¿Cómo nos ayudan la memoria intergeneracional y la bioculturalidad a enfrentar la crisis ambiental y fomentar la comunicación intercultural?

Cátedra AMIDI

Por Martín Plascencia González / @CátedraAMIDI

Frente al antropocentrismo, la necesaria comunicación intercultural e intergeneracional

Las formas en que los humanos nos hemos relacionado históricamente con otros animales, con plantas y con recursos y bienes naturales, puede ayudarnos a comprender cómo las conductas tienen que ver con la sanidad del planeta mismo. La bioculturalidad expresa la interrelación e interdependencia entre la diversidad biológica, la cultural y la lingüística, y también la etnodiversidad, biodiversidad y agrodiversidad.

En esas interrelaciones, la perspectiva de superponer a los humanos por encima de otras entidades de la naturaleza se ha llamado antropocentrismo. Si bien el término hacía alusión inicialmente a su separación del teocentrismo, una de sus acepciones implica que el humano es el ser superior del mundo. Y visto así el humano, con esa supremacía, ha pretendido domesticar la vida toda a sus intereses propios, sin importar los estragos y efectos que eso tiene en otras especies vivas o en entidades que facilitan la vida (ej. agua, suelo, minerales).

Otras entidades del planeta no tienen la posibilidad de comunicación y de mostrar su presencia en el mundo como lo hace el humano, quien posee sistemas complejos, articulados y simbólicos de manifestar sus pensamientos, sus intenciones, sentimientos y mantener diálogos sobre la existencia, y transformar voluntariamente el entorno. Esta desventaja, en términos de justicia, ya la había observado Martha C. Nussbaum en dos libros, Las fronteras de la justicia. Consideraciones sobre la exclusión y Justice for animals: Our collective responsibility. Los animales no humanos se comunican, sin embargo, la imposibilidad de que comuniquen su sentir, su existencia y muestren una posición política en los mismos formatos que los humanos —lenguaje verbal—, ha ocasionado que el trato hacia ellos sea siempre en desventaja porque no pueden defender e intervenir en un espacio público para solicitar derechos. Es llamativo que a lo largo de la historia política moderna sólo un Estado, Ecuador, ha manifestado en su constitución los derechos de la naturaleza.

Si bien la perspectiva antropocéntrica ha acaparado la supremacía en el mundo —ligado el capitalismo rapaz, extractivista, utilitarista e inmediatista— no es la única perspectiva prevaleciente. Varios pueblos campesinos o indígenas han creado, mantenido o modificado su relación histórica con la naturaleza de tal forma que sus interrelaciones están más ligadas a la conservación, pues hay un respeto a la misma. No se trata sólo de cubrir la necesidad humana inmediata y total, sino mantener un pensamiento prospectivo que haga suponer que debe cuidarse la tierra, el agua, el aire, los animales y otros. Anteriormente se usó la expresión «recursos y bienes naturales» intencionalmente pues la expresión integra ambas perspectivas. En la primera, se observa a las entidades (animales, plantas, agua, minerales y otros) como «recursos», perspectiva antropocéntrica; en la segunda, como «bienes», perspectiva biocéntrica.

Latinoamérica toda es pluridiversa, es decir, tiene «diversidad de diversidades» lingüísticas, geográficas, biológicas y de pueblos que contienen sabidurías y formas relacionales que nos pueden ayudar a ver la vida y el mundo de forma distinta. En ese sentido, es imperante establecer una comunicación intercultural e intergeneracional que facilite el entendimiento de múltiples formas de habitar el mundo.

Comunicación intercultural: escuchar-se en diversidad

La comunicación intercultural tiene que ver con la posibilidad de manifestación y expresión de las voces todas en un espacio público, y de la escucha de esas resonancias. Sarah Corona ha denominado «tercer texto» a la producción horizontal generada por el diálogo. Se expresa la propia perspectiva respecto a un asunto o problema, es decir, se presencia el discurso propio y se escucha el de la otra persona, y con ello se coconstruye un tercer texto, que es producto del diálogo.

Históricamente, derivado de procesos biopolíticos, los grupos de poder económico, religioso y político, han gestado posicionamientos de ciertas voces sobre otras, por ejemplo, de los hombres sobre las mujeres, o de adultos sobre niñas y niños. Y también, de ciertos grupos sobre otros, privilegiando a algunos por su posición económica, geográfica o incluso por el linaje. En estos encuentros comunicativos, la desventaja generalmente es para los pueblos originarios, el campesinado, personas pobres, el proletariado y otros grupos subalternos, que no son grupos vulnerables en sí mismos, sino vulnerados y marginalizados.

Memoria intergeneracional: una forma de acercarse a las memorias sobre el territorio

En ese devenir histórico se ha construido la idea de un único desarrollo, que es una visión unilateral y que ha limitado las formas de entender la vida y relacionarse con ella. Dicho desarrollo ha sido controlado por visiones que han pretendido instaurarse como únicas y verdaderas, es decir, operadas bajo el sistema mundo colonial, heteropatriarcal y capitalista. Ante ello, el diálogo intercultural e intergeneracional anclado a territorios específicos, ayuda a pensar en variados mundos.

En un proyecto nacional de investigación e incidencia financiado por el CONAHCYT, denominado «Participación comunitaria intergeneracional para el reconocimiento y resignificación de memorias bioculturales diversas sobre los usos de recursos naturales locales» (Pronaces Cultura – Pronaii- No. 322651, Universidad Autónoma de Chiapas), colaboramos con personas de tres comunidades rurales ejidales cercanas a dos reservas de la biósfera ubicadas en el municipio de Pijijiapan, Chiapas, México, para indagar, comprender y reflexionar las memorias bioculturales intergeneracionales del territorio que habitan.

Como una forma de diseminación del proyecto nos acercamos a niñas, niños y adolescentes (NNA) en edad escolar (primaria y secundaria) de esas y de otras comunidades, ejidos o ciudades de México, y les propusimos que hicieran un ejercicio de diálogo en su casa. La tarea consistió en que buscaran a una persona adulta (abuela, abuelo, papá, mamá u otro), y le preguntaran sobre cómo era el lugar donde viven cuando esa persona adulta tenía la edad de quien pregunta (NNA); cómo es ahora y cómo será en un futuro cuando esas NNA tengan la edad adulta. Esta actividad se solicitó desde el salón de clases como una actividad extraescolar, y para el registro del diálogo se les proveyó un formato donde venían las instrucciones de preguntar, escribir y dibujar.

De esa manera, la actividad implicó un diálogo intergeneracional guiado por un proceso narrativo que involucra tres formatos de comunicación: oral, escrito y gráfico. Estamos concibiendo la memoria intergeneracional como los contenidos bioculturales cogenerados por los flujos y transacciones narrativas e interpelantes entre generaciones contemporáneas asimétricas que han vivido en distintas temporalidades: generaciones jóvenes y adultas. Asimétricas tanto en los sentidos etario como experiencial.

A partir de una situación narrativa conjunta se recuenta el pasado que se entrelaza con el presente y el futuro, con temáticas significativas rememoradas por la persona adulta y puestas en común con la generación joven. Presentamos el ejemplo de una narrativa (oral, escrita, gráfica) de una adolescente de 14 años y un adulto de 51 años de la comunidad/ciudad de Las Rosas, Chiapas.

Adolescente de 14 años de edad estudiante de secundaria en diálogo intergeneracional sobre el lugar donde se vive con un adulto de 51 años, en Las Rosas, Chiapas, México. Archivo del proyecto CONAHCYT Pronaii: 322651.

Al leer el texto advertimos que el tema central elegido por el adulto para hablar de la comunidad en el pasado es el hábitat. La comunidad y sus casas transitan de una técnica constructiva que utiliza los elementos locales (bajareth/bajareque, paja), hacia la concretización (calles, cuadriculación) y cementización del espacio. Las imágenes dibujadas son contundentes. De un espacio de habitabilidad amplio y que permitía el contacto humano cercano con otros humanos y con plantas y animales, hacia un modelo de vivienda apretadísimo, rígido, pero con «servicios públicos». Y no sólo eso, también hacia el presente se han plasmado dos pérdidas identitarias: la lengua y el vestir típico: «La población ha dejado de usar la vestimenta típica y comunicarse con el idioma Tzeltal». 

Esta situación delata una problemática contemporánea en México que nos ayuda a reflexionar el lugar que ocupan las lenguas nacionales en los espacios públicos, y los desplazamientos o anulación de las lenguas de estos. El tzeltal, lengua mayense que, si bien no se encuentra en peligro de desaparición y más bien ha aumentado, sí se ha difuminado de varios territorios chiapanecos. De una generación a otra, la lengua ha desaparecido o disminuido enormemente su uso, de una infancia contigua a otra, con tan solo tres décadas de distancia. Esa imagen da cuenta del poder destructivo de la desmemoria y de las violencias que circundan los contextos de los grupos marginalizados. Una misma generación está viendo la destrucción de un componente tan crucial como la lengua. Lo que se gestó por siglos a partir de historias repetidas de interacción humana —el tzeltal—, en pocos años se diluye, ¿desaparecerá? La microhistoria, entonces, sirve como elemento comunicativo para discutir, tomar conciencia y acciones respecto al relato.

Por otra parte, la presencia en el futuro de los servicios públicos, la hotelería y esa mancha urbana amplia, hace suponer que las posibilidades de una comunidad son hacia un tipo de desarrollo urbano con edificaciones, fragmentación y fraccionamiento del espacio. Es decir, pareciera que hay una linealidad en el crecimiento de las comunidades rurales: el tránsito a la ciudad de concreto.

¿Entonces, los grupos subalternizados no deben buscar el desarrollo? El problema no radica en eso, ya que esa no es la pregunta que estos grupos se hacen. Quizá es la pregunta desde quienes ven un único desarrollo o éste como meta, evaluado en «indicadores» y cuya implicación es devastadora pues comprime la diversidad y la anula convierte las diversidades (lingüística, biológica, cultural y otras) en un problema. El desarrollo que visualiza al espacio urbanizado como el objetivo.

Este proceso narrativo de contar la experiencia sobre el territorio contribuye a plasmar los entendimientos privados de las personas narradoras en microhistorias que son exhibidas en un ámbito público, donde NNA pueden acceder discursivamente a territorios que no conocen y que al interpretar la historia y plasmarla en dibujos, devuelven una historia resignificada que es fuente para mantener el diálogo con las personas adultas. El diálogo implicaría no solo hacer resonar los encuentros y las convergencias, sino también las disidencias, para coconstruir el espacio público. Cada diada de NNA con una persona adulta, arroja microhistorias sobre el lugar, tejiendo una red de memorias que se acercan y se separan, pero que definen todas el lugar donde se vive. Imaginemos que este ejercicio comunicativo se hace con varias de las personas de la comunidad, entonces, se obtendrían memorias a varias voces llevadas a la interpelación pública. Y notemos que las NNA tienen sus propias historias, su propia forma de sentir, pensar y reconocer el territorio, lo cual puede agregarse al diálogo.

Retornando a la narración conjunta de la adolescente y el adulto, surge la pregunta, ¿por qué el futuro imaginado tiende a una superurbanización?, ¿qué estructuras o modelos políticos, sociales o axiológicos hacen pensar que ese es el futuro posible? Esa forma de vivir conlleva el traslado del sujeto expandido en el territorio a una sujeción espacial, a un deslinde con lo «natural» y a una disminución de convivencia con entidades diversas (animales, plantas). El relato de las historias sobre el lugar vivido contiene elementos y relaciones bioculturales. El relato no es sólo para amalgamar los hilos del recuerdo de una generación a otra, sino, para que, desde las transacciones, en un proceso discursivo actualizante, ambas generaciones se comuniquen.

En ese sentido, reflexionar las implicaciones de las experiencias privadas de una adolescente con su abuelo y reconocer esa memoria, puede ayudar a pensarnos en la esfera pública, a indagar esas representaciones y memorias sobre el territorio: dónde estamos y hacia dónde va la comunidad.

Las conductas humanas y sus relaciones bioculturales tienen efecto sobre la vida, y a través del diálogo intercultural e intergeneracional se actualiza la memoria en la visión de jóvenes y mayores, y se crean caminos para la reflexión conjunta, donde las memorias generadas desde esa díada intergeneracional contribuyen también para otras personas actoras; interpelan, no sólo al núcleo diádico, sino que expanden y crean escenarios para la reflexión biocultural comunitaria. Este escrito es reflejo de esa interpelación.

No debemos olvidar platicar y contarnos el mundo, el diálogo intercultural es posible. Platiquemos, entonces.

Para seguir aprendiendo

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Martín Plascencia González.
Licenciado en Psicología y Maestro en Investigación Educativa por la Universidad Autónoma de Aguascalientes, y Doctor en Desarrollo, Aprendizaje y Educación por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor titular de la Universidad Autónoma de Chiapas. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONAHCYT. Su investigación se centra en infancias diversas.

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Catedra UNESCOAMIDI
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