Manos Libres
Por Francisco Macías / @pacommedina / @FranciscoMacias (IG)
La verdad es algo atesorado en nuestros tiempos, divulgadores de noticias, creadores de contenido, partidos políticos y gobernantes, la persiguen de forma continua, crean discursos y realidades, algunas de ellas ficticias pero que se insertan en las grandes necesidades de la sociedad.
Sin embargo, la verdad se encuentra en muchos sitios, en algunos de ellos resguardada con mucho cuidado y en otros, liberada lentamente a través de la palabra, del camino y del cuidado que implica un ejercicio de “alfabetización” para leerla y un estar en ese sitio, donde los sentidos se abran.
Lo que sea que se llame la polarización, tiene muchos signos de lo inmediato, de impedir que percibamos las distintas opiniones, gritos, contradicciones que nos gritan actualmente. Busca ser barreras y diques para contactar con lo diferente, con las diferencias.
A propósito de la conmemoración de los 10 años de la desaparición de los 43 normalistas de la Ayotzinapa, podemos observar claramente que ante un horror provocado por las distintas violencias que se llevan sueños y vidas de nuestros jóvenes y comunidades enteras, la forma en que reaccione una sociedad ante esa verdad es clave.
Cuando ocurrieron las gravísimas desapariciones, ya nos encontrábamos previamente inmersos en una emergencia humanitaria que había permeado en la sociedad de nuestro país, pero que desató un campo en el que la realidad de instituciones, de leyes, de la justicia formal e incluso de la palabra, se encontraba en crisis ante los manotazos del poder por moderar lo que sus acciones habían liberado con su máquina de guerra.
Ya no se trataba de una lucha “política”, sino de una lucha por la vida. Así es que surge la mencionada verdad histórica tan documentada en las dinámicas partidistas como una forma de controlar las exigencias de verdad y justicia para institucionalizarla, intervenirla, limitarla con fines de protección de intereses de poderes ajenos a la dignidad humana.
México ha vivido varios ciclos históricos de contraposición entre demandas de verdad y justicia ante recursos de poder que hoy se convierten en un cambio de lucha y resistencia ante las múltiples formas de información y de reacción de la sociedad.
Ejemplos de ello es la utilización por los gobiernos de formas de comunicación sin réplicas, sin preguntas de periodistas y sin contrastes, pago a medios de comunicación para divulgar sus informaciones singulares, abundan las filtraciones de información reservada o de datos personales y se toma como herramienta la revictimización, como una manera de ganar adeptos a su propia narrativa.
La estadística se ha convertido en la una especie de nueva religión, avalada por universidades, centros de pensamiento y personas expertas, que amurallan la información, aunque no se reconozca que siempre será parcial porque faltarán la interdependencia de lo medido con vidas concretas o mínimo de una microhistoria que hay que contar.
Aunque lo anterior es lo que más vemos y leemos, existe la otra parte de la verdad, la que proviene de la dignidad, representada desde hace más de 10 años en las familias buscadoras y en los padres y madres de los normalistas, los cuáles han irrumpido con su grito, exigencias, marchas y su profunda palabra, en donde el dolor se ve transformado en piezas de llamados a resistir y a exigir justicia, frente al poder cerrado, cuarteles militares o instituciones formales de administración de justicia.
Ellas, ellos representan la estadística real de lo que hace falta construir en la verdad, justicia y reparación. Nos han enseñado que a pesar del horror se debe caminar y reconstruir lentamente por sus hijos y para impedir que lo ocurrido jamás vuelva a ocurrir, para abrir puertas, para crear nuevo conocimiento con expertos que se transforman en acompañantes y seguidores comprometidos/as de la dignidad de la lucha.
Hoy la verdad histórica, aunque circule desde los muros del poder, ya no tiene adherencia si no es con la voz, la lucha y las vidas de quienes como los padres y madres de las normalistas, nos invitan a una esperanza de larga duración que viene de su caminar. Caminemos.
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