Eso que llamamos «cine mexicano»

El ojo y la nube

Por Adrián González-Camargo / @alfonso.williams.566 (FB)

Nuestra forma de nombrar las películas ayuda a entender cómo hacemos categorías y, si atendemos con atención, nos ayuda a entender cómo la hegemonía de la industria del cine de Hollywood se ha permeado entre nosotros. Esto se puede ejemplificar fácilmente, si buscamos una categoría ‘cine mexicano’ en una plataforma digital de contenido audiovisual o cinematográfico. Tan hemos asimilado que cine es igual a cine producido en Hollywood, que asumimos que el cine realizado en nuestro país es un género en sí mismo. Buscando en cualquier plataforma, descubriremos que no solo es el que menos presencia tiene, casi por obvias razones, sino el que menos requerido es. La reducción de oferta contribuye a esta condición semántica: decir cine mexicano parece hablar de una especie que en algún momento (dicen) casi se extingue y que es vista solo en ciertas vitrinas y que en los últimos años, poco a poco, vuelve a tener espectadores.

Cuando preguntamos a alguna persona sobre películas mexicanas, es común obtener como respuesta la todavía ineludible época de oro. Desfilan en las respuestas los Jorge Negretes, Pedro Infantes, las María Félix y las Dolores del Río. Caben los Emilio Fernandez y los Tin-tan. Tótems que seguimos adorando, unos más, otros menos. Referencias que para ciertos cineastas son ciervos sagrados y para otros son relleno de la televisión abierta. Empero, la historia se hizo gracias a ellos y su presencia en las páginas es inevitable y, diría yo, debería ser imprescindible su revisión. Hablar del cine de la época de oro es también hablar de un ente hegemónico que dejó crecer pocas voces bajo su sombra. La historia tuvo que ver muchos nombres nuevos para que pudieran desprenderse de esas luminarias de los años 40. Casi de la misma época, no son tan recordadas las películas del famoso aragonés devenido mexicano, Luis Buñuel. Él mismo fue repudiado por la industria del cine mexicano cuando filmó uno de sus mayores hitos, Los olvidados (1950). Actrices y miembros de la industria lo vapulearon. Una vez que Buñuel volvió de Cannes con premio bajo el brazo, fue recibido casi como un héroe. Este gesto ‘malinchista’ hacia Buñuel evidenciaba que la colonización no solo no se había acabado, sino que comenzó una nueva relación de dependencia de la validación de un cine mexicano: el llamado ‘cine de arte’, ‘cine de autor’ o en mi humilde propuesta, el ‘cine mexicano de festivales’. 

Esta designación tal vez no tenga la misma aplicación que hoy día. Buñuel no necesariamente filmaba su cine con la consigna de hacer presencia en festivales como Cannes y después en otros festivales. En gran medida, porque en esa década apenas se contaban con los dedos (Berlín, Karlovy Vary, Moscú, Venecia, entre ellos). La validación del cine mexicano desde los festivales de cine fue lentamente cociéndose durante el siglo XX, con nombres recurrentes como el mismo Luis Buñuel o Arturo Ripstein. Justamente el filme de Buñuel, Viridiana, adaptación de la novela Halma de Benito Pérez Galdos y protagonizado por la mexicana Silvia Pinal y coproducido por el mexicano Gustavo Alatriste, compartió el prestigioso premio, la Palma de Oro, con el filme Una larga ausencia de Henri Colpi en 1961. Buñuel, sin saberlo, cimentó la primera necesidad de un tipo de cine mexicano, ese cine mexicano que no buscaba éxito comercial, pues la época de oro y sus grandezas se habían acabado. La necesidad de validación artística y, por consecuencia, la necesidad de ser elegidos en muestras, festivales o premiaciones internacionales. Desde este momento, la misma comunidad cinematográfica ha expresado esa necesidad de obtener un oscar, una palma, un oso de oro de Berlín o cualquiera que sea el reconocimiento foráneo.

Así, se fueron creando varios cines o varias formas de hacer cine mexicano. Mientras los autores construían camino en tierras europeas, aparecían jóvenes y cineastas como María Novaro en 1989, quien debutaba con pasos firmes y se generaban filmes que miembros de la alcurnia cinematográfica menospreciaban. Se juntaron Felipe Cazals con Luis Alcoriza con Gavaldón y Leduc y Hermosillo. Pero también estaban las cineastas feministas. Y los que hacían cine 8mm. Y los que hacían cine con video. Y también estaban Viruta y Capulina. Y Alucarda. Los canales hegemónicos nos enseñaron que solo habían los cines mexicanos de las grandes estrellas y los cines mexicanos de autor con necesidades, estéticas o a veces pretenciones artísticas. Pero los cines “populares”, comerciales, tipo “B” o caseros, no eran suficientes y por eso, casi se declaró la “muerte” del cine mexicano. Por fortuna, la gran oferta de festivales cinematográficos de nuestros tiempos ayuda a responder a ese discurso.

Sin embargo, en los medios especializados se atiende más a ese cine que es validado en festivales (principalmente europeos) y es el tipo de cine o género que buscaré nombrar como ‘cine de festivales’, pues si bien no existen reglas tan tácitas del género como en la comedia o el terror, es uno de sus mayores criterios de segmentación que las historias no sean convencionales, que el filme no tenga como propósito principal la recaudación financiera y que su primera ventana de distribución, es decir, sus primeras proyecciones, sean en festivales de cine. Y es en este “género” que hemos visto cineastas que han nacido justamente en estos festivales, o que gracias a estos festivales pudieron llamar la atención: Tatiana Huezo, Michel Franco, Carlos Reygadas, González Iñárritu, Guillermo Del Toro, Elisa Miller, entre otros. Algunas plataformas digitales nos ayudan a encontrarles, otras son un poco menos conocidas, pero en espacios como nuestrocine.mx, Mubi o incluso Vix o Claro, podemos ir encontrando más y más diversas propuestas de eso que llamamos ‘cine mexicano’.

A unos meses de que termine el 2024, podemos presumir una gran producción pero también podemos lamentar mucha falta de espacios para ver esos trabajos. El cine mexicano hoy cuenta con esa variedad que en definitiva es un ‘reflejo’ de lo multicromático que es nuestro país: filmes como la reciente e insípida ‘El candidato honesto’ (Ybarra, 2024) o sorpresas agradables como ‘Señora influencer’ (Santos, 2023), comparten conversaciones  con filmes que serán referenciados como éxitos en taquilla, ya sea la ignominiosa ‘No se aceptan devoluciones’ (Derbez, 2013) o la frotabilleterasajenas ‘Una película de huevos’. Pero también encontramos filmes que entran como una navaja caliente al interior del alma como las excepcionales ‘Sin señas particulares’ de Fernanda Valadez o ‘Zapatos Rojos’ de Carlos Eichelmann; podemos presumir dramas excepcionales como ‘El otro Tom’ de Rodrigo Plá y Laura Santullo o comedias simples y efectivísimas como Almacenados (Zagha, 2015). Hoy, el cine mexicano tiene caminos para que el espectador se ría sin prejuicios o a veces con ellos, para que evada su realidad o para que se retuerza en el dolor de la vida contemporánea… o para que de vez en cuando se imagine que otra vida es posible.

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El ojo y la nube
Adrián González Camargo es cineasta, escritor y académico. Estudió el Doctorado en Arte y Cultura por la UMSNH y una maestría en guionismo con la beca Fulbright-García Robles en CSUN. Se ha dedicado a la gestión cultural, producción radiofónica y al análisis de textos artísticos. Es profesor de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey, Campus Guadalajara.

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