Desde Mujeres
Por Andrea Horcasitas Martínez / @andasitas / @DesdeMujeres
Foto: Mario Marlo / @MarioMarlo
Quien esto lea debe saber también
Que a pesar de todo
Los muertos no se han ido
Ni los han hecho desaparecer
“Ayotzinapa”, David Huerta
El 26 de septiembre salieron nuevamente las familias de los 43 y los normalistas de las escuelas rurales a las calles, la fotografía y el nombre de cada estudiante haciéndose presente en el trayecto del Ángel a la alameda, de la alameda al zócalo. Las suelas de sus zapatos, nuestros zapatos, que pisaban el pavimento encharcado hacían eco del cuerpo que debería estar ahí, pero no está. De Abel, de Benjamín, de Jorge Antonio y Jorge Aníbal, de Luis Ángel, de los 43 estudiantes, compañeros, amigos.
El eco hecho cuerpo, el cuerpo hecho memoria, la memoria hecha justicia.
Una justicia que no sólo no ha llegado para las 43 familias de Ayotzinapa, sino para todas las familias de los “daños colaterales” de una guerra (¿contra quién?) que ha sido avasallante, incomprensible, completamente dolorosa. La justicia hecha añicos para más de 116 mil personas cuya silla hoy se encuentra vacía en la mesa mientras su familia festeja un cumpleaños, una comida familiar, mientras desayuna los domingos por la mañana; cientos de miles de sillas que se encontrarán vacías por primera vez al final de este año.
Ayotzinapa no puede entenderse fuera de la barbarie de un país que alberga tanto llanto. Para dimensionar en números: más de 116 mil personas desaparecidas, 350 personas defensoras de derechos humanos y 130 periodistas asesinadas; más de 5 mil fosas clandestinas y 27 homicidios por cada 100 mil personas. Ayotzinapa no puede entenderse sin Roberto, Jaime, Diego, Uriel y Dante, los cinco jóvenes de Lagos de Moreno desaparecidos en 2023; sin Javier, Marco y Jesús, los estudiantes de cine en Tonalá desaparecidos y asesinados en 2018. No puede entenderse sin Javier y Jorge, estudiantes de ingeniería del Tecnológico de Monterrey acribillados por el ejército en 2010.
La impunidad de Ayotzinapa es la misma impunidad de todas las desapariciones que existen en este país. El mensaje es claro: si el Estado mexicano no ha podido resolver el caso de los 43, no podrá resolver ningún caso. La promesa incumplida en este sexenio a las 43 familias es una herida que se mantendrá abierta, una mentira histórica impulsada por la inacción: 800 documentos sin entregarse, extradiciones pendientes, líneas de investigación menospreciadas. Pero, también, una mentira histórica impulsada por lo que sí se hizo: una reforma que profundiza la militarización y el poder de las fuerzas armadas en México.
Hace 10 años, la desaparición de un camión con 43 estudiantes indignó a todo México. Hoy, un camión con más de 40 personas desaparece todos los días. La indignación por los 43 es la indignación de un país rebasado por la violencia. Un país al que le han robado su derecho a vivir en paz. La indignación es por el futuro, por nuestro futuro, por el futuro de las personas que vienen. La lucha de las familias de los 43 estudiantes es también nuestra lucha, porque los desaparecidos nos faltan a todos, porque en México cualquiera puede desaparecer.
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