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La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

El 17 de agosto de 2020 pasadas las doce del día recibí un mensaje de Darwin Franco. No, mi memoria no es tan buena: eso dice el historial del chat en el Messenger de Facebook, donde también está guardada la carta-invitación que me envió para preguntarme si tenía interés en sumarme al equipo de ZonaDocs como columnista.

Hoy que releo la carta, caigo en cuenta de dos cosas: la primera, creo que Darwin se equivocó de destinatarios, porque dice que la invitación se dio “reconociendo su amplia trayectoria académica”, cosas (amplia, trayectoria y académica) que evidentemente no tengo; y dos, estoy seguro de que el buen hombre y su equipo no sabían la clase de alimaña que se estaban echando a la espalda, habida cuenta de que me he saltado, no sin vergüenza y sí con descaro, buena parte de los lineamientos que me hicieron llegar unos días después.

Porque es obvio que aproveché la confusión y dije que sí.

La primera colaboración apareció el 4 de septiembre de 2020, el año pandémico. De entonces a la fecha, como dice el meme de Titanic, han pasado 84 años… bueno, casi, sólo nos faltan 80 para llegar a esa cifra: hace un par de días se cumplieron cuatro años de que apareció la primera entrega de la resucitada «La calle del Turco», columna semanal de variedades que con esta entrega llega a su número 190. (No: no llevo la cuenta, espero no haberme equivocado en el cálculo que hice desde la retícula del sitio, que pone 191 entradas, pero una, la primera, corresponde a una invitación suelta que me hizo el mismo Darwin muchos meses antes de que se equivocara de destinatario.)

Más que la práctica de tirar netas, me gusta entender la columna como un género que permite pensar por escrito y enviar mensajes para ver si logran conectar con alguien y, quizá, dar pie a una conversación que puede ocurrir en el módulo de comentarios del sitio, en las reacciones de las redes sociales o en la cabeza de la persona que, siempre hipotéticamente, ha leído el texto. No me consta que alguien los lea, pero me gusta pensar que sí.

Admiro mucho a las columnistas y los columnistos que tienen la claridad para explicar los grandes temas que deberían importarnos. Yo me doy por bien servido por contar con un espacio que me permite mantener la mente activa y la mirada atenta para seguir haciéndome preguntas sobre las cosas que me gustaría entender: desde los acontecimientos más disparatados o controversiales que han ocurrido en la semana, pasando por el actuar de la panda de impresentables que se ostentan como serbribones públicos. He caído en excesos, claro, y agradezco las veces que alguien me ha increpado para hacerme ver lo errado de mis argumentos o lo torpe de mis afirmaciones. Justo eso busco siempre: pensar más y mejor.

Pero no todo han sido preguntas: algunas veces, muchas veces, he abusado del espacio para compartir mis apreciaciones de cosas que me gustan y que me gustaría que a otras personas les gustaran, como libros, series, aficiones, taras. En esos casos, reconozco, sí he tirado algunas netas, pero es porque esas cosas sobre las que he escrito me gustan de verdad. Últimamente, además, he compartido acá algunas reflexiones a partir de procesos personales que seguramente a nadie le importan y que los administradores de este lugar seguramente leen entre bostezos y torceduras de ojos. (Esta entrega, por ejemplo, entra en ese cajón, pero qué se le va a hacer: de pronto me puse a pensar en el paso del tiempo y heme aquí, recapitulando nomás por convivir.)

La intención es la misma: abrir un diálogo imaginario y mantener activos los dedos y la mente.

Hace unos días ZonaDocs cumplió también un año más de trabajo. El aniversario me parece relevante porque significa que se han mantenido haciendo ese periodismo que me gusta y que hace que me sienta honrado de tener un espacio aquí: callejero y comprometido con las personas (ya lo había escrito alguna vez, pero lo reitero). Deseo que los zapatos y los tenis y las sandalias y los huaraches y las botas de las personas que integran este equipo tengan unas muy buenas suelas, para que las sigan gastando mientras recorren calles y suben cerros para prestarle el micrófono y la pluma y las pantallas a las personas para que estas cuenten sus historias.

En las postrimerías de los sexenios federal y estatal, confío en que quienes dirigen este esfuerzo periodístico sigan teniendo a bien abrirme un espacio que, por mi parte, pienso seguir aprovechando para compartir con quien se asome por aquí la dispersión mental y la preguntas que me hago para tratar de entender por qué nos pasa lo que nos pasa y cómo le podemos hacer para que lo que nos pasa, nos pase mejor.

¿Qué dice el público? ¿Le seguimos? Espero que sí.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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