Azteca no solo es su proyecto, diferentes amigos se encargaron de diferentes aspectos de su construcción.
“Un coche puede tener hasta 20 personas que participan en su reconstrucción,” agrega Cruz.
Según el Corona la conversión de un coche en un lowrider es cara. Depende como lo quieran. Por la traslucida e intensa pintura color candy es alrededor de 30,000 pesos. Los rines pueden costar desde 5,000 pesos hasta 80,000 pesos. El kit de suspensión y bolsas de aire es entre 40,000 y 50,000 pesos. Los hidráulicos para que brinque con dos bombas son alrededor de 55,000 pesos y los de tres bombas son entre 65,000-70,000 pesos más la instalación. Y luego se suma todo lo que uno lo quiere poner, el grabado, las llantas de banda blanca, el cromado a las parillas.
El coche en sí, preferiblemente un Chevrolet Impala de los años 60, puede costar hasta 150,000 pesos hoy en día, según Gustavo Galaviz del club de lowrider GDLOW de Guadalajara, cuando antes pagaban alrededor de 50,000 pesos.
Pero el lowrider es solo la cúspide de una cultura multifacética cuya propagación genera economías que trascienden los barrios marginales donde se originó.
El Corona, el Borrego y el Estilo Mexicano están parados en una árida calle residencial en Ciudad Nezahualcóyotl. Toman cerveza y hablan de ropa, negocios y las aventuras de su pasado cuando, como miembros de la Tercera, luchaban por el control del barrio. Ahora sus bigotes tienen rayos de gris, pero siguen tumbados, con playeras blancas, pantalones y camisas sobredimensionados Dickies y lentes de sol con los brazos anchos y planos.
Dentro de la casa la esposa de las hijas del Estilo Mexicano trabaja en el oficio de los tatuajes. Un enorme chayote cuelga desde un cable de luz que cruza la calle desde la gran casa de concreto de David. Estos veteranos de la Tercera se reunieron para una sesión de fotografía de moda callejera, de la marca de ropa Corona Brand.
Entre la plática dominguera se preguntan sobre el tema de los hijos.
“Luego hacen bullying en la escuela porque van vestidos diferentes, por lo mismo,” comenta el Corona. “Como voy a infligir eso en mi hijo como padre? Luego el será más grande y él puede elegir. Mientras que va vestido como niño normal.”
Acaba de comprar su lowrider Oro Negro en Chihuahua y está luchando con el problema de como traerla.
El Corona fue vendedor de ropa pirata antes de que, por cumplir con el Sistema de Administración Tributaria (SAT), creara su propia marca hace alrededor de 20 años. Manda a diseñar ropa en el estilo cholo; playeras, camisas y gorras, gafas, cinturones y hasta calcetines con los típicos patrones de lagrima o paisley de los pañuelos cholo, gráfica chola de charras, jainas y payasos aerosoleado y gorras con los eslóganes “Brown Pride”, “Mi Barrio,” “Vida Loca” y “Sureños” y otros accesorios de esta naturaleza.
El estilo de ropa sobredimensionada de los cholos deviene de la historia de migración mexicana de los años veinte hacia los estados unidos. Las fábricas daban ropa de trabajo a los obreros mexicanos, pero ya que estaban más chaparos que los estados unidos les quedaba grande. Lo convirtieron en un símbolo de orgullo, justo portando ropa sobredimensionado para conmemorar a los que primero llegaron.
Por eso el estilo cholo hace mucho juego con la ropa de trabajo estadounidense con marcas como Dickies.
Hoy en día el Corona exporta a Brasil, Centroamérica y Asia, además del norte de México y los Estados Unidos, y tiene alrededor seis empleados. Pero ya que se ha vuelta una moda también borra sus raíces culturales.
“Hoy ya no voy tanta vestida de cholo, prefiero vestirme normalmente la gran parte del tiempo” dice la esposa mientras su máquina de tatuaje ronronea. “Solo si hay eventos donde represento me arreglo y voy todo tumbado, como hyna.”
El Estilo Mexicano empiezo a hacer tatuajes hace 35 años, en las calles, con cuerda de guitarra como aguja y tinta de bolígrafo.
“No teníamos idea de higiene,” comenta Estilo Mexicano. “Los tiempos han cambiado. Pero aun así nunca me ha pasado que un tatuaje se desparrama o se infecte.”
Comenta que un tatuaje de 20×12 centímetros se cotiza a nivel pandillero a alrededor de 2000 pesos. Enseño el oficio a su esposa y dos hijas.
Además de hacer tatuaje desde 15 años tiene una revista llamada Estilo Mexicano con un tiraje de de entre 5,000 y 7,000 ejemplares dependiendo de la demanda. La distribuyen a través de una red de tiendas especializadas en esta subcultura. El fundador estima que su publicación atiende un mercado que podrían integrarlo hasta 100,000 cholos en México.
Llega Jimmy en su ranfla para la sesión de fotos. El fotógrafo da consejos de modelaje a la sobrina del Corona. David prepara tacos de suadero en el puesto que maneja frente de su casa. Los hijos corren por la calle. Pasen otra cerveza al periodista. La ranfla luce por la esquina.
La paz ha llegado a la Tercera.
Los clubs de lowrider de la Ciudad de México se reúnen por el Monumento de Revolución cada último domingo del mes después de las 14:00.
Este texto se publicó originalmente en Pie de Página, se reproduce en virtud de la #AlianzaDeMedios de la que forma parte ZonaDocs:
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